EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 26

 CAPÍTULO 26


Yoongi POV:

 

Llego a la sala de terapia pisando con violencia. Remarcando con mis pisadas mi supremacía y mi enfado sobre la idea de que Jimin me haya mentido cada día, con la idea de que lo sigua haciendo, con que no sea capaz de entender el sitio donde está, y quien soy yo. Hoy el sol está iluminando débilmente los pasillos tras alguna nube puñetera. Gris, caprichosa de la intromisión. Las cortinas, algunas, ondean a un frágil viento que se muestra sumiso a las peticiones de otros, como yo, sumiso a su engaños y lágrimas de cocodrilo. Bajo mi brazo camino con mi agenda, su propio diario, la carta del resultado de ADN y el fajo de cartas que él le escribió. Todo pesado pero no tan llamativo como pensé que resultaría. Él va a fijarse en la cantidad de cosas que traigo conmigo pero verse presa de mis acusaciones ante la idea de que no haya tomado las pastillas, será un aliciente para que pierda el control de la situación. Por una vez, seré yo quien domine en ella, y no su estúpida verborrea.

Cuando llego a la sala de terapia y entro, me encuentro a la enfermera administrándole la inyección propia de cada día. En vez de darle una pastilla con el desayuno serán inyecciones directas antes de cada sesión. Supongo que en esta ha esperado a que yo me presente o al menos a que Jimin esté aquí, donde yo pueda ayudarle en caso de un ataque de ira. Sin embargo él no parece sorprendido por el cambio de estrategia y menos por mi presencia al entrar y no declarar una interrogación ante la conducta de la enfermera. Al contrario, me siento en mi sitio de siempre y me cruzo de piernas, escondiendo detrás de mi propia agenda todo lo que he traído que aún debe aguardar unos segundos, solo unos pocos. Cuando la enfermera se retira y cierra detrás de ella, nos quedamos en un silencio atronador. Yo le miro y él me retira la mirada, levemente avergonzado porque sabe que voy a increparle por su mal comportamiento. Antes que nada saco la carta de los resultados del análisis y se la muestro, ante su poco atenta mirada.

-¿Te parece bonito? –Le pregunto a lo que él se encoge de hombros sin mirarme, con esa expresión desinteresada en su rostro. Yo abro el sobre y le tiro en resultado al regazo, a lo que él lo mira distraído y me lo devuelve, sin el más mínimo interés-. Me has mentido cada día que hemos estado aquí. –Le digo-. ¿Por qué diablos no has tomado la medicación?

-Porque no estoy enfermo. –Sentencia firme, esta vez sí mirándome al rostro con esa dura expresión que pensé que había borrado de su memoria. Y de la mía.

-Debes tomar la medicación. –Le digo, serio-. Y vas a hacerlo quieras o no. ¿Cómo diablos te has deshecho de ella?

-Me la metía entre la mejilla y la encía superior. No se notaba el volumen y cuando abría la boca la enfermera solo se asomaba sin más. No hurgaba dentro. –Dice, serio pero con un deje de superioridad ante la idea de librarse durante dos semanas de medicación-. La tomé los dos primeros días, y luego desistí.

-Eres un maldito mentiroso. –Le digo enfadado a lo que él de nuevo, y con frialdad, se encoge de hombros-. Pues se acabaron las pastillas. De ahora en adelante inyecciones. ¿Cómo vas a librarte ahora? ¿Vas a abrirte las venas en canal? –Le pregunto a lo que él me mira divertido.

-Es una posibilidad. –Yo frunzo el ceño y estoy a punto de darle una bofetada por sus palabras, pero al incorporarme sujetando las cosa en mi regazo lo que hago es estirar el brazo y arrebatarle la cajita de música de las manos a lo que él las estira reclamándola y evitando que se le escape pero yo me he vuelto a sentar y él acaba por sentarse de nuevo mirándome enfadado-. Devuélveme la caja. –Me dice con ojos entrecerrados y yo la meto en el bolsillo de mi bata ignorando sus peticiones, del todo infantiles y subordinadas a la dependencia que siente por ese objeto.

-No. Te has portado mal y he de castigarte. Da gracias que no voy a romperla. –Le digo  lo que él traga saliva y yo le devuelvo una mirada aún fría. Seria. Tengo demasiadas preguntas en mi cabeza, preguntas que solo él va a saber responderme. Acaba cruzándose de brazos con una mueca sintiendo aún la incomodidad del brazo en el que le han inyectado la medicación. Me mira serio.

