EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 2

 CAPÍTULO 2


Yoongi POV:

Mi mano sobre el pomo de la puerta se sienta un tanto frágil pero refuerzo el agarre y con intensidad abro la puerta encontrándome primero el rostro de un doctor del centro con un brazo extendido. El doctor me mira gracias al ruido en la puerta y reconoce mis rasgos faciales, mostrándome una sonrisa amable. Sigo abriendo la puerta para ver como su brazo extendido cae con su mano sobre un hombro de un hombre sentado en una silla. Frente a este hombre y su silla, está la mía, dentro de un cuadro grisáceo, de un blanco sucio, de unas cortinas pálidas, de una luz demasiado lechosa. La sala de terapia no es más que una habitación vacía de estímulos visuales que puedan alterar la estabilidad emocional del paciente y con un solo foco de luz y dos sillas cómo única muestra de humanidad dentro del sucio blanco de las paredes. No es suciedad, es un gris demasiado claro, un blanco demasiado oscuro. Ni yo podía definirlo, pero sí sé que me transmite. Un aburrimiento feroz que llama a mi psique para centrarme en mi paciente como escapatoria a este tedio.

Cuando entro por completo en la habitación, el médico levanta su mano del hombro del paciente con cabeza gacha y con su flequillo despeinado cubriendo con su sombra cualquier resquicio de su rostro. Yo miro directamente al médico que se asegura que soltar al paciente no desembocará en una reacción de ira por parte de este pero al contrario que mostrarse violento yo solo veo unos hombros caídos y una sumisión totalmente lógica de alguien que acaba de ser drogado. Una respiración sumisa, unas manos tranquilas sobre un regazo tranquilo. Mi presencia a su lado no parece alterar lo más mínimo su estado y eso me reconforta. No soporto los arranques inesperados de ira, siempre suelen acaban con mi labio roto.

-Puede dejarnos. –Le digo al médico el cual me mira un tanto escéptico.

-¿Está seguro? –Pregunta-. ¿No prefiere que me quede? –Niego con el rostro a lo que él se coge disimuladamente de hombros.

-No hace falta, pero quédese fuera hasta que yo salga. ¿Bien? –Este me mira y asiente un tanto resignado.  De seguro que tenía otros planes, y de seguro que desobedecerá mis órdenes para irse a tomar un café, pues como sabe por experiencia, mis entrevistas suelen tardar al menos una hora.

Cuando sale y cierra detrás de él me quedo unos segundos apreciando el silencio roto por la respiración profunda del chico delante de mí. Yo le miro y como no obtengo respuesta me encamino a la silla delante de él, más bien una butaca algo más cómoda que la silla de madera en la que él está sentado, y me cruzo de piernas con un gemido que me pone unos cuantos años más encima y mientras pongo la libreta sobre mi regazo saco la pluma de mi bolsillo haciendo una mueca pensativa. Paso las primeras páginas que dejo en blanco y apunto el nombre del paciente con su fecha de nacimiento que he memorizado y con el trastorno que padece. En la siguiente página apunto la fecha, la hora con la referencia de mi reloj y miro al paciente que ha levantando levemente el rostro y puedo ver el brillo de sus ojos a través de la sombra de su flequillo negro. Cuando cae en mi mirada, al contrario de lo que pensaba, me la sostiene y no se refugia de nuevo en la sombra de su pelo. Me mantiene la mirada unos segundos y regresa a bajar el rostro. Esa reacción puede deberse o bien a un exceso de confianza en él o a un exceso de sedante. Prefiero pensar que es lo segundo, lo primero podría tener problemas.

Mi primer paso después de apuntar lo imprescindible es entablar una simple conversación de donde pueda extraer sus datos más básicos que sus padres no han podido proporcionarme. Después indagaré más en la relación de estos con su hijo y para finalizar por hoy, le preguntaré al respecto de lo que opina de su enfermedad y de esta institución. Soy el primero en hablar.

-¿Y bien? Park Jimin, ¿no? –El paciente no mueve un solo músculo. Eso no me parece sorprendente dado que acaba de ser anestesiado y que no parece en disposición de contentarme dándome una buena conversación, por lo que me tomo su silencio como una oportunidad para recrearme en la visión que se me presenta.

Un joven de veinticuatro años con una camisa blanca, una talla más grande que él y con los primeros botones desabrochados. Cuando me fijo más detalladamente no encuentro esos botones en su camisa por lo que deniego esa posibilidad. Probablemente de un tirón se los hayan arrancado y saltado. Al parecer no muestra signos de pelea en sus manos ni en sus facciones, que siguen escondidas entre las sombras. Pero sí un evidente forcejeo. La camisa por fuera y una de las mangas desabrochada me deja entrever su lechosa piel y sus manos encogidas en dos pequeños puños sobre su regazo. No son puños de fuerza, sino de mero acomodamiento. Sus piernas portan unos pantalones negros de traje y sus pies unos meros náuticos negros. Puedo ver a través de la línea de su pecho como respira, su respiración parece un poco más acelerada con el sonido de mi voz reverberando a través de la sala.

