EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 21

 CAPÍTULO 21


Yoongi POV:

 

De nuevo ese sonido. Ese horrible sonido de sus gemidos doloridos haciéndose eco entre el silencio de la sala. Sentado a su lado me veo impotente pero culpable para con su dolor. A intensidad máxima se producen una sucesiva serie de calambres en sus brazos provocándole convulsiones  continuas. Un video de media hora junto con media hora de dolorosas descargas de electricidad. Miro sus pies en el suelo. Del movimiento por intentar zafarse, uno de sus calcetines se ha desprendido de su pie. De un pequeño pie blanquecino y pequeño que se encoge con cada nueva oleada de dolor. Patalea como puede, se revuelve, se encoge y desaparece. Parece apenas un pie inocente, se apoya solo en la parte delantera cuando siente dolor, se deja caer cuando el dolor desaparece, pero solo es una sensación engañosa. Rápido vuelve. Sus dedos se mueven, se encogen, tiemblan.

Sus piernas intentan controlar sus pies, de forma inútil. Sus manos sobre los reposabrazos en la silla se sienten igual de inestables que sus pies en el suelo. Se agarran a la madera, se zarandean, sus dedos se contraen, aprietan con fuerza, se relajan unos segundos y después de nuevo esa horrible sensación de verse inutilizado e impotente. Sus pequeñas manos se ciernen con fuerza, hasta dejarse los dedos blanquecinos y doloridos, más aún que el propio dolor que la máquina de descargas le está causando. Puedo ver en su piel desnuda de sus brazos las contracciones de toda su fila de músculos contraerse y relajarse con cada nueva descarga, con cada nuevo voltaje. Es incluso hipnótico verle. Su pecho sube y baja, al igual que su vientre doblado. Con cada nueva bocanada de aire se ensancha su pecho, con cada nuevo lloriqueo sus hombros convulsionan, su vientre se descontrola moviéndose desenfrenado por las involuntarias reacciones de su diafragma.

En su rostro una expresión de horror mientras sus ojos están fijos con pinzas sobre la pantalla y entre sus abultados labios, un cilindro de gasas médicas para que sus dientes no se rompan por la presión de la mandíbula en cada una de las descargas. De entre la tela sale el sonido de sus gemidos y llanto. Creo haber oído mi nombre entre tantas lágrimas derramadas pero solo ha sido un espejismo que no soy capaz de volver a oír. Puedo ver a través de la línea de su mandíbula, una hebra de saliva cayendo hasta perderse por su barbilla. Unas cuantas lágrimas, probablemente suero del que estoy echando sobre sus ojos, cayendo por sus mejillas. Su frente rompió a sudar a los cinco minutos de comenzar el video. Ahora las gotas de sudor caen por sus sienes. Caen humedeciendo el pelo que encuentran alrededor. También es notable el rubor en sus mejillas, por el calor sufrido. A los diez minutos comenzó a llorar murmurando a través de la gasa, a los quince ha perdido toda esperanza de misericordia y se limita desahogar su dolor con la silla y el suelo bajo sus pies. A los veinte minutos comienza el agotamiento y la rendición ante el dolor. Se limita a lloriquear y mirar atento la escena. No es hasta que no llegan los treinta minutos que no desconecto la máquina y él cae como un resorte hacia delante, dado que era la energía lo que le mantenía erguido. Aun sigue estando agarrado por el cuello, pero tu pecho se ha parado y él rostro ha caído en picado, aun con ojos abiertos y la boca salivando.

