EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 37

 CAPÍTULO 37


Yoongi POV:

 

Las sábanas bajo el peso de mi cuerpo se curvan y se flexionan mostrándome arrugas de las que me agarro con fuerza. Mirando alrededor, el silencio en toda la habitación, la soledad que me acompañan, no hay nada moralizador que me anime a sacar una mera expresión facial y ni si quiera su olor me hace sentir mejor. Juraría que es incluso al contrario. Mis dedos surcan con cuidado el perfil de la cama, se mueven sinuosamente por las arugas de las sábanas y descienden de nuevo a través de la tela hasta perderme en su textura. Siento el irrefrenable deseo de tirarme sobre ellas y destrozar cada fibra de la tela, rasgarlas, romperlas con gritos y jirones. Quiero deshacerme de mi realidad igual que de estas sábanas, con gestos violentos y destructores que consigan saciar mi alma.

Me llevo las manos al rostro y apoyo mis codos sobre mis rodillas. Me siento a cada segundo que pasa más confuso dentro de este silencio. Jimin en la sala de proyecciones y yo aquí, en su cuarto, viéndome en medio de esta soledad acaparadora. No he creído necesario asistir y tampoco creo que él me eche en falta. A Jin no le ha importado, le he dicho que tenía otras cosas que hacer pero no es cierto. Nunca lo es pero no ha parecido importarle demasiado aunque sí se ha mostrado extrañado. Jimin me ha mirado con ojos apenados pero no muy atentos y me he marchado dejando atrás esa mente vacía de sentimientos por culpa de unos actos egoístas por mi parte.

Entierro mi rostro en las palmas de mis manos abarcándome de la oscuridad que tanto necesito. Cierro los ojos y suspiro largamente por culpa de unos pensamientos involuntarios que se jactan de mi poco controlo mental para dominarlos. Me dejo llevar por el silencio alrededor y baso mis últimos instantes en soledad en memorizar las palabras que Jimin ha repetido esta mañana como un mecanismo estropeado, como una inservible máquina mal enchufada. Un disco rayado. El sonido de la puerta me sobresalta y me sorprendo al encontrar a Jimin ahí parado, mirándome mientras le doctor que le ha acompañado cierra detrás de él y nos deja a ambos sumidos en un incómodo silencio del que yo me deshago tirando de mi nariz por culpa de un par de lágrimas que han salido sin mi permiso de entre mis ojos. Puedo sentir su mirada hacia mí, la penetrante mirada de un hombre sin voluntad, perforando mi imagen.

Vuelvo a cubrirme con las manos el rostro y sigo en mi silencio hasta que el frío de unas manos temblorosas sobre mis muñecas me hace dar un segundo respingo y quito mis manos sobre mi rostro para verle a él, acuclillado delante de mí buscando mi rostro bajo la oscuridad de mis manos. Su mirada curiosa y triste me hace sentir de la misma forma y yo entrecierro mis ojos impidiendo que pueda ver en mí la verdadera tristeza de mis emociones. Cuando consigo clavar mi mirada en la suya, sonríe débilmente por haber conseguido su objetivo y me habla, desplazando mis manos lejos de poder ocultar mi rostro.

-¿Por qué lloras? –Me pregunta con una mueca curiosa y comienzo a pensar si esta es una reacción normal en él o es fruto de las sesiones de ayer. Si lo pienso con cinismo, de seguro que el Jimin de antes se habría reído de mi forma de llorar o de la idea de hacerlo en su cuarto. No sé si ahora me gusta más, o prefería su verborrea de antes. Sus miradas inquietas, su forma de juzgarme con tan solo una palabra. Sabía cómo hacerme sentir mal, pero ahora no necesita nada para devolverme ese sentimiento y eso es lo que más me perturba.

