IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 35

 CAPÍTULO 35


Jimin POV:

No hablaremos del viaje a China y Corea del Norte. No hablaré de las insufribles horas de viaje ni de tus comentarios racistas en el camino. No comentaré nada al respecto del miedo en mi cuerpo ni de la niebla que se colaba por las ventanillas del coche cuando nos acercábamos a la frontera. No hace falta que te aclare nada al respecto porque no nos separamos un solo segundo y pudiste ver en mí el miedo al regreso, la excitación al viaje, el cansancio y el agotamiento moral. No hace falta, ¿cierto? Te he advertido que esto es un escrito para calmar mi conciencia nada más. No voy a relatarte nuestra vida juntos, tú ya la conoces muy bien. Voy a hablarte de los momentos en los que no estábamos juntos y de cómo a veces tuve que fingir y actuar normal cuando en realidad, te ocultaba algo.

Durante nuestros primeros días cuando nos conocimos debí haberte dicho que me crié sin padres en una escuela militar. Que maté a mis dos únicos y mejores amigos de la infancia y que mi trabajo era, entre otras cosas, engañarte para que me dieras toda la información que mi país requería de tu empresa. Seguro que te habrías reído de mí con esa adorable sonrisa de conejo y me habrías dado una palmadita en la espalda sugiriendo ir a comer a algún lado o tomarnos unas cervezas a tu casa. Me habría gustado ver tu reacción pero habría sido de todos modos decepcionante. Solo veías en mí a un hombre como tú, simple, con hambre sexual y con unas irrefrenables ganas de vivir. Creo haberte advertido que no te enamorases de mí, amor. No ha sido fácil sobrellevar la consecuencia de nuestros actos pero ya es demasiado tarde como para arrepentirnos. No sirve de nada el arrepentimiento, solo me torturo un poco más dentro de mi usual depresión.

Cuando cruzamos la frontera andando por aquel puente fue una sensación terriblemente extraña. Recuerdo haber visto el puente aquél tiempo atrás pero la situación que se me planteaba contigo a mi lado era demasiado irreal. He de reconocerte que pasaron días hasta que me acostumbré a tenerte a mi vera, rodeados de una realidad que parecía muerta. Era como una ambigüedad demasiado confusa. Un oxímoron*. Una incompatibilidad. O estaba allí, o estaba contigo, las dos cosas se hacían imposibles. Ya me había hecho a mi nueva realidad contigo, a mi lado, pero volver de la mano, fue un shock demasiado fuerte.

Cuando reconocí la voz de Jin salvándonos de la imposibilidad de entrar en el país fue un choque de adrenalina como el de un recuerdo olvidado regresando repentinamente a la memoria. Su abrazo fue reconfortante y con él vinieron los recuerdos en mi casa, con un refresco de la mano conversando alegremente de su hermana, de mi esposa que aun era tan solo mi novia. De cómo nuestro trabajo nos había hecho amigos. El sonido de su risa colándose por cada uno de los rincones de mi hogar. Fue difícil afrontar que era mi amigo, porque los únicos dos que había tenido habían muerto en mis manos. Él moriría tiempo después, no en mis manos pero sí por mi culpa. Es algo como un virus. Las personas como yo solo servimos para eso, para que las personas a nuestro alrededor fallezcan en la mayor crueldad. Por eso no te quiero más a mi lado, amor. Por eso, era mejor alejarte de mí.

Me confesaste que te sentías celoso de Jin. Lo comprendo, yo sentiría celos de cualquiera que te mirara por más de dos segundos sin mi consentimiento, pero espero que ahora lo entiendas, entiendas nuestra cercanía. Morir juntos es una experiencia romántica, matar juntos, es algo mucho más fraternal. Eso te marca y te une para siempre a la persona con la que lo haces. Es confuso de explicar, tú no te has infiltrado en una empresa y has engañado a nadie para conseguir información.

Cuando nos despedimos de Jin y me vi frente al edificio donde NamJoon trabajaba me sentí agobiado de repente y mis manos comenzaron a sudar. Pocas veces me había sentido así y me recordó al primer día de trabajo en tu empresa en Seúl. Es extraño, mi amor, hablarte de mis sentimientos al respecto de lo que va a suceder porque tal vez no puedas comprenderme pero haz el esfuerzo de entender que volver a mi habitad redujo mi estrés, me sumergió de nuevo en una atmósfera que contenía el oxígeno que mi cuerpo necesitaba. Cuando entramos y subimos hacia su despacho me corroía el nerviosismo de la reacción de NamJoon al verte, de la tuya al verle a él. No te había hablado de él antes, no al menos en grandes rasgos. Sabías que había alguien sobre mí que dirigía y controlaba todos mis pasos, pero no sabías que haber huido a Barcelona significaba alta traición y por consiguiente, una reprimenda que no estaba dispuesto a aceptar.

