EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 14
CAPÍTULO 14
YoonGi POV:
Hoy el silencio solo es roto, dentro de este
espacio blanco al que ambos ya estamos acostumbrados, por el sonido de mi pluma
pasando sobre el papel de mi agenda y mi respiración un tanto fuerte y cansada.
La suya también puedo oírla si me esfuerzo pero al parecer es lo único que va a
proporcionarme hoy. El sonido de su respiración y su inexistente presencia
haciendo hueco en un espacio sobre la silla frente mí. Juraría que no va a ser nada más que un
cuerpo ahí tirado y una parte de mí ansia ese momento de reflexión en donde no
haga un solo movimiento que pueda confundir todos mis sentidos. Pero por otra,
me deshago en la idea de que quiero hablar con él. Extraño el sonido de su voz,
la forma de mirarme, esa que ya apenas recuerdo, esa que me mostraba hace solo
veinticuatro horas cuando le mentaba a Dostoyevski y él me hablaba de la música
clásica. Ansío de nuevo su conversación, o tal vez, solo una conversación
cualquiera.
Termino de apuntar la fecha de hoy junto con la
hora y su primera y única reacción, que es un silencio atronador y un rostro
cabizbajo. Cuando termino suspiro largamente, como dando por comenzada la
charla y él levanta la mirada ante ese gesto. Sus brazos, rodeándose a si mismo
me confirman que aún siente dolor en ello y que rápido me retire la mirada, que
siente miedo, vergüenza o respeto. No sé por cual decantarme y tampoco espero
que sea algo que no he tenido en cuenta. Mi voz en el aire le hace levantar de
nuevo la mirada.
-¿Te has tomado la pastilla?
-Hyung, -me contesta sincero-, me la tomo todos
los días, deje de insistir.
-Está bien. –Digo-. ¿Me has devuelto el usted?
-Sí. No sé. –Contesta como si realmente pudiese
buscar una solución pero tras cavilar unos segundos se acaba cansando y
desiste, negando con el rostro.
-Ya da igual. Llámame como quieras. –Le digo-.
Pero no “hyung”. No te tomes demasiadas confianzas.
-Vale. –Me contesta simple y estoy a punto de
pedirle que me hable sobre algo y, como si lo supiese, se adelanta dándome una
respuesta-. Hoy no quiero hablar, YoonGi.
-¿Cansado?
-Creo que no hay nada de lo que hablar. –Dice
simple y se encoge de hombros.
-¿Quieres que hablemos de lo de ayer?
-No. –Dice rotundo pero a los segundos parece
tener algo en mente y lo suelta un tanto dubitativo-. ¿Puedo hacerte una
pregunta? –Asiento-. Si mejoro en mi comportamiento me dejaréis salir de aquí.
–Yo frunzo el ceño.
-Esto no es una cárcel. Lo que sí puedo es
garantizarte un mejor día a día.
-¿A qué te refieres? –Me pregunta, frunciendo
levemente el ceño.
-Puedo hacer que tu estancia aquí sea más
llevadera. Esto es una relación de favores mutuos. –Digo con voz amable-. Si tú
te portas bien y sigues el tratamiento con diligencia, yo puedo hacer que
tengas una vida más cómoda.
-¿Más cómoda?
-Ya te traje un diario para que apuntases tus
cosas y estuvieses entretenido. A este tipo de cosas me refiero. Puedo traerte
algo para leer, algo rico para comer aparte de la bazofia que sé te están
dando. –Jimin me mira con un deje esperanzado. Yo le sonrío amable y
enternecido por la devolución de una mirada con algo de viveza.
-¿De veras?
-Sí, claro.
-¿Dejareis de castigarme? –Pregunta y yo frunzo
el ceño-. No quiero volver a pasar por lo de ayer…
-Eso no fue un castigo. –Le digo a lo que él me
mira, con la decepción comenzando a invadirle paulatinamente. Verle poco a poco
perder ese brillo en los ojos me hace sentir decepcionado conmigo mismo y yo me
dejo caer en el respaldo de la silla. Él baja la mirada-. Eso fue el
tratamiento. Es la única solución para sacarte de esta enfermedad, Jimin.
