IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 36
CAPÍTULO 36
Jimin
POV:
La primera llamada. Llegó antes de lo que pensaba el segundo día de nuestra estancia en Pyongyang. Mientras regresábamos a casa de dejar a nuestro hijo en la guardería su voz me sorprendió al otro lado del teléfono. Sabía muy bien que no me tendría gratis en un apartamento y que no correría el riesgo de que la población se enterase de mi situación por nada. Me explotaría hasta dejar de mí una masa molida de huesos con sangre emanando de cada uno de mis orificios. Tú me miraste con esa expresión cansada y recriminatoria. Quería borrarla a toda costa y tuve que llevarte al parqué acuático para que al menos te olvidases por un segundo de donde estábamos. A mí también me ayudó a olvidar por un tiempo y eso me hizo sentir cálido, con una extraña sensación en el pecho como volverme a sentir tu novio y no tu esposo.
Pero la realidad era muy diferente y mientras que estando a tu lado la vida se fundía de tonalidades azules y verdes, cuando me alejaba de ti en camino al despacho de NamJoon poco a poco la pintura de los edificios se fundía en un gris oscuro, acorde con cada una de las tonalidades que la luz quisiera reflejar en los objetos. Cuando llegué a su despacho llamé con cuidado y su voz me hizo entrar. Luhan y él hablaban animadamente y nada más que puse un pie dentro del despacho ambos me miraron con una frialdad que me congeló el alma. Me quedé en la puerta de pie anunciando mi presencia y LuHan se levantó, cogió su chaqueta del respaldo de la silla donde luego yo me sentaría y pasó por mi lado sin evitar una fría y cínica sonrisa amigable. Se había quitado la máscara y un sentimiento de decepción me invadió al reconocerme que echaba de menos al LuHan que conocía.
Cuando cerró la puerta detrás de mi NamJoon señaló la silla delante de él y yo me senté allí dejándome caer con un suspiro sobre el asiento. Él suspiró también y unió las manos entrelazando los dedos, como un padre que va a regañar a su hijo, pero sus palabras, distaron mucho de parecer una reprimenda, más bien parecían formales y distantes, sin conexión ninguna conmigo. Ya no era el favorito de papá. Tenía a otro con quien jugar.
—Park… tengo una misión que encomendarte en el sur de la ciudad. –Me dijo, pero no me entregó ningún papel ni nada con lo que ayudarme. Esperaba que dijese algo por mi parte pero me quedé bastante confuso. Se estancó un silencio extraño. Había mucho de lo que hablar al respecto y por primera vez desde que le conocía estaba siendo directo con sus intenciones. Eso me descolocó tanto que no pude evitar expresarlo en alto.
—¿Directo al grano? Que novedad… —Mi descuidada forma de hablar le hizo sentir levemente ofendido, o al menos eso parecía. Me aclaré la voz y me erguí en el asiento—. Lo siento, solo intento decir que… bueno… ha pasado mucho tiempo…
—Y más que habría pasado. No me hagas creer que estás aquí por voluntad, Jimin.
—¿Y de quien es la culpa?
—¡Oh! Vamos, Jiminie… —Dice con palabras suaves pero con cinismo en su voz—. ¿Habrías vuelto por las buenas?
—Conozco las consecuencias de desertar.
—No has desertado. –Dijo con rotundidad.
—¿No? Yo creo que sí. Que me acabes de ofrecer una misión no significa que vaya a aceptarla.
—No te la he ofrecido como un caramelo de fresa. Te la estoy asignando, y tú vas a aceptarla.
—¿Y qué te hace pensar eso? –Me crucé de brazos.
—Conoces las consecuencias de desertar~—Canturreó imitando mis palabras—. Deberías recordarte que no estás solo, que tienes a un esposo y a un hijo que atender. Están mucho más perdidos que tú aquí. ¿De qué van a vivir? Jeon no puede trabajar porque no tiene la nacionalidad norcoreana. En cuanto enseñe su DNI por ahí lo encarcelarán. Y tu hijo apenas tiene ¿Cuántos? ¿Tres, cuatro años? Podríamos llevarlo a las fábricas de armamentística para que trabaje y pierda dos o tres dedos en…
—Está bien, está bien. Suficiente. ¿Así que esto es lo que propones? Yo sigo trabajando para ti y tú les garantizas seguridad.
