EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 10
CAPÍTULO 10
YoonGi POV:
La pequeña caja de madera pesa en mis brazos.
Es pequeña pero muy pesada para sus dimensiones. El olor de la madera levemente
enmohecida me hace sentir náuseas pero es un olor al que acabo acostumbrándome
rápido y consigo caminar deshaciéndome de la mueca en mi rostro de una
desagradable expresión fatigada. Mis pasos resuenan a través del pasillo con el
eco de mis suelas pisando en el suelo frío. Con la bata sobre mis hombros me
siento tremendamente fatigado con un terrible dolor de cabeza que llevo horas
intentando quitarme de encima pero no puedo conseguir que se me borre esa
expresión de su rostro en mi mente. Es una intensa mirada que se ha quedado en
lo más profundo de mí y se ha instalado como un temporal parásito aferrado a un
pequeño rincón de mi cráneo.
Me encamino a una de las salas de terapia
habilitada para una sesión en grupo pero donde tan solo me esperan un par de
personas. Jimin y una de las enfermeras que se encarga de su cuidado. El
silencio alrededor del pasillo es tremendamente confuso dentro de la hora en la
que me encuentro. Las siete de la tarde y no hay nadie por los pasillos
caminando conmigo. Seguramente los pacientes estén en medio de un descanso
fuera en el jardín, o todos recluidos en sus cuartos, pero la sola idea de
pensar que este silencio eterno me acompañará el resto del día me hace sumirme
en una leve depresión en la que me siento inundar de una amarga melancolía.
Cuando llego frente a la puerta de la sala de
terapia en la última planta del edificio, me ayudo de mi codo para hundir el
pestillo y la enfermera en el interior, viendo mi imposibilidad para entrar
decentemente, me ayuda a retirar la puerta de mi camino mostrándome una soledad
demoledora en el interior de la sala en blanco, tan solo como único punto de
referencia en el interior, un Jimin sentado en una larga mesa destinada para al
menos cinco personas más. No hay nadie en su misma etapa de la evolución de su
terapia, por lo que tendrá que pasar por esto solo. Casi lo agradezco, en
alguien como Jimin verse sometido por la fuerza de la presión social no es una
buena salida. De seguro que querría destacar siendo el único rebelde sin
límites morales.
Jimin no levanta la vista de sus manos sobre la
mesa cuando yo paso por su lado pero su única reacción la provoco al soltar la caja
de madera a su lado, viéndole dar un respingo por el impacto inesperado de esta
a su lado. Sus ojos la recorren de arriba abajo, mira hacia los laterales y
después se convence de no es lo de fuera lo que puede darle un disgusto, sino
lo que aún se mantiene oculto en el interior y la enfermera viene a ayudarme
pero yo le pido que salga fuera y nos deje a solas, lo que ella entiende como
una situación sin riesgos, pero sabe que no lo es por lo que me mira
asegurándose de mi respuesta pero yo miro la puerta detrás de ella con la
mirada y acaba asintiendo y marchándose.
La sala se mantiene en un largo silencio tan
solo roto por el sonido de su respiración y la mía. Yo me mantengo pensativo
mirando la estancia alrededor. Cortinas corridas y la persiana bajada, de todas
formas. No es de noche pero oscurecerá pronto y es una inutilidad tener la luz
natural, pudiendo aprovecharnos de la electricidad. Detrás de mí hay un espejo,
detrás de él, pared lisa. El espejo es largo, tanto como la mesa a lo largo de
la estancia y es una sensación de acogimiento extraño. No está reluciente y no
me extrañaría encontrar alguna gota de sangre alrededor, dado que la higiene no
es algo que caracterice a esta institución, pero podemos vernos en él y si me
giro, podría ver incluso mejor la expresión sombría que se trae en su rostro.
Una expresión de desazón y curiosidad, mezclados con el miedo y el rencor.
Demasiadas emociones para alguien tan joven, para un enfermo.
-Hoy no traes tu libreta. –Me dice a lo que yo
recaigo en él y me mira con una inocencia que es poco característica de él.
