EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 29

 CAPÍTULO 29


Yoongi POV:

 

-Cuando regresé para el tercer año me encontré con que él estaba en la puerta de mi cuarto esperándome. Le dije que llegaría aquél día y sobre aquella hora en una carta pero no sé cuánto tiempo estuvo esperándome allí. Lo hizo con paciencia y me devolvió una sonrisa deliciosa y un abrazo que me sobresalto y me hizo querer camuflarme en él el resto del curso. Habían pasado solo dos meses y medio pero parecieron años sin él, acostumbrado como estaba a su presencia diaria. Apenas nos reencontramos él me acompañó a mi cuarto a deshacer mi maleta pero yo no podía alejarme de sus brazos un solo segundo, no quería deshacerme de su contacto, del sonido de su risa entusiasmada, de su olor, de la forma en que me miraba y en la que me tocaba. Recuerdo el tacto de sus cabellos entre mis dedos y su cálido aliento chocando contra mis mejillas. Era el día del reencuentro y teníamos mucho que contarnos. Yo llegué de noche ya y apenas terminamos de organizar mi cuarto bajamos a comprar algo de cena y comimos allí mismo. Caímos rendidos en la cama, yo por el viaje y él por la emoción de volver a verme. Me abracé a su cuerpo porque necesitaba tenerlo de vuelta. Él me susurró en el cuello de forma imperceptible.

-Cada noche he pensado en ti.

-¿De veras? –Le pregunté y él asintió posando delicadamente sus labios sobre mi cuello. De una forma que me hizo temblar de emoción. Apenas supe en qué momento me estaba yo sintiendo tan apegado a una persona como no solo permitir que me diese besos sino que yo los deseaba y ansiaba, anhelaba que se repitieran-. Yo extrañaba abrazarte, y tenerte a mi lado. –Le reconocí con las mejillas enrojecidas, de seguro. Le apreté aún más entre mis brazos hasta que no pudo respira y comenzó a reír por la presión. Se desenvolvió entre mis brazos y nos miramos a los ojos de forma tímida, como si hiciese décadas que no nos mirábamos.

-No te haces una idea de lo que te he echado de menos. –Me dijo y yo ya no pude evitarlo por más tiempo. Le besé intensamente hasta que ambos perdimos el aliento. Él se sorprendió un poco al principio pero logró rehacerse y corresponderme con una gran sonrisa que me devolvió como forma de aceptación a mi iniciativa. Caímos presas de nuestra adicción el uno por el otro y antes de darme cuenta estábamos dentro de la cama con algunos libros caídos en el suelo y nuestra ropa siguiendo el mismo camino. Si lo pienso ahora no lo veo como algo malo o atrevido. Simplemente lo necesitábamos. Nos necesitábamos el uno al otro y nuestra necesidad sobrepasaba cualquier límite físico. Deseaba oírle gemir mi nombre, que me acariciarse el pecho, los hombros, el vientre. Deseaba que me mirase de la misma forma en que yo lo hacía cuando se me mostró expuesto a mí sin una sola prenda de ropa. Su piel era suave, delicada, sus pulsaciones aceleradas y mis facciones seguro que le parecieron del todo divertidas porque siempre me mostraba esa sonrisa aniñada que me enternecía el alma. Cuando comenzamos a ir más profundo él se agarró a mí con la misma forma en que lo hacía en las noches de sus pesadillas, con miedo, con terror en sus ojos, pero con una agradable sensación en el fondo que fue primando por el resto de sensaciones. Acabó por derretirse en mi mano como si fuese mantequilla ardiendo, se vino impregnándome con su éxtasis por cada poro de su piel. Me enloqueció conocer una parte más de él, me entusiasmaba que él me apreciase de otra forma, y al caer dormidos sobre la cama, nada parecía molestarnos. Éramos quienes siempre fuimos, con nuestros miedos y con nuestras inquietudes pero por un momento pudimos olvidarnos de ellas para entregarnos a otra persona que lo necesitaba tanto como nosotros mismos. Fue la mejor experiencia de mi vida. Lo que ahora, irónicamente ha pasado a ser uno de los más dolorosos recuerdo que almaceno.

