IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 38
CAPÍTULO 38
Jimin
POV:
Recordarás que te dije, cuando regresé a casa, que me había desplazado en avión hasta el país. Lo siento, te dije eso porque no quería preocuparte y me daba más seguridad decirte que había ido en avión. Eso no explicaba que hubiera tardado más de un día en regresar ya que en un avión el vuelo es de apenas un par de horas. Me pasé la noche en un barco, amor. En un barco de suministros.
El barco a China zarpó a las once de la noche. Era un gran barco comercial cargado de cajas y remolques de camión. Al parecer era una de las pocas, que no insuficientes, suministraciones que China nos proveía de víveres y alimentación básica. Bienes primarios para la supervivencia de la población. Como yo, viajaban otras cinco personas a bordo vestidos con ropas comunes como la mía. El capitán del barco estaba más que acostumbrado a pasar de un lado a otro de la frontera a personas como nosotros. Trabajadores de un día, nos llamaba. Sabía a qué nos dedicábamos, o al menos lo intuía con acierto. Nos refugiaron en uno de los camarotes cerca de las cocinas y durante toda la noche viajamos por el mar hacia Pekín.
El ambiente rezumaba humedad. A partir de las dos de la mañana se empezaron a escuchar algunos ruidos provenientes de la cocina y yo me revolví en mi cama. Eran seis camas en un estrecho camarote. Unas literas de tres altura, una enfrente de la otra. Cuando desperté medio aturdido miré la hora en mi teléfono móvil y las dos de la mañana pasaban por un par de minutos. Por entre la puerta se distinguía la luz de la cocina y miré alrededor. No había nadie en las camas y eso me hizo sentir levemente preocupado. Salté de la cama y me froté los ojos sintiéndome adormilado aún pero con una curiosidad más temerosa que infantil.
Sacando el rostro por entre la puerta alguno de los hombres que había allí me miró, cayó en la cuenta de mi presencia y me sonrió con unas mejillas enrojecidas por el alcohol, invitándome a sentarme con ellos en una de las mesas del lugar. Sobre la mesa había dos cervezas vacías y un par de botellas de soju. También vacías.
—Ven, no te vamos a comer. Estamos solo bebiendo. –Me dijo el hombre que primero me vio, señalando un asiento libre a su lado. La luz artificial de los fluorescentes hacía todo más frío pero la rojez de las mejillas de las personas lo hacía todo más ameno. Este hombre era más mayor que yo, de pelo cano y de edad cercana a los cincuenta. Un poco gordo, con un polo gris oscuro y vaqueros.
—¿Te hemos despertado? –Me preguntó otro, de edad similar al anterior pero con el pelo oscuro y en su sitio.
—No se preocupen. –Me senté donde el primero me dijo y me dejé caer en la silla—. Tampoco estaba durmiendo bien, así que mejor despierto. –todos me miraron sonriendo con conocimiento de la situación.
—No te preocupes, muchacho. –El primero me palmeo la espalda y me ofreció un trago, pero negué educadamente y no insistieron más. La verdad es que solo deseaba un poco de conversación, algo que despejara mi mente embotada. Entre nosotros estábamos los cinco hombres de Corea del Norte, y dos hombres chinos, al parecer, los cocineros del barco que habían terminado su jornada y nos habían invitado a tomar algo de alcohol.
—No te habíamos querido despertar, parecías un niño durmiendo. –Dijo uno de los nuestros, de mi edad cercana con el pelo rapado completamente. Seguro que formaba también parte del ejército de tierra, o tal vez, simplemente le gustase llevar el pelo de esa forma. Obviamente no íbamos a hablar de lo que estaba por acontecernos a cada uno, ni quiénes eran nuestros objetivos en el país. Menos aún con cocineros chinos delante. Simplemente éramos personas, padres, hijos, amantes, esposos, amigos. Nuestros trabajos distaban mucho de nuestra personalidad, o tal vez, ellos sabían separar ambos mundos, algo que yo nunca supe hacer.