Ya no se oye un solo gemido, un solo lloriqueo. Solo su respiración entrecortada y su incesante movimiento de pies, inquietos en el suelo. Cuando me acerco a él, da un respingo al notarme cerca y me mira temeroso, como si yo fuese el culpable del dolor que ha estado sintiendo y al verme reflejado en sus ojos me reconozco como el enemigo de su instinto. Cuando comprueba que solo quiero liberarle del dolor de las pinzas en sus ojos me deja hacer cerrando progresivamente los ojos según le voy liberando. Después vienen los electrodos. Lo hago uno por uno descubriendo debajo de cada uno de ellos una marca rojiza, que pronto se convertirá en amoratada. Ya tiene otras similares en el resto del brazo. Pronto no tendrá un solo centímetro de los brazos sin cubrir de un color magenta que remarque aún más sus malos recuerdos. Lo siguiente que viene es el agarre en su cuello y el de sus manos. Cuando le dejo libre se queda totalmente exhausto y se rodea el cuerpo con los brazos, asustado, dolorido, cansado y tremendamente traumatizado. Yo me quedo mirándole como evita a toda costa mi mirada y me acaba devolviendo una fría mirada temerosa. Está asustado y enfadado. Miro a su pie que se encoje detrás del otro y se esconde. Acabo por arrodillarme en el suelo con un suspiro y rescato el calcetín de lana blanco y lo sujeto para que él ceda a mi ayuda. Me extiende el pie, sumiso pero aún receloso y yo le pongo el calcetín con cuidado. Su pie en mi mano se siente frío, probablemente del propio suelo, y su piel suave y tersa.

Me incorporo y él me sigue con la mirada. Con esa mirada cómplice de algo que aún no ha verbalizado pero que yo deseo porque no lo haga. Cuando Jin termina de apagar el proyector y la enfermera se lleva el aparato de descargas, yo llevo una de mis manos a su rostro y quito la venda en su boca para limpiar con ella parte de la saliva que se ha escurrido fuera. Él me sigue con la mirada y cuando termino paso mi mano bajo su brazo y lo ayudo a incorporarse lentamente. Sus piernas flaquean los primero segundos y se apoya en mi cuerpo con cautela. Yo paso mi mano por su cintura y yo sé que no es la primera vez que el contacto se intensifica de esta manera pero a él se le nota receloso y consciente. Caminamos los primeros pasos tranquilos, comprobando que no pierde la fuerza y cuando le siento más seguro, me limito a sujetarle por el brazo para que camine a mi lado.

Atravesamos los pasillos, bajamos las escaleras y llegamos a su habitación para desembocar en el interior. Enciendo la luz y le dejo sentado en la cama aun hecha mientras recorro la habitación con los ojos. Bajo la persiana y corro las cortinas de la ventana. Recorro con la mirada el escritorio y guardo su diario y la pluma que le regalé en el cajón y miro hacia todas partes observando que todo esté bien cuando el sonido de un llanto me sobresalta. Devuelvo mi mirada a Jimin que se encuentra sentado en el borde de la cama donde lo dejé y con las manos cubriendo su rostro, sollozando ahí con insistencia y humildad. Estoy seguro de que esperaba a que yo me fuese para hacerlo pero he tardado demasiado tiempo y no ha podido evitarlo por más tiempo. Me le quedo mirando sin que él despegue su rostro de sus manos y sus hombros convulsionan, nervioso. Llora todo lo que no ha podido llorar en la terapia. Tal vez lo haga todas las noches. Tal vez solo en este estado de debilidad sea capaz de creer, y rezar.

Sin poder evitarlo por más tiempo suelto un suspiro cansado y me siento a su lado en la cama mirándole directamente a lo que él me ignora. Ignora tanto mi presencia, como el chasqueo de mi lengua, como el peso a su lado en el colchón. No aguanto un segundo más con el silencio roto por el sonido de sus lloriqueos.

-Vamos, Jimin. ¿Qué te ocurre? –Él no me contesta. Tal vez la respuesta sea tan obvia que no crea necesario contestarme-. ¿Por qué lloras? Ya pasó el mal rato… -Digo con voz más suave y paso mi mano por su hombro proporcionándole una dulce caricia a lo que él se sorprende, da un respingo y retira las manos de su rostro para mirarme, desazonado-. Vamos… no llores… -Le digo pasando la misma mano por sus hombros para acariciar su otro brazo. Ahora ya no se sorprende por el contacto y, al contrario que sentirse incómodo, vuelve a llorar esta vez apoyado en mi hombro. Se esconde en la línea de mi cuello y yo le aprieto contra mí sintiendo como sus lágrimas caen en la tela de mi bata. Como sus hombros se convulsionan bajo mi brazo y como me hace sentir tan desquiciado. Sin querer poso mi rostro en su cabello. Ya no huele como solía hacerlo. A ese intenso y dulce olor a fresas, y sin embargo, no me importa demasiado. Tampoco parece que su cabello sea tan suave, ni tiene el brillo de antes. No parece que tenga buena salud y estando deshaciéndose en mocos sobre mi bata, no le hace parecer nada de lo que era antes. Lo que más me sorprende, es que no me importa en absoluto.