-Espera un momento. –Me detiene Jimin con una mueca de perplejidad y un dulce rubor en las mejillas-. ¿Tuviste relaciones con él?

-Creo que he sido muy explícito con mis palabras. –Digo, ofendido.

-¿Relaciones sexuales? –Insiste.

-Sí. –Remarco a lo que él se queda levemente en shock unos segundos, pensativo, y me devuelve una mirada pícara pero al mismo tiempo algo perturbada.

-¿Cómo diablos pasa alguien como esa persona a la que me describes que supuestamente eras tú, a ser alguien… así…?

-¿Así? ¿Así como?

-Por el amor de Dios… eres un hipócrita. –Dice enfático y yo cierro los ojos cargándome de paciencia.

-Sabía que esto no era una buena idea. –Digo mientras me levanto pero él niega con las manos, nervioso.

-¡Era broma! Lo siento te prometo que no diré una sola palabra más. –Se cierra los labios con una imaginaria cremallera y yo asiento, tomándole la palabra. Cuando me siento de nuevo en mi silla suspiro largamente recordando en donde me había quedado y continuo mi relato, que no acaba sino de empezar.

-A la mañana siguiente despertamos sin la necesidad de ir a clase porque aún no habían empezado. Recuerdo despertar primero y verle dormido a mi lado. Con uno de sus hombros descubierto y de cara a mí. Con mejillas aplastadas y con labios abultados. Sonreí de la sola imagen y le cubrí el hombro que tenía descubierto. Hacía calor aún pero no iba a permitir que una sola mota de frío tocase su piel si podía evitarlo. Con mi gesto le hice revolverse pero yo no me resistí a abrazarle y acurrucarme en su cuello escuchando como gemía aun adormilado. Ya habíamos despertado juntos infinitas veces pero aquella fue sin duda la mejor de todas. Aún sentíamos el cuerpo cansado y al menos yo me sentía tremendamente completo en mi existencia. Podría dejar mis estudios, a mi familia, podía regalar todo el dinero que poseía y el resto de mis pertenencias y no me importaría lo más mínimo porque lo único que me importaba estaba tumbado a mi lado, rodeándome con sus brazos mientras hundía su nariz en mi pelo. Me sentía tan dichoso, tan feliz, que no podía ni siquiera asimilar la emoción que me embargaba. Quería gritarle al mundo que me sentía locamente enamorado del chico que me miraba con ojos de cachorro abandonado cuando me suplicaba por dormir a mi lado, del chico desordenado que no paraba de mover muebles. El chico de las charlas agradables, el gran cocinero, el niño que solía llorar en mis brazos. No me importaba nada más que él y habría hecho lo que fuera por su salvaguarda. Y lo hice. Hice lo indecible, pero aun no estamos en ese punto.

-¿Qué pasó después de aquella vez?

-Hubo más. Muchas más. El propio día no hablamos de ello porque no sentíamos la necesidad de hablar sobre el tema. Los dos habíamos hecho lo que quisimos y cuando quisimos, como quisimos. Estábamos felices y no dudamos en acudir a nuestras más sucias necesidades cuando vimos la oportunidad. Por un mes entero no nos separamos. Dormíamos casi cada día juntos. Una vez pruebas el placer, ya no puedes simplemente limitarte a dejarlo pasar. Tienes que agotarlo, consumirlo, ingerirlo como el más dulce veneno. Sucumbimos el uno al otro hasta que nos cegó el placer y la falta de cordura. Nos vimos inmersos en una fantasía que no era real. Una fantasía llamada felicidad.

-¿Cuándo se acabó todo?

-En el momento en que a mí se me ocurrió presentarlo a mis padres como mi pareja. Tengo la imagen clara en mi mente. Vino conmigo a Daegu en las vacaciones de navidad y poco después de que llegásemos senté a mis padres en el sofá para informarles de que, bueno, que era mi pareja y aunque él no estaba de acuerdo en que se lo dijésemos a nadie, yo pensaba que mis padres no se lo tomarían a mal y menos cuando habían comprobado que tener una relación no suponía ningún problema para mi nivel de estudios ni nada parecido.

