TRANSMUTACIÓN [Parte I] - Capítulo 24
Capítulo 24
“Cafés
infestados de humo”
París, Francia. S. XIX. 1890.
Bar de Flore. Una noche de octubre.
Las copas estaban ya vacías. El licor
había sido sumergido por el gaznate de ambos dos comensales. Las velas en la
mesa se estaban acabando y poco a poco las personas habían ido desapareciendo.
Apenas quedaban ya individuos allí sentados en aquél bar del centro de París.
El hombre mayor se había puesto el gabán sobre los hombros, sintiendo el
vertiginoso descenso de la sobriedad llevarle hasta el sopor y el muchacho no
había parado de hablar, de gesticular y beber hasta el punto en que solo se le
oía a él dentro de aquel establecimiento, pero a nadie parecía importarle en absoluto.
Detrás de él, un gran lienzo con un barco surcando grandes olas decoraba la
pared. El hombre los miraba a él y al muchacho alternativamente y meditaba
sobre la historia que el pequeño acababa de contarle. En ella se hablaba de la
extraordinaria carrera como médico y mosquetero del rey de un desconocido como
cualquier otro cuyo único legado había sido aquel librillo de poemas y una
escasa biografía en la que había más conjeturas que datos reales.
Los pormenores de su carrera y sus hazañas
médicas no importaban en absoluto por lo que aquellos datos quedaron en el
olvido. De sus últimos días se sabía bien poco. Había coincidido con su
general, este le había encomendado una misión y de él no se supo nada hasta que
unos paisanos encontraron su cuerpo cerca del puerto de La Rochelle,
acribillado a balazos y en compañía de otro cadáver más joven que bien podría
ser el buscado por entonces hijo del asesinado vizconde de Braguelonne. Nunca
llegaron a confirmarse aquellas sospechas. Se supuso que ambos habían tenido
una reyerta, el uno al ser reconocido y el otro al intentar detenerle. Se le
consideró hasta el último momento un héroe y un buen mosquetero, muriendo
mientras ejecutaba las órdenes por las que había sido enviado.
Sin embargo, mientras que el cadáver del
joven fue entregado a la familia y entregado a las autoridades, al mosquetero
se lo llevaron a la morgue a la espera de que alguien lo recogiese. El pobre
hombre no tenía familia ni conocidos más que un afortunado amigo que fue el
mismo que reunió los poemas que posteriormente se publicaron. Este se hizo
cargo del cuerpo, dándole santa sepultura. Este mismo había dejado un escrito,
que publicó junto con el libro, cuyas palabras desmienten con cautela y respeto
que aquel hombre fuese un héroe. Pues no le tildaba más que de un loco
temerario.
Palabras dedicadas al autor por Carld
Loumiere. Amigo y compañero de Louÿe d’Aramitz:
La última vez que vi a mi amigo estaba
desfigurado por los remordimientos y anegado en un profundo charco de
melancolía. Mientras que toda la vida, o al menos el periodo de su vida en el
que yo había participado, había sido un hombre recto, paciente, inteligente y
precavido, aquella fatídica mañana, días antes de hallarse su cuerpo estaba más
preocupado por sus versos que por el deber de su trabajo o incluso un deber
mucho más importante, el moral. Me gustaría pensar que yo no fui partícipe de
su muerte, pero uno ya no sabe de qué hilo estira y qué puerta es la que se
abre.
Con todo el remordimiento que cabe en mi
alma, e intentando comprender cuáles son los pozos de lodo en los que te
sumergiste, hago públicos estos poemas con miedo de que otros encuentren en
ellos aquello que tú llegaste a vislumbrar y te hizo correr tras las musas
incluso si en ellas hallabas de alguna manera tu muerte. Aquél rostro que vi,
aquellas expresiones en tu faz, hoy lo entiendo, no eran las de un hombre
inconsciente o ingenuo. Eran las de un ser que ha pactado su propia muerte y se
dirige hacia ella con miedo de llegar tarde.
Estés donde estés, amigo, te deseo un
descanso eterno y te ofrezco una promesa: si alguna vez siento la cabeza, le
leerle tus poemas a mis hijos, para que te conozcan y a lo mejor te comprendan.
El joven leyó cada poema, cada uno de los
versos con sumo placer y dedicación. En algunas partes se detenía haciendo
hincapié en alguna palabra y en otros simplemente meditaba un sentido oculto
que no había encontrado hasta no haberlo leído en alto. El mayor se deslumbraba
con cada uno de los cuartetos.
Poema 1
Una tarde de poniente.
Una noche de solsticio.
La luna escapa lúgubre.
Y la bruja pide auxilio.
El fuego en su mirada.
Resplandece la mañana.
El corazón clama de amor.
Ella parece lejana.
El silencio se ha agotado,
la madera cruje, llora.
No confieso mis pecados,
a Satanás no le importa.
Lleno el rostro de lunares.
Cristales llenos de ranas.
Huesos bajo las cenizas.
Dos corazones en llamas.
Me hallo enloquecido,
casi muerto, ras de suelo.
Ella ha desaparecido
Tras ella voy hacia el cielo.