Tienes que comprenderlo. –Él asiente.
-¿Ayer no me porté bien? –Pregunta a lo que yo
hago memoria y miro las manos sobre mi regazo, encima de mi libreta.
-Te portaste bien. –Digo-. Me sentí muy
orgulloso de ti. –Le digo a lo que él me devuelve una mirada tranquila y
cansada. Se mira sus propias manos sobre el regazo.
-¿Puedo pedirte algo a cambio por lo de anoche?
–Pregunta a lo que yo asiento un poco extrañado y él me mira, serio y
autoritario-. Me gustaría irme ya. No me apetece hablar, de veras.
-¿Quieres dar por finalizada ya la hora de
charla? –Pregunto a lo que él asiente energético y yo miro a todas partes
intentando buscar un refuerzo que le haga quedarse pero ni yo mismo quiero
hablar ahora con él lo que acaba abocándonos a ambos a una mera despedida y yo
me levanto el primero escabulléndome por la puerta y avisando a la enfermera en
el exterior que la hora ha finalizado antes de tiempo y esta, aunque extrañada,
devuelve a Jimin a su habitación. Yo me quedo mirando cómo se desplazan de
espaldas a mí y yo, solo cuando me siento convencido de que ha sido lo mejor,
me encamino a mi consulta y me adentro en el interior refugiándome mientras
cierro y me apoyo en la puerta de madera. He cogido como un mal habito hacer
esto, descansar mi espalda sobre la madera de forma que esta se quede con mis
malos pensamientos y el escritorio me recoja con una renovadora sonrisa libre
de ataduras y malas vibraciones.
Como no tengo nada más que hacer miro alrededor
y esperando porque algo llame mi atención. Es en estos momentos en donde me
tiento a volver a fumar. En donde me apetecería saciar mi aburrimiento con una
copa de alcohol o con cualquier otra diversión que no supondría más que una
nimiedad, pero al menos calmaría mi ansiedad por la situación insostenible que
se me presenta. De nuevo la tentativa de leer en su diario me seduce y no me
contengo ante ella. Lo saco de la caja bajo la mesa y lo pongo sobre el
escritorio. Si entrase Jimin en este mismo instante estoy seguro de que sus
mejillas se enrojecerían como nunca antes las he visto y Dios, que me gustaría
verlas de esa forma, con sus ojos desorbitados por la sorpresa y su voz
temblorosa por la gravedad de la situación. Me encantaría ofrecerle de la nada
uno de sus dos caramelos de limón o tararearle la canción de Schubert para ver
en él algo más que una mueca cansada y una expresión amargada de un rencor
indomable.
Comienzo a leer en el punto en que lo dejé la
última vez y respiro profundamente, ante las palabras que se me presentan.
19 – 01 – 1937
Hoy de madrugada, antes de ir a
la universidad, he echado la carta al correo. Me siento tremendamente excitado,
de veras. No puedo expresar la sensación de adrenalina que suponía para mí
estar sujeto a esa carta. Despedirme de ella arrojándola al buzón y caminar
lejos esperando que el cartero se dignase a repartirla. No veo la hora de
esperar su respuesta, la hora de ver su rostro sabiendo que ya ha recibido mi
carta. Hoy no le he visto por los pasillos de la universidad y ya, a estas
horas de la noche, apenas recuerdo qué le he escrito. Me siento atontado,
sinceramente y tremendamente emocionado. Me siento eufórico. Toda esta
situación es tan hilarante que no alcanzo a comprender cómo alguien como él ha
podido llegar a mi vida y me ha trastocado de tal manera. Apenas nos conocemos,
pero siento que puedo ver algo de color en este gris tan tedioso que conforma
mi vida. Un gris del que ya estoy cansado. No importan cuantas ganas tenga, es
el mismo aburrido gris de siempre.