-¿Veinticuatro años? –Nada. No obtengo nada a cambio. Pruebo con una presentación estándar, intentando ganarme su confianza-. Bien, yo soy Min Yoongi. Y voy a ser tu terapeuta. –Digo a lo que él levanta la vista para tener una imagen de mí adecuándola a las palabras que acabo de regalarle. Acaba de tacharme en su mente como el enemigo, a juzgar por su mirada-. No me mires de esa manera, juntos vamos a salir de esta y seré un compañero en tu camino hacia la reafirmación de tu sexualidad. –Él vuelve a mirarme de esa manera y desploma de nuevo su rostro con un largo suspiro-. ¿Te encuentras bien? Podemos dejar esto para más tarde si estás mareado…

-Estoy bien. –Dice con una voz dulce, mucho más de lo que me esperaba. Oír su voz es una sensación extraña que me hace mirarle con ojos curiosos. Su voz no es del todo masculina y esa sensación me hace querer apuntarlo sobre el papel pero sus siguientes palabras me hacen volver a prestarle atención-. Y sí, soy Park Jimin, pero tú no eres mi amigo.

-No he usado la palabra “amistad” sino “compañero”. –Le corrijo pero él me mira con suficiencia.

-¿Acaso importa? –Me pregunta a lo que ruedo los ojos y comienzo a apuntar en la libreta como está siendo el primer intento de conversación. Difícil al principio pero se ha soltado con un poco más de verborrea. Apunto su forma de vestir, la forma en que me habla, con un tanto de rencor por el concepto que tiene del trabajo que voy a hacer con él y su voz. La forma de su voz. Indescriptible pero no aceptable.

-Tengo 30 años, ¿es correcta la edad que te dije? –Asiente y se cruza de brazos llevándose la palma de una de sus manos a un lugar determinado en el brazo. Por la presión que ejerce ahí sugiero que es en ese punto en donde le han inyectado el calmante-. ¿Te duele? –Le pregunto señalando con la mirada el brazo pero él niega con el rostro-. Bien pues. Háblame de ti. ¿Qué sueles hacer? ¿Qué estudias?

-Estudio la cultura europea en la universidad de humanidades. Arte, literatura, música…

-¿Filólogo? –Pregunto resumiendo.

-Sí. –Asiento apuntando en la libreta.

-Yo también estudié allí, la carrera de psicología. –Él no responde a mi comentario y vuelve su mirada a su regazo pero al menos no me oculta su rostro-. ¿Qué haces en tu tiempo libre? –pregunto a lo que él me mira, se muerde el labio inferior y me contesta.

-Salir por ahí, dar una vuelta… -No le dejo terminar.

-¿Por qué me mientes? –Pregunto a lo que él me mira con un rostro sorprendido y suspira largamente desertando la idea de decir una sola mentira más.

-No hago nada especial, simplemente me quedo en casa y leo. –Dice y juraría que sigue mintiéndome, pero no lo hace esta vez.

-¿Qué lees?

-De todo. –Sentencia-. Cualquier cosa.

-¿No tienes amigos? –Piensa y niega con el rostro, lo cual me hace apuntarlo en la agenda-. ¿Y tus compañeros de clase? –Niega de nuevo.

-Solo son compañeros. No amigos.

-¿Acaso importa? –Pregunto haciendo referencia a su misma contestación minutos antes y él me mira con una expresión al principio sorprendida por mi respuesta pero luego vuelve a ese estado de tranquilidad e inexpresividad.

-¿Cómo son tus relaciones sociales fuera de tu ámbito familiar?

-Escasas.

-¿Las definirías así?

-Sí.

-¿Es algo voluntario u opcional? ¿O algo involuntario?

-Un poco de ambas.

-¿Cómo es eso? –Pregunto.

-Ni lo busco ni me encuentra… -Asiento y apunto en la agenda.

-Pensaría que se debe a un problema de timidez pero te ves desenvuelto… -Digo sorprendido a lo que él se encoge de hombros.

-Tú eres el psicólogo… -Se desentiende y yo le miro con suspicacia. Temo perder el control de la conversación y me aclaro la garganta mientras reconduzco el tema.

-¿Cómo es la relación con tus padres?

-Distante. –Contesta.

-Eres un hombre de letras, ¿podrías no definir las cosas con una sola palabra? –Le pregunto a lo que él se muestra ofendido. Piensa unos segundos y contesta algo más extenso.

-La relación con mis padres no es más que una suma de pequeños gestos de hipocresía por su parte con la esperanza de que algún día esos gestos se conviertan en frutos materiales y una fría convivencia a base de una delicada línea intraspasable que es la conversación inteligente. –Contesta mirándome con un interrogante en el rostro preguntándome si ha sido suficiente y yo miro mi agenda con los labios apretados y pongo “distante” como resultado a la relación con sus padres.

-¿Qué es lo que puede haber provocado esa clase de relación entre tú y tus padres?

-No es el resultado de una acción. Es simplemente su carácter. –Se encoje de hombros.

-Entiendo. –Digo-. ¿Qué estudios tienen tus padres?