-No estoy llorando. –Le digo mientras me suelto de su agarre y paso el dorso de una de mis manos por mis ojos, deshaciéndome de todo rastro de lágrimas, pero mis palabras le dejan aún más confuso y lleva sus dedos a mis mejillas para pasarlos a través de mi piel. Me dejo hacer, algo incómodo, y suspiro largamente mientras sus ojos me recorren en rostro a su libre albedrío. Con sus yemas recorre desde la línea de mis ojos hasta mi barbilla, y continúa a través de mi mandíbula, por mi nariz. Se detiene a palpar cada instante e incluso creo que está a punto de llorar también en la forma en que sus ojos se han humedecido tan rápido. Sus palabras me sobresaltan.

-No llores, hyung…

-Vale. –Susurro de forma que solo él pueda oírme. No se oye nada más que el sonido de su respiración y la mía. Puedo incluso percibir el latido de mi corazón por culpa de la cercanía de su rostro con él mío. Puedo sentir su aliento, la forma de su cabello casi rozando con el mío. Su nariz, pequeña y brillante iluminada por los fluorescentes de la habitación, todas las tonalidades de rosa entre sus labios, su sabor. Puedo percibirlo o tal vez solo sea el recuerdo que salta en mi mente como forma de autocontrol o más bien, de sobreestimulación.

-¿Estás triste por algo? –Me pregunta mientras acaricia mi pelo y yo me dejo llevar por el contacto de sus dedos a través de mi cuero cabelludo, enredándose con sus manos, esparciendo su olor a través de mi piel. Me siento a su libre manejo y eso me da mucho miedo, pero por otra parte, me gusta. Demasiado.

-Estoy muy triste. –Le digo y él me mira con las cejas en alto por mi respuesta-. Estoy triste por ti, Jiminie…

-¿Por qué por mí? –Pregunta, confuso.

-Siento mucho todo lo que te estoy haciendo… -Murmuro y él me mira con ojos vidriosos y yo llevo mis manos a sus mejillas, desplazando mis pulgares a través del párpado inferior de sus orbes para que las lágrimas que caen no se pierdan en el suelo. No quiero verlas rodar a través de su rostro, porque eso me partiría el alma.

-Es la única forma de curarme, hyung… -Murmura y yo bajo el rostro sintiendo que puedo volver a llorar, pero no me lo permito. Me levanto dejándole ahí sentado en el suelo con su rostro siguiéndome por culpa de su mirada. Me desplazo hasta su escritorio en donde encuentro la caja de cartón que he traído conmigo hasta aquí y se la extiendo. Él no hace el mínimo movimiento, ahí sentado mirándome con esos ojos confusos y sin sentimientos. Puedo sentirlo, puedo sentir como ya no me devolverá el Jimin al que he conocido y acabo sentándome con él en el suelo mientras pongo la caja entre ambos. Él la mira sin entender qué es lo que hay dentro-. ¿Qué es? –Pregunta.

-Son tus cosas. –Le digo metiendo las manos dentro de la caja y rescatando los dos libros de lectura que trajo consigo. Se los extiendo y veo como se ilumina su mirada con el recuerdo. Estoy seguro de que se había olvidado de que había traído consigo todas estas cosas, incluso su existencia. Me alegra saber que sus recuerdos están ahí a pesar de permanecer ocultos por una fuerza intensa que le domina. Lleva sus manos a ello con una mueca de sorpresa e ilusión y cuando los sostiene por su propia fuerza, muestra una radiante sonrisa aniñada y que me hace querer llorar de nuevo. Los estrecha contra su pecho, los ojea comprobando que realmente son sus libros y se los deja en el regazo, mirando de nuevo al interior de la caja. Esta vez no necesita de mi colaboración para hacerse paso a través de los objetos en ella. Alcanza su diario, después su caja de música y su colonia. Los efectos de higiene personal los evita, dado que no los necesita ya pero sí se queda mirando a la distancia le fajo de cartas con una goma alrededor. Los mira curioso y respetuoso de que en realidad no son suyos, sino de Jeon. Les lanza una sonrisa nostalgia pero en su regazo ya no hay sitio para más y se limita a mirar lo que ha cogido con una radiante expresión divertida.

-¿Lo tenías tú? –Pregunta-. ¿Todo esto?

-Sí. Lo he tenido todo yo este tiempo. –Suspiro y él me mira entre ofendido y agradecido.