—¿Y bien? –Dijo el cuarto de nosotros al hombre a mi lado, de pelo ondulado castaño, rapado a ambos lados y en la nuca. Era más joven que yo, seguro. Portaba unas gafas redondas y una sonrisa de dientes preciosos. Apenas tendría veinticinco años—. Nos estabas hablando de tu esposa. ¿No? ¡Ah! No, de tu hijo el mayor.
—Sí, eso. Eso. Ayer mismo me rompió la ventana de casa jugando con el balón. ¿Te lo puedes creer? ¿Cuántas veces le he dicho que no juegue en casa? ¿Cincuenta? No hay forma. Su madre embaraza no da a vasto con el embarazo, con la casa, que mi hijo no para de causar problemas. –El hombre negaba con el rostro pero no había gota de rencor en sus palabras, solo una añoranza paternofiliar.
—A mi me pasa igual. –Dijo el quinto de nosotros. Un hombre cano en las sienes, pero joven. Apenas un par de años mayor que yo. Rondaría los treinta y cinco. Llevaba un libro en las manos como quien sujeta hoy día un teléfono móvil y unas gafas de leer junto a la portada. No alcancé a leer el título, pero estaba en chino. Los cocineros rieron por su voz entusiasmada y siguió hablando cuando las risas se apaciguaron. Yo esbocé una triste sonrisa—. Mi hija la pequeña es un terremoto. No para de ponerse los zapatos de su madre y caminar por la casa montando escándalo. Cuando se maquilla con los maquillajes lo pone todo perdido. Su madre no tiene ya palabras para reñirla.
Al parecer, hablar de la familia era lo que les consolaba, y sin embargo eso era de lo que yo intentaba evadir mi mente. Casi prefería que me hablasen de asesinatos y de pasadas misiones. Incluso de las probabilidades de chocar con un arrecife y hundirnos.
—¿Y tú? ¿Aún no tienes hijos? –Le preguntó el hombre sentado a mi lado al que me dijo que estaba dormido cuando todos salieron—. Ya estás mayor eh… —Todos rieron de nuevo a carcajadas y entre ellas, el chico joven de las gafas me miró tan solo esbozando una endeble sonrisa. Me miró por largo tiempo hasta hacerme sonrojar y fui el primero en apartar la mirada. Me dejó una extraña sensación en el estómago que no conseguí descifrar qué era. Al rato de las risas, se escucharon pasos bajar por unas escaleras y uno de los altos cargos del barco entró, buscando con la mirada a alguno de los cocineros. Por su expresión no parecieron sorprenderse de nuestra presencia tan relajada en las cocinas, pero aun así, no parecía querer apuntarse.
—El capitán necesita una pastilla para el ardor de estómago. –Dijo el hombre con mono negro. Uno de los cocineros, el más rechoncho de los dos, se levantó con un bufido.
—¡Qué delicado tiene el estómago este hombre! –Decía mientras se pasaba por los fogones y rebuscaba entre los muebles de madera una caja de pastillas. Extrajo una y la hundió en un vaso de agua. El hombre en la puerta sonreía.
—Si no hicieras las cenas tan picantes…
—¡Este hombre debería comer solo arroz! ¡Arroz sin más! –Iba vociferando mientras que los dos, oficial y cocinero, salieran por la puerta y subían escaleras arriba. El que se quedó suspiró y se levantó recogiendo las botellas en la mesa.
—Voy a recoger esto, —dijo—, antes de que baje el oficial y me haga preguntas… —Nosotros asentimos y le vimos desaparecer por una puerta de madera cargado de botellas vacías. Nosotros nos miramos entre nosotros sonriendo y dos iban a empezar una nueva conversación cuando el chico de cabellos castaños se inclinó sobre la mesa en el otro extremo de donde yo estaba y me miró detenidamente. Susurró mirando a todos lados.
