EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 15
CAPÍTULO 15
Yoongi POV:
Las calles a estas horas apenas a unos minutos
de la hora de comer se sienten algo alborotadas. La gente camina apresurada
para volver a sus casas y el viento que ha surgido de la nada revuelve mi
cabellera obligándome a entrecerrar uno de mis ojos por el pelo colándose por
delante de mi rostro. Me paso los dedos por mi pelo devolviéndolo a algún lugar
apartado de mis ojos y me encamino calle adelante siguiendo la dirección que hay
en mi cabeza. En mi mano que no está libre sujeto el libro de Sherlock Holmes,
más que para no olvidar la dirección, sino como una prueba de que Jimin es mi
paciente y aquí tengo la letra de la persona a la que voy a buscar. Junto con
el libro llevo también mi propia libreta de la que he creado una dependencia
casi patológica y una pluma guardada en el bolsillo de mi camisa bajo la
americana y está bajo el abrigo.
El viento me hace de nuevo sentir aturdido y
más cuando comienzo a sentirme desorientado hasta que diviso a lo lejos la
puerta de la casa de la dirección marcada. Aún no sé qué decir cuando me
presente ante ese chico. Ni siquiera tengo un nombre, un apellido. Nada que me
asegure que es él pero supongo que para eso he traído el libro conmigo, como
muestra de identidad de la persona que vengo a buscar. No sé qué clase de
rostro me espera al otro lado de esa puerta. Seguramente un rostro joven,
aniñado me gustaría pensar pues solo imagino a alguien como Jimin, con la misma
absurda palabrería y esa pedante expresión en el rostro. Según las
descripciones en el diario juraría que puede ser alguien incluso más orgulloso
y difícil de tratar. Me acuerdo de súbito del diario y pienso que pudo haber
sido una buena idea traerlo conmigo pues de no creerme con la prueba del libro
de Sherlock Holmes, las descripciones sobre él de Jimin le habrían abocado a la
verdad.
Suspiro largamente ya cuando es imposible
arrepentirse pues estoy frente a la casa de dos pisos en un tranquilo barrio
alejado del centro. De apariencia sencilla pero elegante me incita a adentrarme
un poco más sobrepasando el límite de la acerca para subir los pequeños
escalones de la entrada y llamo pulsando el timbre redondo con uno de mis dedos
de mi mano libre. Rápido la regreso al bolsillo después de recolocarme el pelo
y suspiro de nuevo cargándome de paciencia y positivismo. Oigo unos pasos
acercarse y eso me pone más nervioso. Me ajusto en mi abrigo, respiro profundo,
me yergo para parecer algo más formal y cuando se abre la puerta estoy listo
para recibir a un chico joven pero me encuentro con el rostro de una mujer ya
entrada en años. Esta, con el pelo en una fea coleta y con ropa de estar en
casa y una bata sobre su cuerpo me mira de arriba abajo y al no reconocerme me
regala una sonrisa confusa y curiosa. Yo me quedo mirándola y después de ella
miro el poco interior de la casa que alcanzo a ver sin encontrarme a nadie más
alrededor.
-Hola. –Dice ella al no decir yo nada y regreso
mi mirada a su rostro, lo cual le hace volver a sonreírme, amable-. ¿Quién es?
-Oh. Ah. –Regreso en mí-. Disculpe, yo soy el
doctor en psicología Min YoonGi, y venía preguntando por…
-¡Ah! –Dice ella como si esperase mi visita y
niega con el rostro-. Ya me han venido a ver muchos doctores, no gracias. No
quiero hablar con más psiquiatras ni más médicos… -Sentencia aburrida, borrando
su amable sonrisa de su rostro y retrocediendo un paso para cerrar la puerta
pero yo interpongo mi mano antes de que me deje de nuevo afuera y ella me mira,
confusa y algo frustrada.
-Venía buscando a otra persona. –Digo a lo que
ella mira al interior de la casa, desazonada.
-Vivo sola. –Dice y yo frunzo el ceño y rescato
de mi mano el libro de Jimin en donde puedo revisar de nuevo la dirección y me
aseguro, mirando fuera de la casa, que esta es la dirección correcta. La señora
me mira desde el interior con una mueca confusa por mis acciones-. ¿A quién
viene a buscar?
-Vengo a buscar a un chico que, según esto,
vive aquí.
-¿Qué es eso? –Me pregunta señalando con la
mirada el libro mientras se sujeta a la puerta, aun manteniendo el control
sobre ella como si tuviese la voluntad de cerrar cuando quiera.
-Es el libro de… -Pienso-. De un amigo. El
amigo de este amigo le escribió aquí su dirección y estoy buscando a esa
persona. –Digo no muy seguro de que ella me haya entendido. Ni yo estoy seguro
de haber dicho lo correcto pero ella asiente, haciendo un esfuerzo.
-Buscas al amigo de tu amigo. –Sentencia y yo
asiento, conforme-. ¿Y podrías decirme el nombre de la persona a la que busca?