-¿Él no estaba de acuerdo? –Pregunta Jimin algo preocupado.

-No. –Digo, triste-. Él no quería que nadie lo supiera y menos nuestros padres. Unos días antes del viaje discutimos por ello. Él sostenía que mantenerlo en secreto nos evitaría muchos problemas pero yo confiaba en la discreción de mis padres y el amor hacia mí. Tal vez me excedí en mis confianzas. Él pagó por los dos cuando en realidad era solo culpa mía. Si le hubiera hecho caso… -Suspiro y me miro las manos en el regazo.

-¿Quieres que paremos aquí? –Niego con el rostro a su pregunta.

-Cuando se lo contamos a mis padres su primera reacción fue quedarse en shock. A la mañana siguiente mi madre pareció muerta, colgada de una viga de la cocina con un cinturón alrededor de su cuello. Mi padre dispuso el funeral sin dirigirme una sola palabra mientras que mi pareja lloraba todas las noches por la situación que había provocado. Se sentía culpable pero el único que tenía algo de culpa era yo por pensar que la felicidad nos seguiría fuera donde fuésemos. Cuando regresamos a la residencia, tan solo una semana después, la policía vino a sacarnos a ambos a rastras. A él le llevaron a la comisaría y a mí al hospital, a hacerme pruebas. Mi padre había puesto una denuncia sobre mi novio alegando que había abusado de mí y que debían encerrarlo en una institución mental.

-¿Qué? –Se sorprende Jimin.

-Efectivamente encontraron señas de que yo había mantenido relaciones con él pero por más que dije que fueron consentidas, los médicos no me creyeron y mi padre me ignoró como se había acostumbrado a hacer. Los padres de él al principio intentaron alegar que su hijo era un chico normal, al ver los resultados de mis exploraciones, decidieron a la fuerza internarle en una institución de reeducación sexual. –Digo a lo que Jimin me mira con los ojos atentos.

-¿En una como esta? –Pregunta mirando alrededor.

-En esta. –Digo, firme a lo que él da un respingo y se yergue en el asiento con una mueca confusa, triste, mirando las cuatro paredes de las que estamos envueltos con otra expresión. Una más familiar, más agónica, más triste. 

-¿Qué hiciste tú?

-Vayamos por partes. –Digo-. La última vez que le vi antes de que le internaran fue justo cuando nos estaban sacando de la residencia. Le metieron en un coche diferente al mío y no volví a verle. Recodaría su expresión aterrada por el resto de los días. Cada noche, al volver a la residencia, pensaría en que estaría teniendo pesadillas, en qué pensaría en mí y en mi error. Quería pensar que me estaría odiando, pero no era así y yo lo sabía. Porque el amor incondicional que yo le tenía jamás me habría hecho odiarle. Mientras yo seguía con mis estudios me iba informando de a los lugares que le llevaban. Primero le trasladaron a un hospital mental pero al comprobar que había plazas en esta institución y que reunía las condiciones como paciente, le adjudicaron un médico y comenzó con el tratamiento. –Jimin siente a todo lo que le digo.

-¿El mismo tratamiento que yo…?

-Sí. Algunas de las pruebas, por entonces, eran algo experimental. Pero dieron buenos resultados con los pacientes que los sufrieron.

-Sigue. –Me pide.

-Cuando yo terminé la universidad él ya llevaba año y medio en la institución. Me aseguraba de que no falleciese allí, que siguiese con vida. De vez en cuando venía aquí y caminaba alrededor con la esperanza de verle asomado a alguna ventana o paseando por el jardín, pero nunca le vi. Al terminar la universidad me especialicé en la sexualidad e hice prácticas y estudios de la reeducación sexual, tan solo con la esperanza de poder volver a verle. Me deshacía en lágrimas de pensar que podría tenerlo de nuevo a mi lado, abrazado a mí, besándome, mirándome con esos ojos tristes y melancólicos.

-Así que ese es el motivo. Por eso estás aquí… -Afirma Jimin a lo que yo asiento suspirando.

