EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 36

 CAPÍTULO 36


Yoongi POV:

 

Al igual que el día anterior me sumerjo en el interior del cuarto de Jimin pero esta vez con la adrenalina propia del desconocimiento por la escena que se me puede llegara a mostrar en el interior. Lo que recibo no es sino una terrible mueca de completa desazón y hieratismo de su parte, su cuerpo sentado en la cama mirando a ninguna parte y con la bandeja del desayuno aún sobre su escritorio sin tocar, perfectamente impoluta. La manzana verde sobre la bandeja brilla propia de una buena manzana pulida y el cuenco con avena y leche está en perfecto estado pero ya frío y algo cimentado en el interior del plato. Ha fraguado y seguramente ya no esté apetecible pero es evidente que nadie le ha puesto una mano encima. Regreso los ojos a Jimin que se encuentra sentado con las manos sobre las piernas y estas dobladas al borde de la cama. Con los pies descalzos sobre el frío suelo y su rostro mirando directamente la bandeja de comida pero no tiene los ojos enfocados en ella, parece que mira algo entre medias de ambos, parece que no mira nada en concreto y eso me hace sentir perturbado y culpable, muy culpable. Entro en la habitación y me apoyo en la puerta cuando he cerrado detrás de mí. Suspiro largamente y hablo en un susurro, esperando por alguna respuesta que no viene.

-Hola, Jiminie… -Murmuro, pero nada. Me fijo más directamente en su rostro, de pelo revuelto y ojos vítreos, de labios pálidos y expresión hierática. Sobre la sien que veo en este perfil puedo denotar una rojez casi imperceptible de algo que ha tenido sobre ella. Reconozco la marca al instante pues la he visto suficientes veces como para darme cargo de conciencia. Sus mejillas se ven pálidas, su estado no está mucho mejor y de seguro que no cenó anoche y no ha comido nada esta mañana. Con una mueca de culpabilidad y mordiéndome el labio inferior le dirijo la mirada de nuevo y le llamo la atención, un poco más esperanzado por propuesta-. ¿No quieres que bajemos al jardín? ¿No quieres darte una vuelta? –A mis preguntas emite un gemido sin sentido y acaba encogiéndose de hombros con tranquilidad. Sin soportar un segundo más su rostro inexpresivo camino hasta él y me paro enfrente, pero nada. Me arrodillo quedando a la altura de sus ojos y consigue enfocare tras unos segundos. Cuando sus orbes caen sobre los míos, su expresión denota algo diferente, como con una mueca de sorpresa y angustia que no sabe sobrellevar. Esconde sus manos bajo las mangas de su camisa y me aparta la mirada, casi pareciera pudoroso-. ¿Por qué no has desayunado? –Pregunto y él vuelve a encogerse de hombros bajando la mirada a sus manos medio escondidas en sus mangas. Yo llevo mis manos sobre las suyas pero él retrocede el contacto y se aleja débilmente de mí, dando un respingo asustado. Yo le miro triste y él me devuelve una mirada ahuyentada.

-No tengo hambre. –Dice en un susurro y yo me muerdo el labio inferior. Me incorporo y alcanzo la manzana verde para entregársela a lo que él la coge con obediencia y me vuelvo a acuclillar frente a él. Sus ojos me miran confusos por mi reacción y yo llevo de nuevo mis manos a las suyas pero muy lentamente, mostrándole que no voy a hacerle daño. Cuando las tengo bajo su peso, asciendo sus labios hasta llevar la manzana a sus labios y él gira el rostro, negándose a ella.

-Vamos, pequeño, es bueno que lo hagas. –Le digo y mirándome con rostro apenado acaba asumiendo que no hay alternativa y da un pequeño muerdo crujiente a la piel de la manzana, llevándose con ella un poco de su carne. Mastica lentamente varios segundos y traga, devolviéndome una mirada buscando en mí la satisfacción por su gesto. Yo sonrío amable y asiente, conforme con sus actos. Poniéndome en pie miro fuera y me fijo en el sol que hoy nos ilumina y le miro de nuevo a él, con una interrogación en mi rostro-. ¿Quieres salir? –Le pregunto a lo que él asiente no muy convencido pero acaba incorporándose lentamente y poniéndose a mi lado mientras yo me debato en si agarrarle o dejarle caminar sin tener que lidiar con su incomodidad ante mi contacto.

