EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 7
CAPÍTULO 7
Yoongi POV:
Llego al despacho de mi consulta y cuando me
adentro en el interior lo primero y único que me llama la atención es, sobre el
escritorio, una caja de cartón un tanto sucia con dos agarraderas a cada lado
de unas dimensiones no superiores a un metro por un metro de base. Lo primero
que me llama la atención de la escena no es, al contrario de lo que me habría
pensado, nada visual. Me llama la atención algo en el ambiente. Algo que flota
y se desenvuelve alrededor produciéndome una terrible sensación de ahogo, pero
al mismo tiempo, de confort y saciedad como el concepto de la felicidad.
Sofocante pero dulce, amable.
Con el ceño fruncido me acerco a la caja y me
siento en la silla de mi escritorio teniendo esta justo delante de mí. Aquí,
este olor es mucho más intento de lo que me suponía. Es algo que hay en el
interior de la caja y estoy a punto de apartarla como suelo hacer, para
revisarla más adelante, pero la curiosidad me sobrecoge en manera y me levanto
de la silla para ponerme en pie y ver con mejor perspectiva lo que hay en el
interior de esta con una mueca pensativa. Lo primero, sobre todo el resto de
cosas en el fondo, hay varias prendas de ropa, algunas dobladas con esmero y
otras, como un pijama a rayas blancas y grises, hecho una bola sobre todo el
conjunto. La ropa la aparto y la dejo sobre mi escritorio dudando en si está
sucia o no. No me importa. Tampoco huele mal. Hay algo de muda, ropa interior y
un par de zapatos.
Debajo de las prendas de ropa llega lo que
realmente me interesa. Los objetos personales de los que hablaba. Al parecer
hay más cosas de las que él me ha mencionado pero a juzgar por una rápida
mirada todo lo que encuentro que él no me ha contado no es más que objetos de
higiene personal y derivados. Lo que tanto me está sofocando es un bote de
perfume de color negro y con una estética evidentemente femenina. Es un perfume
de mujer que al olerlo, me evoca una sensación de confusión pero al mismo
tiempo, de tremenda decepción. Distingo el olor de haberlo olido antes en
Jimin, un olor a fresas ácidas, pero me decepciono al comprobar que es de un
perfume de mujer.
Ruedo los ojos y retiro el perfume apartándolo
del resto de cosas. Junto con un cepillo de dientes, un peine y un par de
caramelos de limón. Encuentro, al fondo entre otros objetos, la caja de música
de la que me hablaba. Apenas es más grande que la palma de mi mano y es sin
duda un mero juguete infantil sin valor alguno. La madera de la que está hecha
ya tiene la pintura agrietada y en algunas partes esta ha saltado, dejando al
descubierto la madera en su color natural. La cajita tiene en su parte superior
una tapadera con unas bisagras, la cual al abrir deja ver el mecanismo. Sin
pensármelo demasiado, y no siendo Schubert uno de mis compositores favoritos,
giro la manilla que sale de uno de los extremos de la caja y hago que suene la
cuerda haciendo presión en el interior. Cuando suelto la manilla esta empieza a
girar sola en la dirección contraria a la que yo le he dado cuerda y lentamente
reproduce los acordes que tiene premeditados.
Con el sonido de la canción sigo mirando en el
interior de la caja sus objetos personales. Dos libros, como él me ha dicho. Un
volumen de Sherlock Holmes y otro sobre arte europeo. Un tercer libro parece,
uno de cuero forrado y con una tira de tela rodeándolo, como método de
seguridad. Es sin duda, a juzgar por el buen estado de conservación, su diario.
No hay nada más en la caja, a pesar de que debería haber un reloj de pulsera,
pero seguramente la enfermera lo haya robado y no me extrañaría. Yo me siento
de nuevo en la silla y abro el diario dándome cuenta al instante de que no solo
es un diario, sino también algo parecido a un álbum de recuerdos ya que
encuentro algunos objetos como una entrada a un cine o una flor secada entre
dos páginas en blanco. Apenas está escrito por la mitad así que entiendo que no
debe llevar mucho tiempo con él, pero sí parece un hábito normalizado. Seguro
que en su casa tiene otros diarios como este. Voy a una de las primeras páginas
y al leer un par de hojas sueltas caigo en la cuenta de que no es un diario,
propiamente dicho. Más bien una suma de acontecimientos en una progresión
lineal en el tiempo. No ha escrito día a día, sino cuando ha creído
conveniente. Cojo la primera página que me encuentro y comienzo a leer.
22 – 12 – 1936
De nuevo estoy en vacaciones. La
universidad nos ha concedido unas semanas hasta principios del año que viene.
Estoy algo angustiado porque cuando finalice el invierno comienzo con mi
trabajo de tesis. Estoy algo inquieto, aún no sé qué hacer al respecto y me
siento bastante presionado. Me gustaría seguir con estudios más adelante y
buscarme un trabajo en Europa, o algo así. Es muy fantasioso a soñar pero no
puedo hacer nada por pensar al respecto. Más debería pensar en el tema de mi
trabajo pero me sobrecoge el miedo al tener que enfrentarme a ello.
