IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 31
CAPÍTULO 31
Jimin
POV:
Mi cuerpo estaba cansado, levemente entumecido y dolorido, pero mis pulmones se llenaban con facilidad de aire y mi cabeza no dolía. Me sentía que había descansado por horas o al menos después de un largo entrenamiento. El ambiente con el que mi cuerpo comenzó a familiarizarse a medida que comenzaba a despertar era también muy agradable. Las sábanas cubriendo mi cuerpo estaban suaves, calientes, limpias. Con un olor tremendamente dulce y acogedor. Mis manos se agarraron a las mantas y respiré profundamente. Se sentía como en una pequeña bola de algodón, con unas temperaturas ambientales perfectas para mi organismo y una humedad escasa.
Sentí un peso revolverse a mi lado pero la sensación de bienestar y comodidad era suficiente como para no hacerme levantar, ni siquiera quería hacer acto de presencia aun. Todavía esperaba a que mi cerebro analizara la situación al detalle. ¿Dónde estaba? ¿Con quién estaba? ¿Por qué me sentía desnudo? Poco a poco las preguntas fueron haciéndose paso por la realidad y me sentí sobresaltado por una extraña sensación de ambigüedad dividiéndome. Estaba feliz y satisfecho mientras que otra parte se sentía sucia y enfadada. Cuando abrí los ojos pude ver un cuerpo semidesnudo salir por la puerta de espaldas a mí. Le miré de reojo y seguí sus pasos hasta que se perdieron por las escaleras.
Me incorporé, retirando levemente las sábanas de mi cuerpo, y me revolví por la cama buscando mis pantalones. Los hallé en el suelo al lado del colchón y rescaté el teléfono móvil solo por una instintiva curiosidad. Un mensaje de NamJoon me había llegado con la información de un nuevo caso. Esta realidad que se me presentó era mucho más dolorosa que en la que había despertado y me vi desorientado levemente. Suspiré, leí por encima la información y volví a caer sobre el colchón que, poco a poco, me envolvía de nuevo nublando mis sentidos. Fui débil y me dejé arrullar nuevamente por el cansancio.
Cuando regresaste te sentaste en el borde de la cama, y aprovechándote de que parecía estar dormido, me hiciste una fotografía. Al instante en el que vi la cámara de tu teléfono apuntarme de esa forma me sobresalté. Pensé que realmente tus intenciones eran algo más que meras excusas, pero realmente no tenías ninguna intención de delatarme, a pensar de que no supieras por qué. Me imaginaba que ibas a comisaría y que llevabas mi fotografía de dormido, alarmado. El policía te preguntaría quién era y tú dirías: Es un hombre con el que me acosté anoche, creo que ha hecho algo muy malo, pero no sé el qué. Absurdo, y teniendo en cuenta la absurda burocracia que domina todos los medios policiales te habrían mandado a casa dándote una palmadita en la espalda.
—Mañana tengo que hacer un viaje. Me preguntaba si podrías llevarme a casa más tarde. Tengo que preparar unas cosas. –Te dije mientras desayunábamos en el salón. Tu expresión parecía confusa a la par que ofendida, como si yo buscase cualquier excusa para marcharme de tu casa. Pero intenté mostrarme relajado en el ambiente, demostrándote que me gustaba estar a tu lado, pese a todo.
—¿Qué clase de viaje?
—Negocios. –Dije tras una breve pausa pensativa.
—No hay viajes de negocios en tu agenda. No hay nada porque estamos en fiestas. –Me dijiste, tenso.
—Otra clase de negocios. –Suspiraste, asentiste levemente comprendiendo mis palabras, pero no podías contenerte a comentar al respecto.
—¿Cómo la última vez?
—¿Qué otra vez? –Pregunte, con una expresión desinteresada.
—Yo… —Titubeaste—. Si vuelves como la última vez, no voy a curarte de nuevo. –Dejaste, con un golpe seco, los cubiertos sobre la mesa. Miraste la comida sin interés.
—Esta vez será más fácil. –Prometí.