—No creas que no te he reconocido. –Me dice, con un tono que me hizo dar un salto en el asiento. Me tensé al instante y todas las miradas recayeron en mí de golpe. Sentí el peso de cada una sobre mis hombros y yo fruncí el ceño, confuso.
—¿A—a m—i? –Pregunté un tanto aturdido. Él asintió, convencido. Sonriendo, de repente y suspiró negando con el rostro.
—Eres ese tal Park Jimin. ¿Verdad? –El resto me miraron de nuevo esta vez con un “oh” en sus bocas. Al parecer, casi todos me reconocieron, menos el hombre cano del libro que miraba atento a todo. El chico, sin yo responder, asintió convencido y se dejó caer en el respaldo cruzándose de brazos después de colocarse las gafas—. En mi casa hemos oído hablar mucho de ti. –Dijo con envidia—. Mi madre dice que estuviste casado con una mujer del supermercado cerca de la plaza. ¿Es cierto? ¿Cómo se llamaba?
—LeeSol. –Dije como un acto reflejo. Me arrepentí de ello.
—Eso, eso. Mi madre estaba allí de aprendiz cuando eso pasó. Dijo que te veía ir casi todos los días a ver a aquella chica. –Asentí, un poco cohibido.
—Dicen que salvaste a un hombre de los nuestros en Pekín. –Dijo el hombre que se sentaba a mi lado y yo le miré, con las manos sudorosas. Asentí.
—Dicen que mataste a una familia en Estados Unidos. –Dijo el hombre del pelo rapado, admirado—. Malditos yanquis. —Asentí, un poco dudoso.
—Dijeron que mataste a una mujer en Tokio sin piedad ninguna. Casi mutilándola. –Dijo de nuevo el joven castaño. Suspiré asintiendo, de nuevo—. Dicen que te infiltraste en una empresa en Seúl, mataste a tu secretario para conseguir la información y que la empresa quebró. ¿Todo eso es cierto? ¿Tú solo hiciste que una empresa quebrase? –Suspiré, mirándome las manos en el regazo. ¿Habían dicho que maté a Jeon?—. Dicen que ese chico era muy joven, ¿Cuántos años tenía? –Me mordí el labio. Antes de poder contestar, el chico se puso a hablar con el hombre cano a su lado—. Mi madre me cuenta que su mujer enfermó y murió dejando una hija. Es toda una leyenda. Dicen que la hija está estudiando en una escuela de espías femenina y que desde entonces se dedica exclusivamente a misiones. –Parecía como si se hubiera olvidado de mí—. He oído decir que estuvo en Moscú y mató a un grupo entero de espías para el gobierno americano. –fruncí el ceño, disgustado—. Y que en España se pasó años infiltrado en una empresa de armamentística. ¿No? –Me miró, preguntándome—. ¿Cómo es España?
—Hermosa. –Dije, y me recordé a mi mismo diciendo lo mismo de Busán cuando me preguntaste tú—. Muy grande, la comida muy buena, pero la gente, no tanto…
—Wow, así que es cierto. ¿Cuándo has regresado aquí? En el supermercado se comentaba que llevabas mucho tiempo allí y te habían perdido la pista.
—Dejad al muchacho ya. –Dijo el hombre a mi lado palmeando mi hombro—. Parece que le estáis agobiando.
—¿Todo eso es cierto? –Me preguntó el chico, yo asentí.
—Todo. –Ellos se quedaron unos segundos suspendidos en la sorpresa y después, se calmaron alabando mi trabajo, hablando de cosas relacionadas. Poco a poco el tema se fue diluyendo, hablaron de otras cosas. Todo parecía desvanecerse y yo solo pensaba en que, a ojos del mundo, yo era un ser despreciable. ¿En qué maldito universo te habría matado, mi amor? En ninguno. Me levanté al rato y me volví a acostar, abrazándome los brazos y llorando en silencio tu inexistente muerte.