-Has cuidado de todo esto por mí. Muchas gracias. –Dice y poco a poco va devolviendo las cosas al interior de la caja con cuidado, pero cuando va a introducir el bote de perfume, le detengo y lo sujeto yo entre mis manos. Él me mira avergonzado por que no es un perfume que se espera de él pero a mí me gusta, y lo llevo a mi nariz para oler y huele a fresas dulces y ácidas. Sonrío con el recuerdo del olor y Jimin me devuelve una mirada avergonzada, pero yo me acerco a él quitando la caja que se interponía entre ambos y hecho un poco de ese perfume en la yema de mi dedo índice para después, aun con la humedad, esparcir el alcohol por la línea de su mandíbula, y después, el mismo procedimiento por la línea de su muñeca derecha. El olor comienza a inundarnos con una rapidez pasmosa. Me encuentro rodeado de esa fragancia que me incita a una desmesurada acción kamikaze. Me siento perdido dentro del olor pero, al igual que un fino velo, me oculta momentáneamente de la realidad con una fragancia opiácea.

-Quiero que vuelva el Jimin de antes. –Susurro cerca de su rostro y él levanta la mirada para mirar directo a mis ojos. Yo le devuelvo la mirada con miedo y acaba bajando el rostro, avergonzado.

-¿Por qué? No soy de ayuda para esto… -Murmura y yo frunzo los labios.

-Me gustaba el Jimin de antes. –Reconozco a lo que él se encoge de hombros.

-¿No quieres que me cure? –Pregunta con la mirada triste y yo le devuelvo una aún más dramática-. Necesito ayuda para salir de esta… -Suspira.

-Todos necesitamos ayuda. –Le digo a lo que él me ignora y rescata la cajita de música de madera y le da cuerda con una lentitud tediosa.

-Quiero tener una vida normal. –Dice, con voz cansada-. Quiero tener un buen trabajo, y una familia al llegar a casa.

-No lo dices enserio. –Le digo pero él niega con el rostro, contradiciéndome.

-He tenido tiempo para pensar aquí dentro, y después de tantos días, he llegado a esa conclusión.

-¿De verdad?

-Quiero estabilidad. No quiero tener que esconderme de nadie.

-Yo tampoco. –Digo y él me devuelve una mirada cómplice pero sorprendida. No se esperaba mi respuesta y cuando suelta la cuerda de la caja, esta comienza a sonar con una lúgubre melodía que he llegado a saber de memoria. El sonido rompe este incómodo silencio.

-Tú no tienes de qué esconderte. –Me dice con los labios hechos un puchero y yo aprieto mi mandíbula.

-Tú tampoco. –Él me devuelve una mirada mucho más extrañada-. Nada de qué avergonzarte. Ni de qué sentirte culpable.

-Dios no me perdonará todo lo malo que he hecho.

-Dios no me perdonará a mí, por destrozar su creación más hermosa. –Le respondo llevando mi mano a su mejilla, levantando levemente su rostro y acercándome a él con una temeraria necesidad del contacto. Lo llevo a cabo desde sus labios hasta el roce de nuestras narices. Puedo sentir la textura de sus labios húmedos colarse a través de los míos, su lengua, tímida pero precavida, al borde de su boca y sus mejillas suaves, calentarse a través de los segundos. Puedo sentir su mano sobre la caja de música temblar, y su otra mano extendiéndose hasta posarse sobre la mía propia en su mejilla.

-¿Esto es un sueño? –Murmura sobre mis labios en un instante en que necesitamos de aire. Niego con el rostro rozando su nariz con la mía.

-Nunca lo ha sido. –Suspiro y vuelvo a besarle esta vez con mis dos manos alrededor de su cuello, colándome por su nuca con mis dedos, sintiendo sus cabellos amoldarse a mis falanges y su cuerpo cediendo a tan dulce contacto. Sabe a fresas, fresas dulces y ácidas que me conmueve el alma y los recuerdos. Puedo sentir como su ceño se frunce en el momento en que necesita de más contacto. Tuerzo mi rostro, abro mis mandíbulas, aprieto su rostro contra el mío hasta que nuestras respiraciones se entremezclan. Comienza poco a poco a levantarse del suelo sin liberar mis labios. Suelta la caja de música que cae en alguna parte de la sala. Al ver como se incorpora yo alzo mi rostro para mantener nuestros labios unidos y acabo cediendo a su cuerpo, cayendo de espalda al suelo con su peso sobre el mío. Me hace sentir más inofensivo de lo que me habría esperado pero su sonrisa sonriendo en el beso y su risa llenando el vacío del silencio me conmueven hasta el punto en que no me importa en qué momento hemos acabado en esta situación. Es hermosa y él también lo es.