-Bien, ¿y de qué hablamos hoy? –Me pregunta y yo me limito a sacar una fotografía del bolsillo de mi bata en donde suelo guardar mi pluma. Hoy le ha hecho a esta compañía pero nada más sacarla, se la muestro a lo que él palidece rápidamente. Mucho más de lo que había visto en nadie jamás. Se yergue sobre el asiento y carraspea unos segundos. Si va a mentirme, ya se ha delatado.

-Quiero hablar de él. –Le digo. Él se encoge de hombros.

-¿Quién es él? –Pregunta con un deje de voz cortado por una ola de miedo ascendiendo por su cuerpo. Yo tiro la fotografía al suelo de un golpe seco y rescato de mi regazo todo el conjunto de cartas y su diario.

-No se te ocurra volver a mentirme. ¡Nunca más! Ya lo sé todo y no puedes engañarme. –Le digo a lo que él mira todos los objetos en mi regazo y está a punto de levantarse solo por recuperarlos pero las fuerzas le fallan, me mira con el rostro roto por el miedo.

-¿Has leído mi diario? –Pregunta escandalizado y señala las cartas en mi regazo-. ¿Y de dónde has sacado eso? –Grita-. ¿Has estado en su casa? ¿Por qué diablos lo has hecho? –Pregunta gritando a lo que yo me siento más tranquilamente en la silla, algo temeroso.

-No tolero las mentiras. –Digo como excusa.

-¿Qué diablos te pasa en la cabeza? –Pregunta y de nuevo recae en la fotografía en el suelo, como si el rostro en ella acabase de hablarle, como si su mirada pudiera sentirse en el aire. Jimin se levanta y hace un puchero triste mientras se agacha y recoge con sumo cuidado la foto en el suelo. La levanta como si de un animal herido se tratase y se sienta de nuevo con esta en sus palmas unidas. La mira largo tiempo, el suficiente como para que sus ojos se enjuaguen y sus mejillas enrojezcan violentamente. Juraría que tiene un gran nudo en su garganta y que sus manos tiemblan por el miedo del propio reencuentro, más que por la situación para conmigo. Con su dedo índice posa su yema sobre el rostro del retrato y acaba llevándose la fotografía al pecho. Cierra los ojos, suspira. Cuando los abre es para dirigirme una mirada ofendida-. ¿Cómo te atreves a traerme esto? –Pregunta, señalando las cartas y la fotografía con la mirada-. ¿No es suficiente el dolor que tú me provocas? ¿Quieres que muera de dolor, como él? –Señala la foto y yo me le quedo mirando con una mueca de angustia, de curiosidad, de confusión. Le dejo pensar, cavilar varios segundos. Los suficientes como para que un par de lágrimas acaben saliendo de sus ojos y se recomponga, pasándose el dorso por las mejillas.

-Quiero hablar de ello. –Le pido firme y él me mira, pensativo.

-¿Has leído el diario? –Pregunta a lo que yo asiento-. ¿Todo?

-Sí, incluso la carta. –Le digo y él asiente, comprendiéndome. Ahora mira las cartas en mi regazo.

-¿Esas son todas las cartas que yo le mandé? –Asiento.

-Desde el día 19 de enero de 1925 al 18 de marzo de 1925. –Le veo hacer memoria y acaba asintiendo, conforme. Después, rompe a llorar casi como una forma inesperada pero completamente natural de desahogarse-. ¿Lloras por el recuerdo? –Niega con el rostro.

-No debiste leerlas, era algo personal. –Convulsiona y yo suspiro pensando en que tiene razón pero era la única forma de darme cuenta de que suele mentirme, de que tiene problemas más graves que una mera atracción sexual. De que me identifico con él más de lo que quisiera.

-Lo sé. –Le digo-. Pero tenía que hacerlo. –Le digo pero no le sirve como excusa y se vuelve a recomponer pasándose el dorso de las manos por los ojos mientras sostiene la foto de Jeon en el regazo y suspira largamente, asiente para sí mismo y le da la vuelta a la fotografía, para no verla por un largo tiempo.

-¿De qué quieres hablar? –Me pregunta, dispuesto a colaborar.

-¿Prometes no mentirme? –Pregunto y él asiente, seguro.

-Has violado mi intimidad, te has inmiscuido en las cosas de un chico muerto. ¿Acaso importa ya la verdad? –Me pregunta y yo suspiro mirando las cartas en mis manos-. Pregunta lo que quieras.

