EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 35
CAPÍTULO 35
YoonGi POV:
Entro en la habitación de Jimin en el momento
en que el sol comienza muy lentamente a descender. Han pasado varias horas
desde la comida y el sol parece querer comenzar a despedirse de nosotros. Se ha
tornado algo anaranjado, se aleja por el
horizonte escondiéndose tras los edificios. Cuando entro en el dormitorio lo
primero que recibo es una sonriente mirada de un Jimin curioso por el paisaje a
lo lejos, de pie ahí frente a la ventana y de brazos cruzados, se gira a mí
para mirarme y tras sonreírme regresa a aquello que le haya llamado la atención
tras los cristales. El color anaranjado del sol sobre sus cabellos le hace
parecer un alma pura con luz propia. Sobre su piel la colorea de un agradable
color caramelo que me parece incluso agradable en él y como no me dice nada y
yo aun puedo desperdiciar un par de minutos de mi vida, me adentro en el cuarto
cerrando detrás de mí y colándome en silencio, hasta detenerme a su lado de
forma que al mirarme pueda ver el reflejo de la luz del sol en sus orbes
negros. Parecen preciosos ónices pulidos. Su mirada me hace sentir tranquilo a
pesar de todo.
-¿Qué hay ahí fuera tan interesante? –Le
pregunto juntando mis manos en mi espalda mientras él se encoge de hombros y se
limita a mirar fuera de nuevo. Yo imito su gesto topándome con una escena del
todo común del jardín trasero de la institución. Un par de enfermeros paseando
a un par de hospitalizados, uno en silla de ruedas y el otro caminando a pie
entre unos arbustos de rosas rojas.
-Solo miro, sin más. No hay mucho que hacer
aquí. –Dice como si yo no lo supiera y sonrío endeble mientras sigo la mirada de
sus ojos como delinean la fila de árboles que rodean el terreno de la
institución, altos abetos oscuros de copas limpias y relucientes.
-¿Te gustaría bajar a dar un paseo? Dentro de
poco empezará la estación de lluvias, y ahora que hace mejor tiempo…
-¿De veras? –Pregunta ilusionado pero yo le
miro un tanto firme.
-¿Qué te parece mañana a primera hora? ¿Te
gustaría dar la sesión en el patio? –Pregunto mirando con un gesto abajo y él
me sonríe asintiendo, tremendamente ilusionado por tal estupidez. Ha alcanzado
el límite en que cualquier cosa que salga de la monotonía en la que estaba
inmerso, es todo un descubrimiento y a veces, incluso, una recompensa. No todo
lo nuevo es bueno y no todo lo que le queda por descubrir son regalos y
recompensas. Acabo de brindarle mi regalo, por un castigo que aún no le he
impartido.
-Me gustaría mucho. –Asiente sonriendo mientras
mira abajo, con una mueca un tanto esperanzada. Sonríe frente al cristal y
puedo ver cómo su rostro se ilumina por mis palabras y por sus ideas vagando a
lo largo y ancho de su mente. Las cortinas blancas haciendo del fondo de la
escena, la luz reflejándose en el brillo de sus mejillas, sus manos jugueteando
con el borde de su camisa. Solo me falta el olor a fresas que tanto extraño en
él y antes de dejarle que fantasee más con la idea que acabo de proponerle,
llevo mi mano a su hombro.
-Tenemos que irnos. Es la hora. –Le digo a lo
que él asiente regresando a la realidad y se gira a mí mientras yo me giro a la
puerta y ambos salimos fuera de su cuarto cerrando detrás de nosotros y nos
encaminamos a lo largo del pasillo. Antes de saber hacia dónde nos conducimos,
él saca conclusiones precipitadas.
-¿Vamos a la sala de proyecciones? –Niego con
el rostro y él parece tardar unos segundos en habituarse a mi respuesta por lo
que frunce el ceño cuando me desvío hacia la planta baja y él se ve en la
obligación de seguirme. Lo hace sumiso pero dubitativo-. ¿A dónde estamos
yendo?