…
Cuando el barco atracó en el puerto Beijín algunos de nosotros tenían que ir a otros lugares de china, pero yo fui el único que tuvo que coger el tren para llegar a Pekín. Después de dos largas horas de viaje al fin comenzaba a amanecer. El sol salía por entre las colinas del horizonte y reflejaba su brillo en el rocío del campo, en el agua que encharcaba los campos de arroz. Todo era tremendamente humilde y hermoso, pero me hacía sentir tan lejos de casa que yo mismo estaba dispuesto a parar el tren y dar marcha atrás. No había tenido ese sentimiento en el barco porque encerrado dentro de un pequeño camarote el tiempo se retuerce, la distancia se sugestiona en la mente. Frente al mundo tras la ventanilla del tren, me sentí pequeño y vacío.
Cuando llegué a Pekín cogí el metro, me desplacé al este, y divisé de lejos la casa del hombre al que debía robar. El hombre de seguro había salido de la casa a trabajar, pues era investigador privado para una empresa de electrónica. Colarme en la casa fue pan comido, nada que no hubiera hecho antes y cuando estuve en el interior, comencé a buscar la información que NamJoon me había pedido. Al parecer documentación personal de un alto cargo de nuestro país. Algo muy importante que no debía, por nada del mundo, salir de la privacidad de un país.
La información no había sido muy concreta y eso me daba cierto vértigo, pero tras rebuscar en los rincones más recónditos de la estantería del escritorio de aquel hombre, me encontré con un pequeño sobre blanco sin sello ni inscripción ninguna. Parecía un sobre en blanco que se había usado como sobre, nada más, para guardar la información del interior, no se pensaba enviar a ningún lado. Este estaba hinchado, como si hubiera más papel del que en realidad iba destinado para el tamaño del sobre. Algunos papeles arrugados, otros doblados hasta su límite. Saqué de su interior algo que me pudiera indicar que era exactamente lo que estaba buscando cuando apareció una foto de JungHan distorsionando todos mis sentidos. Después otra más de su hermano mayor, y después, una del mayor de los tres. Me quedé atónito y saqué toda la información allí mismo descubriendo una lista interminable de información privada de NamJoon y de toda su familia. Dirección, sueldo, trabajo, edades de los hijos, centros de estudios, todo. Incluso cosas del pasado de NamJoon que ni yo mismo conocía. Sus estudios, sus misiones al extranjero, sus poderes, sus privilegios. No me lo pensé, salí de allí con todo lo que ese hombre había recabado durante tanto tiempo.
Cuando estuve en el exterior sentí el aire fresco golpearme. Lo primero que hice fue camuflarme entre la gente y pensar fríamente qué debía hacer a continuación. El barco salía a las diez de la noche del puerto y el tren tardaba alrededor de dos horas, por lo que me quedaban un montón de horas para andar por la ciudad a mis anchas, lo cual era una sobreestimulación innecesaria. Saqué el teléfono móvil y me sobresalté al ver una llamada de un número desconocido en la pantalla. Lo miré atontado y confuso y esta se había producido hacia una media hora, cuando aún estaba en la casa de aquél hombre. Mientras miraba la pantalla fijamente el teléfono vibró de la nada y el número reaparecía con la señal de que estaba llamándome. Confuso y algo dubitativo descolgué la llamada y una voz al otro lado me sorprendió como un recuerdo lejano en el tiempo.
—¿Park Jimin? –Escuché una voz familiar que parecía el recuerdo de un sueño muy muy lejano.
—¿Sí? –Pregunté, con confianza.
—Soy Baekhyun. ¿Ya no te acuerdas de mí? –Preguntó. Estuve a punto de gritar en medio de la acera, haciendo que la gente alrededor me mirase, pero me limité a detenerme y fruncí el ceño, confuso. Era como escuchar la voz de un fantasma.
—Sí, ¡sí claro que me acuerdo!
—Jiminie… ¿Cómo te va todo? Me he enterado de que estás en Pekín. ¿Quieres que nos veamos? –Asentí ilusionado pero él no podía verme por lo que verbalicé mi emoción.