24 – 12 – 1936
Estoy en casa de mis padres de
visita. Me ha sorprendido ver mi cuarto, o lo que ello era, en un cuartucho de
trastos que mi madre ha ido almacenando. Ya no están mis cosas por ninguna
parte, ni mis libros de mi adolescencia que no pude llevarme conmigo en su
momento a mi casa ni nada de lo que conservaba como meros recuerdos de
adolescencia. Por estas circunstancias me veo escribiendo a altas horas de la
noche, alumbrado por una vela, sobre el sofá del salón. Ya no queda nada del
refugio que me hice en mi cuarto ni nada con lo que identificarme ahí dentro.
Es una sensación de desazón completa. Tremendamente compleja de asimilar.
Después de la sorpresa vino el enfado pero la única explicación que mi madre me
ha dado al respecto es, simplemente, que no pensaba que eso fuese algo
importante. Varias biografías y novelas históricas no es nada importante para
ella. Dudo siquiera que se dignase a leer la carátula del libro. Solo con ver
su forma dedujo que era algo inservible para ella y decidió deshacerse de él.
En fin, el día de año nuevo regreso a mi piso y al día siguiente retomo las
clases. Estoy deseando regresar a mi infelicidad rutinaria. Esto es como un
castigo dentro de la propia tortura.
4 – 01 – 1937
Hoy he asistido a una maravillosa
charla de un estudiante de latín y griego. Me he sentido completamente atraído
hacia su forma de expresar toda su emoción hacia la causa en la que va destinada
su tesis. Esta no era más que una mera presentación de la temática, pero me he
sentido abarcado por sus brazos al desarrollar el tema. No solo ha demostrado
intelectualidad, sino pasión y devoción por sus estudios, todo lo que yo admiro
en un estudiante, en una persona, al fin y al cabo. He rescatado un folleto que
estaban repartiendo y he podido averiguar más de él a parte de su nombre y su
carrera. Estudia el mismo curso que yo pero en otra carrera dentro de la
universidad y está en el club de literatura. A parte de ser fanático por la
historia es también un literato. Me conmueve la sola idea de avasallarle con
alguna pregunta y que él me muestre un rostro curioso por una respuesta
inteligente. Mirando alrededor dentro de la sala de conferencias me he
sorprendido al ser el único con un poco de atención sobre él, o tal vez mi
devoción hacia su persona haya sido demasiado evidente. Me he podido quedar
embobado en la forma en que reía al hacer público que él mismo seguía algunas
de las tradiciones grecolatinas de las que estaba describiendo. Esa dulce
sonrisa aniñada, esos ojos escondidos, esa dulce melodía.
7 – 01 – 1937
Hoy le he visto. Todos los jueves
se celebra la reunión del club de lectura y habiéndome informado del libro que
trataban en esta semana me he colado en la clase con el permiso del coordinador
y este me ha recibido con los brazos abiertos. Esta se desarrollaba en una de
las aulas privadas de la biblioteca y, sentados allí nueve personas con el
coordinador incluido, hemos comenzado a hablar del libro que estaban tratando.
“El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde”.
Nunca había visto a nadie
expresarse con tanta naturalidad en un contexto tan elegante y culto a un joven
de mi edad. De los allí presentes no éramos él y yo, ni mucho menos, los más
jóvenes, pero él hablaba con el mejor vocabulario, con la más fascinante mirada
de atención escuchaba igual que hablaba, con una increíble devoción por el
contexto que se estaba desarrollando y yo, embobado como un pardillo, solo le
miraba con esa sonrisa atontada que me ha dejado en evidencia un par de veces.
Es increíble cómo he llegado a perder el norte de la situación con tan solo
sumergirme en la forma de sus rasgos. Cuando ha sido mi turno para hablar al
respecto del libro él me ha mirado y he sentido esa sensación de cosquilleo en
mi vientre. Seguramente me haya puesto tan rojo como un tomate, o incluso como
el tapizado rojo de las butacas donde estábamos sentados. He agarrado con
fuerza el libro en mi regazo y he comenzado a hablar evitando su mirada, porque
de lo contrario, habría muerto de un infarto.
Intenté explicar, más allá de la
propia historia del libro, como se puede sustraer de él una metáfora clarísima
de la dualidad de una persona. Aclaré que no estaba hablando de un problema de
desorden de personalidad ni tampoco de una doble personalidad. Sino de la
innata característica del ser humano para ser, a la par que civilizados,
animales sedientos de brutalidad y sangre. Él me miró con esa expresión de
querer contribuir a mi teoría y lo hizo mirándome solo a mí. Toda su atención
estaba en mí y la mía en él. No pude pedir más.
Dejo de leer en el momento en que la melodía de
la caja de música termina por degradarse hasta el silencio y yo mismo me quedo
en un estado de confusión por lo leído. Sus palabras me dejan un amargo sabor
de boca y podría continuar leyendo pero me sobrecoge la sensación de que nada
de lo que aquí se encuentre pude ya borrarme este amargo dulzor que se ha
colado en mis papilas gustativas. Como el sabor de un caramelo después de un
abundante vómito. Con una mueca confusa dejo el diario dentro de la caja, junto
a los otros dos libros, me guardo los caramelos de limón en el bolsillo y los
objetos de higiene los dejo también dentro. La ropa sin embargo, con solo
echarle un vistazo, me doy cuenta de que no es propiamente la que debería
llevar un caballero y menos uno con el sobrenombre del señor Park. La llevaré a
quemar cuanto antes, en cuanto se me quite esta mala sensación del cuerpo.
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