Entrecierro los ojos mientras sus piernas se acomodan al espacio entre las mía. Su mirada cae sobre mi rostro y su juguetona expresión me conmueve. Sus manos acarician con cuidado mi flequillo y sus ojos me recorren con precisión desde el cabello hasta mi pecho. Sentirme observado me incomoda pero yo hago lo mismo con él y ambos disfrutamos de la sensación de sentirnos acompañados, por primera vez en mucho tiempo. Cuando está a punto de volver a besarme, le detengo.

-¿Crees que puedes hacerlo? –Le pregunto a lo que él se me queda mirando con una mueca confusa-. ¿Después de todos los tratamientos de aversión?

-Comprobémoslo. –Me propone a lo que vuelve a besarme con evidente necesidad. Me dejo hacer por sus labios mientras mis manos le recorren la espalda, y la forma de su cintura. Me hace sentir débil y acomplejado, me siento indefenso ante su peso y temeroso ante la iniciativa de que él tome el control. Me debato en la idea de psicoanalizarme ahora mismo pero el movimiento de sus labios es lo suficientemente hipnótico como para dejarme débilmente atontado y ceder a todo lo que él me pida. La música sigue sonando pero yo solo tengo oídos para el sonido de nuestros labios entrechocando.

Pasado el tiempo suficiente en el que necesito de más, él también comienza a tener esa necesidad y comenzamos a explorar nuestros cuerpos debajo de nuestras ropas. El suelo no es un lugar muy cómodo por lo que me levanto llevándomelo conmigo y antes de dejarnos caer sobre la cama me deshago de mi bata blanca, de mi chaleco y de los primero botones de mi camisa. Pero entonces él ya se ha desvestido por completo y me ayuda a mí a deshacerme del resto de mi ropa. Cuando me he quedado tan solo con la ropa interior rodeo su cintura con mis brazos y le atraigo a mí para un nuevo beso. Es tan solo en sus besos en donde puedo sentir que el verdadero Jimin se esconde debajo de estos, en el ADN de su saliva, en la irritante forma por mantener el control pero en su delicada sumisión a mis actos.

Él, bajo mi cuerpo y con la cabeza sobre el almohadón, me mira desde la distancia con una mueca divertida y entusiasmada. Me siento entre sus piernas abiertas y le acaricio el vientre que se mueve con su respiración. Tiene la piel tan suave como el terciopelo y juraría que si me esfuerzo, puedo sentir cada poro de su piel exhalar el miedo y la emoción por la situación. Puedo hundir mis yemas en su carne, puedo jugar con ella, acariciarla, arañarla que él no va a decir nada. Se limita a mirarme con ojos entrecerrados y con sus manos sujetándose en la almohada. Bajo mis manos hasta su bajo vientre, acaricio con suavidad su vello púbico y rodeo con mi mano su pene levemente endurecido. El contacto le hace dar un respingo y me quedo mirando la forma en la que cierra sus ojos y muerde su labio inferior. Pareciera que juega conmigo. Me está torturando de la forma más cruel pero me gusta. Añoraba sentirle de nuevo entre ms manos aunque no hubiese sido jamás de esta forma.

-Te quiero. –Murmuro a lo que él sonríe dulcemente y lleva una de sus manos a una de mis piernas, para sujetarse, para acariciarme de la misma forma en que hago con él. Me devuelve una mirada y me responde suavemente.

