EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 18
CAPÍTULO 18
Yoongi POV:
Me muerdo el labio inferior repetidas veces. Me
obligo a ello de forma inconsciente y he comenzado con ello desde el momento en
que he entrado a esta estancia y Jimin ya se encontraba dentro, sentado como
cada mañana en esa inanimada silla que él torna de presencia y elegancia. Con
los brazos sobre el regazo y la mirada en ellos respira con tranquilidad y
esperando seguramente en silencio a que yo termine de apuntar la fecha en mi
agenda. Ni con toda la noche he conseguido sacar de mi cabeza la expresión de
su rostro al ver aquel video anoche. Esa mirada perdida y desinteresada. El
sabor de sus labios. Sus palabras en sus cartas. Ha sido demasiada información,
demasiados acontecimientos, todos tan intensos durante tan poco tiempo que
ahora que me muestro ante él lo hago con un leve rubor en mis mejillas y cuando
cruzamos nuestras miradas yo soy el primero en evitarla, avergonzado sin sentido.
Cuando termino con mi agenda la dejo abierta
como siempre sobre mi regazo y con la pluma lista para apuntar cualquier dato
de relevancia a lo que él, atento como siempre, levanta la mirada y yo se la
devuelvo una un tanto dubitativa. Antes que nada me limito a hacerle las
preguntas rutinarias con lo que podamos desviarnos a una conversación un tanto
más profunda.
-¿Cómo te encuentras hoy? –Pregunto a lo que él
se encoge de hombros.
-Bien, la verdad. Me siento como si hubiese
dormido por días. –Dice y me muestra una media sonrisa a lo que yo se la
devuelvo con interés.
-¿Has tomado la pastilla esta mañana?
-Sí, YoonGi. –Dice con cansancio por la
repetición de la pregunta. Él acaba suspirando-. ¿Recé anoche? –Pregunta a lo
que yo frunzo el ceño.
-Esa es mi siguiente pregunta. ¿Hasta dónde te
acuerdas de lo que sucedió?
-Recuerdo estar viendo el video. –Dice
pensativo a lo que yo asiento, nervioso. Comenzando a pensar seriamente en la
posibilidad de que me mencione dentro de su recuerdo como una fantasía confusa
o algo parecido. Pánico me daría que recordase lo sucedido con claridad, pero
él no parece mencionarlo como algo importante por lo que no me alarmo-. Y poco
más.
-¿No recuerdas nada después de que el video
terminase? –Pregunto a lo que él niega con el rostro, confuso, frunciendo su
ceño al hacer un esfuerzo por atraer a él los recuerdos que en algún punto en
su mente se pierden para siempre. Yo suspiro y él me mira, cómo apunto en mi
libreta.
-¿Pasó algo?
-Nada. Te traje aquí y antes de que cenases te
caíste rendido en la cama.
-¿Eso es normal? –Pregunta a lo que yo le miro
con un interrogante en mi rostro-. Que un paciente se quede tan drogado en la
terapia…
-No. –Contesto-. Te administraron más calmante
del que deberían.
-¿Por qué? –Pregunta.
-Porque yo llegué tarde, la enfermera es una
incompetente y Jin no es más que un mero figurante.
-¿No es el director? –Pregunta confuso y yo
asiento.
-Por eso. Es como un rey y su corte. Es su
corte quien tiene el dinero y el poder. El rey es solo la cabeza de turno.
–Jimin asiente comprendiendo y después de ese gesto muestra una sonrisa pícara
por mis palabras. Yo le miro sintiéndome alegre por haberle hecho sonreír y
acabo abocándome a desértico folio sobre mi regazo. Me muerdo de nuevo el labio
inferior y él me mira, alzando el rostro.
-¿Estuve bien en la terapia de ayer? –Pregunta
a lo que yo solo tengo un asentimiento como respuesta y me quedo pensativo en
las palabras de este en sus cartas. Recuerdo las palabras de la señora Jeon
para con él. El rostro de Jeon. Me pregunto qué pensaría Jimin si pudiera
meterse en mi mente y encontrarse de casualidad con la imagen de ese retrato,
de esa fotografía. Me gustaría sacarla del bolsillo de mis pantalones y
mostrársela, pedirle explicaciones y una sinceridad tal como él le exigía. Me
gustaría ver en él esa expresión de confusión y miedo. Tal vez me contase más.
Tal vez viese en él horror y pánico. Solo la curiosidad me destroza.
-¿Qué sentiste mientras veías el video?
-Tranquilidad pero a la vez… mareo.
-¿Mareo? ¿Demasiada morfina?
-Tal vez. –Piensa-. Me sentía ido, como si no
fuese capaz de controlar lo que pensaba, lo que sentía. Lo que mi cuerpo podía
hacer.
-¿Sentiste placer? –Pregunto a lo que él niega
en rotundo.
-Apenas recuerdo nada del video. Una coloración
anaranjada de la propia luz del proyector. –Yo suspiro dejándome caer en la
silla, decepcionado. Él me mira algo disgustado-. No fue mi culpa, de veras que
quería concentrarme, quería controlarme pero perdí el control.