-Tengo varias preguntas. –Le confieso-. Tengo que ordenar mis pensamientos. –Asiente-. La muerte de Jeon JungKook ocurrió el 20 de marzo de 1925. ¿Cierto? –Jimin asiente al instante, seguro de mis palabras y yo confirmo la fecha dentro de mi mente-. Entonces, según eso, -Saco la carta reconstruida de su diario-. ¿Esto fue escrito después de su muerte? –Él asiente a lo que yo me quedo pensativo.

-Así es.

-¿Esta es la carta que tus padres encontraron en tu cuarto? ¿La carta que supuestamente destruiste?

-Sí, tuve que romperla delante de ellos para que me creyesen. –Dice a lo que yo le devuelvo una mirada algo confusa.

-Entonces, si no entiendo mal, ¿te han encerrado aquí por una carta de despedida a un muerto que ya no está aquí? ¿Te han encerrado por esto? –Jimin, lo piensa unos segundos, y acaba asintiendo con una mueca algo triste-. Me dijiste que en la carta le pedías salir a un chico de universidad, tus padres me dijeron…

-Como es la realidad, ¿eh? –Dice con una sonrisa triste-. Cada uno la interpreta a su punto de vista. Cada uno la recrea en su propio beneficio y la usa con fines egoístas. La única verdad es que yo estaba enamorado de ese chico y que por culpa de eso, me encuentro aquí. No hay más. –Se encoge de hombros y yo regreso la carta al interior del diario, sintiéndome cada vez más satisfecho. Sé que no me miente, y que al hablarme, lo hace con la seguridad de que yo me he inmiscuido lo suficiente en su historia como para estar a su nivel de conocimiento.

-¿Cómo murió? –Le pregunto directo y él evita mi mirada-. Su madre me dijo que murió de gripe. –Jimin me mira enfadado y ríe sarcástico.

-Esa zorra del diablo les digo a todo el mundo esa patraña. Esa hija de puta es una borracha manipuladora que le hizo la vida imposible a su hijo, culpándole de la huída de su marido cuando fueron ella y su pedantería de hija burguesa la que la llevó a esa deplorable situación.

-Ya veo que no guardas buenos recuerdos de ella.

-No quiero guardar absolutamente nada y realmente siento pena por ti si has tenido que cruzarte con ella. –Dice mirando las cartas.

-Sí. Hablé con ella y eso fue lo que me dijo. Y también, que su marido había muerto en un accidente de coche.

-Sí. –Dice Jimin pensativo-. Eso es lo que me contó también Jeon pero luego descubrí que no era así.

-Lo sé, lo he leído. –Le digo y Jimin me mira, con suspicacia-. ¿Cómo murió? –Repito la pregunta.

-Se pegó un tiro entre los ojos. –Contesta frío y serio.

-¿Viste el cuerpo?

-Sí. Yo recibí de madrugada una carta de él. Creo que fue él mismo quien me la coló por debajo de la puerta a primera hora de la mañana. Apenas me levanté ahí estaba ella. La abrí y nada más leerla, salí corriendo en dirección a su casa. Toqué el timbre varias veces sin respuesta. Su madre estaba borracha, durmiendo la mona sobre la encimera de la cocina. Cuando tuvo la dignidad de abrirme la puerta apenas la aparté y salí corriendo en dirección a su dormitorio. Allí estaba. Con un orificio en su frente y todo el suelo cubierto de su sangre.

-¿Su madre no había oído el disparo?

-No habría oído una bomba cayendo sobre su cabeza. –Me dice frío. Su frialdad es independiente de sus ojos, enrojecidos y enjuagados en lágrimas.

-¿Qué pasó después?

-Me abracé a su cuerpo y su madre me echó a patadas de casa. Llamamos a una ambulancia y se llevaron el cuerpo al tanatorio para una autopista innecesaria. Les conté lo sucedido a los médicos, obviando los detalles de nuestra relación, y rápido su madre intervino para que no se conociese la noticia.

-Es extraño, ella solo me dejó entrar a buscar esto en su casa cuando le mencioné tu nombre. –Le dijo a Jimin lo que le saca una sonrisa sarcástica.

-¿De veras?

-Bueno, en realidad cuando le conté que estabas en este hospital y que yo era tu doctor.

-Seguro que me manda buenos recuerdos. –Dice divertido y yo asiento.

-Dijo que te torturase como tú lo hiciste con su hijo. –Mis palabras le hacen fruncir el ceño, ofendido.

-Yo amaba a su hijo. Fue ella quien le destruyó. –Dice y de nuevo gira la imagen de Jeon sobre su regazo. Suspira lárgamente.

-¿Conociste a su padre?

-Solo lo vi en el entierro, pero no le dije nada. No creo que hubiese servido de nada. –Se encoge de hombros y yo asiento. Me muerdo el labio interior y rescato la última carta de Jimin para mostrársela a él mismo.