-Hyung… -Gimotea entre el llanto-. ¿Por qué me haces esto? –Llora, yo no le doy una respuesta-. Duele mucho… no vuelvas a llevarme ahí…

-Sé que duele, pero solo ha sido un momento.

-Hyung… -Vuelve a llorar.

-Venga, Jimin. Es tarde y tienes que cenar. Te traerán la cena en un rato. ¿Hum? –Él no me contesta, sigue en mi hombro, escondido-. Vamos, mírame. –Se niega a lo que yo doy un largo suspiro y me quedo mirando su cabello esparcido por su rostro, en forma desordenada. En su convulso rostro enrojecido por el llanto. Con mi mano libre la conduzco al bolsillo de mi bata y saco de ella una pequeña cajita de música que pongo al alcance de su vista-. Mira, Jimin, lo que he recuperado. –Le digo casi en un susurro a lo que él abre los ojos enjuagados en lágrimas y cuando divisa la pequeña caja en mis manos da un respingo y lleva a ella las dos manos para cogerla y llevársela al pecho, como una necesidad imparable. La abraza con toda su envergadura aun bajo mi brazo sobre sus hombros y se incorpora deshaciéndose de este para quedar de frente a mí con una mirada feliz y juguetona.

-¡La has recuperado! –Me dice sonriendo, con una amplia sonrisa y con lágrimas cayendo por sus mejillas. Yo asiento-. Tiene que haberte costado mucho… -Dice a lo que yo me encojo de hombros quitándole importancia y no resiste un solo segundo a darle cuerda al pequeño mecanismo y hacer que la rueda interior gire, produciendo los acordes de la melodía a la que  yo mismo me he acostumbrado. Me da pena perderla, pero en sus manos tiene más valor que en las mías. Y más ahora que sé como la ha conseguido. Él cierra los ojos y no llega al quinto acorde que rompe a llorar de nuevo esta vez con una sonrisa avergonzada y llevándose el dorso de las manos para limpiarse los ojos.

-Me alegro de que te guste recuperarla. –Le digo-. ¿Puedo hacerte una pregunta?

-Claro. –Contesta abriendo los ojos y mirándome sonriente.

-¿De dónde la sacaste? Es muy original…

-Me la regaló mi abuela materna, antes de fallecer. –Me dice simple y conciso, sin borrar esa sonrisa de su rostro y yo asiento, dando por buena la mentira que acaba de soltarme. Sentir que me ha mentido me hace perder la consciencia de hasta qué punto hablar con él implica saber la verdad, ¿Cuánto hay de verdad en sus palabras diarias? ¿Cuánto hay de mentira? No llego a ninguna conclusión porque antes de poder darme cuenta de nada él se abalanzan a mi cuello rodeándome con sus brazos mientras la música se reproduce de fondo. El peso de su cuerpo alrededor del mío. Su pecho, subiendo y bajando apretando contra el mío que también se nota nervioso. Se agarra fuertemente a mí sonriendo, me deja un beso en la mejilla, un sonoro y dulce beso y se separa de mí levantándose de la cama con la cajita de la mano. Yo me incorporo también viéndole organizar la habitación para la hora de la cena y yo me marcho despidiéndome con un gesto de mi mano. Antes de salir me detiene con una sonrisa y una mirada.

-Yoongi hyung. Muchas gracias por recuperarla, es muy importante para mí. –Yo asiento.

-Ya lo sé.

-¿Puedo hacerte yo a ti otra pregunta? –Me dice con una mirada suplicante y yo cierro la puerta mientras me quedo mirándole con curiosidad.

-Sí, claro.

-¿Alguna vez me contarás lo que te sucedió? –Pregunta mientras mira con los ojos tristes mi mano sujeta al pomo. No mira mi mano, mira mi muñeca.

-Algún día, tal vez. –Él asiente, más convencido de lo que esperaba y sigue revoloteando en el cuarto. Yo salgo e, inevitablemente, me dirijo a mi consulta, presa de mi soledad y mi angustia.

 

 



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