EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 27
CAPÍTULO 27
Yoongi POV:
El sonido de su respiración acelerada se cuela
por cada uno de mis poros, acumulándose de forma gradual bajo mi piel y
llegando a instalarse en algún lugar de mi cerebro. Esa respiración se
interrumpe por un gemido y el movimiento de su mano cerniéndose sobre el
reposabrazos de la silla. He aprendido a apreciar la forma de sus dedos cuando
se sienten nerviosos y se tensan, contrayéndose sobre la madera, la forma de
sus pies, al inquietarse con el dolor, al intentar evitarlo de forma inútil. Más
de una vez he podido apreciar que me miraba de reojo pero solo ha sido un
destello de un intento por mirarme, dado que ni puede girar su cuello ni sus
ojos alcanzan a descubrirme entre las sombras de la habitación. De la comisura
de sus labios cae un hilo de saliva que más de una vez me ha incitado a recoger
con la yema de mi dedo.
Cuando la sesión termina, sigo el mismo
procedimiento que siempre. Me levanto deshaciéndole de las pinzas de los ojos,
le libero el cuello y su torso cae exhausto. Después con cuidado la gasa entre
sus labios a lo que él me hace un puchero para que le limpie y lo hago con el
mayor cuidado que se me permite, con sutileza, apenas rozándole con la tela.
Después, su comisura y su barbilla. Él me devuelve una mirada cansada, una expresión
derrotada. Con una de sus manos me sujeta la bata cayendo desde mis hombros y
se ayuda a incorporarse. Yo paso mi brazo por su cintura y despidiendo a Jin
con un gesto de mi rostro ambos salimos al pasillo en dirección a su cuarto.
Por el camino nos mantenernos en silencio y me dedico a escuchar el sonido de
sus torpes pasos, el de su respiración agitada y el de alguno de sus gemidos
cuando siente la irritación sobre sus brazos.
Una vez llegamos a su dormitorio le siento
sobre la cama y queda ahí quieto, mirando sus manos sobre su regazo y aun
respirando con algo de incomodidad. Yo me dedico a cerrar la puerta, la
ventana. Corro las cortinas y recojo, un poco por encima, la habitación. Antes
de darme cuenta me giro a él y le advierto.
-No vas a cenar. –A lo que él asiente conocedor
ya de la situación y de su castigo. Con sus manos rodeándose los brazos me mira
alzando el rostro despacio, esperando encontrarme por alguna parte y me
localiza enfrente de él, a lo que me habla directo.
-¿Te marchas ya? –Me pregunta y yo miro la
puerta, le miro a él y miro el reloj que rescato del bolsillo en el chaleco.
Suspiro largamente a lo que él me devuelve una mirada desazonada, confusa,
perdida. Acabo sucumbiendo a ella y me siento a su lado, pasando mi brazo por sus
hombros y él, como un acto reflejo, se apoya con el rostro en mi hombro.
Desciende hasta mi pecho y queda su cabello justo a la altura de mi nariz.
Apenas puedo reaccionar a sus gestos tan sumisos. Le aprieto contra mí y el
volumen de su cuerpo en mis brazos me hace sentir tremendamente responsable y
temeroso. Si alguien entrase, podría pensar terriblemente mal. Si él se excede
en su confianza, puedo perder su respeto. Sí él se acerca más, puedo perderme
de nuevo en sus labios. Y eso es algo que no puedo permitir y por mucho que
quiera e insista, no puedo separarle de mi cuerpo. Le abrazo con mis dos brazos
y él me abraza el contorno del pecho, quedando ahí unos segundos.
Su cuerpo está débil, mis brazos comienzan a
sentirse extrañamente incómodos. Acabo reclinándome para una mejor postura y
caemos en la cama, él con su rostro en la línea de mi cuello y yo mirándome
desde donde me encuentro con una expresión algo atontada. Su cuerpo se amolda
al mío con una facilidad pasmosa, con una habilidad sorprendente. Y lo peor, es
que me gusta la sinuosidad de su forma al acomodarse a mi lado. Yo me giro un
poco a él y llevo mi mano a su cabeza, a su cabello, para acariciarlo con
sutiles gestos para levantar su cabello, para poder desprender de él su olor,
la suavidad de este, su textura, el brillo de su color. Cuando miro su rostro
él me devuelve una mirada amable sonriéndome con inocencia. Ni él está drogado
ni yo me siento obligado. Ambos estamos en nuestro criterio y cuando borra la
sonrisa, es para hablarme.
-Quédate conmigo, hasta que me duerma. –Me pide
y yo asiento, casi sin quererlo. En mi mente resuena un profundo e intenso “no”
que le habría dejado en su sitio pero al parecer, su sitio está entre mis
brazos y se acomoda mejor sobre mi cuerpo mientras con sus manos acaricia la
mía, libre sobre mi pecho. Lo hace con dos pequeñas manos cerca de su rostro.