-Cuando terminé las prácticas él estaba por su cuarto año de tratamiento y engordé un poco mi expediente para que me admitiesen a trabajar aquí. Yo tenía las mejores notas de mi promoción y en las prácticas con pacientes, mi disciplina y mano firme impresionó a los evaluadores. Estuve unos meses trabajando para uno de los directores de la escuela de psicología de la sexualidad y me ayudaba a encontrar prácticas que hacer y trabajos en los que participar. Fue en su cuarto año y medio cuando me contrataron en esta institución con un aura de hombre sabio y trabajador, muy experimentado y tremendamente inteligente. Me había ganado esa fama, pero yo solo era un hombre enamorado. Lo primero que hice al llegar aquí fue pedir una lista de pacientes que estuviesen ingresados. Por entonces Jin ya era el director.

-¿Cuánto hace de esto?

-Tres años.

-Vale, continúa.

-Jin me la dio sin rechistar y cuando vi su nombre por ahí escrito, mi corazón dio un vuelco. Las palabras de Jin fueron amables y tranquilas. “Si estás buscando un paciente al que quieras asignarte, te diré que esto no es una tienda de chucherías, yo elijo personalmente los pacientes que van con cada uno de los médicos, vine a petición de los familiares o bien a mi propio criterio.” “Lo entiendo.” Dije. “Solo quería saber cuánto es el número de pacientes que lleva esta institución.” La primera semana fue solo para hacerme al ambiente, pero a la segunda Jin me habló de uno de los médicos que estaba a punto de jubilarse y que no quería dejar a su paciente sin tratamiento, por lo que yo tendría que hacerme cargo de él. Reuniéndome con el médico, este me pasó sus apuntes sobre el chico y me dijo que tenían preparada una terapia de electroshock para esa misma tarde. Cuando le pregunté sobre la respuesta del paciente a la terapia me contestó. “Muy buena, ya apenas se queja, se ha acostumbrado tanto a ellas que ni se inmuta” Yo me horroricé al pensar en la sola idea de que él estuviese sobre una de esas mesas asquerosas y le estuviesen friendo el cerebro con esos electrodos. La sola idea se me hacía insostenible.

-¿Qué hiciste?

-Nada más que el hombre se fue me leí sus apuntes encontrándome con su nombre entre el papeleo. Al parecer decía barbaridades de la persona más dulce del mundo. De todo tan solo deduje que el hombre era un nazi acostumbrado a denigrar al resto de personas. Un católico opresor de una necesidad por satisfacer sus carencias, posiblemente sexuales, torturando a sus pacientes.

-¿No me digas? –Me pregunta Jimin mirándome de arriba abajo pero yo ignoro sus palabras.

-Esa misma tarde hice llamar a la enfermera que llevaba el horario de los pacientes y le pedí que cambiase el electroshock por una lobotomía. Ella se sintió escandalizada por yo contradecir las órdenes del antiguo doctor pero mi reputación me precedía y no era la primera vez que hacía una. Tuve una larga conversación con Jin en donde le expuse mis motivos para la lobotomía. El principal era que sin en cuatro años y medio el paciente no había mostrado mejoría, era una situación insostenible que acabaría por matar al paciente. La lobotomía era la única solución para borrar sus recuerdos y poder hacer de él un ser útil. Jin se convenció con mis palabras.

-Lo único que querías era salvarle la vida. –Me dice Jimin, sorprendido.

-Sí.

-¿A costa de sus recuerdos? –Me encojo de hombros-. ¿Te harías borrar de su mente por salvarle la vida? Él ya no te habría reconocido.

