IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 32
CAPÍTULO 32
Jimin
POV:
Esto se está haciendo muy pesado ya, ¿no crees? Tantas explicaciones, tantas anécdotas que yo sé que recuerdas, y algunas que no supiste, las intuyes. ¿No es cierto? Debería comenzar a abreviar porque llevo infinitas horas escribiendo frente al papel y el tiempo apremia. Me veo en la necesidad de resumir los siguientes fragmentos de mi vida, que por suerte o desgracia, los que vinieron a continuación, me limité a no fingir e intentar ser yo mismo aunque me viese inmerso en un contexto ajeno y en una situación demasiado ridícula.
Cuando regresé de la misión y la empresa volvió a funcionar después de aquellos días de fiesta me recibiste con un intenso abrazo que me dejó sin aire, momentáneamente. Me sumergí en tu olor y eso fue, sorprendentemente, reconfortante. Verme de nuevo rodeado por tus brazos era como volver a un cálido hogar prohibido. Un pequeño refugio escondido. Así me sentía, oculto y escondido cuando me arrullabas en tu abrazo. Con tu incansable y enloquecida labia me convenciste para ir juntos al río y tomarme un descanso, un momento alejado de la empresa, pero sé que lo que pretendías era simplemente alejarme de mi mismo y de todo lo que me rodease que me recordase quien era. También puedo tomarlo como que solo pretendías una cita, pero prefiero pensar que tus verdaderas intenciones eran ayudarme, y no provocarme más problemas.
Un bañador con patitos, Jeon. ¿En qué diablos estabas pensando?
—¿Llevas mucho sin comer esta vez? Me preguntaste cuando estábamos ya en la carretera y me veías devorar una bolsa de patatas fritas.
—Desde el sábado. –Contesté y al hacerlo, me sentí extrañamente liberado. Confesarte mi dolor, aliviaba levemente mi angustia y ansiedad, aunque eso fuera egoísta por mi parte al cargarte a ti con la culpabilidad.
—¿Has dormido bien? –Asentí—. Si quieres puedes dormirte ahora un poco.
—Mejor cuando volvamos, ahora tengo hambre. –Dije y seguí comiendo patatas.
—Muy bien. ¿Qué tal la espalda? Tengo botiquín en el coche, ¿necesitas que te cure las heridas? –Tu voz sonaba sosegada, como si esta conversación ya fuera algo rutinario, como si estuviera simplemente pasando lista por cada una de mis debilidades para donarte a ayudarme desinteresadamente.
—Me quité ya las vendas. Tengo los puntos al aire.
—¿Se han curado bien?
—Sí. Hiciste un buen trabajo.
—Espero no encontrarme nada nuevo. –Te di una patata, para tenerte en silencio por unos minutos, aunque fueran. Ambos nos miramos cómplices pero no dije nada ni marqué ningún gesto en mi rostro que denotase un conocimiento o una afirmación cayada.
—¿Has ido antes a dónde me llevas?
—Sí. Iba con mis amigos los fines de semana. No está muy lejos pero es íntimo. –De repente pensé en una hipotética salida como la que me comentabas, pero con mis amigos Xiumin y Chanyeol. Me los imaginé retozando en el agua, salpicándose, obligándome a mí a meterme también aunque me revolviese para no sucumbir a ellos. Me cogerían de los brazos y me dejarían caer en al agua. Después el sonido de sus risas me confortaría como un agradable abrazo. Me acordé momentáneamente de la risa de ambos y se me hizo un nudo en el estómago. Suspire largamente y cambié de tema.
—¿Ya no tienes amigos que tienes que llevar a tu jefe?
—El trabajo que tengo me distanció de mis amigos. Taehyung es el único con el que hablo. Y apenas nos vemos así que… —Dejaste el final de la frase en el aire.
—No sé mucho de ti, ahora que lo pienso. –Dije, por primera vez curioso de ti. Yo me sentía que podías ver a través de mí si lo quisieras, pero para mí eras todo un misterio. Reíste sarcástico y levemente ofendido.
—¿Y cuántos se yo de ti? ¿Cuánto de lo que sé es verdad?
—¿Qué es la realidad más que una suma de varios puntos de vista diferentes? –Dije como intento de no contestarte.
