EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 5

 CAPÍTULO 5


Yoongi POV:

 

Jin a mi lado va un tanto distraído. Caminando los dos a lo largo del pasillo ya en las últimas horas de nuestras jornadas el sol ya amenaza con descender pero aun se mantiene ahí presente en una tarde que se me ha alargado lo suficiente como para creer que han pasado dos días desde mi última conversación Jimin, cuando apenas han sido un par de horas. Es sorprendente la capacidad de la psique para confundirnos hasta el extremo de hacer del tiempo una medida subjetiva en la que guiarnos. Los ventanales, altos y protuberantes a lo largo del pasillo conducen nuestra presencia una planta más abajo, hacia una de las habitaciones médicas. Como el silencio alrededor no parece suficientemente roto por el sonido de nuestros pasos, Jin habla como si no estuviese aquí para ello. Un perro acompañante no le parece ser suficiente.

-¿Cómo ha sido el primer día? ¿La primera impresión?

-¿Mía o suya? –Pregunto mientras saco la pluma de mi bolsillo en la bata y la sujeto entre dos de mis dedos y la muevo repetidas veces como forma de liberar el estrés. Él se da cuenta de mi gesto pero no parece querer decir nada. O tal vez tenga miedo.

-¿Suya?

-Sí. La impresión de él hacia mí.

-¿Tan mal le has caído? –Pregunta y ríe pero cuando recae en mi intensa mirada tose y se aclara la voz en forma de disculpa. Baja la mirada y se corrige, o más bien aclara sus palabras-. No eres fácil de tratar al principio…

-¿Y después sí? –Pregunto a lo que él me muestra una media sonrisa dándome la razón y niega con el rostro.

-¿Cómo ha sido tu primera impresión sobre él? ¿Algo relevante?

-Creo que aún es pronto para decirlo. Apenas llevamos veinticuatro horas de terapia.

-¡Uf! –Se queja-. Yo con una hora me bastó para saber que mi suegra es una condenada…

-Ya bueno. Esto es diferente. –Le digo a lo que él me mira pero recae en mi mirada perdida y esta vez sí me señala la mano con la pluma danzando desenfrenada.

-¿Alguna conclusión anticipada?

-Tengo algunas sospechas. Pero aun estoy confuso.

-¿Confuso? Que palabra tan extraña de tu boca…

-Es extraño. –Digo frunciendo el ceño-. Al principio pensé que sería el típico paciente con desorden de personalidad que incluso se podría vestir de mujer en la intimidad, pero es un chico normal, de todo punto.

-En algunos la enfermedad no es tan evidente.

-Pero no es solo eso. –Niego con el rostro-. Creo que lo único que le pasa es que está confuso, y que necesita un poco de experimentación. Nada más.

-A eso vamos… -Dice Jin encogiéndose de hombros y yo asiento, quedándome en silencio pero mi silencio me delata. Cuanto odio trabajar con psicólogos-. ¿Hay algo más?

-Tengo la extraña sensación de que va a ser un caso muy difícil. –Digo pero rápido niego con la cabeza-. Pero seguro que no. ¿Qué importa? Cuanto más tiempo esté aquí más nos embolsaremos. –Digo ya acercándome a una de las habitaciones médicas y Jin se para frente a la puerta, pues solo me ha acompañado y yo le miro buscando en él alguna palabra que me de la fuerza para continuar con mi trabajo pero él se limita a despedirme con un movimiento de su mano y desaparece pasillo adelante. Sé que ha podido ver en mí el cansancio y la fatiga de un día agotador pero no ha hecho el mínimo esfuerzo por socorrerme.

Yo frunzo los labios disgustado y entro en la sala ya con luces encendidas a pesar de que el sol pueda entrar levemente por la ventana. Siendo el primer piso puedo ver la parte interna del hospital, el pequeño jardín del centro y algunos pacientes caminando de un lado a otro, algunos acompañados, otros al parecer pedidos dentro de una expresión desazonada. Saludo a Jimin con una mirada que me corresponde y la enfermera que le acompaña me saluda con una inclinación de cabeza y sigue con su trabajo, al parecer, ordenar alguno instrumentos de una bandeja metálica con ruedas. Alrededor el color blanco predomina como en la mayoría de habitaciones de esta planta, dado que son las habitaciones que se usan como consultas clínicas o revisiones médicas.

