EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 13

 CAPÍTULO 13


Yoongi POV:

 

Caminando con Jimin a mi lado le miro de vez en cuando de una forma del todo disimulada para que no recaiga en mi mirada y le encuentro mirando al suelo, directo al piso justo enfrente de sus pasos al caminar. No hace una sola mueca, no ha hecho una sola pregunta desde que hemos salido de su cuarto para conducirnos lentamente por los pasillos con una única dirección. Su pelo lo lleva levemente revuelto con una expresión cansada. Juraría que es sueño pero más bien es puro aburrimiento de un tedio diario que comienza a dejarle marcas faciales como su cálida mirada cuando coincide con la mía por casualidad. Yo le retiro la mirada y él hace lo mismo, sumiso a un sentimiento ajeno a él. No es hasta que no comenzamos a subir las escaleras para dirigirnos a la última planta que no le siento algo más nervioso e inquieto, mirando alrededor y probablemente, como yo, recordando la última sesión cuando estuvo en la sala de proyecciones. Yo sigo caminando pero él se ha detenido en las escaleras en el último peldaño antes de llegar al piso superior. Yo me paro en seco y me le quedo mirando con una mueca confusa e impaciente.

-¿Qué haces ahí? –Pregunto a lo que él me mira con esa expresión desazonada que ya estoy acostumbrado a ver cada vez que llega la hora de las sesiones de reconversión-. Vamos, Jin nos espera. –La única respuesta que recibo de su rostro confuso con todo a su alrededor es una simple negación de rostro. Una mueca muda de impotencia y sus manos hechas dos puños. Yo me acerco a él, suspirando con resignación, y cojo su brazo rodeándolo con mi mano y debo hacerle daño o parecerle demasiado inquebrantable porque sigue a mi gesto y vuelve a ponerse a mi lado pero no deja de insistir con un puchero en los labios intentando hacerme caer en la pena por su expresión. Incluso sin mirarle creo que puedo llegar a contagiarme. Niego internamente y suspiro mientras camino con él sujeto. Cuando sus gestos no bastan, acude a las palabras. A las terribles palabras de desconsuelo.

-Por favor, YoonGi… no me lleves ahí de nuevo…

-Hay que hacerlo con frecuencia, Jimin. –Digo pero con mis palabras parece haber sentenciado su destino y comienza a revolverse en mi mano, con lo que yo tiro más fuerte-. Vamos, esta vez será diferente. Apúrate. –Le digo pero él no parece ni convencido ni dispuesto a razonar, con lo que acabo zarandeándole como a un niño pequeño-. No te revuelvas de esa manera. –Le advierto-. O llamaré a Jin para que te arrastre de los pelos hasta la sala de proyecciones. –Digo en tono seco y autoritario, sintiéndome de repente como un padre desesperado por que su hijo haga algo decente. La mirada de Jimin es exactamente como la de un niño que ha sido recriminado por su padre y amenazado con la sombra que habita debajo de su cama. La única respuesta que obtengo de él es un puchero involuntario y una sumisión del todo sorprendente. Me hace sentir furioso la idea de que ceda ante la presencia de Jin pero que yo no sea más que un trapo al que manipular. Ni me tiene admiración ni respeto. No puedo ser su amigo porque me odia pero yo no puedo odiarle, ni puedo hacer que confíe en mí. Estoy comenzando a volverme loco y esto me sumirá en una espiral de autocompasión en la que acabaré abocándome a una copa de dulce vino tras otra.

-¿Prometes que no me harás daño? –Me pregunta como respuesta involuntaria al ver la puerta de la sala a lo lejos por el pasillo. Yo no contesto porque ambos sabemos que sin dolor no hay respuesta posible y sin respuesta, no hay aprendizaje y por lo tanto, el cambio de su reeducación no se producirá. Ambos sabemos que el dolor es indispensable pero oír de nuevo su frase resonando en mi mente me hace sentir mucho más ruin de lo que me había sentido al principio. Unas meras palabras que han acabado por almacenarse en un pequeño rincón en mi mente de donde creo que no voy a poder sacarlas jamás.