—El problema es que mis ojos están vendados y no tengo nada que ver. –Me encogí de hombros, distanciándome de esa realidad. Desentendiéndome de que yo te hubiera puesto la venda. Todos estamos permanentemente ciegos, y a veces, tan solo descubrimos el rabillo del ojo para escrutar con curiosidad la realidad. Volvemos a cubrirnos siempre, horrorizados.
—¿Qué pasó con tus amigos? –Pregunté, de nuevo intentando eludir tus palabras.
—En la escuela no tenía muchos amigos porque era el típico niño raro, siempre dibujando en los cuadernos, asqueado con los uniformes escolares, sin preferencia por las chicas de mi clase… —Sonreíste nostálgico—. A mí me gustaba un chico que jugaba al fútbol en los recreos. Era de mi edad pero de otra clase. –Susurraste—. Pero es un secreto, él nunca lo supo. Luego cuando cumplí dieciocho años me sinceré con mis padres sobre mis intenciones de estudio y mi sexualidad. Mi padre no me habló por meses. Cuando al fin se decidió a aceptarlo me regaló la casa donde vivo y el puesto de trabajo donde estoy.
He de reconocer que nunca tuve unos padres que tener como referentes, por lo que la primera hipotética situación que se me vino a la mente fue mi rostro alicaído frente a NamJoon, sentado en su despacho. Mis palabras de “Quiero dejar de ser militar y quiero estudiar arte. Ah, soy homosexual”. Aquello habría sido no solo el fin de mi vida, sino también el de mi hija por mostrarme tan débil, tan humano, tan independiente de decisión que me tomase la libertad de expresarle mis verdaderos sentimientos. Debíamos ser quienes el estado decidieran para un futuro mejor de la nación.
Me imaginé un segundo caso, algo más cercano y, a la vez, confuso. Mi hija, sentada en mi regazo diciéndome: Padre, lo siento mucho pero quiero ser una pintora famosa. Quiero estudiar la carrera de arte y, ah, padre, me gusta una compañera de mi clase…” En ese caso no sé cómo habría reaccionado. Mi hija era todo lo que tenía, y haber estado en cada rincón del mundo me había demostrado que la tradición y la vanguardia podían ir perfectamente de la mano en cuanto a estilos de vida. Yo amaba a mi hija por encima de todo y habría hecho lo que hiciera falta con tal de que ella pudiera ser quien quisiera ser. Sé que otras personas no habrían aceptado ese hecho de la misma forma pero para mí, y en el caso de mi hija, pondría mi cabeza como precio de su felicidad. Tal vez no tenerla me había enseñado a valorarla, o tal vez, el mundo me estaba cambiando pero sin duda, tú eras el mayor influyente. Juro que intenté mantenerme insensible y hermético a ti, pero pudiste y ese día, en el río, me desarmaste completamente.
—No entiendo que te hizo que te distanciaras de tus amigos. –Te dije.
—En la facultad de arte hice amigos geniales que no entendieron que me dejase manipular tan fácilmente por la autoridad de mi padre. Creyeron que lucharía por mis sueños. –Negaste con el rostro, desconforme—. No me gusta luchar. No me gusta plantar cara a la gente que me importa para conseguir fines egoístas. Confío en la decisión de mi padre y aunque no haya sido un gran tatuador, he podido vivir sin problemas mucho tiempo.
—Hasta que me conociste. –Sonreí cínico.
—¿Y tú? –Preguntaste—. ¿Cómo fue tu infancia en Busán? –Fruncí levemente el ceño, confuso por la palabra Busán en esa frase. Otras veces me habían hecho esa pregunta pero nunca con ese nombre en medio de tantas otras. Ese nombre me sonaba de algo y casi de repente, caí como en medio de un sudor frío. Me inventé la historia más estúpida que jamás había dicho.
—Tuve muchos amigos en clase. Todos nos ayudábamos entre nosotros porque nos enseñaron a mirar por el bien común. En verdad, ninguno de ellos eran realmente amigos míos, solo éramos como una pequeña masa de personas que aprendimos a vivir juntos de esa manera. Las profesoras nos cuidaban mucho, y no permitían que entre nosotros hubiera disputas. Estudié duro durante muchos años y ahora, bueno, soy yo.