-Lo sé. Sé que no fue culpa tuya. Fue mía por
retrasarme tanto… -Digo a lo que él me mira con curiosidad.
-¿Qué estuviste haciendo? –Su pregunta me pilla
por sorpresa y levanto mi mirada con una mueca de ofensa por su osadía. Yo le
fulmino con la mirada mientras él no me retira la suya, curiosa e infantil.
-No es de tu incumbencia.
-Gracias a tu tardanza me he visto
completamente indefenso y drogado. –Dice y yo le miro con recelo. Sus palabras
me resultan del todo sospechosas pero son solo cosas de mi mente.
-Me gusta que mis víctimas estén conscientes.
–Digo cínico a lo que él me retira la mirada, abandonando esperanzas de que le
vaya a decir la verdad. Aun queriendo, no podría. Es demasiado complicado.
-Tú sabes mucho de mí, pero yo no sé nada de
ti. –Se queja.
-Esto no es una cita ni estamos en una
relación. –Digo a lo que él me mira con esa expresión de soberbia.
-Según recuerdo el primer día me dijiste algo
así como que éramos compañeros en este proceso de curación, que seríamos amigos…
-No recuerdo usar esa palabra exacta. –Digo
pero no parece importarle.
-Dijiste que podríamos hablar de lo que
quisiéramos. Yo quiero hablar de ti. Quiero saber sobre la persona que me está
acompañando en este largo y tedioso camino de torturas sexuales. –Yo suspiro
por caer dentro de su juego y me acomodo mejor en la silla, reclinándome un
tanto para acomodar mi espalda a una postura más distendida. Comienza a mirarme
divertido por verme tan débil ante él.
-¿Y bien? ¿Qué quieres saber de mí? –Él no
parece prensarse demasiado su pregunta. La tenía preparada. Tiene demasiado
tiempo para pensar.
-¿Por qué decidiste estudiar psicoanálisis y
especializarte en temas de sexualidad? –Pregunta firme a lo que yo le miro
pensativo, pensando en qué respuesta darle de todas las veces que he tenido que
responder a algo parecido y la verdad no entraba entre mis opciones.
-Porque me gusta saber sobre estos temas. Es
algo interesante ¿no? –Pregunto a lo que él hace una mueca de desagrado-. ¿Qué
tiene de interesante ir a Egipto a limpiar polvo de una vasija rota?
-¿Qué de interesante tiene ver cómo las
personas se degradan y se deterioran hasta una deplorable depresión crónica? No
ves más aquí dentro.
-Yo solo quiero ayudar a las personas a
reencontrarse en la vida y que puedan formar una familia y ser felices…
-La felicidad es lo más subjetivo que existe.
–Contesta a lo que yo niego.
-Todo el mundo quiere al fin lo mismo. Un
trabajo estable, dinero en la cartera y una mujer en la cama. –Me encojo de
hombros a lo que él hace una mueca desagradada.
-Vaya tontería. Eso no es más que los deseos de
una sociedad acomodada. –Dice-. Para mí la felicidad es otra cosa.
-¿Qué es la felicidad… -No me deja terminar.
-No eludas la pregunta. ¿Por qué elegiste esta
profesión? –Dice y yo no puedo evitar mirarle de la forma en que mi expresión
se mostraba cuando le leía insistir a Jeon sobre el tema de sus padres. Yo
aprieto con mis manos la agenda sobre mi regazo. Suspiro.
-Mis padres me pusieron la condición de que me
pagaban la carrera universitaria si estudiaba medicina o abogacía. –Le digo con
una triste sonrisa. Escogí el psicoanálisis porque me parecía una opción algo
más humana. Con más contacto personal. No un frío médico o un abogado que con
decir dos palabras lo tiene todo solucionado. No quiero estudiar años y años de
leyes para nada…
-Eso me convence más. –Me dice con una sonrisa
satisfecha y se deja caer sobre el respaldo cruzándose de brazos-. ¿Qué te hizo
trabajar aquí?
-Me escogieron por mis buenos resultados con
algunos pacientes en los años posteriores a terminar la carrera.
-¿Tuviste éxito con personas? –-Me pregunta y
yo me ofendo.
-¡Claro que lo tuve! Soy el mejor médico de
esta institución y por ende, de este país.
-Eres de esas personas que cuenta los errores
como meros baches y los logros los eleva al Olimpo, ¿verdad?
-No. Recuerdo a todas las personas que no han
superado este tratamiento, y a todas las que lo han superado con éxito.
-¿Puedo hacerte una pregunta? –Dice a lo que yo
ruedo los ojos pues no hace otra cosa sino preguntarme pero su tono de voz
indica que es algo más serio. Yo asiento intrigado-. ¿Qué clase de paciente soy
yo?
-¿A qué te refieres?
-Por mi perfil, ¿cómo soy? De los que superan
la terapia o de los que se quedan en el intento. –En su mirada puedo ver parte
de la preocupación que le acongoja y yo sonrío.
-Si te esfuerzas y con mi ayuda, confiando en
este trabajo tú…
-No me hagas eso, YoonGi. –Dice con una mueca
seria-. Sé sincero. Yo sé que no soy fácil. –Yo pienso seriamente y acabo
suspirando, mirando la agenda en mi regazo.