Esperará a que saque el contenido de la caja para optar por decir algo fuera de
tono.
-He pensado que puedo plasmar en ella más tarde
mis observaciones. Quiero estar más centrado en ti. –Le digo pero él no se lo
toma bien y acaba mirando de reojo la caja que parece llamarle desde la
distancia. Es el vivo rostro de un hombre que oye desde el interior el sonido
de un corazón palpitante. Yo poso mi mano sobre la tapa de la caja y él me mira
a mí, recorriendo la vista desde mi mano, y a través de mi brazo. Cuando
finaliza en mis ojos me mira suplicante de una misericordia que sabe de sobra
que no tengo y rompo al fin la impaciencia que ambos sentimientos quitando la
tapadera y retirando la caja de él, para que aun no se asome al interior. Lo
primero que hace es quitar las manos de encima de la mesa y yo cuelo una de las
mías en el interior de la caja, pero antes de sacar nada, me detengo y le
señalo de arriba abajo con un dedo firme-. Quítate toda la ropa. –Le digo a lo
que él me mira temeroso pero no sé si es que estamos él y yo a solas, o que en
la caja no puede haber nada demasiado grande que pueda hacerle daño, que sin
insistir demasiado él se pone en pie, retira la silla donde está sentado un
tanto hacia atrás, y comienza lentamente a deshacerse de la ropa sobre su
cuerpo. Tarda un minuto, pero antes de que llegue a la ropa interior le detengo
y él se para en seco cuando estaba bajando el elástico de sus calzoncillos. Con
ese gesto yo le saco un traje negro de tres piezas con camisa blanca y zapatos
de cuero negros. Se lo extiendo sobre la mesa y él se lo queda mirando con una
mueca curiosa. Más confuso que sorprendido o intrigado.
-¿Qué hago con esto? –Me pregunta, a lo que yo
le miro con sorpresa.
-Póntelo. ¿Qué otra cosa si no? –Le digo con la
nariz arrugada y él asiente cogiendo las prendas con cuidado. Primero se pone
el pantalón y después los zapatos, dejando su torso desnudo. No es hasta este
instante en que no me fijo en él de otra forma en que no sea un mero monigote
desnudo. Puedo ver a lo largo de sus antebrazos unas pequeñas manchas de color
rosado que degeneran en un fuxia intenso. Tres en cada antebrazo. Ya apenas
deben dolerle pero las marcas no solo me son familiares, sino que debería haber
recaído en ellas antes. Continúo a lo largo de sus brazos. Me cuelo a través de
su pecho y puedo ver como este se mueve por el movimiento de la respiración. Su
vientre también se mueve y puedo notar cómo, cuando se agacha, se abomba y se
retuerce su piel justo encima de la cintura del pantalón. El negro contrasta
perfectamente el color lechoso de su piel aunque su cintura es muy pequeña para
esos pantalones con lo que se notan algo sueltos, por no decir caídos. Al igual
que largos. Qué bochorno. Yo intento que se vea bien en un traje de todo
extremo masculino y va a verse como un bebé vistiéndose con las ropas de su
padre. Él no parece caer en ello y se pone la camisa sobre el torso y después
el chaleco que se ajusta mejor a su pecho y sobre todo eso, la americana.
Cuando se encuentra dentro del traje me mira esperando una respuesta de mi
parte pero mi único gesto es señalarle la silla para que vuelva a sentarse. Al
hacerlo compruebo como las mangas de la americana son perfectas para su
estúpido áabito de esconderse las manos y las hombreras le hacen parecer de
espalda ancha, cuando tiene unos hombros finos y delicados. Joder.
-¿Y ahora qué? –Pregunta mientras se mira en su
reflejo en el espejo. De ser alguien con tendencias a vestirse de mujer, o con
lencería femenina, halagaría su aspecto, pero hasta ahora no me ha demostrado
que no se sienta cómodo en un traje, por lo que me salto la parte de intentar
convencerle de que se ve bien así. No me gustaría tener que mentirle.