—¿Cuánto de eso es verdad?
—No he mentido si sabes interpretar bien mis palabras. Tampoco te he dicho todo, desde luego.
—¿Qué no me has contado?
—Muchas cosas. Entre creerte un niño y dejar de serlo pasan muchas cosas. Un disparo. Solo eso, pero es suficiente. –Me arrepentí al instante de lo que dije—. Ahora te pondrás pensativo sobre lo que he dicho y olvidarás rápido la conversación.
—¿Acaso voy a sacar algo en claro de preguntarte? –Negué con el rostro, convencido. Segundos después me confesaste que te habías encaprichado de mí. Yo me lamenté internamente pero una pequeña, ínfima parte de mí pensaba que, de ser así, no me sentía tan estúpido por haberme encaprichado yo también de ti.
Cuando llegamos a la pequeña playa en el río, me sentí tan lejos de todo, tan perdido, que sin querer había dejado la máscara por el camino. Miré alrededor nada más salir del coche y estamos en una total soledad. No había nada ni nadie alrededor. Solo tú y yo en la inmensidad de la preciosa naturaleza. Jamás me había sentido tan ajeno a la realidad, tan distante en el espacio y el tiempo a mi vida de verdad. Tan lejos de mi país, de mi hija. Apenas se me pasaron por la cabeza ambas cosas y fue, sinceramente, un tremendo descanso para la mente y el alma.
La textura de la arena en mis pies desnudos, el sol calentando con la justa intensidad mi piel bronceada. La fría temperatura del agua calmando mis mejillas enrojecidas por la vergüenza de tu excentricismo. Tu cuerpo húmedo en el mío. El sonido de tu risa, el sonido de la mía, que sonaba tan natural y calmada. Tan sosegada. Tan libre. Podría haber gritado bien alto que te amaba y nadie me habría disparado. Podría haber gritado que odiaba mi país y nadie me habría torturado. No importaba lo que dijera, o si era verdad o mentira, todo quedaría suspendido en el aire unos segundos y se perdería en el olvido como el viento llevándose una brisa que no va a volver, como el agua del río fluyendo. Como dijo Heráclito, no nos bañaremos dos veces en el mismo río. Ni el río será el mismo, ni nosotros tampoco.
Estábamos tan lejos, tan lejos de todo, tan lejos de mí mismo que te besé infinidad de veces, y me gustó. Dormiste sobre mi pecho, me acariciaste por todo el cuerpo. Fue una experiencia mucho más placentera que el propio sexo, porque yo estaba sumisamente entregado a ti y pude tomarme la libertad de ceder un poco en cuanto a mis límites de contacto físico.
El día terminó contigo extendiéndome las llaves de tu coche y yo con una expresión de confusión en el rostro. Me vi perdido de repente ante tu cambio de humor, cínico y manipulador. Eres mal actor, amor, y supe de tus intenciones desde el primer momento. No iba a fingir más por aquel día, deseaba ser quien realmente era y si tenía que demostrar mis habilidades frente a ti, no me importaba. Sabía que habías visto las noticias y que habías reconocido mi rostro saliendo de aquel coche oficial. Sabía que no te creías la mitad de las cosas que te decía, pero ya no me importaba. Me desfogué conduciendo y más con aquel todoterreno que se parecía tanto al primer coche con el que aprendí a conducir. Me sentí de nuevo con alas, de nuevo acompañado de ese rugido del motor.
—¿Puedo hacerte una pregunta? Contéstame con sinceridad. –Me dijiste apartándome la mirada, un poco aturdido por la temeraria forma en la que había conducido demostrando mis habilidades—. ¿Alguna vez has tenido miedo de que te entregue a la policía?
—¿Tienes pruebas para incriminarme en algún crimen? –No dijiste nada, pero no te hacían falta pruebas. Solo con llevarme de la mano y dejarme en medio de la comisaría, habría sido suficiente—. Si. Lo tengo. –Reconocí al fin, contestando a tu pregunta.—. ¿Me entregarás? –Negaste con el rostro, convencido de ello. Eso me hizo sentir más liviano.
