EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 28
CAPÍTULO 28
YoonGi POV:
Mi mano sobre el pomo de la puerta se siente
demasiado temerosa. Lo que me espera dentro es lo mismo que cada día, una dura
y tediosa conversación que me abocará a la depresión crónica que comienzo a
sufrir. No hay nada de diferente. Serán los mismos ojos ocursos, la misma
expresión aburrida que se torna sonriente sin permiso y regresa a una nueva
mueca triste que me enternece sin sentido acabo decidiéndome a pasar al interior
y la luz me ciega momentáneamente por la intensidad con la que entra a través
de los ventanales. Después, nada. No veo nada más durante unos segundos pero sé
que está en el interior y mientras cierro detrás de mí y ubico mi silla, su voz
me sorprende con un cálido saludo que me sobresalta con una mueca que intenta
ser sonriente. Le localizo donde siempre, en la misma silla, con la misma
postura sentado y con esa mirada dirigiéndome con esos ojos entrecerrados por
la presión de sus mejillas sobre estos. Siento adrenalina, siento nerviosismo.
Cuando me siento en mi sitio de siempre recibo
su animada mirada. No pasará por alto que hoy es mi turno de hablar y no me
dejará escapar de esta sin luchar. Pero enfrentarme a él es algo por lo que no
estoy dispuesto a pasar porque no hay una sola oportunidad de ganar. Lo primero
que hago es abrir mi libreta por la página del día que toca y apunto que se ha
tomado la medicación y niego el hecho de que pudiese anoche rezar, porque no lo
hizo al menos en mi presencia. Con un largo suspiro vuelvo a levantar el rostro
para encontrarme de nuevo con esa mirada expectante. Yo suspiro de nuevo
mirándole y me sale sola una sonrisa cómplice. Él me la devuelve, acentuada por
su expresión infantil. Al fin me habla.
-¿A qué esperas? –Me pregunta y yo asiento,
pero a la hora de comenzar a hablar, no consigo encontrar el principio ni
tampoco la forma de desarrollarlo, ni de explicarlo en pocas palabras. Serían
demasiado gruesas, violenta, crueles.
-No sé por dónde empezar. –Digo a lo que él
rueda los ojos y se incorpora en la silla, camina un paso y extiende la mano
para arrebatarme la libreta de las manos con pluma incluida. Yo me quedo
mirándome con una expresión ofendida pero él se sienta de nuevo en su sitio,
apunta algo en la hoja en donde yo estaba escribiendo y se cruza de piernas
posando la libreta sobre su regazo, mientras me mira, soberbio.
-¿Qué tal si cambiamos los roles, por hoy? –Me
pregunta y yo lo veo como una mala idea, negando con el rostro pero él
continúa-. Por un día no te vendría mal tener una sesión de terapia. ¿Hum?
Seguro que hace mucho que no te confiesas… -Me dice, pícaro a lo que yo
entrecierro los ojos.
-No eres un cura. –Le digo.
-Ni tú tampoco y me haces rezar cada noche. –Me
contraataca y estoy a punto de responderle pero me adelanto con mis gestos
cuando en realidad no tengo nada que rebatirle. Le miro serio y él me sonríe,
sabiendo que me ha acabado por convencer. Yo suspiro largamente una tercera vez
y poso mis manos sobre mi regazo, sintiendo la falta de mi libreta en ella. Me
siento desprotegido y sin un punto al que mirar cuando no quiera enfrentar su
mirada. ¿Así se siente el paciente? ¿Tan desnudo y vulnerable frente al
oyente?-. Empecemos. –Dice volviendo a escribir algo en la agenda-. Empecemos
por el principio. No quiero que abrevies nada ni omitas detalle alguno. –Me
pide-. No quiero que me des un titular, ni nada parecido. Limítate a narrar
desde el principio.
-¿Cuál es el principio?
-Tu nacimiento. ¿Cuál sino?