22 – 01 – 1937
Hoy he recibido su carta. No
puedo creerlo. Nada más verla me he sobresaltado y me han entrado unas
terribles ganas de abalanzarme sobre ella y devorarla pero al hacerlo me he
dado cuenta de que la excitación y la emoción eran tantas que no estaba siendo
consciente de nada de lo que estaba leyendo, llevándome a un estado de
nerviosismo aún mayor. Una parte de mí deseaba leerla frenéticamente y otra,
conservarla aun en el desconocimiento para alargar la intriga y la espera. Una
sensación tan maravillosa podría deshacerse en pedazos solo por una respuesta
indeseada. Ha sido sin embargo una maravillosa carta que, pese a haberme
hechizado, me ha dejado un vacío al ser consciente de que probablemente pasen
varios días hasta que él lea mi respuesta y la conteste. Dios, que maravillosa
sensación destructora. Que despliegue de emociones. Que dulce fantasía. Ahora
mismo me pongo a escribirle.
24 – 01 – 1937
Hoy he tenido que tomar una
decisión algo drástica. Hoy me ha llegado su segunda carta, y apenas unas horas
después de leerla mis padres aparecieron de vista como suelen hacer tan solo
con una intención de controlarme. Son padres. Mientras yo estaba distraído
hablando con mi padre en la cocina he sorprendido a mi madre hurgando en mi
cuarto, con buena madre. Ella puso una extraña excusa de que estaba solo viendo
qué tal de limpio estaba todo pero le puede la necesidad de buscarme trapos
sucios por cualquier cosa. El subidón de adrenalina que sentí al ver como
hurgaba entre papeles de mi escritorio cerca de donde guardo sus cartas… Me he
visto obligado a quemarlas. Y haré lo propio con todas las siguientes que me
vayan enviando. No pienso correr el riesgo de que puedan enterarse de que
siento algo por alguien. En las cartas no es tan explícito, pero sí se puede
leer entre líneas una desmesurada confianza
y cercanía. Tal vez sea culpa mía, que veo las conversaciones con ojos
pecaminosos, pero son, al fin y al cabo, cartas de una privacidad evidente y en
las manos de mis padres podrían ser algo demasiado peligroso. Es una decisión
demasiado dramática pero muy eficaz. Lo siento, mi amor. No he tenido otra
alternativa que borrar todo rastro de tu deliciosa prosa. No es para todos los
públicos.
04 – 02 – 1937
Ya incluso olvidaba escribir.
Estas últimas semanas me he sentido muy abrumado con todo lo que está
sucediendo a mi alrededor. Ayer apenas estaban con él dando una vuelta por la
calle. Los dos, el uno al lado del otro mientras su sonrisa hacía eco a lo
lejos y la mía reverberaba por entre las calles. Una agradable cena y una
despedida cortés con un fuerte apretón de manos. Debo estar volviéndome loco.
Creo que todos son impresiones de mi desfigurada mente porque en sus gestos no
veo una pizca de dobles intenciones pero en sus palabras puedo descifrar toda
la pasión que siente por la vida, por una vida a mi lado. Me siento sofocado,
acalorado de solo pensarlo.
Dejo de leer con una sensación de vacío. Con un
agrio sabor en los labios por toda la información que falta entre medias. Sin
leer las cartas de las que Jimin habla me siento perdido dentro de esta maldita
historia, y joder que me siento terriblemente atrapado. Con una mueca pensativa
recorro con la mirada la estancia y acabo sucumbiendo a buscar el libro de
Sherlock Holmes en la caja y leer de nuevo las palabras ahí escritas.
Una sola idea pasa por mi mente ante la
información que aquí se me proporciona. Podría ir a requisar las cartas que
Jimin le escribió. Solo obtendría un cincuenta por ciento de la conversación
pero no sería demasiado difícil intuir el resto. ¿Cómo me presentaría? ¿Qué le
diría? No importa. Tengo que ir. Tengo que conocerle.
Comentarios
Publicar un comentario