-Y yo a ti, hyung… -Con sus palabra me inclino para un beso y él me rodea el cuello con sus brazos. Ya no quiero escapar de su abrazo ni de su olor. Cierro los ojos y le coloco con las piernas alrededor de mis caderas. Se muestra receptivo pero sé que está nervioso y con cuidado le lubrico y le preparo para una buena penetración. Yo también estoy extrañado por la propia situación. Hacía años que no tenía relaciones y verme con él, con alguien como mi primera vez, con mi única vez. Pero no es el recuerdo lo que me alimenta, es su verdadero rostro, sus facciones, son sus palabras y su olor lo que me cautivan. Cuanto desearía que este instante no se terminase, poder tenerle entre mis brazos mientras gimotea mi nombre con orbes vidriosos.

En el momento de la penetración, se agarra con fuerza a mi cuerpo, sea donde sea. A mis brazos, mis piernas, a mi espalda e incuso se sujeta de mi cintura impidiéndome ir demasiado rápido, impidiéndome huir en un arranque de cordura. A mí eso no me preocupa, la he perdido por completo. Verme poco a poco en su interior me hace sentir una adrenalina descocida que me satura hasta el punto de caer sobre su cuerpo y respirar con fuerza sobre sus labios. Él busca besare para apaciguar el dolor que siente pero no es el suficiente como para que se arrepienta. Gime mi nombre, lo hace con una voz aniñada que me entusiasma. Sus manos alrededor de mi cuello, arañando mis hombros, mi espalda. Me hundo en la línea de su cuello y respiro con intensidad su olor a fresas, él sonríe por mi gesto y yo muerdo y lamo su oreja a mi alcance. Se siente tan dulce, tan suave. Parece un trozo de azúcar deshaciéndose en mi boca, llenándome esta de agua.

-¿Puedo moverme? –Le pregunto a lo que él asiente agarrándose a mi espalda y comienzo a envestirle mientras él abre como por un resorte sus piernas y me facilita la penetración. El sonido de nuestras pieles chocando me anima a hacerlo a más velocidad, él gimiendo es un aliciente y sus manos agarrándome con fuerza no me dejan ir. Cierro los ojos golpeándole con insistencia en su punto dulce y él se mueve acompasado por los movimientos, buscando aun más contacto, golpeándose a sí mismo. Sus manos me sueltan para agarrase a cualquier cosa y no hacerme daño, yo le agarro a él con intensidad para controlar su cintura a mi libre albedrío.

Me vengo yo primero culminando en su interior escondido en la línea de su cuello. Salgo de él para girar su cuerpo y ponerle boca abajo mientras vuelvo a tumbarme sobre él, aun endurecido, y penetrarle con más facilidad para alcanzar su próstata. Me agarro a él, me escondo en su nuca, le muerdo la piel, le araño los brazos. Él gime oculto en el almohadón y se corre con mi mano masturbándole a gran velocidad. No es hasta unos segundos después que ambos nos recomponemos y podemos suspirar largamente habiendo roto a sudar, con muecas avergonzadas y sin ser capaces de mirarnos el uno al otro. Sentados en la cama con las sábanas revueltas y nuestros cuerpos desnudos el uno frente al otro, yo no noto diferencias y me gustaría encontrarlas pero lo único que destaca en mí son las líneas partiendo mi muñeca y me quedo mirándolas, con el ceño fruncido dado que había olvidado por completo que estaban ahí, como un recuerdo que ha dejado de tener importancia en comparación con la imagen de su cuerpo en mis manos.

La música ha parado, solo se oye el sonido de nuestra respiración y cuando soy valiente para mirarle, me encuentro un rostro enrojecido, de ojos llorosos y de frente sudada. Me devuelve una mirada satisfactoria y no me contengo para abrazarle con mis brazos en torno a sus hombros y él se deja caer en la línea de mi cuello mientras me devuelve el abrazo. Beso su pelo levemente humedecido y aprieto mis manos sobre su piel. Se siente tan bien.

-¿Estás bien? –Le pregunto a lo que asiente con una sonrisa agradable. Eso es cuanto necesito saber. No quiero más que una afirmación y una sonrisa de sus labios. 

 

 



  Capítulo 36                            Capítulo 38

 Índice de capítulos

 

Comentarios

Entradas populares