-¿No quería saber sobre las marcas en mi brazo?
–Pregunto.
-¿Acaso eso es sencillo de contar? –Pregunta-.
Ninguna cicatriz tiene un principio y un fin. ¿Me vas a decir que cogiste una
cuchilla y te cortaste? Eso ya lo he presupuesto yo. No. –Habla con autoridad y
firme. Me siento intimidado por su rotundidad-. Quiero saberlo todo. ¿Cuáles
son tus antecedentes familiares? ¿Cuál era la situación que abocó en este
gesto? ¿Cuáles han sido las consecuencias del recuerdo? Todo.
-¿Empezamos por mi nacimiento, pues?
-Por supuesto. –Jimin asiente y me hace asentir
también, algo confuso.
-Bien, pues yo nací en una familia mediocre de
un barrio de Daegu. –Digo a lo que él asiente apuntando algo en mi agenda.
Siento una extrema curiosidad por saber qué diablos ha apuntado y miro por
encima de la libreta pero no alcanzo a ver nada. Desisto y continúo-. Mi padre
trabajaba como constructor y mi madre era una dependienta en una tienda de
retales para kimonos y trajes de fiesta. Esas cosas. –Digo y Jimin asiente,
atento-. No tengo hermanos ni nada parecido. Apenas tuve contacto con otros
familiares. Estos se habían quedado en los pueblos de alrededor de la ciudad
mientras que mis padres emigraron a la ciudad cuando eran jóvenes y a mi padre
le dieron un puesto en una empresa de construcción en aquellos tiempos en que
comenzaron a sustituirse las casas tradicionales por los edificios de hoy en
día.
-¿Te resultó molesto estar alejado del resto de
la familia?
-No, especialmente. La verdad es que no le di
mucha importancia. Los únicos inconvenientes eran cuando ambos tenían que
trabajar y me quedaba a solas en casa. Hasta los nueve años no me dejaban a
solas pero luego sí.
-¿Eso fue un problema?
-No, la verdad. –Me encojo de hombros-. Incluso
con ellos en casa la convivencia no era muy familiar. Mi padre siempre estaba a
sus cosas, las veces que estaba, y mi madre se pasaba el día hablando con las
vecinas o leyendo revistas.
-Solías ser muy independiente, por lo que
entiendo…
-Sí, la verdad es que siempre lo fui. Aprendí
pronto a cocinar, a limpiar la casa. No suponía un problema para mí estar así.
-Háblame de tus primeros años de escuela.
-Fueron relativamente normales. Conocí a niños
de mi edad, jugaba con algunos de vez en cuando. No había nada reseñable.
-¿Así que tu infancia está basada en la soledad
y la convivencia obligada con otros chicos en la escuela? –Yo me encojo de
hombros.
-No hay nada en mi infancia que me aboque a…
-Miro mi muñeca-. A esto.
-Qué raro. Los psicoanalistas como tú defendéis
que la raíz de todo problema en una persona adulta se encuentra en una infancia
desestructurada o marcada por algún hecho relevante. ¿No hay nada relevante?
Tal vez la propia soledad lo sea.
-Tal vez. Lo he pensado muchas veces pero yo no
me sentía abandonado. No tenía esa necesidad de estar con mi madre y yo sabía
que mi padre trabajaba duro para darnos de comer.
-¿Cuándo fue el punto de inflexión?
-Creo que a los dieciocho años. –Digo y él
frunce el ceño, pensativo.
-¿Al final de tu adolescencia? ¿No hay nada
reseñable antes?
-Las típicas peleas con mis padres. Yo a veces
quería salir hasta tarde, pero ellos decían que era peligroso, yo quería
comprarme algún libro o algo más costoso de lo habitual y ellos se negaban.
Cosas por el estilo. Riñas que no llegaban a ninguna parte.
-Bien. ¿Qué ocurrió entonces a los dieciocho
años?