Cuando llegamos frente a la puerta la abro y ya no necesito sujetar a Jimin una vez que estoy dentro. Cando la puerta  para la seguridad de todos y Jin ya apaga las luces para comenzar a encender el proyector que solo muestra una mera pantalla en blanco. Suficiente luz como para guiarme con Jimin hasta la fila delantera de sillas en semioscuridad y sacar de mi bata las dos pinzas oculares para mantener sus ojos abiertos a lo que él retrocede dando un respingo en la silla y yo le sujeto por uno de sus hombros con nerviosismo y miedo a que se escabulla pero él solo ha dado un salto por el recuerdo de la incomodidad en sus ojos. Me mira negando con el rostro y me habla en un susurro para que Jin no nos oiga y no arremeta contra él.

-Me portaré bien, lo primero. –Me dice pero yo chasqueo la lengua-. Te prometo que no voy a cerrar los ojos.

-Lo siento, no puedo fiarme de ti. –Le digo sentenciador y le sujeto las muñecas a los reposabrazos de la silla y él se muestra un tanto disgustado pero acaba asumiendo que no tiene otra alternativa y se deja hacer, con cuidado.

Yo le abro uno de sus ojos y el siguiente lo hago mirando directamente como sus pupilas se agrandan al mirarme a mí. Quiero pensar que es por la necesidad de sus ojos dada la poca luz. Sé lo que el gesto de esas pupilas puede significar, pero no puedo pensar en ello. No quiero. Cuando me alejo y me sigue mirando, pudiendo ver como algo de luz reflejada impacta con su rostro, sus pupilas se contraen y me siento más tranquilo, acomodándome en el asiento a su lado y colocándole el cuello sobre el soporte en su nuca y sus manos comienzan a apretar la madera en el reposabrazos. Su reacción cuando todo se queda en silencio es mirar a ambos lados y descubre que falta la máquina de pulsaciones pero la enfermera no tarda en llamar a la puerta y yo la recibo, mirándola mal por su tardanza a lo que ella baja el rostro. No es la máquina de pulsaciones lo que trae sino simplemente los electrodos. Camino con la máquina hasta dejarla al lado opuesto de Jimin del que yo estoy sentado. Los conecto en sus brazos y le miro, recibiendo de él una desquiciada mirada de miedo y terror. Humedezco sus ojos con un par de gotas de suero y miro a Jin con la intención de que ponga en funcionamiento el proyector. Lo hace con un asentimiento de rostro y yo me quedo de pie mirando como se reproduce una escena de unos quince minutos de un acto sexual entre dos hombres.

-Esta vez será solo un video. –Le digo a lo que él me mira con esa mirada desazonada-. Un refuerzo negativo ante un estímulo que debes considerar peligroso. –Sentencio y activo la máquina de electrodos en función permanente para que el dolor se prolongue durante quince minutos a una intensidad media. Él da un respingo cuando siente la corriente atravesarle el cuerpo y como esta no se detiene, con los minutos, acaba incluso adaptándose a la sensación de dolor recorriendo su cuerpo. No he cogido mi libreta y me arrepiento porque a cada minuto, su reacción fisiológica ante el dolor y el estímulo ante él es diferente. Pero de haberle traído, probablemente no me habría dado cuenta. Sentado a su lado, con una pierna cruzada sobre otra y con mis brazos cruzados no me pierdo una sola reacción de sus facciones. El primer minuto ha roto a llorar desconsolado por el incipiente dolor atravesándole. Se ha intentado liberar y se ha retorcido los tres primeros minutos. Sus pies en calcetines están nerviosos, moviéndose y encogiéndose sobre el suelo. Se ven pequeños y frágiles en sutiles calcetines de lana que incluso en la punta se caen y quedan sueltos. Sus manos se agarran firmemente sobre el reposabrazos. No se han movido un ápice nada más que para aumentar la intensidad del agarre. Sus dedos se han puesto blancos hasta el punto en que parecen agarrotados pero es su único método de liberar la tensión producida por el dolor. 

Pasados los cinco primeros minutos sus músculos comienzan a habituarse al dolor y la escena que se reproduce en la pantalla es ya del todo nítida y evidente. Nada de sutilezas, una penetración anal con todo lujo de detalles y con una buena iluminación. La escena no tiene sonido pero la imagen es suficiente como para crear en mí una sensación de incomodidad y en él, un rubor en las mejillas que delata su más ferviente pasión. Es sin embargo el dolor el que se encarga de borrar ese rubor convirtiéndolo en mero calor por la electricidad recorriéndole. La escena se alarga y pasados los diez minutos Jimin comienza a desfallecer por el dolor comenzando a gemir palabras que solo soy capaz de entender mi nombre entre ellas y el lloriqueo de sus lágrimas recorriendo sus mejillas mientras sus labios intentan vocalizar algo pero tiene la mandíbula apretada.