-¿No cree que si lo supiera habría empezado por
ahí? –Le pregunto y mi tono suena más brusco de lo que quisiera, creando en
ella una mueca de desconfianza-. No sé cómo se llama.
-¿Y cómo es, físicamente?
-No lo sé, tampoco. –Ella acaba sospechando de
que sea una broma y mira a mi alrededor buscando a las personas que puedan
reírse de ella, al no ver a nadie, acaba suspirando y retrocediendo un paso más
en el interior.
-Lo siento, pero no puedo ayudarle. –Sentencia
y está a punto de cerrar la puerta cuando yo vuelvo a interponerme,
desesperado.
-¡Busco al amigo de Park Jimin! –Digo como la
última oportunidad de negociación pero su fuerza sobre la puerta se detiene y
me quedo paralizado viendo como ella abre de nuevo muy lentamente la puerta
mirándome a través de la rendija que se ha formado. Veo solo uno de sus ojos.
Después todo su perfil y más tarde el resto de su rostro. Con una expresión
temerosa de un recuerdo que no quería recordar o un fantasma del pasado que
viene a verla acaba por mostrarse de nuevo a mí y me mira de arriba abajo, con
desconfianza.
-Buscas a mi hijo. –Dice ella, casi como una
sentencia condenatoria y le muestro el libro con las palabras escritas en las
que ella reconoce la letra de la persona de la que habla. Asintiendo y con una
fría mirada me devuelve el libro y yo le sonrío, amable.
-¿Podría hablar con él? –Le pregunto a lo que
ella niega con el rostro.
-Murió. –Dice fría y con una mirada herida que
me hace sentir culpable por la mención y yo me quedo unos segundos pensativo,
en shock. Intento analizar la información en lo que ella espera y acabo negando
con el rostro.
-Lo siento mucho. Discúlpeme, pero, ¿cuándo
falleció? –Ella no lo piensa mucho.
-El veinte de marzo de este año. –Su voz se
nota segura y yo pienso lentamente, sintiéndome completamente perdido y
desazonado. Ella nota mi completa saturación dado que es una noticia que no
esperaba y yo me apoyo en el umbral de la puerta, pensativo.
-Pero ha sido hace apenas un mes. –Digo y ella
me mira asintiendo, con un gran nudo en su garganta.
-¿Para qué buscaba a mi hijo? –Pregunta más
necesitada de que me marche que de cualquier otra cosa. Impaciente. Yo la miro
pensando en qué he venido a buscar. Cuando lo recuerdo me sobresalto y le
muestro el diario de Jimin tan solo de forma superficial.
-Es largo de explicar. –Le digo-. Soy un doctor
en el hospital de reorientación sexual y el paciente al que estoy tratando es
Park Jimin. –La señora me escucha atentamente y acaba frunciendo el ceño.
-¿Reorientación sexual? –Pregunta a lo que yo
asiento-. Llega tarde… -Dice y yo entiendo que habla de su hijo, pero niego con
el rostro.
-No vengo para llevarme a su hijo, si estuviese
aquí. Vengo porque creo que entre sus pertenencias puede tener cartas de mi
paciente y me gustaría poder recuperarlas. –Le digo a lo que ella piensa no muy
dispuesta a colaborar.
-¿Para qué quiere esas cartas?
-Creo que pueden ayudarme a conocer mejor a mi
paciente… -Digo no muy seguro y ella, tras suspirar y pensar largo rato acaba
apartándose de la puerta y me señala el interior para que la siga, arrullándose
más dentro de su bata. Cuando entro cierra detrás de mí y comienza a subir las
escaleras con lo que la sigo y me conduce hasta el cuarto del chico. El interior
de la casa huele a un olor entre alcohol y polvo. Probablemente desde la muerte
de su hijo se halla sumido en una depresión y a eso las visitas que insinuaba a
psicólogos. Su aspecto tan deplorable se debe a una reflexión externa de su
estado anímico y de seguro que no ha tocado aún una sola cosa de las
pertenencias de su hijo. Aún tiene que pasar por un largo duelo hasta poder
deshacerse de las pertenencias materiales que dejó su hijo. A través de las
escaleras puedo ver varios retratos de un hombre adulto, algo mayor que la
mujer a la que estoy siguiendo, de ella, y de un chico al que me quedo mirando
que sé, de seguro, es el hijo de esta señora. El chico del que Jimin ha
hablado.
-Perdóneme, doctor. –Me dice mientras ella ya
llega al piso de arriba y yo me obligo a seguirla más a prisa-. Ni me he
presentado. Soy la señora Jeon. –Dice con una mueca sonriente pero triste. Yo
asiento a sus palabras y me gravo a fuego ese apellido para no olvidarlo
nunca-. Mi hijo se llamaba Jeon JungKook. –Dice cuando llego al piso de arriba
y se para en el pasillo a las habitaciones señalándome la primera más cercana.
La puerta está cerrada y no sé que puedo encontrarme ahí dentro pero la sola
idea de tener que revolver entre un montón de trastos se me hace muy difícil y
tediosa. Me acerco a la puerta y antes de abrir, la miro con curiosidad.