-A una de las salas de la planta inferior. –Le
digo pero él me mira con ojos entrecerrados dado que es algo obvio, estando ya
en la última planta.
-¿Qué clase de tratamiento tengo hoy? –Pregunta
comenzando a ponerse nervioso y es ese mismo nerviosismo el que vamos a tratar
hoy. La impaciencia, la sublevación y su violencia.
-Cuando lleguemos te explicaré. Que necesidad
de saberlo todo… -Le digo a lo que él rueda los ojos exasperado por mi conducta
pero no es la mía la que debería preocuparle. Caminamos a lo largo del pasillo
hasta que veo a una de las enfermeras salir de una habitación de este pasillo y
cuando se para a mirarnos, sonríe satisfecha como si hubiera salido para ir a
buscarme, indicándome que ya estaba todo listo y preparado. Supuse que lo
estaría pero tampoco me sorprendería que aun así tuviera que esperar. Cuando llegamos
a la puerta de la sala nos encontramos con una habitación solamente iluminada
por la luz que entra desde la ventana, lo cual es sufriente, y una camilla en
el medio de esta. Una camilla de sábanas blancas y un almohadón bajo en uno de
los extremos. No es la cama en sí lo que llama la atención de esta sala, sino
los llamativos amarres de cuero que esta porta, dos en el lateral superior y
dos en el inferior, claramente para las cuatro extremidades.
-¿Vamos a repetir lo del otro día? –Pregunta
refiriéndose al intento por que tuviera relaciones sexuales con una mujer. Yo
niego con el rostro y le sujeto levemente con el brazo adentrándole en la
habitación. Le pongo de espaldas a la cama, de forma que apoye su cadera en
ella y me acerco a su cuerpo para tranquilizarle, posando mis dos manos sobre
sus hombros.
-No tienes que preocuparte por nada, ¿vale? Si
estás tranquilo no va a pasar nada malo y te prometo que esto acabará antes de
que te des cuenta. –Le digo mientras veo tras su hombro como preparan la máquina
de electrochoque y ajustan las tomas con unos paños blancos. Yo regreso la
mirada a los ojos de Jimin que me devuelven una expresión asustada y algo
confusa.
-Si me hablas así no consigues tranquilizarme,
al contrario.
-No te pongas nervioso. –Le repito-. ¿Me
prometes que me obedecerás en lo que te pida? –Pregunto a lo que él me mira
sospechoso y niega con el rostro haciendo un mohín con los labios-. Por favor,
tienes que hacerlo por mí. Después de esto todo será más fácil.
-¿Qué vas a hacerme? –Pregunta con voz
necesitada de la información para su posterior sumisión al tratamiento y yo
bajo mi rostro suspirando largamente en la encrucijada de atarle por la fuerza
o dejarle hacer, pero a cambio de una información que no creo que acepte con
diligencia.
-Vamos a intentar domar tu carácter. –Le digo
con una amable sonrisa a lo que él frunce el ceño, casi ofendido-. Es tan solo
una sesión de electroshock*, no va a pasar nada malo. –Al oírme decir la
palabra electroshock, da un respingo y se gira casi como un resorte para ver la
máquina que están poniendo a punto y yo agarro su brazo, dado que siento de él
el impulso de salir corriendo. No lo hace pero me devuelve una mirada temerosa.
-¿Qué vas a hacerme?
-Solo es una pequeña descarga. Te lo prometo.
-¿Para qué quieres eso?
-Te hará ser más tranquilo y positivo. Te lo
prometo. Se ha empezado a usar para personas con depresión o estados de ánimo
muy irascibles… -Digo a lo que él tira de su brazo para deshacerse de mí pero
yo le agarro con más fuerza.
-¿Por qué quieres cambiarme? –Pregunta con un
deje de impotencia.
-Porque para eso estás aquí… -Murmuro y él me
mira con ojos vidriosos y suspira largamente mirando a todos lados, buscando
una alternativa a la simple idea de reconocer que debe someterse al tratamiento
pero la voz del médico que está preparando el electroshock detiene sus
pensamientos.