-Esta fue la última carta que él recibió de ti. –Le digo a lo que él se acerca y asiente, reconociendo su carta-. ¿Lo último que tú recibiste de él fue esa carta que mencionas, la que te pasó por debajo de la puerta? –Asiente-. ¿Qué te dijo en ella? ¿Te acuerdas? –Jimin asiente, seguro y yo me sorprendo de su seguridad. Comienza a narrar, parafraseando unas palabras que recuerda vagamente.

-Fue la primera y única carta en la que hablé con el JungKook real. Normalmente era con un JungKook de hierro con el que paseaba y charlaba, con un JungKook de madera, con quién me mandaba cartas, pero aquel era un Jungkook de agua. Plástica, maleable, limpia, pura y cristalina. Era la verdadera visión de un humano roto por el dolor de la desesperación pero liberado del peso de la realidad por una decisión.

-¿Qué te escribió? –Insisto.

-Me dijo que me amaba, que estaba locamente enamorado de mí y que eso no podría cambiarlo nadie por nada del mundo, pero que hay cosas en la vida que son peligrosas, y el amor ha matado gente, ha destrozado países, ha aniquilado al mundo entero y no estaba dispuesto a ser el culpable de mi propio sufrimiento por este amor prohibido que nos abocaría al desastre. –Dice, resumiendo en palabras frías y duras-. Me confesó que desde que nos habíamos conocido yo habría sido como un hermano, pero que esa fraternidad la había confundido y que durante días se sintió confuso hasta que se dio cuenta de que, aunque intentase engañarse, no podría, me amaba y él se sentía culpable por ello. Así fue la primera mitad de la carta. Después me comencé a exaltar porque hablaba de que ya no quería seguir sintiendo esa opresión de la sociedad sobre él. Tantos estudios, su familia, y ahora yo. Me dijo que desde que yo entré en su vida el resto de sus problemas parecían nimiedades en comparación con la sola idea de que pudiera estar enamorado de mí. Me contaba que se le hacía difícil confesase a mí a pesar de que sabía que yo le correspondía. Me dijo que eso le daba incluso más miedo porque implicaría una reciprocidad en el sentimiento, y por lo tanto una mutua aceptación. Sabíamos que ambos dependíamos del otro pero el límite de lo físico lo trastocaba todo. Me pidió perdón por el beso, nuevamente, pero me dijo que se iría con ese recuerdo de mis labios sobre los suyos, como el mejor instante de su vida, el más intenso, el más feliz. Me reconoció ser un farsante y un mentiroso. Se reconoció como un niño mimado tras una coraza de protección ante cualquier sentimiento propio de él. Terminó la carta diciendo que, siendo incapaz de controlar sus sentimientos prefería morir, antes que darse cuenta de que estaba abocándonos a los dos a la miseria y que, no queriendo arrastrarme, me alejase de su recuerdo. Me pidió que no le escribiera más. Que no fuese a su casa, que ya no estaría allí. –Jimin suspira largamente y continúa a los segundos-. Me dijo que me amaba y se despidió de mí con una triste frase final. Se me ha quedado grabada. –Dice.

-¿Qué frase?

-“Amor vincit omnia”.

-¿Qué significa? –Pregunto confuso a lo que él traduce.

-Es latín. Significa “El amor victorioso sobre todo” Es algo más complejo de lo que piensas. –Me dice-. Implica que el amor puede con las artes terrenales como la ciencia y el arte. –Dice a lo que yo niego con la mano, no necesitando más explicaciones.

-Entiendo, no te preocupes. ¿Qué crees que te quiso decir con eso?

-Que el amor podía con todo, incluso con él. –Suspira-. Y supongo que así fue. –Sentencia y yo guardo de nuevo la carta que le he mostrado y me miro el regazo abarrotado de las cosas que he traído.

-Tengo más preguntas. ¿Qué ocurrió aquél día de vuestro beso? ¿Cómo fue?

-¿Quieres saberlo por los detalles morbosos, para hacerme daño, o porque realmente esperas sacar algo de esto? –Pregunta  y yo le miro entrecerrando los ojos.

-Intento esclarecer unas dudas personales. –Me mira sospechoso-. Es cierto. –Le insisto a lo que él rueda los ojos y acaba subordinado a mis peticiones.

-Quedamos en la plaza donde solíamos vernos. Cuando yo llegué él ya estaba allí.

-Te he dicho que me cuentes lo del beso.