Una camilla con una sábana blanca decora la parte derecha, donde Jimin está de pie apoyado con la espalda. En la parte derecha hay un lavabo, varias bandejas con ruedas como la que manipula la enfermera, y variedad de instrumental médico. Al lado de la puerta por la que he entrado hay una bañera blanca con un grifo metálico algo oxidado, y a su vera, barias toallas blancas. En una habitación triste con un evidente olor a metal y sábanas nuevas. Cuando paso por delante de ambos dejando a un lado mi libreta y la pluma puedo ver la mirada de Jimin que se dijere casi como un acto reflejo a todo el material médico que la enfermera manipula y puedo ver incluso miedo en su mirada pero sabe camuflarlo. Con la misma ropa con la que le he visto en la mañana paso por su lado y me dirijo a la ventana, donde cuando llego corro las cortinas y nos dejo en el más absoluto anonimato. La enferma sabe lo que va a suceder. Yo sin embargo me muestro aún curioso del resultado.

-¿Sabes? –Le pregunto a Jimin girándome a él intentando regular el tono de mi voz y mi estado de nervios, no queriendo perder el control-. He estado pensando en nuestra conversación de esta mañana. –Le digo a lo que él me devuelve la mirada con un deje de miedo y arrepentimiento. Yo me acerco tranquilo a la enfermera y a los instrumentos que está manipulando. Veo como está colocando los bisturís recién limpiados y las tijeras quirúrgicas. En otra bandeja puedo ver un medidor de pulsaciones con el papel aun sin estrenar. Me apoyo en ese carro mirando la expresión de Jimin al girarme de nuevo a él.

-¿Y? –Pregunta-. ¿Por qué me han traído aquí?

-He pensado que antes de seguir con la terapia debemos reafirmar tu enfermedad. –Digo y él parece comprender poco a poco pero con una lentitud sospechosa. Quiere hacerme hablar claro-. No querrás hacerme perder tiempo y recursos económicos…

-¿Qué me vas a hacer? –Pregunta, un poco asustado. Le miro intentando ver a través de su miedo, dudando de que esté realmente temeroso de mis palabras. Yo palmeo el aparato detrás de mí.

-¿Sabes qué es esto? –Pregunto y él niega con el rostro un tanto pensativo. Es un aparato de grandes dimensiones tan solo por el rollo de papel en el interior del mecanismo. Tras este, una estructura plana con el principio del rollo sobresaliendo y una aguja aun en silencio sobre el papel. Colgando de uno de los extremos, una muñequera parecida a la de un tensiómetro.

-No. –Dice.

-Mide las pulsaciones de una persona. La velocidad a la que va su corazón. Es de lo mejor que tiene este centro y es tremendamente preciso. –Digo mirando el instrumento-. Es muy caro más te vale no tener un arranque de ira con él. –Le advierto y él asiente, valorando realmente el dinero invertido en él, pero lanza un comentario del todo inadecuado.

-Si se invirtiese en otras áreas del conocimiento lo mismo que se invierte en este tipo de instituciones, tal vez estas no harían falta.

-Si se invierte aquí es porque una mayoría social así lo ha querido. –La enfermera nos mira a ambos alternativamente, un tanto cohibida. En este instante soy consciente de que vuelvo a dejarme llevar por su palabrería.

-La opinión… -Le corto.

-Basta. –Él enmudece y yo me yergo cogiendo con mis manos el carro metálico junto con el aparato y lo desplazo hasta dejarlo a su derecha desde donde él lo mira con una expresión un tanto temerosa-. No pongas esa cara. No va a dolerte. –Le digo mientras me alejo a recuperar mi libreta y mi pluma, apoyándome en otro carro con instrumental y paso las páginas hasta encontrarme la última nota apuntada. A mi lado la enfermera se remanga y se pone unos guantes de latex blancos y en una de sus dos manos se echa un gel lubricante. Yo señalo a Jimin con la pluma mientras miro atentamente mis apuntes anteriores y le hablo con voz firme-. Quítate la ropa.

-¿Qué? –Pregunta y de seguro que ha dado un respingo por mis palabras. Ni quiero mirar su rostro, de seguro roto por la sorpresa.