-Está todo preparado. Coloque al paciente en la
camisa. –Me dice y yo asiento mirando a Jimin buscando su consentimiento pero
este niega con el rostro no con tanta insistencia como con miedo. Yo le empujo
levemente de las caderas y se sienta en la cama casi como un gesto
involuntario, sin apartarme la vista. Con cuidado levanto una de sus piernas y
él mueve la otra subiéndose al fin a la cama sin rechistar pero con la
incesante confusión e inconformismo en la expresión de su cara, en la forma en
que me devuelve la mirada, en sus labios moviéndose queriendo decir algo pero
mudos, ante la realidad. Cuando se deja caer sobre el colchón, el médico y yo
le atamos los pies con las correas de cuero casi desgastado y corroído y las
muñecas en unos brazaletes igual a la altura de sus caderas. Cuando agarro su
mano esta se torna temblorosa, está temblando y cuánto me gustaría estrechar
sus dedos con cariño pero me veo en la obligación de esposarlos en correas de
cuero que limiten sus movimientos.
El médico le sujeta la barbilla y le introduce
dentro de la boca un molde de dientes de plástico para que muerda y no se le
rompan los dientes por la presión de ambas mandíbulas a la hora del choque de
electricidad. Jimin no me aparta la mirada de unos ojos llorosos por el miedo y
yo llevo mi mano a la suya, estrechando dos de sus dedos entre mi mano y él me
devuelve el apretón con fuerza, con miedo, con un temblor que me hace querer
más. Lo siguiente son los electrodos. Un aparato de alambre con la forma
redondeada de su cabeza y que acaba en dos semiesferas recubiertas de un paño
húmedo que caen sobre sus dos sientes. Se ajustan a la forma de su cráneo y
alguno de sus mechones negros cae sobre la almohada dibujando una sinuosa línea
negra que me quita toda la atención sobre el resto de cosas. Con una pequeña
inyección el médico le administra succinilcolina como relajante muscular y
atropina para inhibir la salivación y que no se atragante con ella dado que su
boca está cubierta por ese instrumento de plástico. Apenas cinco minutos
después ya podemos comenzar con la sesión y suelto la mano de Jimin que al
principio busca de nuevo desesperado ese contacto pero acaba cediendo a la
soledad y su mano se contrae en un puño, atento a todo estímulo y miedo que
quiera arremeter contra él. Puedo ver sus pequeños pies en calcetines de lana
sobre la cama, moviéndose algo nerviosos. Su vientre, la línea tan perfecta de
su vientre subiendo y bajando por la acelerada respiración. Su pecho por igual,
el perfil de su rostro boca arriba, su pequeña nariz con la punta brillante,
sus mejillas enrojecidas por la tensión, su frente rompiendo a sudar por el
pánico. Me quedo embobado hasta que el médico me da una señal a la que yo
asiento como confirmación de que puede empezar la terapia y enciende la máquina
iluminando algunos LEDs y con cuidado selecciona el voltaje que se va a aplicar
y con mucho cuidado lleva uno de sus dedos a un pequeño interruptor de metal,
pequeño pero visible en medio de una superficie lisa que activará la corriente
eléctrica para que busque tierra a través del cuerpo de Jimin. Lo acciona
haciendo que, casi de forma instantánea, el sonido de la electricidad pase a
través del cableado hasta la cabeza de Jimin, que se ve en la obligación de
cerrar los ojos con fuerza involuntaria y todo su cuerpo se contrae,
elevándose, retorciéndose con un movimiento que más bien pareciera ser
controlado por la electricidad. Cinco segundos después el hombre sube el
interruptor y el cuerpo de Jimin se relaja y cae como una sola sobre la cama
aun con ojos cerrados y sus manos hechas dos puños agarrando con fuerza las
sábanas debajo de él. Sus pies se han revuelto y ha estado a punto de perder
uno de los calcetines. Puedo ver su piel a través de él. Una piel pálida y
rosada.