Entramos en su despacho. El olor no había cambiado, la iluminación era la misma. El día era un poco nublado pero podía distinguir todas y cada una de las péqueñas líneas que delimitaban los rostros allí esperándonos. La forma de los muebles, su distribución, la decoración floral de su mesa de caoba. Todo estaba igual, era como una bofetada del pasado haciéndome recordar que quien había fingido ser estos últimos años era todo un mal teatro por mi parte. Como si alguien me sujetara el rostro y me gritara: “Este es tu verdadero yo. ¡Reacciona!” El dolor fue inmenso, la nostalgia, demoledora. Quise llorar, pero procuré reprimirme y sostenerte, mientras intentabas abalanzarte a la yugular de Luhan allí de pie, plantado, de la misma forma en la que un día NamJoon me recibió a mí. Con una expresión sumisa frente al hombre sentado en el despacho, con las manos cruzadas y la cabeza alta. Algo dentro de mí esperaba que me diera un caramelo de fresa.

Y de repente, ahí estaba, el rostro de NamJoon mirándome de esa forma que tan acostumbrado estaba. El sonido de su voz me abrigó unos segundos. Me atontó, me senté frente a él con la desesperación de que me dijera lo que me dijese, solo quería escucharle, estar con él, hacerme sentir como que aún tenía la posibilidad de volver a una vida normal, a una dimensión donde yo fuera yo, y él, como un padre para mí. Protector, amable, cariñoso. Siempre dispuestos a echarme una mano, siempre salvando mis pequeños errores. Me di cuenta de que ansiaba su aprobación como un niño que mira a sus padres desde la altura de su posición y sonríe esperando unas palmaditas en la cabeza.

Pero claro, me olvidaba de un pequeño detalle, tú. Estabas ahí, sentado a mi lado con esa cara de pocos amigos que tantas veces me había hecho gracia pero que ahora nos ponía en una situación complicada. No entendías nada cuando intentaba calmarte. Necesitaba que estuvieras tan subordinado como yo a todas las decisiones que NamJoon tuviera para con nosotros. Lo que yo había hecho estaba penado con la muerte. Estaba seguro de que eso no era lo que me esperaba, al fin y al cabo, pero temía que a ti te hicieran algo. Lo raro fue que no lo hicieran.

—Comandante Kim. –Dije, me había olvidado de la confianza y la cercanía. Debía ser formal y no decir tu nombre me resultaba demasiado frío. La situación entera lo era.—. Vayamos al grano. Hemos venido a recuperar a nuestro hijo. ¿Es mucho pedir que nos lo devuelvan?

Eludió el tema, se hizo el loco, se fue por las ramas como tan bien se le da y apareció con las llaves de mi casa de la nada. Verlas y recordar la calidez de mi hogar, su olor, su aroma, su atmósfera, el silencio en medio de la nada, el suspiro de un hombre desolado. Muchas de las sensaciones que viví en esa casa se entremezclaron dejándome un poco absorto. Comprendí de inmediato lo que pretendía nada más escuché el tintineo de las llaves colgando del llavero. Quería recuperarme a mí y mi hijo había sido nada más que una excusa para atraerme de nuevo a él. Yo… yo era su objetivo. Siempre fui yo, pero entonces, aún no alcanzaba a comprender por qué. No me importó demasiado en ese momento y tampoco pensé con lucidez cuando alcancé las llaves y nos hice salir de allí.

Todo el camino de regreso a mi casa me estuviste machacando como si una pequeña parte de mi conciencia saliera a la superficie de mi cerebro y caminara a mi lado gritando todo lo que yo no quería afrontar. No podía decirte de la nada que mi castigo era la muerte y en vez de eso había recuperado a mi hijo y mi casa de una vez. No podía decirte que estabas en peligro si decías una palabra más alta que la otra, que nuestro hijo aquí sería feliz y que podríamos tener una vida juntos si lo deseabas, porque no me habrías entendido, no me habrías comprendido. Me habrías tomado por loco y me hubieras retirado la palabra. Por eso no vocalicé jamás el hecho de que quería quedarme allí, porque no podría huir de nuevo, porque no podía separarme más de ti. Nunca te dije en alto que podríamos morir por un pequeño error y que todo lo que hacía, adaptarme tan cómodamente como un camaleón, no era solo por mí, también por ti. Por tu salvación. Tienes que darle de comer al lobo encerrado todos los días, porque si un día se te olvida, la próxima vez te arrancará el brazo.