-Yoongi… hyung… por.. por fav…favor…

Yo no contesto a sus palabras y no es hasta que no acaba el video que no me incorporo y desconecto los electrodos, recibiendo de Jimin un largo suspiro que le deja exhausto. Si pudiese cerrar los ojos lo haría. Si pudiese levantarse se caería. Lo primero que hago es quitar las pinzas de sus ojos para que él mismo se humedezca y después le desprendo los electrodos de la piel. Descubro en esta unas feas marcas amoratadas de sus tejidos rotos por la electricidad. Todo él se siente dolorido y a cada parte de su piel que toco me siento responsable del dolor. Su piel es cálida. Se hunde bajo la fuerza de mis dedos y es terriblemente suave. La electricidad le ha hecho perder todo rastro de fuerza, todo signo de autoridad. No es más que una mera sensación abstracta que mi mente ha transformado en una realidad. Él es la debilidad. En persona. Ahora mismo.

-¿Cómo te sientes? –Le pregunto pero ha cerrado sus ojos y ha sellado sus labios como una férrea necesidad de camuflarse en sí mismo y alejarse como sea de mi presencia. Le desato las manos y le quito el reposacabezas de su nuca para dejarle totalmente liberado de cualquier atadura que le mantenga aún aquí. Sin embargo no hace nada. De forma intencionada intenta regular la respiración con grande sustracciones de aire y baja sus manos a su regazo y hace una mueca con ello. Reacciona al nuevo dolor con una serenidad pasmosa y se rodea con los brazos doloridos mientras se deja caer en el asiento, aun con lágrimas rodando por sus mejillas-. He preguntado que cómo te sientes. –Insisto no queriendo parecer muy brusco pero no puedo evitar que mis palabras salgan frías y sin cuidado.

-Llévame a mi cuarto. –Me dice con voz suave pero autoritaria. ¿Cómo es posible? No lo sé. Me han sonado tranquilas y sumisas pero sus palabras en sí son una fuerte obligación en la que no titubeo, suspirando largamente y cogiéndole de su brazo con una cansada expresión. Él hace un esfuerzo por levantarse pero el dolor se lo impide y se deja caer de nuevo en el asiento, exhalando con intensidad. Jin recoge todo el proyector mientras la enfermera se lleva los electrodos y yo me quedo ahí parado viendo como Jimin evita mi mirada de forma rencorosa y acaba levantándose por su propio pie con un esfuerzo titánico, apoyándose en los respaldos pero teniendo que soportar el dolor de sus brazos. Cuando nos encaminamos fuera anda de forma débil y poco segura. Más bien diría que se desplomará en cualquier momento e incluso llego a pensar que espera para alejarse de la sala y que Jin no le vea. Yo me quedo al margen viendo como camina en dirección a su cuarto y como baja las escaleras apoyándose con dificultad por la barandilla. No es hasta que no llegamos, a paso lento, a su cuarto, que no es capaz de mirarme con esa mirada de odio y rencor que estoy comenzando a odiar.

Abro la puerta de su cuarto quedándome a la entrada fuera de este y él entra a paso lento con los brazos rodeándose su cuerpo. Cuando queda en el interior espera a que yo cierre la puerta y desaparezca pero no lo hago y me sumerjo en el silencio que ha creado entorno a nosotros. Me mira de reojo por encima de su hombro y dándome la espalda se sienta de perfil en su cama y se muerde el labio inferior.

-En una hora te traen la cena. -Le digo-. Reza antes de comer y antes de que vayas a dormir. –Él asiente con diligencia y yo me siento satisfecho con lo que cierro la puerta y me quedo unos segundos apoyado en la madera con una mano. No es hasta pasado unos diez segundos que no comienzo a oír algo en el interior que me impide marcharme. Un triste llanto con unos gemidos lastimeros saliendo de detrás de la puerta. Puedo oír su voz, reconocerla dentro de la convulsión por el llanto. Puedo sentir un terrible y desgarrador dolor emanando de esa sensación pútrida de pena, pero niego con el rostro, y me dirijo al refugio de mi consulta. Frente a la luz de las lámparas, en la semioscuridad de mis recuerdos.

 

 

 

 

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