Cuando salimos de la habitación nos encaminamos escaleras abajo hasta el último piso y poco a poco nos desplazamos hasta la puerta que da al patio trasero de la institución. Lo hago sin apartarle la vista, sin estar alerta por si necesita algo o por si no se siente cómodo. Me siento extraño a su lado a pesar de todo porque no me reconozco en mí, pero tampoco le reconozco a él y eso es lo peor de todo, la extraña sensación de que no somos los mismos, yo por su culpa y él por la mía. ¿Esto es normal? Me siento alienado y a la vez culpable de mi propia alienación y de la suya, por mi causa. Me desenvuelvo entre mis pensamientos hasta que salimos al exterior y me golpea el aire fresco de una mañana agradable. Se me ha olvidado ponerle calcetines y al menos, poner sobre su cuerpo algo de abrigo más que una simple camisa de hospital. No se queja así que aplaco mi preocupación, pero tampoco creo que pueda quejarse, así que la preocupación regresa.

-Hace un día muy bonito, ¿no crees? –Le pregunto mirando como una mariposa blanca se posa en un arbusto cercano y prende el vuelo cerca de nosotros. Él ni la ha mirado pero asiente a mi pregunta con una expresión hierática y con una manzana mordisqueada en su mano derecha. No sé si recuerda que la tiene ahí, no sé si me recuerda a mí y si se recuerda a si mismo pero no parece preocupado por nada de eso. Nos encaminamos por un pequeño caminito de piedras adosadas en el suelo pero a medida que nos desplazamos le veo cada vez más incómodo que no inquieto. Tenso, mirando sus pies en el suelo y la forma en que se desplazan a través de las piedras. No es hasta que no nos sentamos en un poyo de piedra, con la parte trasera en arbustos de pequeñas flores blancas que no vuelvo a hablar, absorto como estaba, en la idea de que haya sido un error salir-. ¿Quieres que comencemos con la terapia? –pregunto a lo que él se encoge de hombros mostrándose desinteresado. Yo no he traído libreta y tampoco nada donde apuntar. No me pareció necesario pero ahora me arrepiento de no haber traído algo en donde enfocar mi mirada. Él es una imagen demasiado deprimente y el ambiente, hace un cruel contraste-. ¿De qué quieres hablar?

-Me da igual. –Contesta con simpleza, posando sus manos sobre su regazo sentado y la manzana queda ahí, con un mordisco que comienza a oxidarse.

-¿No se te ocurre nada? –Niega con el rostro-. ¿Quieres que hablemos de lo de ayer? –Niega de igual forma pero con un segundo más de retraso. Yo suspiro largamente y miro alrededor, buscando algo que me haga sacarle más de tres palabras seguidas a lo que no consigo hallar nada. Sucumbo a un tópico que ya hemos tratado-. ¿Qué crees que es el amor? –Pregunto a lo que él piensa unos largos segundos y gira el rostro para mirarme.

-Ya hemos hablado de eso… -Murmura pensativo y confuso a lo que yo asiento pero me encojo de hombros.

-Ya lo sé… pero dime. ¿Qué piensas al respecto?

-Pues… -Piensa-. Es un sentimiento. Un sentimiento de fidelidad, comprensión, y cariño. –Sentencia y me mira esperando mi aprobación. Como no la obtiene y le muestro una cara confusa, me gira el rostro y se queda mirando un punto muerto en algún lugar del césped delante de sus pies en el suelo.

-¿Eso es lo que piensas realmente? –Asiente-. Es algo parecido a lo que me dijese la otra vez. –Se encoge de hombros-. ¿Has sentido amor antes? –Se encoge de hombros a lo que yo alzo una ceja. A la misma pregunta me contestó que sí, hace tiempo. Hoy se muestra indiferente y confuso. Yo entrecierro los ojos y él mueve los pies, sobre la hierba bajo sus dedos.

-¿Qué es la amistad? –Pregunto y él piensa.

-Es un sentimiento. Un sentimiento de fidelidad, comprensión, y cariño. –Repite y yo le miro con una mueca sorprendida. Le rebato.

-¿Cómo lo sabes? Nunca has tenido amigos… -Él se limita a encogerse de hombros y mostrarme una expresión de sorpresa, dado que parece haberse dado cuenta ahora de que no ha tenido nunca amigos.