—Claro. ¿Dónde estás? –Yo era plenamente consciente de las dimensiones de la ciudad, pero tenía todo el día para desperdiciarlo en desplazarme.
—Ve al Parque Jingshan. Estás en el este, ¿verdad? Coge la línea de metro 5. Te dejará muy cerca. Nos vemos allí.
—Claro. Hasta luego.
…
El sol calentaba levemente mis mejillas pero aun así me subí el cuello del abrigo forrado de pelo. Este, de color marrón se escondía por mi cuello y me daba una agradable sensación de confort. Con mis manos dentro de mis bolsillos y sintiendo el sobre en uno de ellos comencé a caminar tranquilamente por aquel parque. Lejos de ser un pequeño parque con columpios, a lo que estaba acostumbrado y lo que yo me había imaginado, era una gran fortaleza ajardinada con varios monumentos. Al principio me preocupé de no encontrar a Baekhyun en él, pero tras caminar durante al menos diez minutos comencé a preocuparme de perderme yo allí.
Había varios grupos de turistas a lo lejos. Occidentales al parecer. Alemanes más específicamente porque reconocí la bandera en una de sus mochilas como decoración. Miraban pasmados todo tipo de construcción cuando a mi me fascinaba mucho más la imperiosa necesidad de irse a un lugar tan lejos de su país simplemente a ver un par de viejos monumentos sin valor moral alguno. Me quedé observándoles un rato hasta que desaparecieron y después caminé hasta donde estaban parados, frente a un paifang de colores blancos y rojizos con una fila superior de tejas doradas. Había varias palabras en chino que no me paré a descifrar y pasé por debajo, como un gran arco que era su función, para dirigirme a una explanada que funcionaba de solar donde un grupo de niños entre cinco y diez años practicaban al aire libre algún tipo de arte marcial. Judo, a juzgar por sus movimientos. Tras ellos, un edificio de ladrillo rojo con una arquitectura similar a un templo.
Estuve allí al menos diez minutos más hasta que unas manos cubrieron mis ojos y mi primera reacción fue sobresaltarme y agarrar una de las muñecas de la persona, retorcerla y girarme de cuerpo entero para mirar directo a la cara de la persona que me había sorprendido mientras retorcía su brazo entero. El rostro descompuesto de Baekhyun me sorprendió con una expresión dolorido y un grito infantil.
—¡Suelta! ¡Suelta! ¡Jimin! ¿Qué diablos…?
—¡Lo siento! –Dije al borde de la risa y a mitad del llanto. Le solté de inmediato y se me quedó mirando con el ceño fruncido mientras masajeaba su muñeca que comenzaba a tener tintes rojos superficiales—. No debiste hacer eso, me has asustado.
—Ya veo, ya. –Retrocedió de mí un paso, con un mohín en los labios pero yo avancé dos. Él me miró, borrando el rencor de su rostro y me animé a darle un cálido abrazo que en cierto modo recompensó el cansancio moral que traía de días atrás. Con un suspiro él se dejó hacer y me rodeó la espalda con las manos. Me acarició el cabello, los hombros. Cuando nos separamos me miró a los ojos y pude ver en él un leve destello del brillo del sol reflejado en sus pupilas, algo parecido a la pena. Una pena muy profunda—. Venga, te invito a comer, por los viejos tiempos. –Me dijo.
—¿No podemos pasear un poco antes? –Pregunté observando el entorno—. Tengo tiempo.
—Claro, sin problemas. –Ambos nos quedamos mirando alrededor y recaímos los dos en aquellos niños que hacían judo en kimono blanco. Un profesor guiaba sus movimientos y estaban perfectamente sincronizados.