-Mi padre estudió ingeniería y mi madre es profesora de matemáticas en una de las escuelas privadas de la ciudad.

-Ya veo. –Digo y apunto: “Él ha escogido una carrera totalmente diferente a la de sus padres”.

-¿Por qué escogiste estudiar filología? –Él se encoge de hombros.

-Me gusta. –Dice como si nada.

-¿Cómo es la relación con tu madre? ¿Es diferente a la de tu padre?

-Se suele decir que con las madres hay un extraño vínculo que se forma en el útero, pero yo ese vínculo no lo tengo. Mi madre es una fría calculadora que solo tiene números en la cabeza. Todo son números y estadísticas.

-¿A qué te refieres?

-“No hagas esto, -Pone una voz aún más femenina-, tienes tantas probabilidades de morir” “esto es un gran riesgo para tu vista” “El setenta y cinco por ciento de los chicos de tu edad ya están casados o prometidos…”

-¿Y tu padre?

-Mi padre es más bien como una sombra ahí, apartada de todo resquicio de humanidad, que se me aparece de vez en cuando como el recordatorio de que tengo un padre y me hace caer más hondo en una depresión inmensa e insuperable.

-¿Te sientes en depresión? –Niega con el rostro.

-¿No has dicho que me explayase? ¿Prefieres un mero “Tenemos una relación fría”?

-No, no. Está bien. –Digo y me apresuro a apuntar en la libreta. Sus palabras comienzan a agolparse en mi mente. Entré en esta sala con la idea preconcebida de que yo sería quien pusiese la inteligencia sobre la mesa pero me estoy viendo desbordado por momentos-. Preferiría que me tratases de usted.

-¿El trato no va a ser mutuo?

-¿Quieres que lo sea? –Se encoge de hombros y yo miro por la ventana. El sol parece aún más pálido-. Cuénteme cómo fue lo que ocurrió con la carta que encontraron sus padres. –Le digo a lo que él se queda unos segundos en silencio mirándome como si supiese que he tocado un punto frágil dentro de él. Suspira y mira alrededor.

-No hay mucho más que contar.

-¿Qué piensa al respecto?

-Pienso que nunca debí escribir aquello. –Niega con el rostro decepcionado consigo mismo pero yo niego con el rostro, confuso.

-No le pregunto eso. Hablo de lo que escribió en la carta. No he podido hacerme con ella porque según sus padres usted la quemó a la mínima oportunidad que tuvo. Pero me han hablado sobre lo que habría ahí escrito. ¿Quiere hablarme de ello?

-No. –Contesta simple.

-Háblame de ello. Cuanto antes terminemos mejor. –Le digo a lo que él lo toma como un incentivo y vuelve a suspirar, esta vez mirando a la ventana. Me gustaría saber si piensa igual que yo y cree que hoy el día se muestra muy poco luminoso. Las nubes cubren el cielo con un fino velo que no me deja sentir a gusto.

-Le escribí una carta a un chico de mi universidad. No hay mucho más que contar.

-¿El chico era de su clase? –Niega con el rostro.

-Él estaba especializándose en latín y griego. Pero estaba en el último curso, como yo.

-¿Qué le puso en la carta?

-Le dije que había asistido a unas cuantas presentaciones que había hecho y a la exposición de su tesis sobre “El día a día en una casa romana”. Le alabé sus investigaciones y le pedía una cita para dar un paseo o algo… -Piensa confuso-. Ya ni me acuerdo bien qué le dije…

-¿Estaba interesado usted en llegar a tener relacione sexuales con él? –Le pregunto a lo que él se sobresalta. Mira alrededor.

-Sí. –Dice pero no parece avergonzado de ello.

-¿El chico le parecía atractivo? –Pregunto.

-Claro. Mucho. –Dice seguro y yo le miro con intensidad.

Dando por finalizada la conversación cierro la libreta, miro la hora en mi reloj y engancho la pluma de nuevo en el bolsillo de la bata. Me descruzo de piernas y él comienza a sentirse inquieto por mi actitud a lo que yo le miro y recibo su mirada.

-Bien, creo que por hoy es suficiente. Te adjudicarán un cuarto y día a día iremos probando diferentes tratamientos para la reorientación sexual. –Le digo a lo que él entorna los ojos, regresando en él esa mirada de animal a punto de saltar sobre mi cuello-. Mi primera impresión es que su atracción sexual hacia hombres no es más que un reflejo de la necesidad oculta por no parecerse a sus padres y en su interior desea herirles con la idea de que su hijo sea homosexual. Pero pronto, con terapia y varias horas de conversación diarias podamos erradicar esos pensamientos de su mente. –Sentencio y me levanto de la silla pasando por su lado, pero su rostro me sigue con la mirada. Cuando sujeto el pomo de la puerta apenas puedo forzarlo cuando su voz detiene todos mis movimientos.

-No estoy enfermo. –Dice y yo le miro de reojo. Me está mirando con una intensidad que me hace creer que va a devorarme, pero no le hace falta. Su mirada es todo lo que tiene para helarme-. Ni necesito ninguna clase de tratamiento. No quiero cambiar.

 

 


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