Poema 2
La oscuridad nos rodea,
el caldero burbujea.
Rosas silvestres en agua.
Alguien llora tras la puerta.
Cupido me lanza su amor,
Vulcano me esconde de él.
Yo me resguardo en su fragua,
oigo como quema la piel.
Campanillas de oro rosa.
Manuscritos dibujados.
El incienso nos rodea,
su dios me ha desollado.
El disparo no es certero,
pero me ha lanzado al suelo.
Su sonrisa prevalece.
Ya soy suyo por entero.
Poema 3
En este peso doliente y eterno.
En la noche de luna llena y fuego.
Quiero que sepas de mí que te adoro,
pero no es suficiente y ya te añoro.
Aquí acompañado de los recuerdos,
de cada uno de tus castos besos.
La fugacidad del humo alejados,
Uno por uno y de mí arrancados.
Cargaba flores en su gruesa falda.
Noche tras noche a la luna aullaba.
Día tras día solo a mí me amaba
Hoy soy aquí el espejo de su alma.
Yo me convierto en ella y ella yace
a mi lado en la memoria quemada.
Poema 4
Un par de copas de licor barato
vierten su líquido sobre la mesa.
Nos conducen con sopor a una siesta.
Te encuentro a mi lado mirando el plato.
Eterna noche, lejana mañana.
Acaríciame con haces melosos.
Acaríciame hasta que reposemos
nuestras almas juntas ya están cansadas.
Tus mangas están manchadas de café.
Los olores de lavanda y ajenjo
quedan en el recuerdo del poema.
Tus besos ya tienen regusto añejo,
solían ser dulces hasta que desperté,
hasta que me regalaste una perla.
Poema 5
El baile ha comenzado a las diez,
nuestro encuentro es fatal, la luna
es más que conocedora de
que tú y yo somos una suma.
Las ratas nos han rodeado,
trompetas reclaman nuestra alma.
Corremos hacia campo abierto
Se nos ha olvidado nuestra arma.
El bosque que nos ha ocultado
yace bajo la luna llena,
golondrinas aúllan nuestro adiós,
nos hundimos bajo la arena.
Hemos llegado tarde a cenar,
deshago el vestido con vino.
La sangre nos baña, una más
rompes el lazo azul de lino.
Impurezas, brasas ardiendo,
caemos en lagos de fuego.
Las perlas no te justifican,
Tienes mi cabeza en acero
Poema 6
Me sumerjo en la oscuridad de
las callejuelas del pueblo aquél
donde el gris bañaba las casas
y tú formas parte del ayer.
Dios proteja a las almas de mí.
Aquellos que me quisieron bien.
la tierra les cubre hasta los pies.
El campo ya no cultiva la vid.
Saltan las niñas, cantan al son,
guardan sus cuerpos del mal perdón
que engendra la bondad de Dios,
Sacerdotes que besan con ron.
Mis botas caminan a través
del barro que impregna mi ropa.
Un penique menos redobla
La deuda del mañana al sol.
La carne se pudre en derredor.
Baila el espejismo de tu amor.
La noche engaña hasta a Dios.
Solo me queda el sueño, tu voz.
Poema 7
Juana extiende la llama de Dios.
Su arco tensando la flecha.
Los ángeles cantan por ella.
El pueblo reclama su dolor.
Encerrada en una alta torre
que solo Adonay vigila.
Yace muerta de miedo y frío,
es violada por el vigía.
La sangre de los soldados cae,
Derramada en campos de Orleans.
Coronado Carlos séptimo.
Ella cena de forma frugal.
Cien años de colinas rojas.
La heroína crucificada.
El fuego devora su carne.
La historia queda terminada..
Poema 8
Lejos de toda la humanidad
haciendo el mundo tu posesión.
Caminas a través del lago.
No vives más que como un ladrón.
El oro baña tu cabaña.
En la noche tú perteneces
a la oscuridad compinchada.
La luna es chivata a veces.
Eres demasiado salvaje,
careces de fiel armonía.
Desapareces en la bruma,
Y en la luz eres agonía
En tu familia ya no hay lugar
y mis palabras te han perdido.
Ha desaparecido el bosque.
Por mi culpa ya te han prendido.
Poema 9
Luis el decimosexto rueda.
Después de él, le sigo al cadalso.
La bandera tricolor vuela.
La cabeza cae en un canasto.
Flores que deberían yacer
sobre mi tumba, caen al suelo.
Nadie las pisa porque son mías,
ya todos miran hacia el cielo.
El pillastre limpiará sangre
que por sus gritos abocada,
rompiendo cristales con piedras,
La república proclamada.
La plaza revolucionada,
han derribado a los monarcas.
Francia muere en el noventa y tres.
En Concordia es donde los marcan.
Poema 10
Cae el terciopelo, oculta
la pureza de dos infantes,
escondidos bajo sabanas,
manchadas de la sangre del rey.
En campos de oro de castilla,
inundan costas portuguesas.
Han redoblado las campanas.
Se ha perdido ya toda la ley.
↞ Capítulo 23
Capítulo 1 [Parte II]↠
Comentarios
Publicar un comentario