—¿Cómo me has encontrado aquí? –Pregunté—. Esto es enorme. Me llevarás buscando mucho tiempo…
—No creas. –Le quitó importancia—. Llevo aquí año y medio, y sé por experiencia que las personas tienen la tendencia irracional de pasear por aquí hasta desembocar en esta plaza. Es un lugar amplio y con buenas vistas. ¿No crees? –Asentí. No dije nada observando a los niños y como si Baekhyun pudiera leer mi mente, habló por los dos—. Parece que fue ayer cuando aún me disputaba con mis compañeros ser el mejor en la clase. ¿Verdad? Parece que fue ayer cuando aún éramos niños. Y mírame ahora, quitándome las canas que me veo salir. –Niega con el rostro sonriente y yo le miro, descubriendo por primera vez que eran evidente las marcas de envejecimiento. Apenas visibles, pero para mí, fue un cambio muy repentino. Algunas canas le salían en las sienes pero por lo demás, solo se le notaban algunas arrugas en las líneas de los ojos al sonreír. Lo cual me resultaba adorable.
—Lo sé. Demasiado tiempo…
—Espero que bien aprovechado. –Me dijo. Yo me encogí de hombros. Te recordé al instante. Asentí.
—Sí, creo que he vivido todo lo que tenía que vivir. Me siento agradecido. –Sonrió y se formaron dos arrugas en su sien.
—Bien dicho. –Tiró de mi brazo—. Vamos, paseemos de camino a un restaurante cerca.
—¿Año y medio? –Pregunté casi como un retorno al pasado—. ¿Y tú esposa?
—En Pyongyang. Ahora que has vuelto podrías pasarte un día. Estará encantada de verte.
—¿Llevas tanto tiempo sin verla?
—Sí, bueno, es mi trabajo y ya sabes. Pero no está sola. Está con las niñas. Ellas ayudan en casa.
—¿Con las niñas? –Sentí un pequeño vértigo. De verdad había pasado tanto tiempo.
—Jiwan, Jisol. Mis dos princesas. –Asentí, sonriendo. Su ilusión me llenaba el alma pero al poco pensé.
—¿Ellas no han ido a la escuela de entrenamiento?
—No, la mayor tiene quince años, cuando tenía la edad para entrar aun no admitían mujeres y está ayudando a su madre en el restaurante. La pequeña, de diez, nació con problemas de alergias. Hay muchos alimentos que no puede comer, como el pescado o los huevos. Es alérgica. –Asentí—. Ya sabes cómo son estas cosas, tienes que ser perfecto para entrar. Sales con más defectos que con los que entras. ¿No?
—Yo tuve… —Niega con el rostro y con la mano en el aire, quitándole importancia a mis palabras.
—Lo sé, lo sé. Ya estoy enterado.
—¿De todo? –Asintió, me miró con ese deje de pena que vi minutos antes y continuó caminando a mi lado. Suspiré, en parte aliviado, en parte, desazonado—. ¿Y qué haces aquí?
—Cosas del trabajo. Estoy como ayudante en una editorial de un periódico. Flujo de información, contactos en el extranjero… ya sabes…
—Sí, sí. Ya veo.
—Las cosas son así, siempre igual, siempre diferentes.
…
El lugar era un restaurante con iluminación interior, con el olor de la comida y el aceite de freír flotando por el aire. Se podía masticar el aire incluso de lo cargado que se encontraba y la chica que servía las mesas, seguramente hija del propietario y en edad de estudiante, tenía la cara llena de granos con las manos brillantes de la propia grasa goteante de los platos. El menú que pedimos fue una copia, o al menos, una adaptación del que nos sirvieron aquella vez en la misión a la que ambos nos encomendamos aquí en China. Cuando la chica nos dejó a solas con las botellas de agua y los platos vacíos, le miré cruzándome de brazos.
—¿Es un intento de recrear un recuerdo pasado? –Pregunté con una sonrisa pícara y él enrojeció mirando a otro lado, sonriéndome como cómplice de la verdad.
—Puede ser. –Dijo canturreando. Asintió, al fin derrotado—. Espero que no te desagrade.