-Cállate. –Me dice, enfadado-. Estoy intentando hacer memoria-. Yo ruedo los ojos-. Normalmente siempre solía llegar unos cinco minutos tarde, nada que yo no pudiese esperar. Cuando llegó me dijo que había reservado en un restaurante para los dos a la hora de cenar. Me dijo que era un restaurante de comida italiana, siempre le gustaba ir a restaurantes nuevos y salir echando pestes hablando como un burgués ennoblecido. –Ríe entrecerrando sus ojos. Y eso, maldita sea, me hace sonreír a mi también-. Cuando llegamos nos había pedido una mesa en un reservado. Se sentó frente a mí y toda la cena estuvimos en silencio. Pensé que hablaríamos como en otras ocasiones pero no fue así. Hubo un silencio prolongado por toda la cena. Cuando nos trajeron el postre él ni lo probó y comenzó a sentirse nervioso. Bebía más vino de la cuenta y se limpiaba de vez en cuando las manos con la servilleta. Cuando estuvimos a solas a petición suya echó al camarero, se sentó a mi lado y suspiró varias veces. A tan poca distancia yo era incapaz de mirarle a los ojos y él empezó a hablar en susurros que apenas podía oír. Decía algo así como. “Lo siento, tengo que hacerlo”. “Solo, mírame, cierra los ojos”. Hice lo que él me pidió y cuando me tuvo con su mano en mi mejilla, posó los labios sobre los míos. –Jimin cierra los ojos retrotrayéndose en el recuerdo y me siento envidioso de no poder estar ahí con él-. Sé que no quieres oír esto, ni oírme hablar de cosas gays, pero de veras que me gustó besarle. Era la primera vez que besaba nadie pero fue la mejor sensación que había tenido en mi maldita vida. –Dice devolviendo su mirada a mí con intensidad-. Te prometo que no he vuelto a sentir esa calidez, la forma de sus labios acariciándome, protegiéndome. Me sentí completo espiritualmente. Antes creía que nuestras conversaciones eran suficientes, pero cuando le besé, ya no valían nada. Todo lo que quería decirme, lo hizo con ese beso.

-¿Qué ocurrió después?

-Cortó el beso por falta de aire y se me quedó mirando esperando una respuesta de mí. Yo me había quedado paralizado. –Dice-. Antes de poder reaccionar él se sintió ofendido, o temeroso. O yo que sé, y se largó. Pagó y se marchó de la nada. Yo le perseguí cuando retomé la cordura y le seguí hasta su casa pero ya no le vi. –Niega con el rostro-. Todo fue culpa mía. Tenía que haber hecho algo.

-Es compresible. El shock fue grande. –Digo y él asiente, comprendiendo mis palabras.

-Así fue. ¿Quién diablos iba a pensar en que alguien como él…? –Suspira sin acabar la frase y yo tamborileo con los dedos su diario sobre mis piernas.

-Tengo una última pregunta. –Digo a lo que Jimin asiente-. ¿Vas a volver a mentirme? –Jimin se sorprende por mi pregunta pero acaba negando.

-No. Te prometo que no. –Dice pero sigo sin poder confiar en él.

-Supongo que no es fácil confiar en alguien que lo ha perdido todo. Eres como un pirata. –Le digo sonriendo pero él frunce el ceño sin entender-. Estas a solas en medio del mar, sin nada, sin nadie, solo te quedas a ti mismo y te regalas tan fácilmente…

-¿Qué dices?

-Que solo puedo confiar en ti si tú confías en mí, y no lo haces.

-Haz que confíe en ti. –Pide.

-Así será. –Miro mi reloj-. Por hoy ha sido suficiente. Por lo pronto esta tarde tendrás una sesión intensa de aversión y te has quedado sin caja y sin cena por un mes. –Le digo a lo que él me mira con una mueca decepcionada-. Mañana será otro día. Mañana hablaremos de mí. –Le digo y él me mira con una sonrisa infantil que entrecierra sus ojos. Cuando me pongo en pie recogiendo las cosas sobre mi regazo, él se levanta, sujeta la foto de Jeon entre sus manos y tras darle un sutil beso, me la extiende para devolvérmela pero yo niego con el rostro-. Quédatela. De todas formas seguro que yo la pierdo. –Él asiente con una sonrisa tímida y de nuevo se sienta en la silla. Yo salgo al exterior y cierro detrás de mí, quedándome unos segundos ahí parado. Escucho al otro lado una voz. Su voz, llorando su nombre.

-Jungkookie… -Murmura y de nuevo, el sonido de su incesante llanto roto por espasmos que mueren en su garganta.

 

 

 


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