-Me mudé aquí, a Seúl, para entrar en la
universidad de psicología y psicoanálisis. –Digo y él asiente, apuntando de
nuevo en la agenda. Esta vez tarda algo más en volver a dirigirme la mirada
pero de hablarle sé que me escucharía.
-¿El cambio fue grande?
-Más de lo que me habría imaginado nunca. No
fue la separación de mis padres lo que más me sorprendió, apenas noté
diferencia, fue la libertad de la ausencia de su persona alrededor. Ellos
estaban pagándome la carrera pero aun así, me sentía liberado de la carga de su
peso. ¿Entiendes? –Jimin asiente-. Me mudé a una residencia de estudiantes
cerca de la facultad. Allí hice nuevos amigos, residentes allí también.
-¿Cuáles fueron los cambios más notorios?
-La idea de depender de ser yo quien me pusiese
mis normas. Hasta cuando salir, cuando comer, cuando dormir. Era libre de
elegir mis obligaciones y eso me hizo sentir librado de la idea de que tenían
entes superiores que me impusiesen estrictas normas de comportamiento y
pensamiento. No pienses por mis palabras que me iba hasta altas horas de la
noche a beber ni que mantenía mi habitación desordenada. Al contrario. Era muy
estricto conmigo mismo pero mis libertades eran sagradas y cualquier cosa que
no me gustase de otros, no me sentía en la obligación de aceptarla. –Niego con
el rostro, frustrado-. No sé si me estoy haciendo entender.
-Muy bien. –Dice, sonriendo-. Continúa.
-El primer curso creo que fue, al ser todo tan
novedoso, muy excitante pero a la vez, fugaz y fácil. Me sentí que podía con
todo en la vida, terminé con una de las mejores notas de mi curso y en verano
visité a mis padres. Todo fue tranquilo y normal. Las asignaturas me resultaron
entretenidas y agradables y la idea de dedicarme un día a ser psicólogo era muy
llamativa.
-Siento que no me estás contando todo… -Insinúa
entrecerrando los ojos y yo asiento.
-Es en el segundo curso cuando todo cambia.
Cuando entré de nuevo en la residencia me dieron otra habitación y esta, estaba
al lado de una de un chico que acababa de entrar en primer año de la carrera de
historia del arte. Era un chico de mi altura, siempre con una sonrisa en los
labios y con una apariencia extrovertida y animada. Le odiaba. –Jimin ríe con
mis palabras y yo sonrío por lo bajo, abochornándome con el recuerdo-. A veces
cantaba sin venir a cuento mientras yo estudiaba o se dedicaba a mover los
muebles de sitio. Era poco organizado, nunca le gustaba nada como estaba.
Siempre tenía que estar cambiando las cosas de lugar y jamás estuvo satisfecho
con nada.
-Tuvo que ser un completo infierno. –Yo me
encojo de hombros.
-La residencia, por aquella época, era muy
desprendida de las personas a las que admitía y los encargados no se molestaban
en ir habitación por habitación mandando callar a los estudiantes. Había de
todo, desde músicos que asistían a la academia de música, hasta pintores en la
escuela de bellas artes, psicólogos como yo y algún médico por ahí.
-Ya veo. Yo siempre estuve en casa de mis
padres hasta este último año en que me compraron un piso. –Me dice sonriendo y
yo le devuelvo la sonrisa.
-Que suertudo. –Me quejo-. Tuve que convivir
con el barullo de los estudiantes que hacían carreras por mis pasillos, el olor
a comida quemada de los que se les olvidaba el pollo en el fuego y el
estridente canto de mi vecino. Como odiaba que cantase justo cuando yo me
sentaba al escritorio.
-Sigue. –Me dice.
-Pasé el primer cuatrimestre haciendo oídos
sordos a sus molestos hábitos. Me di cuenta de que pasé los exámenes casi
apurado y no iba a permitir que nadie me molestase más a la hora de estudiar,
así que un día, intentado repasar anatomía, él se puso a mover una silla y yo
salí como un cohete por la puerta de mi cuarto directo a aporrear la suya, a lo
que nada más dar los golpes, oigo un estruendo como respuesta desde el
interior.