La respiración de Jimin se relaja con los
segundos, dos lágrimas caen de su ojo derecho y puedo ver como se mueven sus
labios sobre el plástico en su boca. Poso mi mano sobre la suya de nuevo en la
cama buscando una reacción por su parte y la encuentro en cómo me aprieta con
necesidad. Sus pequeños dedos se ciernen sobre los míos con una constante
ansiedad que le obliga a no querer soltarme de nuevo. Yo sí me veo en la
obligación de ello y miro al médico que vuelve a emitir corriente eléctrica. La
reacción de Jimin es la misma. Su cuerpo se contrae y se eleva sobre la cama.
El calcetín cae por fin de su pie y sus manos aprietan con fuerza todo lo que
encuentran a su lado. Oigo sus gemidos de su garganta dolorida. Son gemidos de
dolor incontrolables, son gritos amortiguados. Verdaderos sonidos de horros que
se están esparciendo a lo largo de la sala, del pasillo fuera, de toda la
institución, pero el verdadero sonido aterrador es el de la corriente eléctrica
atravesando su cuerpo con insistencia, quemándolo, dominándolo, moldeándolo con
su suave mano de plomo.
El médico detiene la electricidad y de nuevo,
el cuerpo sobre la cama se relaja, pero no lo hace su respiración que rompe a
llorar. Llora produciendo convulsiones en sus hombros y tórax. El sonido de su
llanto reverbera alrededor y yo llevo dos de mis dedos a su mano, la cual me
recibe con un temblor producto de las lágrimas de sus ojos. De sus labios veo salir
el brillo de su saliva y puedo sentir como aún le recorren espasmos de
electricidad por su cuerpo. No se atreve a abrir los ojos y tampoco quiero que
lo haga, no soy valiente para enfrentarme a su mirada y tampoco a sus palabras.
Suelto su mano la cual me cuesta desprender de mí y el médico emite una última
descarga. Esta es igual de intensa pero produce menos efecto en un cuerpo
acostumbrado a ella. Solo una convulsión débil, un gemido prologando y un
silencio en cuanto termina. Es un silencio roto tan solo por su tranquila
respiración. Me quedo mirando la forma en que su pecho sube y baja, como sus
labios necesitan de la liberación del plástico y sus ojos se abren débilmente
en el instante en que el médico le quita los electrodos de la cabeza. Es en este
instante en que llevo mi mano a sus dedos suaves y temblorosos pero esta vez,
ya no me reciben. Ya no aprietan mi contacto ni buscan mi mano. Me recibe una
mano muerta de sentimiento, un contacto frío e inexistente. Yo aprieto sus
dedos pero él no hace el mínimo esfuerzo por complacerme o corresponderme. Sus
vidriosos ojos miran el techo y se mueven delineándolo, pero no parece atento a
nada de lo que yo pueda mostrarle y tampoco a nada de lo que le interese.
Suelto su mano con miedo, con ira contenida, con decepción y me despido del
enfermero que le llevará pronto de regreso a su cuarto para irme yo primero y
deshacerme de la carga de tener que acompañarle de vuelta.
Las imágenes se almacenan de forma pesada en mi
inconsciente, poco a poco se van acumulando junto con las emociones y
sentimientos. Me embarga el miedo, me corrompe la conciencia. Me siento frágil
como nunca, me siento muerto por dentro.
———.———
La terapia electroconvulsiva
(TEC): también conocida como
electroconvulosterapia o terapia por electrochoque, es un tratamiento
psiquiátrico en el cual se inducen convulsiones utilizando la electricidad. La
TEC se utiliza más frecuentemente para tratar cuadros de depresión mayor que no
han respondido a otros tratamientos, pero también para tratar la manía (estado
de ánimo muy eufórico, expansivo y/o irritable que puede ir acompañado de
síntomas psicóticos), catatonia, esquizofrenia y otros trastornos mentales.1
Esta terapia comenzó a usarse en los años treinta; hoy en día se calcula que
alrededor de un millón de personas en el mundo reciben TEC cada año,
generalmente de 6 a 12 tratamientos administrados de 2 a 3 veces por semana.
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