IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 37

CAPÍTULO 37

Jimin POV:

 

Aquella primera misión en Pyongyang no fue nada del otro mundo, pero sí fue algo así como el retorno a un yo pasado que creí desaparecido. Fue más un golpe moral que algo físico. Recuerdo el instante del momento al llegar a casa de noche. Había anochecido y he de reconocer que hice tiempo para que eso sucediera. Sé que eso te preocupó más pero de todas formas discutiríamos, lo sabía. Con mi mujer siempre sucedía y no quería que nuestro hijo estuviera despierto y presente para presenciar aquello. Nunca solíamos hacerlo delante de él, y en Pyongyang no iba a ser diferente.

Cuando llegué a casa me metí directo en el cuarto de baño. No necesitaba cubrir ninguna de mis necesidades biológicas ni quería ver reflejados golpes en el espejo. Solo quería ver mi rostro y asegurarme de que seguía siendo yo, con mi pelo oscuro y mis labios abultados. Sin marcas, sin cortes. Sin sangre manchando a goterones el espejo. No quería volverme a ver joven, ni inexperto. Me quedé así unos segundos, apoyado en la cerámica del lavabo cuando entraste con sigilo sabiendo que era yo el que acababa de llegar. Cuando escuché tus pasos acercarse a la puerta una parte de mí esperaba, necesitaba, ansiaba que fuera mi mujer la que apareciera con ese rostro angustiado y enfadado con que me recibía cuando llegaba a altas horas de la mañana. Pero verte a ti, me descompuso.

Tras un largo interrogatorio de evidente resultado no llegamos a nada en concreto y tras darte el dinero que NamJoon me había otorgado por la misión te sentiste incluso más afianzado en tu respuesta de porqué no había aparecido hasta altas horas. Me dijiste que hubieras preferido que me estuviera prostituyendo. Ahora me río de la respuesta pero he de reconocer que lo habría preferido. Igual que mi esposa solía hacer cuando no conseguía sacarme más información de la que yo podía darle, rompiste en el llanto.

—¿No lo entiendes? No quiero volver a tener que coserte unos cortes en la espalda, y tampoco quiero llegar al cuarto de baño y encontrármelo ensangrentado y con una jeringuilla de anestesia en el suelo. Si te pasara algo yo me muero. No, no soportaría otra vez verte sufrir así…

Te abracé y ambos regresamos a la cama cansados, agotados. Cuando nos cubrimos con las sábanas se instaló un largo silencio demoledor en el que a lo lejos podía oír la respiración de nuestro hijo en el otro cuarto. Recuerdo pensar durante mucho tiempo unas palabras adecuadas para la situación pero solo deseaba dormir, y mi cerebro no procesaba con filtro mis sentimientos. Por una parte tenía sueño, pero el remordimiento de escuchar tu llanto a mi lado me punzaba el vientre. Entre el silencio de nuestra respiración hablé.

—He tenido miedo por vosotros. –Dije.

—¿Tú por nosotros? –Preguntaste entre confuso y ofendido.

—Sí, por ti, y por Yoogeun.

—Yo he temido por ti. ¿Te crees que no sé lo que estás haciendo?

—No me entiendes, Jeon. No quiero dejaros un solo instante a solas. No quiero volver a irme de tu lado. –Te abracé con cuidado en la cama y hundí mi rostro en tu pecho. Siempre te gustó que lo hiciera porque jugueteabas con tu nariz en mis cabellos, pero aquella vez no lo hiciste, enfadado como estabas, y ese abrazo fue solo medio abrazo.

—No vuelvas a irte, entonces…

—No depende solo de mí, amor. Llegar a casa y ver que estáis bien es todo lo que necesito en mi vida. He pensado todo el día en ello. En regresar, y veros.

—¿A qué viene eso? –Te miré, acaricié tu pelo y besé tus labios. Recuerdo ese beso. Fue demasiado irreal después de un día entero pensando en la posibilidad que no pudiera volver a hacerlo.

—Ya me quitaron a mi hija, ¿crees que no harían lo mismo con vosotros? Desapareció, en medio del aire. De la nada.

—Jimin…

—Prométeme que protegerás  a Yoogeun, por favor. Prométeme que no dejarás que nos los arrebaten otra vez. No te separes de él, mi amor. –Te rogué. Ahora sí hundiste la nariz en mi coronilla y pude al fin conciliar el sueño.