Cuando me vi de nuevo rodeado por aquellas paredes me sumergí en una especie de burbuja que colapsaba todos mis sentimientos. Escuchaba a lo lejos el sonido del teléfono que me anunciaba una nueva misión. Recuerdo el sonido de mis pasos y los chasquidos de algo haciéndose en el fuego. El olor a dulce, el olor a quemado y el humo saliendo por una de las ventanas. Recordé el sonido de la risa de mi esposa y su olor invadiendo mi espacio, mi dormitorio, mi cama. Nuestra cama. El sonido de los pasos agitados de mi hija de un lado a otro mientras sus pies descalzos alcanzan a esconderse debajo de mi cama entre carcajadas. Las mías propias buscándola. Recuerdo el silencio, el olor a polvo, el color gris resbalando por las paredes hasta cubrirnos por completo. Todo, de golpe, me hizo caer de nuevo en el llanto pero refugiarme en tu abrazo era tan extraño, tan artificial, tan irreal. Sentí, momentáneamente, como si hubiera hecho un pacto con el diablo y me hubiera traído de la muerte para vivir una segunda vida con el mismo escenario pero con un coprotagonista diferente.

 

 

Aquél día fue del todo surreal. Fuimos al supermercado y me reencontré con Youra. De nuevo la imagen de mi esposa me sobrepasó y estuve a punto de salir de allí lloriqueando. Me contuve y la saludé como a una vieja amiga. Sin duda al verla me di cuenta de que la gente no sabía que me había fugado. Que había traicionado a mi país y que me había casado con un hombre en España. Era tan irreal volver a hablar con ella que me sentí tremendamente vacío, como en un deja vu, esperando a que mi esposa apareciera de detrás de un estante para reprenderla y me mirase de esa forma avergonzada con la que me miró la primera vez que la vi. Estabas tú a mi lado, y eso extrañamente calmaba mi ansiedad, pero al mismo tiempo, la acentuaba, haciéndome recordar que, eso mismo, estabas allí.

Me dijiste que ella estaba colada por mí, que se notaba y que era algo evidente, por lo que te pusiste celoso de la nada. Yo jamás había pensado en esa posibilidad y me reí de aquello con una expresión infantil, pero a la par me daba cuenta de que eso explicaba muchas cosas.

Unas horas después nos condujimos a recoger a nuestro hijo, descubriendo con sorpresa por tu parte que se había integrado perfectamente y que era más feliz que en España. No lo comprendías, mi amor, y temías que en cierto modo él acabase como yo en algún momento. Yo también temía por ello, y cada vez que lo llevábamos a clase recordaba como después de terminar allí la guardería me llevaron a aquella institución. Me imaginaba la hipotética situación de que NamJoon me reuniese un día y me dijese: “Tenemos una perfecta oportunidad para tu hijo. Tiene muchas ventajas que no haya nacido aquí y podrá ser casi mejor espía que tú. ¿Qué opinas?”. Me imaginaba la expresión de NamJoon con esa sonrisa cínica y sus ojos mirándome esperando mi aprobación. Solo quería eso, mi aprobación porque de querer hacerlo, me lo habría arrebatado de la misma forma en la que ya lo hizo con mi hija.

Cada vez que regresábamos a buscarlo y lo encontrábamos saliendo mientras corría hacia nosotros con esa expresión de felicidad, me invadía una cálida sensación de calma y sosiego. Cada vez que regresaba de las misiones y os encontraba a ambos en casa, algo dentro de mí se apaciguaba y dormía por una noche más. Cuando me abrazaba a ti en la cama no era buscando tu calidez, simplemente tu presencia. Me hubiera matado saber que os habían separado de mi lado, pero más tarde descubriría que eso era exactamente lo que necesitabais. Separarnos de mí.

 

———.———

 

Oxímoron: Figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto.

 

 

 

Capítulo 34                       Capítulo 36


 


Comentarios

Entradas populares