—¿Más fácil?
—Sí, esta vez, no me lo pensaré dos veces.
Dije conciso. Tú miraste la comida de nuevo con esa expresión, y esta, la trasladaste a mi rostro, como si yo fuera de lo que tú tuvieras asco. Hubo un largo silencio en el que ninguno de los dos no dijo nada y solo se escuchaba el sondo de mis cubiertos. Yo no iba a dejar de comer, pese a la situación.
—A veces, —dije de la nada—, me gustaría que no hicieras tantos comentarios inadecuados, tantas preguntas indiscretas. Me gustaría que no me miraras como si yo fuera el culpable de todas las muertes en este mundo. –Escuchaste mis palabras en silencio—. Pero otras, creo que es necesario.
—¿Necesario? –Preguntaste, confuso. Más bien, desorientado.
—Sí. Necesario que me recuerdes quien soy.
…
El sol hacía apenas un par de horas que había salido. Soplaba un agradable viento que removía alguna que otra hoja caída por el suelo. Una y única, danzando como si se aferrara a los brazos de un buen acompañante. La miré y me imaginé el “Valse sentimentale” de Tchaikovsky* mientras la hoja revoloteaba como una mariposa a ras de suelo.
Yo estaba enfundado en un sutil traje negro con una corbata a rallas negras y blancas, unos gemelos de oro en mis muñecas y unos brillantes botones en mi chaqueta. Sobre mi cabeza, un gorro negro con una leve visera negra y una cinta de color blanco. También tenía un botón la gorra, y sobre mis manos, unos guantes blancos. Unos zapatos, que aunque un poco grandes, eran preciosos y brillantes. Las mangas sobrepasaban el límite de mis muñecas, por no hablar de los guantes que más bien parecían guantes de beisbol en mis manos. Me agarré las manos a la espalda mientras esperaba pacientemente al borde de la acera, casi apoyado en el coche negro a mi espalda.
¿Qué cómo conseguí el traje de chofer? Muy sencillo, un par de llamadas y unos mensajes hacen que cualquier hombre tenga que cambiar su rutina, pero hechos a una cambiante burocracia, estaba acostumbrados. Yo me hice con el traje del chofer del senador al que estaba esperando y este apareció por la puerta de su edificio con un teléfono móvil hablando con cansancio y desinterés. Caminó hasta donde yo estaba, me miró por encima, y tras asentir le abrí la puerta trasera para que se acomodara dentro mientras yo me colaba en el asiento del conductor poniéndome el cinturón mientras escuchaba la conversación que tenía el hombre con el interlocutor a través de su teléfono.
—Estaré allí en menos de media hora, si el atasco no hace que se me fundan los fusibles. –Una risa ronca de su voz de fumador—. Sí, sí, aquí lo tengo todo. –Palmeó el maletín negro que traía consigo y que había dejado apoyado a su lado en el asiento—. Información jugosa. Sí. Sí, nos vemos. Adiós.
El hombre suspiró dos veces durante unos cuantos minutos de silencio que se habían instalado en el coche. Miró alrededor y se le notaba evidentemente inquieto. Era de apariencia rechoncha, con la cara achatada y una nariz grande. El cuello de la camisa le oprimía el cuello y le acentuaba una ya evidente papada. Su cabello era cano en la frente y las sienes, mientras que en el resto era oscuro pero comenzaba a clarear. Ambos nos miramos un instante por el espejo retrovisor y él me saludo con una agradable sonrisa como si acabase de verme por primera vez. Tal vez mi leve inclinación de cabeza le diese permiso para comenzar una conversación.
—¿Cuánto tiempo estará SungJoon con gripe? –Me preguntó como si yo debiera saberlo.
—No me han informado de eso, señor. Disculpe. Solo me han dicho que venga a esta dirección con el coche y que le lleve al senado. –El asintió satisfecho con mi respuesta y yo sonreí levemente a través del espejo.
—No pasa nada, chico. ¿Cuántos años llevas en esto? Te ves joven pero conduces muy bien.