 

 

Pasaron dos días después de aquello. Recuerdo la llamada de NamJoon y tu expresión cansada y aburrida. Recuerdo la mirada que me lanzaste de perro sumiso a unas órdenes autoritarias. No podías entenderlo y eso me hacía sentir tan impotente que no pude convencerte para retenerte en casa mientras yo asistía a la reunión. Temías pasar el día solo en casa. Tener que explicarle a Yoogeun que su padre Jimin estaba trabajando en algo que ni tú mismo alcanzabas a entender. Caminaste cegado, convencido de que nada malo nos sucedería, hacia el despacho de NamJoon como un cabritillo en celo, buscando a alguien contra quien arremeter la fuerza de tu cornamenta.

Llegamos al despacho de NamJoon y mi miedo por ti y por Yoogeun superaba cualquier posibilidad de escuchar con atención la conversación que pudierais haber tenido. Recordaba la última vez que yo había osado a presentarme así en el despacho de NamJoon y como me sacaron a la fuerza quitándome a mi hija para siempre. Temía no volver a veros, temía que os torturaran por lo que procuré mantenerme a un lado, ser imparcial, porque haberme puesto de tu lado podría costarnos la vida, y ponerme del lado de NamJoon, perderte a ti y no estaba dispuesto a nada de ello. Intenté refrenarte, pero como eso no parecía suficiente, NamJoon decidió tomar el camino más rápido abriendo una brecha entre ambos, para alejarme de ti, para que tú dejases de ser un problema. Conocía a NamJoon, y sabía que estaba dispuesto a dinamitar nuestra relación si con ello me conseguía a mí, pero nunca supe que estaba dispuesto a reducirme a mí mismo a cenizas con tales cargas de dinamita. No debiste mentar a su hijo, no debiste.

Tu voz, Jeon. Tu voz saliendo de un portátil de la grabación de una conversación interceptada entre tú y tu amigo TaeHyung el policía. Escucharos a ambos como los culpables de la supuesta muerte de mi hija me hizo sentir traicionado, roto, dolido, pisoteado. Durante mi vida NamJoon había sido muy hiriente conmigo, pero aquella conversación se quedó en mi mente unos segundos y perduró durante horas, durante días. No podías entender lo que suponía que la persona a la que más amaba había provocado la muerte de mi hija, pero aun peor, eras consciente de ello y aun así me lo ocultaste por años. No quiero ser ahora condescendiente, ni nada parecido. No estoy haciendo esto para recriminar tu silencio, pero, Jeon. ¿Qué esperabas que pasase? Nunca ibas a contármelo, ¿verdad?

No sé que habría hecho en tu caso, porque yo también soy un cobarde dependiente de tu felicidad, pero en aquél instante en que me viste con el arma apuntándome a mi mismo en la cabeza con la intención de suicidarme, ¿no pensaste que tal vez deberías habérmelo dicho? ¿Creerías que iba a golpearte? Por supuesto que lo habría hecho. ¿No se te pasó por la cabeza que sería de ser una persona horrible ocultármelo y además, comenzar una relación conmigo? ¿No es humillante? ¿Cómo crees que me sentí cuando supe que había sido tu culpa? Tanto dolor por tu culpa, tanto tiempo pensando que estaba muerta… ¿Qué crees que se me pasó por la cabeza en el instante en que la conversación grabada terminó? Eso a NamJoon no le importó en absoluto, solo deseaba cualquier clase de reacción destructiva por mi parte. Si te mataba, solo serías un problema menos.

¿Quieres que hablemos de lo que sucedió después? Llegamos a casa, insististe en querer darme explicaciones pero simplemente oír tu voz me estaba enloqueciendo. Si no te golpeaba tal vez yo mismo me tiraba por la ventana abajo. Si no te golpeaba la habría pagado con mis nudillos en el espejo del baño hasta dejarme sin manos. Me habrías intentando frenar y habrías acabado igual. Te lo merecías, y lo sabes. Te habría matado en ese instante pero verte magullado en el suelo, bajo el peso de mi bota y con sangre manando de la boca y la nariz, fue una imagen que me superó en el momento indicado para detenerme y lo hice mucho más furioso por no poder continuar, por el propio amor que te tenía que por el odio que albergaba dentro de mi alma.