-Quítate la ropa. Toda. –Recalco y ahora sí levanto el rostro con una mueca seria, esperando que me obedezca de una y no tenga que obligarle como esta mañana con la pastilla. Él me mira con una mueca confusa y yo frunzo los labios-. No voy a darte con una regla en el culo. Vamos. –Le pido impaciente y él, tras un largo suspiro, comienza a desabotonarse la camisa de rayas. Después de esta vienen los zapatos, los calcetines, y los calzoncillos. Todo ello lo deja sobre la camilla y se apoya de espaldas en ella con una mano sujetando las sábanas que caen, intentando aliviar la vergüenza y la tensión del momento. El instante se alarga lo suficiente como para que la vergüenza se torne normalidad y sus pulsaciones no sean desbocadas. Mientras, me dedico a mirar de arriba abajo su anatomía. Un pecho lechoso con unas curvas perfectamente delineadas y marcadas. Puedo ver su vientre subir y bajar con el movimiento de su respiración y la forma alta de sus glúteos siendo aplastados por el borde de la camilla. Sus pies inquietos, moviéndose por el frío suelo. Sus deditos encogiéndose, sus ojos mirando hacia ninguna parte, sus mejillas totalmente enrojecidas. Puede ser mi mirada la que las haya tornado de ese calibre, pero donde más me fijo es en su entrepierna. Un dulce pene dormido ante la falta de contacto. Su mano lo cubre rápidamente. Es mi culpa. Es mi presencia. Levanta la vista y me lanza una mirada acusativa, recriminándome el gesto de mi mirada. Yo me acerco a él dejando la libreta sobre el carro y cuando estoy a su lado envuelvo su muñeca con la muñequera de tela negra y enciendo la máquina que rápido comienza a coger registro de sus pulsaciones. En este instante son normales, dentro de la situación que se le presenta, pero yo vuelvo a dar una larga mirada alrededor de su cuerpo-. No te muestres retraído.

-Pensé que me ibas a tratar de usted. –Yo frunzo el ceño y me veo obligado a mirarle a los ojos. De nuevo esa palabrería absurda.

-No pienses. –Le advierto-. Déjate llevar. –Sentencio y retrocedo a retomar de nuevo la libreta y me quedo al margen mirando la escena mientras comienzo a apuntar, viendo desde lejos, los datos que comienza a marcar la aguja en el gráfico que comienza a caer por el suelo. La enfermera se acerca a Jimin y este retrocede un paso, impedido por la camilla.

-¿Qué me va a hacer? –Pregunta mientras me mira por encima del hombro de la enfermera, cuando la mano de esta rodea su pene con el frío lubricante, ya no necesita mi respuesta pero sigue mirándome con ese interrogante en el rostro mientras yo le retiro la mirada, levemente intimidado. Apunto su primera reacción facial y miro como sus pulsaciones han aumentado por la sorpresa. Esto no es lo que yo busco. Busco excitación-. Ah. –Se queja, y cierra los ojos con fuerza, evitando cualquier contacto visual con la enfermera. Esta comienza con el vaivén estimulando su glande dormido.

-Mírala. –Le pido a lo que él no me obedece-. No vale pensar en nadie que no sea una mujer. No hagas trampa. –Le digo divertido pero él no me escucha. Está concentrado dentro de la oscuridad de sus párpados y se mantiene así por un largo tiempo, impasible, inescrutable. Suelto la libreta levemente decepcionado y me conduzco al medidor observando el gráfico. Al contrario de lo que esperaba, sus pulsaciones han bajado hasta estabilizarse a un ritmo normal. El momento de mayor tensión se ha producido justo en el instante en que se ha visto sorprendido por la mano de la enfermera. Ver este decepcionante resultado me hace fruncir el ceño y miro la escena que se reproduce a mi lado con los labios en tensión. Pasados al menos cinco minutos sin que su pene no se empalme me siento en la obligación de intervenir y aparto a la enfermera sustituyendo su mano por la mía y se aparta con una mueca de decepción por su trabajo.

Jimin, al verse sorprendido se sobresalta y su primera reacción es mirarme a los ojos y llevar sus manos a mi muñeca para retirarle de él pero yo aparto sus manos de mí y él comienza a verse indefenso y débil. Verle me hace reconocerme en esa expresión perdida. Esa debe ser mi cara cada vez que sus palabras me contradicen con argumentos demasiado resistentes. Sus labios se abren. Temo lo que pueda salir de ellos.

-No lo hagas. Pare doctor Min… -De nuevo la formalidad. Quiere alejarme de él con esa forma de hablarme. Quiere distanciarnos pero eso solo me reafirma en mi profesión.

-No, cállate.

-Ser homosexual no implica que sienta atracción hacia todos los…

-Shh… -Le chisto y aprieto mis agarre sobre su pene lo cual le hace dar un respingo y miro de reojo la aguja en el medidor. Sin duda ha aumentado su velocidad, pero tan solo es la sorpresa por el momento. Yo necesito un resultado final que la gráfica no puede darme. Mi mano se siente ligera y ágil sobre su pene ya lubricado. Él se deja hacer con los ojos de nuevo apretados. Sus dientes torturando su labio inferior. Sus manos agarrándose en las sábanas de la camilla tras él. De vez en cuando, casi como un acto reflejo, abre los ojos para mirar hacia su vientre y ver mi mano yendo y viniendo sobre su pene. Como un murmuro, él dice algo que no soy capaz de oír y le miro deteniendo los movimientos. Él me mira a los ojos con una expresión un tanto confusa. Él repite.