-¿Sabes hacer el nudo de una corbata? –Pregunto
a lo que él asiente como si fuese lo más normal del mundo y yo le paso una
corbata de color negro con líneas grises y él se rodea el cuello con ella con
un movimiento ágil y comienza a anudarla con soltura mientras yo le paso un
alfiler plateado, que no de plata, y se lo ajusta a la corbata mirándose en el
espejo con una mueca de satisfacción por su trabajo.
-Bien, aguanta así. Sacaré un par de cosas más
de la caja. –Le digo y me giro a la caja para rescatar un reloj de pulsera
plateado, un estuche con unos gemelos plateados y un anillo del mismo tono pero
cuando me giro lo encuentro jugueteando con sus mangas mientras uno de sus
hombros de la americana ha caído a través de su cuerpo mostrándome su hombro en
camisa. Frunzo los labios y me acerco a él para ajustar mejor las hombreas de
la americana sobre sus hombros y él me mira atentamente todo lo que hago.
Abotono los botones de esta y le paso los objetos que he sacado de la caja. Él
sabe cómo desenvolverse y lo primero que se ajusta es el reloj a la muñeca,
comprobando a cada instante mi reacción por si hace algo mal. Me mira con esa
mueca infantil de aprobación que odio en un paciente. Después se coloca los
gemelos en cada una de sus mangas. Pero cuando llegamos al anillo se lo queda
mirando y después me mira a mí preguntándome qué hacer con él-. No tenemos un
anillo de oro de compromiso, pero piensa que es uno. ¿Dónde te lo pondrías? –Él
no duda demasiado tiempo y se lo coloca en el dedo anular de la mano izquierda
y se mira la mano mientras frunce el ceño. Yo asiento, conforme con su
comportamiento y me giro de nuevo a la caja para sacar más cosas de ella pero
cuando regreso a él le encuentro con el anillo en el dedo pulgar-. ¿Por qué te
lo pones ahí? –Pregunto y él se encoge de hombros.
-Tengo los dedos pequeños. –Dice con un
puchero-. Se me cae… -Yo suspiro largamente cargándome de paciencia y le pongo
frente a él un frasco de colonia, una pipa de madera con unas cerillas y un
pequeño saco de tela con tabaco, y una petaca metálica con whiskey en el
interior.
-Bien, aquí tenemos las joyas de la corona.
Esto es lo que define a un hombre… -No me deja terminar.
-¿El olor? –Pregunta a lo que yo le miro
confuso-. ¿Un hombre tiene que oler a colonia, alcohol y tabaco? –Pregunta y yo
me cojo de hombros con una expresión desinteresada.
-Así es…
-Tú no hueles así. –Dice y yo abro los ojos
sorprendido por su respuesta a lo que él me retira la mirada avergonzado. Sin
duda lo ha dicho sin pensar y se corrige-. Yo tampoco huelo así…
-Los hombres de verdad fuman, beben, y se echan
estas colonias. –Dice a lo que me mira tornando su expresión de una mueca de
suspicacia. Juraría que ha podido leer en mi mente que he visto su colonia pero
tengo una salida perfecta a esa mirada de sabelotodo-. Los hombres de verdad
huelen a colonia de hombre, no a fresas. –Digo y él enciende sus mejillas y
mira mejor la colonia frente a él en la mesa, intentando evitar mi mirada. Sin
saber siquiera qué colonia usa, sé que huele a fresas. Ya no es tan evidente,
porque hace un día que no se la echa, pero juraría que, si me acerco y hundo mi
nariz en su cabello, puedo sumergirme en un fresal cargado de pequeñas fresas
aun sin madurar.
-Yo no sé fumar. –Dice como una salida a esta
terapia pero yo me encojo de hombros.
-Deberás aprender. –Digo y él me mira
suplicante y sigue con el siguiente objeto.
-No he bebido alcohol nunca. –Dice y yo levanto
mis cejas.
-¿Nunca?
-Bueno, vino a veces. Pero solo en algunas
comidas especiales. –Dice y yo ruedo los ojos, suspirando.