—¿Yo? ¿Por qué iba a hacer eso? ¡Tú has elegido estar con ellos! –Fruncí el ceño—. No me digas que no habría sido más sencillo simplemente regresar después de tu misión fallida en Seúl. –Fruncí los labios.
—Os habríais deshecho de mí.
—¿Cómo puedes pensar eso de mí, Jimin? Todos estos años de lealtad hacia nosotros habrían supuesto un indulto. Sabes que no habría permitido que te pasara nada… pero… ¿desde cuándo Park Jimin tiene miedo de algo? Eres un cobarde…
—No regresé porque después de que mataras a mi hija ya nada me aferraba a este país. –Dije, y él se me quedó mirando con los ojos iluminados. Respiró profundamente, pensando bien sus palabras siguientes y yo me dejé caer en el asiento, un tanto exhausto.
—Fugarte con ese… bastardo… —Susurró negando con el rostro. Yo le había oído perfectamente pero no dije nada al respecto. Parecía que hablaba más para sí—. Yo esperaba que te hubieras suicidado. –Le miré asombrado por su frialdad. Un escalofrío me recorrió la espalda—. No me mires así, no lo digo con maldad ni cinismo. Hubiéramos dicho que moriste en un tiroteo y hubieras quedado como un héroe. Mírate ahora, —me señaló—, no eres mejor que una rata. Te escondes de los ojos de la gente, te avergüenzas de lo que has hecho y encima tienes el valor de exponer a tu putita por ahí, como si fuera una zorra de lujo. ¿Y ese niño? Si sobrevive en la escuela será todo un milagro. ¿No me digas que no te hubieras ahorrado problemas? ¿Hum? ¿Nunca lo has pensado? Jeon habría seguido viviendo tranquilamente en Seúl y tu hija sería una alumna modelo, sin tener la debilidad de un padre cerca de ella.
Yo me limité a bajar la mirada mordiéndome los labios. Sus palabras me habían descompuesto y estaba a punto de levantarme e irme, pero no podía permitirme eso. Asentí, conforme con lo que me estaba proponiendo y le miré a los ojos, enfadado.
—Está bien, como quieras. ¿Qué es lo que tengo que hacer para volver a ganarme tu confianza?
—¿Mi qué? No, muchacho, has perdido eso ya hace mucho tiempo…
—Namjoon, por favor…
—Primero esa puta de LeeSol, ¿y ahora JungKook?
—Ya es suficiente, Namjoon… —Supliqué. Mordí de nuevo mis labios y él sacó un sobre beige de uno de los cajones de su escritorio me lo extendió y dentro de este había un sobre con dinero. Lo bastante como para aguantar dignamente unas cuantas semanas.
—Eso es para que tu putita esté tranquila y no me venga a tocar los huevos. ¿Hum? –Asentí, sumiso—. Pues bien, ya sabes lo que hacer.
Asentí de nuevo y me levanté del asiento caminando hacia el exterior. Según me alejaba del despacho, del bloque de pisos, de todo lo que rodeaba a NamJoon, iba sintiéndome cada vez más frio y desazonado. Extrañaba una de sus miradas tranquilizadoras. Un “buena suerte”. Un “eres el mejor”, como el niño que busca el afecto del padre. Para mí se había convertido en un sustituto perfecto de un padre, ausente en la soledad de su hijo pero presente en sus momentos difíciles. Verme sin él, sin su parte fraternal, me estaba destrozando. En otra ocasión, en otras circunstancias, me habría encarado a él por la decepción invadiéndome por parte de su comportamiento, pero tenerte a mi lado implicaba bajar la cabeza, ser sumiso a su comportamiento y asentir como una perra barata. Estaría dispuesto a hacer lo que me pidiera sin ello evitaba que tu y nuestro hijo tuvierais problemas en el país. A mí me importaba una mierda si me encarcelaban, si me torturaban o me mataban. Francamente me lo merecía, pero no iba a permitir que os pusieran una mano encima.