-Solo ha sabido que hablaba de su hijo cuando
he mencionado a Jimin. ¿Lo conocía?
-No personalmente. –Me dice-. Mi hijo me
hablaba de él. –Dice y yo asiento sujetando al fin el pomo de la puerta y
entrando en el interior con cautela, sumergiéndome en la oscuridad de unas
persianas bajadas y unas cortinas corridas. Tanteo a ciegas el interruptor de
la luz encontrándolo a la izquierda y doy un respingo al encontrarme un
mobiliario completamente vacío, desnudo. Completamente inhumano. Una mesilla de
estudio con una fina capa de polvo sobre ella. Una cama hecha de forma impoluta
y un olor horripilante a humedad y cerrado. Me acerco a las cortinas y las
descorro dejando entrar algo de luz que pueda sustituir a la de la red
eléctrica-. Ahí debajo del escritorio tiene una caja con los objetos personales
que tenía. –Dice y yo me acerco a ese escritorio de madera de caoba y retiro la
silla de madera que me deja ver una caja de cartón con el nombre de su hijo
sobre ella escrita con una pintura de palo en color rojo.
La rescato de debajo de la mesa y la pongo
sobre el escritorio comprobando sus dimensiones. No es mucho más grande que la
caja en la que guardo las pertenencias de Jimin en mi consulta. Miro de nuevo
alrededor y estoy a punto de ceder a mi curiosidad y abrir el armario para
comprobar que hay al menos algo de ropa, pero me llevaría, de seguro, una gran
decepción. Miro a la señora Jeon que se ha quedado apoyada en la puerta.
-¿Esto es todo lo que tiene de su hijo? –Ella
asiente y se encoge de hombros.
-Todo lo que no supe qué hacer con ello. –Yo
frunzo el ceño a su respuesta y me atrevo a abrir la caja golpeándome con el
olor a humedad y una pila de cosas qué no identifico a primera vista y tengo
que ir uno por uno sacando de la caja. Lo primero son objetos de higiene como
una colonia, utensilios de afeitarse, una cajetilla de cigarrillos a medio
empezar junto con una caja de cerillas, un collar con una cruz de oro con su
nombre y la fecha de su nacimiento en el reverso...-. Los libros que tenía los
tiré todos, igual que su ropa y el material de sus estudios. –Yo la miro de
reojo, la fría forma en que ella me contesta, en la que analiza sus palabras al
decirlas. Estoy seguro de que se ha deshecho también de las cartas pero acabo
encontrándolas todas atadas con una cinta de pelo alrededor y las miro por
todas partes, descubriendo la dirección de Jimin en el remite. Sonrío
ampliamente mientras las cuento. Dieciséis cartas en total. Algunas se notan
con un color más amarillento que otras, pero eso no me indica nada. Al fondo de
la caja de cartón ha calado algo de humedad y perfectamente puede ser cualquier
hongo carcomiendo el papel. Sin poder evitarlo miro alrededor.
-¿Dijo que estaba sola en esta casa? ¿Y su
marido, si no es mucho atrevimiento?
-Murió hace cinco años. En un accidente de
automóvil. –Dice y me mira fría a lo que yo no me contengo a hacerle otra
pregunta-. ¿Y su hijo?
-Gripe. –Contesta-. Por eso tuve que tirar la
mayoría de sus cosas. Su ropa estaba toda infectada. –Me contesta a lo que yo
asiento y sigo mirando en el interior de la caja encontrando una partitura de
Schubert a mano con tinta negra que rescato también. Una esclava de oro, un par
de fotografías de él en color anaranjado de las cuales, rescato una
disimuladamente y el resto no son más que pisapapeles, algún clip, algo de
papeleo con información personal y nada más que pueda interesarme. Cuando tengo
las cartas, la foto y las partituras, rescato mi libro y el diario de Jimin y
me quedo de cara a la señora que me mira con una mueca seria-. ¿Ha encontrado
lo que buscaba? –Pregunta a lo que yo le muestro las cartas y le sonrío.
-¿Le importa que me las quede? Pueden servirme
para mi investigación… -Ella niega con la mano quitándole importancia.
-Puede hacer lo que quiera con ellas. –Dice y
yo paso por su lado para conducirme de nuevo a las escaleras. Ella me acompaña
hasta la puerta con un silencio sepulcral que más bien me da miedo, más que
respeto o pena. Cuando me encuentro atravesando la puerta ella me detiene con
un gesto y una mirada en el momento en que me he girado para despedirme y yo me
quedo mirándola con curiosidad.
-Así que usted es el médico del muchacho ese
Jimin… -Dice con una mueca de repulsión a lo que yo asiento-. Hágale de sufrir,
doctor. –Me pide-. Tanto como hizo sufrir a mi hijo. –Sentencia y se encierra
tras la puerta dando un golpe seco a la madera. Yo me quedo ahí parado con una
mueca de desconcierto con lo que me sujeto fuertemente a los libros en mis
manos y camino de regreso al hospital, acongojado y tremendamente confuso y
desorientado.
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