-Solo quería salvarle. Es lo único en lo que había pensado desde que se marchó de mi lado y en lo único con lo que soñaba. La primera vez que le vi desde que se lo llevó al policía fue esa misma tarde en la sala de operación. Yo llevaba puesta mi bata, una mascarilla de tela que cubría mi parte inferior del rostro, unos guantes blancos de látex y los instrumentos apropiados: un leucotomo, parecido a un picahielos, y un martillo con el que golpear su extremo. Cuando miré al paciente, me encontré con un rostro que no conocía. No era la misma persona con la que yo había perdido la cabeza. Era un joven degradado, consumido por el hambre y el deterioro. Pálido, con la mirada perdida y sentado de forma torpe sobre el asiento. No respondía a ninguno de los estímulos que había a su alrededor y la sola idea de pensar que no me reconocería me dolía como el infierno, pero más dolía que los responsables de su estado fueran las personas a mi alrededor. Antes de comenzar con el procedimiento me bajé la mascarilla para descubrir mi rostro y sujeté con mi mano enguantada su mejilla. Ahora sí pude ver un atisbo de algo vivo dentro de él. Levanté su rostro para que me mirase, pero también para tener más accesibilidad a él. Dos enfermeras y un médico supervisor me acompañaban. No podría besar esos labios pero podía mirar a sus ojos y ahí estaba. Esa mirada triste pero esperanzada. Esa que solo me enseñaba a mí. Supe que me había reconocido a pesar de que las dos marcas de piel chamuscada en sus sienes no le permitieses hacer más que un leve movimiento con su mirada para recorrer mi rostro con ella. Una lágrima cayó de sus ojos y yo me cubrí de nuevo con la mascarilla para sonreír triste por su gesto. Recliné el asiento en el que se encontraba, le miré directo a los ojos y puse la punta del objeto afilado, largo y metálico en la parte superior de la cuenca del ojo, cerca de su lagrimal. Solo tenía que ir picando poco a poco hasta llegar a su lóbulo frontal y automáticamente él dejaría de tener parte de sus recuerdos. Eso le anulaba como persona, perdería todo rastro de personalidad, pero saldría de aquí, con vida. Solo tenía que atravesar el hueso, ahondar un poco más y ya estaba hecho.

-¿Pero qué pasó? –Me pregunta Jimin, triste.

-Algo salió mal. –Digo, pensativo-. Se me debió desviar el leucotomo o algo… no sé qué pudo suceder…

-¿Murió? ¿Este es el chico al que dices que mataste? –Pregunta pensativo-. ¿Murió por tu culpa?

-No fue culpa mía. –Digo enfadado-. Fue un accidente. Yo solo quería salvarle…

-¿Qué pasó después?

-¿Qué crees que pasó? –Pregunto a la defensiva-. Su corazón se paró, su cerebro dejó de responder. Cuando le saqué el objeto metálico cayó al suelo como un saco de patatas. La sangre emanaba de su ojo y mientras las enfermeras salieron corriendo a avisar a Jin, el enfermero de guardia fue a buscar al hombre de la morgue. Yo me arrodillé allí mismo en el suelo y agarré con fuerza sus ropas. Sintiéndome estúpido. Inútil, impotente. La vida se me fue con ese último suspiro de su cerebro aún activo. Con esa mirada de compasión. No pude llorar allí, no me lo permití, pero una vez se hubieron llevado el cuerpo y Jin me reconfortó con frías palabras como. “Solo era un paciente”. Recogí mis cosas y me marché a mi casa. No me lo pensé mucho al llegar. El mundo se me había venido encima y no era capaz de comprender hasta qué punto el dolor podría abocarme a un suicido precipitado. Me llené la bañera, rescaté mi cuchilla de afeitar y me hice tres tajos en la muñeca. –Digo frío-. El suelo era de madera y la vecina de abajo se dio cuenta de que caía agua desde mi piso. Subió con su marido y ambos me encontraron medio muerto en la bañera. Por suerte su marido era farmacéutico y consiguió saber cómo detener la hemorragia. –Sentencio y esas son mis últimas palabras de la historia. El silencio hace que Jimin me mire, confuso.

-¿Y ya?

-¿Te parece poco?

-Me refiero… ¿no hay nada más? –Niego con el rostro.

-Cuando volví aquí del hospital Jin supuso que era el primer paciente al que yo perdía y que eso me había sentado de una forma muy personal. No lo entendió y lo dejo pasar sin más. Seguí trabajado aquí, a pesar de todo y ahora soy tu médico, y me estoy comportando como un paciente atormentado.