-¿Qué? –Pregunta Jimin con ojos abiertos.
-Cuando me alejé de la puerta él salió a
recibirme con una mano sobre su cabeza frotándose allí, con una mueca de dolor
y enfado. Me miró de arriba abajo con esa expresión de perro y me gritó sin
piedad. “¿Qué diablos te pasa? ¿Por qué golpeas mi puerta de esa manera?” Más
que sus palabras me sorprendió la forma en que me trababa. Siempre estaba
sonriente y amable con todo el mundo y las primeras palabras que cruzamos me
las escupe a la cara con una mueca enfadada. Yo me quedé paralizado y apenas me
salió la voz cuando le dije. “Estabas haciendo ruido y yo… necesito estudiar…”
-¿Qué te dijo?
-“Solo estaba colocando esos libros en la
estantería y he alcanzado la silla, porque no llego” Se excusó aun enfadado. Yo
miré al interior y efectivamente había unos libros esparcidos por el suelo bajo
unas baldas de madera y una silla caída al suelo. “Y por tu culpa me he caído,
del susto que me has dado”. Se quejó y sin esperar a que yo respondiese, cerró
de un portazo. Me dejó helado y me volví a mi cuarto con el rostro estupefacto
y el cuerpo entumecido por el miedo.
-¿El doctor Min Yoongi con miedo? –Pregunta
Jimin sarcástico y yo sonrío-. No puede ser…
-Pues lo fue. –Digo yo abriendo los ojos-.
Aquella tarde recuerdo que estuve intentando convencerme a mí mismo de que yo
no tenía la culpa de que se hubiera caído y que mi comportamiento estaba completamente
justificado, pero al hablar un día con el propietario de la habitación colindante del otro lado a la
del muchacho, me dijo que él no estaba molesto por el ruido ni nada parecido.
Al contrario, elogió al chico en todos los aspectos posibles, desde su
inteligencia hasta su habilidad para caer bien e incluso para cocinar. Al
parecer era muy popular desde que había llegado y a veces enseñaba a cocinar a
la gente o les hablaba de arte. –Niego con el rostro-. Me destrozaba por dentro
la idea de que fuese el chico de al lado y ni le conociese, y más aun que me
hubiera tratado de aquella forma.
-Dios, que interesante. –Dice Jimin mirándome
con nerviosismo.
-Normalmente era en los fines de semana cuando
la residencia se quedaba más vacía. Los estudiantes se iban a pasar los días
con sus familias o bien salían de fiesta. Los que no, se quedaban a dormir
desde pronto, a recuperar horas de sueño por los estudios. Yo regresaba aquella
tarde-noche de la calle con un libro que acababa de comprarme y me dirigía a mi
cuarto cuando pasé por delante de la habitación de este chico y vi como la luz
pasaba por debajo de la rendija de la puerta. Me quedé mirando la luz durante
al menos medio minuto hasta que vi una sombra pasar de largo. Estaba en su
habitación lo cual me extrañó y no me lo pensé mucho para llamar. Tal vez no
estaba en mi sano juicio. Estaba feliz porque había encontrado un libro
estupendo y el frío de la calle que traje conmigo me nublaba el pensamiento. Él
no tardó en abrir la puerta y al reconocerme volvió a mirarme de arriba abajo y
se cruzó de brazos apoyándose en el umbral de la puerta, mostrándose cerrado a
entablar confianza. Yo le sonreír en un intento de parecer amable pero no me
salió natural y él no cambió su gesto. “¿Qué quieres?” Me preguntó a lo que yo
suspiré. “Me gustaría pedirte perdón por lo del otro día. Estaba estresado por
el temario y no pensé en lo que hice. Lo siento” Le dije abrazándome con fuerza
al libro envuelto sobre mi pecho. Él suavizó su expresión al oír mi disculpa y
torció el rostro. “Me alegra de que te disculpes. Pero has tardado lo
suficiente como para que el chichón en mi cabeza desaparezca” Me dijo con un
gesto altivo y yo fruncí el ceño. “No nos hemos presentado” Dije queriendo ser
amable. “Soy min YoonGi”. “Sí, sé quién eres” Me dijo. “Eres el chico que se
pasa las noches numerando los huesos y músculos del cuerpo humano”. Dijo con
rotundidad y yo me mordí el labio
inferior intentando no ser grosero pero no lo estaba poniendo fácil. “Si no te
pasases las tardes cantando y dando brincos por el cuarto no tendría que
esperar a que te durmieses para estudiar” Le dije sin pensarlo mucho.