-Tendrás que aprender. –Repito y él me mira de
nuevo de esa forma. Me alejo un paso de la mesa y le señalo primero la colonia.
Después de ese gesto me cruzo de brazos atento a cada una de sus acciones y él
coge la colonia, un frasco de cristal opaco de color verdoso, como las botellas
de vino, con forma hexagonal y coge con la otra mano el pequeño difusor de
tela. Se lleva el extremo cerca de su cuello, cierra los ojos con una expresión
temerosa, como si del frasco fuese a salir ácido, y aprieta el difusor para esparcir
por su piel un fuerte olor a colonia que probablemente sea mucho más intensa
que el propio whiskey en la petaca. La primera y única reacción de Jimin es
toser un par de veces con el olor y dejar el frasco de colonia en la mesa. Con
las mangas de su americana se frota el cuello donde ha esparcido al colonia,
intentando deshacerse de ella y yo le corrijo-. No hagas eso, no sirve de nada.
El punto de evaporación del alcohol es más rápido que tú restregándote con la
chaqueta. –El me mira rencoroso y frunce los labios. Si no fuera porque veo
cómo su pecho sube y baja juraría que su expresión implica que ha dejado de
respirar. Encoge sus labios en una fina línea que, cuando los libera, se ven
más rosados y húmedos.
-Huele mal. –Dice en un susurro y yo ruedo los
ojos comprobando como sigue con el siguiente objeto pero cuando coge la pipa
con sus manos, me mira, dubitativo.
-¿Cuál es la finalidad de esto? –Pregunta y
estoy a punto de caer en su juego pero me corrijo negando el rostro.
-No me entretengas. Tengo cosas que hacer.
Vamos, sigue.
-¿Es para que me vuelva más “masculino”?
-Pregunta-. Mira que he visto a mujeres fumar como carretas…
-Continua. –Le exijo con voz menos amable y él
me mira aburrido y recorre con la vista los objetos alrededor de la pipa.
Comienza a pensar dubitativo y realmente no ha
fumado nunca por la forma en que comienza a mirar la pipa por todas partes
preguntándose cómo meter el tabaco en ella y como después fumar. Consigue
sacarlo del recuerdo de alguna parte de su memoria y mete un poco de tabaco en
el orificio más grande y después se queda mirando las cerillas, pensativo. Su
tardanza pareciera incluso adrede y ese es un pensamiento que me hace
impacientarme y comienzo a palmear el suelo con el pie. Cuando consigue sacar
una cerilla de la cajetilla, deja la pipa a un lado en la mesa en vez de
llevarse la boquilla a los labios para sujetarla ahí y al encender una cerilla
se ve en la sorpresa del poco tiempo que tiene antes de que se consuma. Intenta
coger la pipa y encender el tabaco como si nada apoyando el extremo candente de
la cerilla en la pipa, pero no es suficiente pues debe absorber aire a través
de la boquilla para que el fuego de la cerilla prenda el tabaco, y con lo
consiguiente, poder fumar. No parece ser consciente de ello y espera, con la
cerilla consumiéndose sobre el tabaco, a que este prenda por su propia mano.
-Joder, Jimin. –Me termino exasperando y le
quito la pipa de la mano y él deja caer la cerilla ya consumida sobre la mesa.
Con la pipa en mi mano enciendo una cerilla con la otra y le cuelo la boquilla
en la boca, haciéndole dar un respingo y cerrar los ojos por la sorpresa-.
Absorbe aire. –Le digo con tono cortante y él lo hace sin titubear en le
momento en que yo apoyo la cerilla sobre el tabaco y este se enciende
provocando que de entre sus labios salga una fina columna de humo. Yo presiono
con dos dedos sus mejillas para que no suelte la pipa de sus labios pero la tos
y el humo colándose a través de sus pulmones le hace toser y de un manotazo
aparta mi mano, consiguiendo que la pipa caiga sobre la mesa y el tabaco se
esparza sobre ella y se apague, consumiéndose rápidamente. Yo miro el
estropicio-. ¿Qué haces? –Él me contesta cuando la tos le permite.