Salí de allí en cuanto pude recogiendo mi chaqueta y dando un portazo. No llegué muy lejos. Nada más salir del edificio caminé alrededor de la manzana hasta que mis piernas flaquearon y me vi en la necesidad de apoyarme en la pared. Me llevé las manos a la cabeza, grité un segundo y me desplomé en el suelo rompiendo a llorar. Mi pecho dolía como la vez que me dijeron que mi hija había muerto. El mismo dolor regresaba de forma incomprensible a mi corazón y grité con los nudillos ensangrentados. Apoyado en aquella pared algunas personas me miraron preocupadas pero apenas pude ver más allá de mi propio dolor que cegaba y entumecía todos mis sentidos. Todo alrededor dolía, todo quemaba. Me derrumbé mucho más rápido y evidente de lo que habría podido consentir que vieras.

 

 

Cuando se hizo de noche y Yoogeun se fue a dormir te hice salir del cuarto y cenaste mientras te expliqué que debía irme a una misión. No fue algo explicito pero tú lo sabías y no hacía falta que te dijera nada más. Tú tampoco te atreviste a recriminarme nada. Me tenías miedo y eso era un sentimiento nuevo para mí. Siempre habías sido osado y atrevido y ahora te veías como un niño magullado y herido, algo ensangrentado. Mirarte directamente dolía demasiado y me dolía demasiado verte en ese estado. Salí antes de la hora acordada porque no soportaba por más tiempo ver el resultado de mis actos y menos en tu rostro.

Salí y me abroché bien la chaqueta hasta arriba en mi cuello por miedo a coger frío. La chaqueta tenía un forro interior de pelo que siempre me acunaba con cuidado, pero aquél día podía sentir como rehuía de mi por miedo, por pánico a ser también objetivo de mi fuerza. Nunca antes me había sentido tan culpable por golpear a nadie y paso a paso me iba sintiendo más culpable de lo que había hecho. Una parte de mí seguía insistiendo que eras el culpable de la muerte de mi hija, pero esta, poco a poco, iba palideciendo y muriendo lentamente por el recuerdo de tu rostro roto de dolor, de tus gemidos de dolor. El sonido de tu cuerpo bajo mis manos. Tan doloroso…

Cuando llegué al despacho de NamJoon se escuchaba un extraño tumulto en el interior de pasos acelerados yendo de un lado a otro, correteando por todas partes. Llamé con dos sonoros golpes y los pasos se detuvieron y un silencio se instaló, roto por una risa infantil que recordaba de haberla oído antes. La voz de NamJoon me hizo entrar.

—¡Adelante! –Dijo y abrí la puerta para toparme de golpe con tres niños correteando curiosos por la presencia de alguien nuevo en el despacho. En su despacho. En el despacho de su padre. Aquella escena la había visto antes, pero nunca con tres niños. A uno de ellos no lo había visto aún, sentado en las rodillas de su padre, con una mirada curiosa y un poco adormilada en mi dirección. Me sorprendí a mi mismo al reconocerle como el amigo de nuestro hijo, lo cual supuse en el instante en que lo mentaste la última vez que estuviste en el despacho.

—¡Jimin! –Gritó el mediano de los tres, corriendo a abrazar una de mis piernas como solía hacer cuando era pequeño. El pequeño con la edad de nuestro hijo aún no me conocía formalmente como el trabajador de su padre, pero sí como el padre de su mejor amigo y me sonrió en la distancia. El mayor, sentado en la silla que yo ocuparía al rato me miraba con el ceño fruncido y una hierática expresión desconfiada. Su rostro era el de su madre, pero el carácter era idéntico al de su padre y al parecer, su conocimiento hacia mí era similar. Me miraba con recelo como si supiera de mí mucho más de lo que un chico de su edad debía saber. El mediano había crecido conociéndome como el trabajador favorito de su padre y más de una vez me había hecho cargo de él cuando era un bebé y aún me recordaba. Con sus nueve años se agarraba a mi pierna con desesperación y yo acaricié su pelo recibiendo de él una sonrisa satisfactoria. El mayor rondaba los doce, tal vez.