—Qué va, es muy agradable, además de que vas a invitarme tú, ¿no? –Inquirí, astuto. Él asintió esta vez con una sonrisa más endeble. Al final, ambos suspiramos y puse mis manos sobre la mesa, entrelazando mis dedos. Él supo que llegaba el momento y me miró, con una sonrisa triste.
—¿Cómo sabías que estaba en china? –Cerró sus labios desviando su mirada—. Déjame adivinarlo, ¿NamJoon?
—El mismo. –Asintió, se sirvió un poco de agua en un vaso y después me sirvió a mí.
—¿Y a qué ha venido que te diga nada?
—¿No te alegras de verme? –Preguntó, suspicaz.
—Claro que sí, ese no es el punto.
—¿Entonces?
—Tú me dirás… —Retiró la mirada y bebió un poco de agua. Cuando dejó el baso en medio de la mesa, cogió aire y me miró, sincero.
—Esta madrugada me llamó. Me dijo que estabas en un barco de camino a Pekín y que aprovechase la oportunidad para verte y, bueno, recordar viejos tiempos.
—¿Solo eso? —Negué con el rostro—. Algo busca con eso.
—¿Desde cuándo eres tan… —buscó la palabra—escéptico?
—No sabes por lo que he tenido que pasar, —le dije—, supongo que la vida me ha hecho mirar constantemente a mi espalda.
—Sí que lo sé. –Dijo asintiendo, y bajando la mirada para mirar el plato vacío. La camarera vino con lo que tuve que contenerme y nos puso dos platos de comida en medio. Respiré con fuerza y sin apetito hasta que se marchó y volvió a dejarnos en la intimidad.
—¿Te ha puesto al día?
—Sí. Supongo que no quería que me llevase sorpresas.
—¿Qué es exactamente lo que te ha dicho? –Pregunté, pensando que tal vez algunos detalles los hubiera omitido, pero me equivoqué. Baekhyun me resumió mis últimos diez años de vida con una frase un tanto escueta, pero llena de sentido y dolor. Mucho dolor.
—Te casaste con una chica del norte, tuviste una hija y tu esposa falleció. Después tu hija se fue a estudiar a una escuela militar y tú te fuiste a Seúl a trabajar. Te enamoras de tu secretario, matan a tu hija, te fugas a España, adoptas a un chico y regresas.
—Más o menos.
—No voy a darte detalles de lo que me confirió, tampoco creí necesario que se alargase tanto. No creo que te haga mucha gracia que vaya contando esto por ahí.
—Sabe que eres un buen hombre, y no vas a ir diciendo nada por ahí. –Suspiré y comencé a comer un poco de arroz—. Seguro que cree que viéndome contigo voy a recordar viejos tiempos y voy a enternecerme de mi pasado.
—¿Sabes? Si no fuera porque es Namjoon pensaría que le pasaba algo. –Fruncí el ceño, confuso con sus palabras—. Estaba como triste, o arrepentido. –Negó con el rostro—. Serán cosas mías. –Yo me miré las manos.
—No hagas como que no te ha dicho que hemos estado discutiendo a menudo. Bueno, en realidad él se recrea en hacerme daño y yo me limito a bajar la cabeza.
—Él se pasó contigo. De verdad lo piensa. Solo es que…
—… No acepta mi matrimonio con Jeon… —Asentí—. Lo sé, no hace falta que… —Me interrumpió.
—No es eso, ni mucho menos. –De nuevo nos traen el resto de la comida y al fin, siento que puedo hablar sin miedo a que nos interrumpan—. Simplemente tiene miedo de cualquiera que pueda influir negativamente en tu vida.
—Vaya, si que hablasteis. –Me asombré—. Por lo visto habéis tenido tiempo de sobra.
—No ha sido para tanto. –Negó con el rostro mientras masticaba un poco de pollo con limón.
—Jeon no es una mala influencia. –Dije, intentando defenderte.