—Gracias señor, antes de esto fui repartidor en moto y estuve un tiempo de ayudante de secretaría en una autoescuela.
—Vaya, que bien muchacho. –Ese apelativo me molestó la primera vez, a la segunda, no soportaría reprimir una mueca de desagrado. Él siguió hablando.
—¿Cómo te llamas, chico?
—Me llamo HungSoo, señor.
—Bonito nombre. –Miró fuera, levemente desazonado, con las manos nerviosas, inquietas. Estaba aburrido y resoplaba con frecuencia, no era de esperar que poco después siguiera hablándome—. ¿Tienes novia, chico?
—No, señor.
—Soltero, ¿eh? –Asentí, con un “hum” que murió en mis labios—. Yo estoy divorciado. –Le miré por el retrovisor—. Nunca te cases chico, las mujeres son un dolor de cabeza crónico.
—Gracias por el consejo, señor. –Él me miró frunciendo el ceño.
—¿Y esa expresión, muchacho? ¡Ah! Eso es que le has echado el ojo a alguien, ¿eh? –Él negó con el rostro, con una expresión decepcionada—. Aish, todos caemos, ¿verdad? Pues ale, a la mierda, quédate con ella si es guapa antes de que te la quiten. –Ambos sonreímos.
—Ella es muy guapa. –Me vino la imagen de mi esposa a la mente.
—¿Sí? Pero… ¿Cocina bien? –Fruncí los labios. Pensé inexplicablemente en tu deliciosa comida.
—Sí, muy bien.
—¿Y es agradecida en la cama? –Pensé en ti de nuevo. Mis mejillas enrojecieron al instante y rápidamente sacudí la cabeza quitándome esa idea de la mente.
—Sí, señor. Es muy buena.
—¡Pues no te lo pienses más, muchacho! No vas a perder nada si lo intentas pero si la pierdes, vas a arrepentirte. –Sonreí, pero mi sonrisa se esfumó cuando siguió hablando—. Pero si no la quieres, puedes dármela a mí…
Sonreí hipócrita unos segundos. Ambos dejamos la conversación en ese punto. Yo no quería continuar y él sabía que se había excedido en su confianza. Llevaba en sus manos unos documentos que posiblemente relanzaran su carrera como político. Le importaba una mierda si su país rebajaba la ayuda al mío o si causaba problemas a la economía de Pyongyang. Solo deseaba aumentar su propio ego pisoteando a un país entero.
Tras cruzar el tráfico, rodear el senado y meter el coche en el parking, aparqué en una de las plazas reservadas que él me indicó. Suspiré largamente y apagué el motor, pero él estaba dispuesto a salir hasta que escuchó el sonido de los bloqueos de las puertas ceder a un botón a mi alcance. Miró desorientado las puertas a ambos lados de su cuerpo e intentó abrir ambas. Cuando no pudo, comenzó a sudar, a temblar y me pidió explicaciones, pero se trababa y no conseguía formular una sola palabra. Yo no quise darle más tiempo y saqué de mi chaqueta una pistola con silenciador, me giré, y disparé una bala. Una sola bala en medio de su frente. Su rostro retrocedió y la sangre manchó la luna trasera del coche. El parking estaba medio vacío y nadie habría escuchado el disparo.
Me hice con el maletín en su mano y rebusqué dentro toda la información. Dejé a su lado el maletín vacío y yo me escondí la información dentro de la chaqueta, junto con la pistola. Me aseguré de no haber dejado huellas ni nada parecido y salí del coche como si nada. El sonido del disparo aún retumbaba en mi mente y la imagen de su cuerpo, cediendo y tumbándose en los asientos traseros, me persiguió unos segundos. Después me lo imaginé abusando de ti como un viejo pervertido y se me pasó cualquier síntoma de remordimiento.
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Piotr Ilich Chaikovski (Vótkinsk, 25 de abril/ 7 de mayo de 1840 San Petersburgo, 25 de octubre/ 6 de noviembre de 1893) fue un compositor ruso del período del Romanticismo.
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