-Hyung… -Me recrimina Jimin.
-“Si eres un ermitaño amargado que no sale de
su cuarto y te molesta la felicidad ajena, no es mi culpa” Me dijo y me sonrío
al terminar la frase. Me sentí completamente desarmado y sin más, me giré de
nuevo pasillo adelante para meterme en mi cuarto y dar un portazo. El silencio
me dejó en paz unos segundos y lo primero que hice fue tirar la bufanda lejos.
Después el abrigo y cogí el libro envuelto y me senté al escritorio para
desenvolverlo y distraerme con él, aunque sabía que nada conseguiría hacerme
olvidar lo sucedido. Fue abrir la primera página y alguien golpeaba la puerta.
Murmuré un “Hijo de puta.” y me levanté, libro en mano, para cernirme sobre la
puerta y encontrarle ahí, parado con una sonrisa atontada. Avergonzada. “¿Qué
quieres?” Le pregunté a lo que él me sonrió aun más. Me estaba dando urticaria
esa forma en que me miraba inocente, como si nada hubiera pasado. “Perdona, has
sido amable conmigo y yo he sido maleducado. Un mal día puede tenerlo
cualquiera.” Yo asentí. “Gracias por entenderlo.” Dije avergonzado por su gesto
y me estrechó la mano en forma de saludo. Al hacerlo recayó en la cuenta de mi
libro y casi se le salen los ojos de sus órbitas. “Estudios anatómicos de Da
Vinci”. Exclamó conociendo de sobra el libro a lo que yo le miré con una mueca
confusa. Sin duda sería gracias a su carrera pero ni siquiera me dio tiempo a
preguntarle cuando llevó sus manos a la mía y me sujetó el libro mirándolo por
encima. El contacto de su mano sobre la mía era del todo extraño. Me sentí
molesto pero al mismo tiempo se sentía, bien. –Sentencio.
-Yoongi. –Me interrumpe Jimin con una mueca
confusa en la que acabo de recaer-. ¿Por dónde va esta historia? –Inquiere con
una mueca sospechosa.
-Avanzaré hasta algo más importante. Por
circunstancias de la vida, por intereses en común y agradables temas de
conversación, él solía invitarme a su habitación a tomar té y hablarme de arte.
Era un completo cerebro. Sabía fechas exactas, nombres enteros, fragmentos de
libros que parafraseaba sin problema. Mientras yo sorbía un poco de té, él me
explicaba las diferencias entre un cuadro de principios del barroco y otro de finales.
Me explicaba el porqué de las posturas de los representados ahí, el porqué de
su anatomía y cómo fueron capaces de plasmarlo con tanto realismo. Otras, era
yo quien le invitaba a mi habitación, sacaba una botella de vino escondida en
una maleta bajo la cama y mientras él enrojecía sus mejillas con el alcohol yo
le narraba las primeras investigaciones sobre la anatomía y las tétricas
historias de los profesores de la Edad Media que diseccionaban cadáveres para
sus alumnos. Poco a poco la temática fue extendiéndose. Me contó que su familia
venía de Busán y me narraba sus sueños para que yo intentase interpretarlos.