—Lo sé. Yo no he dicho eso. Simplemente cree que sería bueno que no… —Suspiró—. Nuestro trabajo no es fácil. Entiéndelo. Siempre cabe la posibilidad de piciarla. El riesgo laboral es muy alto. Ya sabes por dónde voy. –Asentí—. Dejar una familia al cargo del estado por viudez es una probabilidad muy alta. La cosa está en que Jeon no es de aquí, y tu hijo tampoco tiene la nacionalidad aunque pueda solicitarla porque su padre sí. En caso de que te pasase algo, ¿qué crees que puede pasarle a Jeon?
—Le deportarán. –Dije.
—¿Y con tu hijo? Si el estado lo reclama y le conceden la nacionalidad se quedará aquí, huérfano. Jeon se iría a Seúl sin su hijo. ¿Sabes lo doloroso que es eso? –Le miré, consciente de ese dolor. No había visto esta parte de la situación y abrir los ojos nunca había sido uno de mis fuertes. Me tomé unos segundos para reflexionar mientras bebía agua y respiraba tranquilo.
—Cuando supiste lo de Jeon…
—Sé por dónde vas. –Niega con el rostro—. No pienses que soy uno de esos fanáticos de mente cerrada. Vivir en China te abre la mente en muchos aspectos, no tengo prejuicios en respecto a eso. –Asentí. Pensé durante unos segundos en silencio.
—¿Qué crees que debería hacer? –Pregunté, calmado, sintiendo un naciente nudo en la garganta.
—Me salvaste la vida. —Dijo, con una sonrisa en los labios mientras me miraba triste—. No puedo tener palabras malas para ti. Eres un buen hombre, listo y leal. Todo lo que decidas o hagas estará bien.
—Gracias. –Dije, asintiendo. Él continuó hablando y cuando me miraba, no veía al Jimin del presente, solo a un fantasma del pasado.
—A veces, aun sueño con aquel día. Me veo de nuevo en ese coche, en las insufribles horas que pasé con el cuerpo dolorido mientras manaba sangre por todas partes. El sueño se vuelve oscuro, doloroso. Agobiante y asfixiante, pero siempre miro a mi lado y te descubro con una sonrisa tranquilizadora y una mirada amable. Eso siempre me calma. Tu familia es afortunada de tenerte, si les cuidas como me cuidaste a mí, nada malo va a pasarles.
—Yo a veces también me acuerdo de eso, me entran escalofríos.
—Exagerado. –Miro a otra parte. Comienzo a comer sin hablar esperando que el tema de conversación termine pero él, casi como un acto reflejo, sigue hablando de mí como si no hubiese otro tema de conversación—. Mi esposa siempre habla de Jimin, el héroe. Ella y sus amigas siempre hablaban de ti y ahora que has vuelto he de llamarla para decirle que un día te pases por su restaurante y comas algo. Estáis invitados tú y tu familia.
—Jimin el héroe. –Dije, revolviendo un poco de arroz en mi plato. El ambiente se había caldeado demasiado. El olor a aceite era muy intenso. El dolor en mi pecho, comenzaba a ennegrecer. Un dolor que era un espeso humo rojo, comenzaba a condensarse en un líquido negro, pastoso, denso y asqueroso que se pegaba por las paredes de mi alma. Miré al dolor a los ojos y me devolvió una mirada inquisitiva de un poder desconocido. Hablé en alto para lo que era el dolor—. Cada vez que lo oigo me suena más estúpido.
—No digas eso. Todo tu esfuerzo ha merecido la pena.
—¿Sí? –Pregunté aturdido—. ¿Mi recompensa es la imagen de los demás sobre mí? No me recreo en lo que los demás piensan sobre mí, sino en el adecuado cumplimiento de mi propia moral. –Él se me quedó mirando unos segundos, sonrió aturdido y bebió agua.
—Casi se me
olvidaba, se te daba bien la filosofía. –Miré a mi plato—. Moral. –Repitió—. Es
una palabra muy peligrosa.
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