-¿Por qué seguiste trabajando aquí? ¿No habría sido más fácil irse a otro lado? O estudiar otra cosa, ya no te hacía falta trabajar en esto.

-Cuando pierdes lo más importante en tu vida, tu motivación para hacer algo durante cinco años, ya no sabes qué diablos hacer con tu vida, Jimin. Ya no me importa nada en absoluto. Ni mis pacientes, ni los médicos alrededor, ni yo mismo. No es falta de empatía, es mera tristeza crónica.

-No seas así, hyung… -Dice Jimin con un puchero, y maldita sea, esa mirada de cachorro abandonado-. Así que esas son las muertes de tus cortes. ¿No? Tu madre, él… ¿y quien más?

-Mi propia muerte, inacabada. –Jimin asiente y después me vuelve a mirar, pensativo.

-“La gente superficial es la única que necesita años para desembarazarse de una emoción. Un hombre dueño de sí mismo puede poner fin a una pena con tanta facilidad como puede inventar un placer. “

-¿Ahora parafraseas a Oscar Wilde? –Pregunto a lo que él abre los ojos sorprendido.

-¿Lees a Wilde?

-No, especialmente, pero sí lo reconozco cuando me lo citan. “Cada hombre carga con su destino a lo largo de toda su vida y cuando trata de sacudírselo de los hombros le vuelve a caer con un peso aún mayor y más extraño.”

-Eso no es de Wilde. –Dice, arrugando la nariz.

-Es de S. Luis Stevenson. –Sonrío a lo que él arruga de nuevo la nariz de una forma más pronunciada-. ¿No te gusta?

-No. Poco descriptivo, tedioso, mediocre.

-Pesimista.

-¿Stevenson?

-No, tú. –Le digo y se ríe, cubriéndose los labios con la palma de la mano a lo que yo borro mi sonrisa solo por la sorpresa de su gesto-. ¿Esa frase era de “El retrato de Dorian Gray”?

-Sí. ¿El extraño caso del Doctor Jakily y mr Hyde? –Habla de mi libro.

-Sí.

-Ambos se parecen, ¿no crees?

-¿Ambos libros? No lo creo. Mientras que Wilde hace una alabanza a la vanidad y la codicia de un adolescente oprimido por la alta burguesía, Stevenson hace una profunda descripción de un hombre encerrado en un experimento consigo mismo.

-Es lo mismo. –Insiste-. Son dos hombres atrapados en una doble versión de ellos mismos, a la cual peor que la anterior. Mientras uno se consume ante su reflejo, el otro mata indiscriminadamente.

-¿Por qué tienes que sintetizarlo todo?

-Ves más de lo que hay. –Suspiro rodando los ojos sentenciando la conversación con ese gesto y al volver la mirada a él me encuentro con un rostro a gusto con lo que yo entiendo, es una discusión. Tal vez hace mucho que no hablo con nadie como para no saber distinguir qué es realmente una buena conversación-. ¿Así que este es el final de tu historia?

-Es el final de mi historia y el final de la sesión. –Sentencio mirando la hora en mi reloj y me levanto rescatando de sus manos mi agenda que estoy deseoso de leer las tonterías que haya puesto. Me quedo mirando a Jimin con una mueca de seriedad y profesionalidad-. Y esta es la última vez que hablamos de mí. ¿Entendido? –Jimin asiente conforme con toda la información que acaba de recibir y que aún no es capaz de asimilar. De seguro que le quedan muchas preguntas por hacerme pero en este estado de shock no es capaz de asimilar.

-Me alegro de que hayas sido sincero conmigo, hyung. –Me dice y me recoge en sus brazos apoyando su rostro en mi hombro. Yo me dejo hacer mientras sus manos me aprietan pero con cuidado, con sutileza. Me siento reconfortado y a la par, desahogado. Una cálida sensación de añoranza me invade junto con un violento choque de adrenalina por la realidad a mi alrededor. Es una realidad demasiado lúgubre, demasiado triste. Y la verdad es que tengo que seguir siendo un enfermero, y él, debe cumplir como paciente.

 

 

 

 

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