Poco a poco las conversaciones se fueron haciendo más intensas, más profundas.
Me contaba los problemas con sus padres, con su hermano, sus problemas en
clase. Me contó barbaridades que le habían hecho de pequeño cuando iba a la
escuela.
-¿Qué le hicieron?
-Cosas como robarle la ropa y dejarle desnudo,
cortarle el pelo, encerrarle por horas en una habitación oscura, incluso una
vez le obligaron a pincharse con una chincheta a sí mismo. –Le digo y Jimin
abre los ojos con lástima-. ¿Sabes qué es lo más sorprendente? Que parecía un
chico normal. Es decir, era alegre, extrovertido, era animado y caía bien a
todo el mundo. Con el paso del tiempo me di cuenta de que eso no era más que
una máscara para el resto de personas mientras que a mí me dejaba su rostro
alicaído y sus lágrimas a media noche cuando no podía dormir por las
pesadillas. A veces venía a mi cuarto a altas horas de la mañana, llorando, y
me pedía que durmiésemos juntos.
-¿Qué le decías?
-¿Qué iba a decirle? Le abría mis brazos y le
dejaba acurrucarse en mi pecho. Oírle llorar entre mis brazos era lo peor que
había sentido nunca. Nada podría ser pero que aquello y sin embargo se superó
con creces. Con el tiempo fue algo que no necesitó excusa. A veces hablábamos
hasta las tres de la mañana y dormíamos el uno con el otro. A la mañana
siguiente volvíamos a nuestro cuarto y no pasaba nada. De veras que no lo veía
como algo extraño o mal. Él tampoco. Ambos nos necesitábamos y eso era
suficiente para los dos. Noté otro cambio drástico cuando terminamos el curso.
-¿Qué pasó?
-Él se volvió a Busán en los meses de verano y
yo, no queriendo estar solo allí, me volví con mis padres hasta que empezase de
nuevo el tercer curso. Él y yo nos estuvimos escribiendo por correo pero eso no
fue lo raro. Yo ya tenía una formación académica muy alta, me pasaba hasta las
tres de la mañana hablando de Nietzsche, de Freud, de Miquel Ángel y de Allan
Poe. Volver a mi casa fue como caer sobre una losa de mediocridad y atraso
social que me destrozó por dentro. No fui consciente hasta ese verano de que mi
madre era una retrógrada señora machista que se dejaba avasallar por la opinión
de su marido sin que ella pudiese decir nada. Se cubría los ojos y sellaba los
labios a voluntad propia aumentando así su ignorancia en una espiral de
autodeterioro. Mi padre, no era más que un mero albañil decrépito y borracho
que se pasaba el día trabajando y las noches bebiendo para olvidar su dolor de
espalda y riñones. Cuando llegaba a casa mi madre le atendía sumisamente a sus
peticiones y olvidaba todo por agasajar a mi padre.
-Esas son palabras muy duras. –Me dice Jimin.
-Lo son sin duda, pero darme cuenta de ellas a
los veinte años es aún más difícil de comprender. Me pasé la infancia en una
burbuja de autoatención en donde no fui consciente de lo que me rodeaba. Sabía
que estaba allí pero pensé que esa era toda mi realidad y nada que se escapase
de esos límites podría existir. Descubrí un mundo nuevo con una persona
totalmente diferente a mí y que sin embargo explotaba mis mejores y más ocultas
cualidades.
-Esas son palabras muy dulces. –Dice ahora de
nuevo con una sonrisa.
-No creas. –Le corrijo-. Son mucho más crueles
cuando la realidad te las muestra como algo inalcanzable a lo que nunca vas a
poder aspirar.
-Sigue contándome. –Me dice y me doy cuenta de
que hace rato que se ve inmerso en la historia. Yo sonrío ladino y le miro
pensativo. ¡Cómo me recuerda a él!
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