—Pasa, Jimin. Hijo, —se dirigió a su hijo mayor—, déjale sentar, los mayores tenemos cosas de las que hablar. –Su hijo mayor, de mismo nombre que el padre, se levantó de la silla, recogió sus cosas sobre el escritorio de este y las guardó en una pequeña mochila a los pies de la silla. El mediano abrazó al pequeño y le dio la mano con intención de salir todos del despacho—. Id a casa, Luhan os acompañará. Decidle a mamá que voy en un rato. –El mayor asintió, responsable de la información y cuando desaparecieron nos dejaron a solas en un extraño silencio que me vi obligado a romper, pero NamJoon se me adelantó.

—Que mayores están… ¿no? Ya veo que HanYeol no te ha olvidado.

—Ya veo que el mayor tampoco, ¿qué le has dicho de mí para que me mire de esa forma?

—La verdad y nada más que la verdad, como se suele decir. ¿Y qué? ¿Qué tal en casa? –Me preguntó con interés morboso, queriendo conocer las causas de su acción.

—Todo bien.

—¿Sí? –Fingió sorpresa—. ¿Tanto has cambiado, Jimin?

—¿Desde cuanto hace que lo sabes? –Le pregunté, directo.

—¿El qué?

—Que fue Jeon. Que fue culpa de Jeon…

—Desde el mismo instante en que me pasaron la llamada. Después me enteré que te fugaste con él a Barcelona. Penoso…

—No lo sabía. –Me justifiqué.

—Te habrías ido con él de todas formas, ¿verdad?  A mí no me engañas…

—Está bien, NamJoon. No quiero hablar de ello.

—¿Habéis hablado ambos o solo le has echado la bronca?

—No le he echado nada…

—Ya claro. A mí por quitarte a tu hija me quisiste golpear, y de hecho, lo hiciste. ¡Qué no le habrás hecho al pobre muchacho!

—Me desconciertas, NamJoon. –Dije con una sonrisa en la cara intentando parecer tranquilo—. Unas veces parece que le odias y otras… —No me dejó terminar.

—No le odio. –Dijo ofendido—. Simplemente me siento celoso. –Fruncí los labios, disgustado—. Me quiere quitar a mi héroe, y no estoy dispuesto a compartirte. Nada más.

—No te ha quitado nada. Yo decidí marcharme.

—Y mírate, aquí de nuevo.

—Otra vez esta conversación no… —Dije exasperado, dejándome caer en el asiento—. Si quieres a alguien como yo solo tienes que entrenarle duro, hacerle sufrir como me hicisteis a mí y mandarle a hacer misiones. Sé que soy el mejor en vuestro ejército pero… —Me interrumpió de nuevo.

—¿Crees que eres el mejor de nuestra élite? Venga allá, Jimin. –Se cruzó de brazos—. Eres un espía de pacotilla, no has hecho nada que el resto de nuestra flota no haya hecho igual. ¿Salvaste a un hombre? ¿Y qué? Una vida vale menos que una bala, una bala, una vida. –Sentí la decepción invadirme poco a poco—. Eso es lo que me importan a mí los trabajadores. ¿Sabes porque la gente dice que eres el mejor? ¿Sabes quien infundió los rumores de que eras un gran militar? ¿De qué salvaste a un hombre? –Me sonrió cínico, asintiendo, corroborando mis pensamientos—. ¿Sabes por qué lo hice? Porque todos necesitamos un héroe, Jimin, todos necesitamos alguien a quien admirar y alguien que nos haga sentir protegidos, y si ese trabajo puede desempeñarlo una sola persona, mucho mejor.

Se estancó un frío silencio que solo era roto por nuestra respiración en el despacho. Todo a mi alrededor parecían piezas de puzle caer al vacío, dejando tras ellas una pared gris y oscura, llena de moho en las juntas y con grietas en la pintura. Poco a poco, como si las palabras tuvieran efecto sobre mi propio cuerpo, sentí que una fina capa de piel se arrugaba y se desprendía de mí, caía al suelo y me observaba con ojos vacíos de las cuencas oculares. Sentí un escalofrío. Formulé unas palabras que tintineaban en mi mente queriendo salir, desesperadas.

—¿Soy una farsa?

—No te llegarías a creer tu propia mentira, ¿verdad? –Me hizo sentir cómplice de una cruel broma pesada.

—Yo no he mentido a nadie. –Me justifiqué.

—Te has mentido a ti mismo cada vez que te creías el mejor. Debiste saberlo, no eres más que un fantoche. Sales ahí, matas a un par de americanos y vuelves con información secreta. Pan comido. ¡Venga allá! –Fruncí el ceño y mis músculos faciales se tensaron—. No pongas esa cara, ¿decepcionado? No más que yo cuando te largaste con ese puto del tres al cuarto. –Todo me daba vueltas. Demasiada información.