-Me estaba ahogando, maldita sea. –Se queja y
comienza a toser desbocado sobre la manga de su americana.
-Tienes que hacerte al sabor.
-Esa es otra. Es horrible. –Dice, cuando deja
de toser y paladea con su lengua en el interior de su boca. Habla con voz
rasgada por la tos. Yo le extiendo la petaca con whiskey y él me devuelve una
mirada negativa.
-Toma, bebe. Esto te quitará el sabor. –Mis
palabras no parecen convencerle pero aun así alcanza con su mano el metal y
quita despacio el tapón desenroscándolo. Acerca su nariz a olerlo y niega con
el rostro, apartándolo de sí y devolviéndomelo como si tuviese la alternativa
de negarse a ello-. Bebe, hazlo por las buenas. –Le advierto.
-Si quieres que huela a whiskey me lo hecho por
encima, pero no me hagas beberlo. –Me dice pero yo chasqueo la lengua y niego
con el rostro. Le devuelvo la petaca.
-Bebe, o te haré beber por las malas.
-¿De qué sirve que beba? ¿Me va ha hacer más
hombre? ¿Van a dejarme de gustar los chicos? ¿Van a empezar a gustarme las
mujeres por beber whisky barato? No es una poción mágica. –Su palabrería
comienza a colarse dentro de mi mente y mi única reacción es llevar mi mano
libre a su corbata y tirar de ella hasta cortarle todo rastro de aire de su
pecho. Él se sorprende por el repentino agarre en su cuello y lleva las manos
ahí, en primer lugar, lo que yo aprovecho para meter el pequeño cuello de la
petaca entre sus dos labios, grandes e hinchados, y vierto el líquido en su
interior. Parte entra en sus labios pero otra gran parte se derrama a través de
sus comisuras. Cae gota a gota a través de su mandíbula hasta que consigue
llevar sus manos ahí y apartar la mía de un golpe como antes, haciendo que esta
vez el líquido se derrame a borbotones a través de su pecho, sobre sus labios
hasta su barbilla y empapando su ropa con un intenso olor a whiskey. Se
incorpora dejando que el líquido resbale mientras tose con desesperación,
escupe en el suelo a su lado todo lo que se haya podido tragar y quede como
rastro inerte bajo su lengua. Una de sus manos la lleva a su garganta, no sé si
porque yo le haya podido hacer daño o porque le haya dañado el whiskey. La otra
a los botones de la americana. Cuando se hace con ella se limpia todo el rostro
y la tira al suelo, junto con el líquido vertido. Yo me quedo ahí parado viendo
como su reacción es exagerada y desmedida. Se me queda mirando de esa forma de
odio que comienza a dolerme. Con esa expresión de valentía que me da dolor de
cabeza. Rodeo la mesa hasta llegar a su lado y cuando me tiene frente a él
apenas abre sus labios para decir nada y yo le cruzo la cara con una bofetada
que le deja impactado y con ojos desorbitados llevándose sus dos manos a esa mejilla
que con los segundos se pone más roja. Con su rostro volteado hacia la
dirección en que le he golpeado me devuelve poco a poco la mirada, pero esta
vez es una asustada y temblorosa. Sorprendida. Vuelvo a golpearle y esta vez
recibo un gemido lastimero y un paso de retroceso que le obliga a chocar con
una pared.
-No se te ocurra volver a mirarme de esa forma.
Ni a comportarte así. Me estoy cansando de tus tonterías. –Su espalda choca con
la pared y baja la mirada junto con el rostro mientras hace de sus manos dos
puños totalmente inofensivos. De su barbilla aun gotea algo de whiskey, de sus
labios brota un pequeño hilo de sangre que comienza a recorrer la ondulación de
la violenta curva de su labio inferior. ¿Por qué tan delicados?
-YoonGi…
-Doctor Min. –Le corrijo con voz fría mientras
me aparto y me giro en dirección a la puerta. De nuevo esa sensación de
desaparecer de su vista, de la pesadez de su recuerdo en mi mente.
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