—No tengo pruebas ni tampoco se te vio el rostro en la tele. No te reconocerían. Pero si puedo denunciarte por tendencia de armas. –Me encogí de hombros—. ¿Mataste a ese hombre?—Asentí. De nuevo esa liberación de un horrible peso sobre mis hombros—. ¿Y al anterior? ¿Al de la caja fuerte? –De nuevo el mismo gesto.
—Tenía que hacerlo. –Me justifiqué inútilmente.
—¿Por qué?
—Porque me… —suspiré—. Yo… —Respiré fuertemente—. Por el más horrible de los sentimientos que un hombre tanto teme y que sin embargo todos sentimos. Amor. –Me miraste decepcionado.
—¿Esperas que crea eso?
—Es una de las pocas verdades que te he dicho desde que me conoces. –Dije, pareciste creerme. Pero entendía que no lo hicieras. Te había mentido demasiado.
—¿Me amas a mí? –Me encogí de hombros y asentí a la vez. No era una respuesta muy clara ni tampoco estaba seguro de lo que había contestado, pero de cualquier forma, era el gesto que expresaba más fielmente mis sentimientos.— Yo te amo. Me gustas mucho, pero no sé si puedo seguir así. Temiendo que me mates, que me vea involucrado en algo, que no conozco.
—Te lo advertí, no te enamores de mí.
—¿Y cómo no hacerlo? –Dijiste casi desesperado pero con el paso de los segundos tu respuesta se volvió jocosa y la tensión del momento desapareció como la sal en el agua. Me miraste, y yo ya no pude reprimirme por más tiempo. Deseaba besarte, lo deseaba aunque fuera para que dejases de hacerme preguntas para las que no tenía respuesta. Odiaba no saber algo, y mis sentimientos, eran esa parte oculta de mí que se jacta de no ser visible.
—¿Puedo besarte? –Asentiste.
—Compréndelo, no puedo resistirme a ti.
Y de nuevo, sucedió. Volvimos a hacerlo una vez más pero esta vez estabas pensando en otra cosa. No es que tenga que darte detalles de la situación, ya sabes muy bien qué sucedió y cómo. Pero voy a darte mi visión y mis sensaciones de aquello. He de reconocer que me hiciste sentir débil, dolorido, vulnerable, pequeño, manejable, sucio y muy, muy temeroso de mi integridad anal. Tus manos eran expertas en manejarme en forma pasiva y eso me hacía sentir usado, yo no supe como amoldarme a ti y eso me dolía. Me daba miedo que doliese demasiado. Me daba miedo no satisfacerte. Era un miedo horrible, sentirme decepcionado. Pero he de reconocer, por mucho que me cueste, que sentirte dentro y saciarme con tu experiencia, fue maravilloso. El placer de tus yemas acariciando mi piel, tus ojos sobre mi cuerpo y todo tu cuerpo moviéndose para mí, no hay palabras.
Sabes que se repetiría muchas veces después de eso. Esa no fue nuestra primera vez pero para mí fue la más placentera, la más sensible, no la más dolorosa pero sí en la que el miedo me dominó más. Fue la primera en la que estaba seguro de que quería hacerlo solo por el placer de la experiencia y no por intenciones secundarias. No pensaba en que me estaba dejando follar ni que en después de eso, no podría acomodarme a tu lado para dormir. Pensaba en que tus manos ardían sobre mis piernas y tus gemidos eran la mejor droga que había probado jamás. Mis gemidos también me sorprendieron. Fueron extraños, ajenos. Siempre había intentado sonar varonil pero me fue imposible. Tu pene golpeando mi próstata me enloquecía a una velocidad desquiciada. Mi vello se erizaba, mi piel se tensaba, todo mi cuerpo buscaba desesperado el placer que me proporcionabas. Grité sin querer, lloré sin poder evitarlo. El placer me embriagó, me drogó. Me sentí cayendo al vacío y después aterrizar duramente contra el asfalto de la realidad.
Ay, fría realidad. ¿No es cínica? Siempre está ahí por si te olvidas de su existencia pero, de vez en cuando, te da respiros para volver siempre, con más fuerza.
Comentarios
Publicar un comentario