…
Una luz artificial caía sobre mi cabeza mientras metía las manos en los bolsillos de mi abrigo. Con los pies palmeaba el suelo y dentro del cubículo tan solo me encontraba acompañado de un retrete de color crema. Parecía brillante y limpio pero no era la necesidad biológica lo que me llevó allí, sino la intimidad del lugar y lo útil que resultaba estar esperando a un hombre con problemas de próstata. Apenas llegué en la hora del descanso, él llegó minutos después. Había tumulto de personas cuando él entró y se condujo a uno de los urinarios que descansaban sobre la pared a la derecha de mi cubículo, pero cuando terminó, se había vaciado y se disponía a lavarse las manos. Cuando sonó el grifo yo pulsé la cadena del retrete y este emitió un sonido de una cascada de agua que me hizo sentir ganas de orinar, pero me contuve. Tenía otras cosas en mente más importantes.
Salí del cubículo imitando el gesto de estar subiéndome la bragueta del pantalón en mi cintura. El hombre lavándose las manos me vio conducirme a él y alzó la mirada curioso al no reconocerme, hizo una inclinación de cabeza sonriendo y yo imité el gesto con naturalidad. Me lavé las manos a su lado.
—El tiempo está revoltoso hoy, ¿no? –Asentí a sus palabras. Una adrenalina familiar me estaba recorriendo el torrente sanguíneo. Estaba sintiendo de nuevo un cosquilleo en el estómago que produjo unas náuseas impropias de mí. Apenas recordaba ya la última vez que había cometido un crimen. Me había casado, tenía un nuevo hijo. Estaba lejos de la realidad que de repente estaba viviendo. Sentí que de repente todo se me estaba yendo de las manos y la confusa realidad que tenía frente a mis ojos se deshacía en mis manos como los relojes de Dalí*, en una confusa masa de carne endeble y deshuesada. Miré de reojo al hombre que me hablaba sin conocerme, tan solo por una convencionalidad social que suponía lavarse las manos el uno al lado del otro.
—Dicen que va a empeorar. –Dije, él asintió, desconforme.
—Ya se sabe, en estas fechas el tiempo está loco. –Cerró el grifo y cogió un trozo de papel para secarse las manos. Yo hice lo mismo. Ambos volvimos a mirarnos de esa forma en la que sabíamos que la conversación era algo obligada y nos despedimos con otro movimiento de cabeza. Pasó por mi lado mientras yo terminaba de secarme las manos y me vino a la mente la estúpida idea de que, tal vez, en ese mismo instante estaban entrando en mi casa a la fuerza, te estaban sacando a golpes y te estaban llevando lejos de mi alcance. Me imaginé regresar a casa y ver el vacío alrededor. El aire polvoriento. La soledad cayendo a plomo sobre mis hombros. No pude soportarlo y me vi obligado a reaccionar. De nuevo esa voz. Esa estúpida voz dentro de mí.
“¡¡Reacciona!!”
—Disculpe. —Le detuve y él se paró a mí, con curiosidad, yo fruncí mi ceño, confuso mientras seguía con la mirada uno de sus brazos—. Tiene algo ahí, parece una pluma. Déjeme que se la quite. –Hice un extraño puchero y el señor, buscándose por el brazo, asintió extendiéndomelo. Yo saqué del interior de la chaqueta un tubo de plástico con una aguja al final y un líquido en el interior. El hombre apenas tuvo un segundo de reacción antes de que clavarse la aguja en sus brazos y apretase hacía abajo el tubo. Como una jeringuilla especial para las personas con diabetes o alergias extrañas. Cuando saqué la aguja de su brazo el hombre se revolvió un segundo sintiendo la enorme adrenalina recorriendo su cuerpo. Esta viajó hasta su corazón y de un momento a otro, se quedó rígido y estático en mis brazos. Su corazón sufrió una sobredosis y murió al instante. Un ataque al corazón, dirían los médicos. Simple, conciso, elegante y sutil.
¿Por qué él? Infiltrado de Estados Unidos. ¿Por qué ahora? Porque estaba a punto de, como yo en el sur, mandar información privada. Fue como un renacer para mi, matar la ejemplificación perfecta de mi pasado.
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Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domènech, marqués de Dalí de Púbol (Figueras, 11 de mayo de 1904—ibídem, 23 de enero de 1989), fue un pintor, escultor, grabador, escenógrafo y escritor español del siglo XX. Se le considera uno de los máximos representantes del surrealismo.
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