—¿Por qué quieres que me quede aquí, si soy tan útil como cualquiera?

—No me entiendes, Jimin. El pueblo necesita saber que estás aquí, que alguien nos protege. Tienen que pensar que tenemos a los mejores. Y tú, mi amigo, eres el mejor en lo tuyo.

—¿En ser actor?

—Nah, no tanto. Un mero figurante. Esta es una obra de Plauto*, los personajes tipo son mi especialidad. Yo soy el protagonista y tú el árbol número 3. Entiéndelo… no hay espacio para tu esposo en esta obra… —Fingió una expresión alicaída, sintiendo pena por ti y yo me sentí de repente iluminado.

—No soy bueno… no tan bueno como para sentarme ahí a tu lado. –Señalé el espacio vacío en el que él se colocaba a la vera de su padre. En el que LuHan se sentaba a menudo.

—Oh Jiminie, no me digas eso. Para mí eres como un hermano pequeño, casi como mi hijo. Eres de mi familia y mi padre vio en ti al perfecto títere. Solo frente al público, solo en el escenario, pero sin responsabilidad ni…

—Todos estos años… todo lo que he pasado. –Mis manos temblaban. Demasiados sentimientos encontrados—. Matar a mis amigos, toda la gente a la que he matado, todo lo que me habéis hecho sufrir. Me robasteis a mi hija, me hicisteis huir, mi hijo… Jeon ha estado en constante peligro por vuestra culpa, ¿y esto es todo? Una mera actuación.

—¿Mera? Eres un héroe.

—Soy una farsa. –Repito. Más consciente del significado de esas palabras.

—Nuestra esperanza. –Me aclara él temiendo decepcionarme.

—No soy tu esperanza. Soy tu muñeco de trapo. –Namjoon puso un rostro cansado y supe que la conversación llegaba a su final.

—Bien, dejemos las cosas claras, tienes dos opciones. –Sacó un sobre de papel beige del escritorio. Una nueva misión—. Seguir con la actuación, o cerrar el telón. –Me extendió el sobre y me dejó en el silencio cavilando.

—Explícame qué es exactamente cerrar el telón. –Exigí.

—¿Tengo que dártelo todo masticado?

—No quiero jugarretas de las tuyas. Quiero asegurarme que tus intenciones son claras.

—“Cerrar el telón” es una metáfora de libre interpretación. –Me sonrió—. ¿Quieres arriesgarte a descubrirlo?

Suspiré y llené el vacío del silencio con ese sonido saliendo de mis labios. Dolía demasiado el simple pensamiento de arriesgarme a nada que NamJoon pudiera hacer en contra de mí. Se me pasaban por la mente cientos de posibilidades que conllevasen mi salida del espionaje. Matarme, matarte, torturarnos a ambos, deportaros a YooGeun y a ti, encerrarme. Todo era demasiado escalofriante y, comparado con mi trabajo, parecía una pesadilla. Accedí a seguir con la obra. Cogí el sobre, me lo guardé en la chaqueta y me levanté del asiento, detenido antes de salir por sus palabras.

—Tu barco sale a Pekín en un par de horas. Espero que no me defraudes.

—Tan solo es una mera actuación. –Dije—. Matar a un par de chinos y volver.

—Eso es, pero sonríe. No pongas esa cara. –Negó con el rostro, decepcionado. –Sonríe, el público te está mirando.

Lo visualicé por un momento sentado en una silla con la palabra “director” y con un megáfono negando con el rostro. “No, no, no. Así no se hace, tienes que gesticular menos, pareces un mal actor. ¿Para esto todo el dinero invertido, Jimin? ¿Tanto trabajo a la mierda…? Tienes que parecer que te lo crees. Sé el personaje, fúndete con él. No es tan difícil. Solo tienes que estarte quieto, eres el árbol número 3.

 

———.———

 

Tito Maccio Plauto (en latín, Titus Maccius Plautus; Sarsina, Umbría; 254 a. C.–Roma, 184 a. C.) fue un comediógrafo latino.

 

 

 

Capítulo 36                       Capítulo 38

  Índice de capítulos 


Comentarios

Entradas populares