-La verdad es que tu formación y tus
conocimientos no te ayudan a ver nuestro punto de vista. Tu carácter agresivo y
tu cerrazón a tus propias ideas entorpecen el proceso. Tu falta de confianza en
mí te hace dudar de todo lo que te digo y tu necesidad de sobresalir por encima
de todo acabará abocándote a un desastroso final. –Le digo a lo que él parece
mostrar como si acabase de recibir una bofetada y me retira la mirada para
conducirla a sus manos en su regazo.
-Me has descrito bien. –Dice con una sonrisa
triste y yo se la devuelvo, convencido de que acabará entendiendo que esta
terapia le hará bien mucho más que solo en el ámbito sexual. Le ayudará a
moderar su carácter y a bajar de ese ego que el conocimiento le ha inflado.
-¿Cuántos meses aguantaban de media las
personas que morían en el tratamiento? –Pregunta y yo tengo que pensar durante
unos segundos.
-Dos meses. Tres tal vez.
-¿Cómo solían morir?
-¿De verdad quieres que hablemos de esto?
–Pregunto a lo que él asiente más interesado por sí mismo que por una
curiosidad ajena. Yo suspiro y pienso.
-Error humano.
-¿Del médico o del paciente?
-Ambas.
-¿Raras excepciones?
-Algunos morían de agotamiento. Otros de hambre
por los castigos de inanición.
-¿Cuántos pacientes se te han muerto? –Pregunta
alarmado pero yo niego con las manos.
-No estoy hablando solo de mis pacientes, sino
los de este tratamiento en general.
-Yo solo quiero saber los de tus pacientes. ¿A cuántas
personas has matado? –Sus palabras son frías, intentan hacerme daño, pero yo
tengo una respuesta.
-Tres. –Digo a lo que él me devuelve una mirada
sorprendida por mi sinceridad.
-Vaya… -Contesta pero no sé cómo interpretar
esa palabra que deja tantas cosas en el aire. Nos sumimos en un silencio
incómodo y él me devuelve una mirada algo divertida.
-Creo que tú tienes que rezar más que yo.
-Mi alma está limpia. –Digo-. La tuya sin
embargo…
-¿Mi alma qué? –Pregunta cortándome, de forma
avasalladora-. Mi alma está impune de cualquier muerte y pecado carnal. Eres tú
el que carga con tres muertes sobre tu conciencia.
-Basta, Jimin. A mí no me hace gracia.
-¿A cuántas personas has ayudado? ¿Cuántos han
salido de tus manos convencidos de que estaban reeducados?
-Más de veinte. –Digo serio y él ríe
divertido-. Cuántos de esos fingieron para escapar de tus manos manchadas de
sangre… -Yo cierro los ojos con fuerza como si con esos pudiera evitar que sus
palabras se almacenen poco a poco en un rincón de mi ser-. ¿Quieres saber lo
que pienso sobre tu profesión? –Pregunta y, maldita sea, ya me ha hecho caer en
su palabrería. Maldita y absurda verborrea invisible-. Pienso que aquellos que
se dedican a estudiar el sexo es porque no lo tienen. Están en una permanente
abstinencia y quieren controlar al resto
del planeta para que todos se abstengan como ellos. –Se inclina hacia mí en su
silla-. Eso se llama envidia, doctor Min, y es un pecado capital…
Me levanto de un salto de la silla dejando
sobre esta mi libreta y camino hasta él con una decisión inquebrantable. Él se
sobresalta y retrocede en la silla por mi reacción a lo que yo levanto mi mano
izquierda con intención de abofetearle pero él es mucho más rápido que yo y me
para agarrándome de la muñeca para evitar el impacto sobre su rostro como
sucedió la última vez. Frente a mí esta vez es valeroso y atrevido. Me mira con
un rostro serio e impasible que sujeta con fuerza mi muñeca. Yo me he quedado
paralizado con su rápida respuesta a mi estímulo y tiro de mi brazo para librarme
de su agarre pero no me suelta. Cuando sus ojos se desvían a mi mano sujeta por
él puede ver mi piel a través de la ropa, subida la manga a través del
antebrazo por mi tirón. Maldita sea. Vuelvo a tirar de mi muñeca y esta vez me
suelta pero no me pierde de vista la mano y tampoco consigue reaccionar. Yo me
llevo la mano a mi muñeca y la cubro con las mangas de la camisa y la bata para
impedir que pueda volver a verlo. Recibir su mirada después de eso es como un
flechazo de verdad que sobresale por los límites de la realidad, desbordándose
hasta hacerme perder el control. Retrocedo y él se levanta de la silla,
dubitativo. Yo recojo mi agenda sobre la silla y la pluma, dándole la espalda a
esa mirada temblorosa. Oigo su voz por mi espalda.
-Lo… lo siento… -Yo no contesto-. Siento si he
dicho algo… mal… -No dice nada más, o al menos no le da tiempo antes de que yo
salga por la puerta dando un fuerte golpe, sentenciando la conversación.
Comentarios
Publicar un comentario