-¿Qué sienten los familiares? ¿Qué sientes por tu familia?

-Es un sentimiento. Un sentimiento de fidelidad, comprensión, y cariño. –Sus palabras vuelven a producirme esa sensación de desazón que no sé manejar y peor es aun su expresión inquebrantable que da a entender que no cree haber repetido sus palabras. Cada vez que lo dice, parece para él ser la primera.

-¿Qué sientes por mí? –Le pregunto a lo que él piensa con algo más de tiempo, pero el resultado es prácticamente el mismo.

-Un sentimiento de fidelidad, comprensión, y cariño.

-¿Sientes cariño por mí? –Pregunto a lo que él asiente sin pensárselo demasiado y yo frunzo el ceño extasiado. Siento un nudo formarse en mi garganta y miro a cualquier parte evitando su rostro. Me destroza la idea de haber quemado todas las grandes ideas de su cerebro al querer domar su carácter. Suspiro largamente y miro la manzana en sus manos-. ¿Qué opinas del pedante de Dostoyevski? –Pregunto y él se encoge de hombros, tranquilo.

-Es buen escritor. –Dice y yo comienzo a tamborilear con mis dedos en mi rodilla derecha.

-¿No crees que su literatura sea mala? –Niega con el rostro a mi pregunta y yo asiento, comprendiendo-. ¿Y qué opinas de la religión católica? –De nuevo esa expresión tranquila.

-No opino nada. –Dice y yo frunzo el ceño.

-¿Nada?

-Nada. –Sentencia tranquilo, piensa más a fondo y vuelve a mirarme-. Nada.

-Vale. –Digo sentenciando la conversación y miro al frente. Un par de enfermos caminan con enfermeras a los lados de regreso al interior de la institución. Nos hemos quedado a solas él con el sonido de su respiración y yo escuchando el sonido del piar de los pájaros alrededor. Es una hermosa mañana y es un hermoso jardín del que, si no estuviera el edificio enfrente, juraría que estamos perdidos en el mundo de Alicia en el país de las maravillas. Es una hermosa pesadilla de la que no soy capaz de escapar y sin embargo me veo reconocible en ella, a lo largo de tanto tiempo, ha acabado por sumirme en un profundo sueño de desesperación y subordinación. Jimin a mi lado se mira las manos y mira la manzana en ella. Con un gesto tranquilo la vuelca sobre su regazo y la deja caer piernas abajo hasta el suelo. Cae rodando por el césped, se aleja metro y medio y se detiene rodeada de hierba y con un silencio atroz. Un pájaro ha salido volando por el intruso en su espacio y la hierba se hunde alrededor por el peso mientras que algunas briznas la cubren con tranquilidad. El trozo faltante se ha oxidado, puedo olerla desde aquí y también puedo oler las flores detrás de nosotros y sentir el calor del sol acariciando mis mejillas.

-¿Echas de menos a tus padres? –Le pregunto a lo que él asiente, tranquilo, como si le costase captar el sonido de mi voz de nuevo.

-Sí.

-¿Echas de menos la universidad?

-Sí, un poco. –Dice, tranquilo, sin apartar los ojos de la manaza.

-¿Echas de menos a Jeon? –Esta vez no obtengo respuesta alguna. Cuando pasan al menos treinta segundos y aún no ha contestado, me atrevo a girar mi rostro y me encuentro un sepulcral silencio del que no voy a obtener nada. No es como si su rostro hubiera cambiado ni como si me mostrase una expresión confusa o frustrada. Un hieratismo preocupante, mirando la manzana en el suelo y su silencio acompañándole. Me limito a quedarme con la interrogación en el aire y con la forma de su sien amoratada. Miro yo también la manzana en el suelo por la que sube una pequeña hormiga negra y campea alrededor.

Nunca pensé que un silencio pudiera doler tanto y ser a la vez tan sumamente placentero. La falta de una respuesta me hace sentir alicaído, pero el no oírle hablar con esa voz neutra y sin vida me sobrecoge antes de caer en el llanto. No es una satisfacción completa, es una dulce inyección de veneno con sabor a miel. Me anestesia del dolor que próximamente va a arremeter contra mí. Me siento ido, cansado, insatisfecho y muy enfadado conmigo mismo. Me siento exhausto. Me siento agotado.

 

 


 

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