-Despacio. –Murmura.

-¿Despacio?

-Sí. –Dice y yo suspiro mientras ralentizo mis movimientos.

Simplemente masturbarle no parece satisfacerle y cuelo mis manos bajo su pene para acariciar sus testículos a lo que él vuelve a cerrar los ojos y suspira largamente para volver a morderse el labio inferior. Un par de gemidos se escapan sin querer de sus labios y la aguja comienza a excitarse, como él. Se mueve agitada, emocionada. Cuelo mi mano aún más dentro, abriendo levemente sus piernas y llevando mis dedos cerca de su entrada. Con un mero roce él deja caer su cuello hacia atrás y sus cabellos se mueven libres de la opresión de la gravedad. Sus labios comienzan  hincharse. Su nuez se muestra inquieta y su pecho comienza a albergar más oxígeno, necesitado. Con mi mano libre masturbo de nuevo su pene y con la que acariciaba su entrada la llevo a su cadera y acaricio su piel. Suave, tersa, lechosa. Aprieto mis dedos sobre su carne y él gime con el gesto.

Dirijo mi mano a su glúteo y lo estrujo entre mis dedos provocando en él que vuelva su rostro a mí y me mire con esos ojos negros, profundos. Si me dijese algo ahora, con la intensidad de su mirada, me vería desbordado, pero se limita a agachar el rostro y apoyar su frente en la línea de mi hombro. La aguja comienza a marcar grandes pulsaciones. Intensas, rápidas y violentas. Su pene se ha endurecido a una velocidad asombrosa. Está palpitante, enrojecido. Mi mano en su trasero se cuela a través de su glúteo e introduzco uno de mis dedos haciéndole soltar un gemido lastimero que ahoga en mi hombro. Una de sus manos se suelta de la camilla para apoyarse en mi brazo pero la otra le sostiene aun en la camilla. El olor de su pelo es un dulce aroma a fresa que no soy capaz de considerar apropiado. Su suavidad es sin embargo algo reconfortante. Sus gemidos llenando la sala son lo más sucio que he escuchado nunca y la enferma mirando la escena lo hace todo mucho más violento.

Yo me siento avergonzado por el trabajo que estoy haciendo pero solo pienso en hacerme venir cuanto antes y volverme a sumergir en la protección de mi libreta. Los gemidos se prolongan y cada vez son más frecuentes, igual que los movimientos de la aguja sobre el papel. Su sonido desbocado, el sonido de ambos. Mi mano masturbándole, la textura de su presemen, el calor de su interior alrededor de mi dedo. Todo me sobrepasa pero es él que con su vientre moviéndose se viene en mi mano y sus gemidos comienzan a amortiguarse y a calmar sus nervios. La aguja ha llegado a un tope y ahora se desploma poco a poco. Lentamente volviendo a un ritmo normal. Cuando Jimin levanta la mirada me encuentro con una expresión cansada y enrojecida. Mejillas ardiendo, labios húmedos e hinchados. Abiertos, mostrándome una expresión agotada.

Sus ojos nublados con lágrimas en ellos pero de igual forma enrojecidos. Mirada perdida hasta que cae en mi mirada alejándose de mí y yo me separo de él llevando una de mis manos a mi bolsillo en el pantalón para sacar un pañuelo de tela y limpiarme la mano y un par de gotas de su semen en mi manga. Después se lo paso a él que se limpia parte del vientre avergonzado y su pene. No parece que se limpie el semen sino la presencia de mi mano sobre él. Cuando termina me devuelve el pañuelo de tela pero yo lo tiro en la primera papelera que veo, no queriendo volver a tocarlo nunca, y le señalo con la mirada la ropa sobre su camilla. A la enfermera la encuentro rezando por lo bajo algo que no soy capaz de oír y yo me acerco al medidor de pulsaciones para arrancar la hora con el registro de sus pulsaciones y la doblo, guardándomela en la libreta y encaminándome a la puerta con intención de marcharme. La enfermera me detiene con una voz temblorosa.

-¿Llevo al paciente a su habitación?

-Sí. –Le digo a ella y miro a Jimin con una expresión cansada-. Mañana a primera hora después de desayunar te espero en la sala de terapia. Espero no tener que volver a obligarte a tomar la pastilla. –Él asiente sin mirarme-. Mañana empezaremos a solucionar tu enfermedad.

 


 

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