Puedo sentir su aliento cayendo sobre ella, su cálido aliento dulce y ligero.
Puedo sentir como de vez en cuando algunas de mis falanges rozan sutilmente con
su piel en su nariz, con sus mejillas levemente encendidas. Me gusta la
sensación de que se lleve mi palma a su rostro y yo pueda acariciar allí a mi
libre albedrío. No es sino otra iniciativa la que le lleva a rescatar mi mano
de su propio rostro. La coge entre sus manos y, muy despacio, comienza a subir
la manga de la bata blanca junto con la de la camisa debajo. Yo me dejo hacer
aunque no puedo evitar oir el sonido del palpitar de mi corazón con cada
pulsación desmesurada de este.
Cuando roza con sus dedos la superficie
abultada de tres líneas puestas ahí de forma descuidada, me recorre un
escalofrío que no había sentido nunca. Jamás nadie me había tocado con tanta
suavidad, con tanto mimo. Sus dedos apenas rozan el aire alrededor pero siempre
con una ligera presión sobre mí. Una suave presión edulcorada. Él mira con
curiosidad donde su dedo toca pero yo solo tengo mirada para su rostro que
apenas parece estar consciente de lo que implica su gesto. Está sobrepasando la
línea que nunca nadie ha podido obtener. Está ultrajando mi más preciado
secreto. Mi mísera vergüenza superficial, mi piel ajada por los remordimientos.
Y yo no hago nada por evitarlo. Porque me gusta la forma en la que me trata,
porque me hace sentir cálido, después de las oleadas de frío que han acabado
por consumir mi cuerpo y mi alma. Porque añoro el contacto de alguien. Porque
añoro el contacto al que él me recuerda. Porque me gusta el contacto, y me
gusta él.
-¿Mañana me contarás por qué? –Me pregunta
ascendiendo su rostro a mirarme y sujeta mi muñeca para acercarse un poco más a
mí y apoyar la cabeza sobre la almohada a mi lado. Yo asiento con miedo de que
al hablar, me salga un hilo de voz por culpa de su intensa y oscura mirada
avasallándome de esta forma.
-Sí. Mañana hablaremos de ello.
-¿Es complicado de explicar?
-Lo es.
-¿Y doloroso?
-¿Eres morboso? –Pregunto y él me sonríe
amable.
-Si no quieres contármelo, no tienes por qué
hacerlo. –Yo frunzo el ceño con sus palabras.
-¿Alguna vez has tenido la sensación de que te
ves obligado a hacer algo porque sabes que debes hacerlo, y no entiendes
porqué? –Él imita mi gesto anterior.
-No lo entiendo…
-Me siento en la obligación de contártelo, de
darte una explicación de mis actos, solo por el mero hecho de que te pareces a
la persona por la que lo hice. –Ahora sí que frunce el ceño, pero me comprende.
Sé que lo hace, porque él siente lo mismo hacia mí.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que, pases por lo que pases aquí
dentro, te aseguro de que lo entiendo.
-¿Pasaste por lo mismo? –Niego.
-Yo siempre he estado a este lado. –Le digo-. Y
no es exactamente a ti a quien entiendo. –Ahora sí que no me entiende-. Le
comprendo a él. A Jeon. Yo estuve en su lugar. –Sus ojos se abren con una
expresión sorprendida y me miro la muñeca-. Pero yo no me desangré a tiempo.
-Hyung… -Murmura, con una débil voz rota por un
repentino llanto comprensible y se abraza a mí escondiendo su rostro en la
línea de mi cuello. Su respiración choca con mi piel, al igual que sus labios y
la forma en que me besa ahí. Me da un escalofrío de nuevo y apenas doy un
imperceptible respingo. Sus labios están caliente, jugosos, húmedos. Me abraza
con más fuerza y yo cierro los ojos, trago con fuerza. Una de mis manos está
rodeando su cintura y la otra, inexplicablemente, entrelazada con una de las
suyas sobre mi pecho. Me besa de nuevo, un nuevo beso cálido y acogedor. Le
dejo hacer durante unos minutos hasta que los besos se detienen y su
respiración se vuelve más tranquila e intensa. Se ha quedado dormido.
Con sumo cuidado me incorporo sobre la cama y
le acomodo a medida que me voy deshaciendo del peso de su cuerpo sobre el mío.
Lo hago lentamente, procurando no despertarlo e intentando no parecer demasiado
necesitado por irme. Le cubro con la sábana. Apago las luces y me marcho
llevándome una de mis manos a mi cuello de donde limpio todo resto de su saliva
que haya podido quedar solo por evitar problemas si alguien me preguntase.
Nadie se hubiera dado cuenta pero me siento perseguido y observado y esta es la
única forma de deshacerme de la histeria que comienza a recorrerme. Me alejo de
la puerta a paso rápido y me escabullo pasillo adelante agarrando con fuerza
las mangas de la bata con mis manos e intentando borrar una expresión
desorbitada de mi rostro que insiste en querer ser desobediente.
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