IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 22
CAPÍTULO 22
Jimin
POV:
El paisaje de Seúl, mientras el avión aterrizaba, no se me hizo extraño pero tampoco hubo nada de familiar en él. Era como todas las ciudades que había visitado antes pero en esta, los carteles, la propaganda y las señales de tráfico estaban en mi idioma y junto con el ambiente y los rascacielos alrededor, resultaba demasiado extraño. El olor de los restaurantes al pasar era muy parecido, el barullo de las personas alrededor, ensordecedor pero con un extraño sentimiento de concordia. Entendía ese barullo pero yo sería incapaz de formar parte de él. Me sentía como un pez fuera de su pecera, pero al mismo tiempo, en un charco de lodo donde poder respirar.
El avión aterrizó y me sumergí en la marea de turistas y residentes que caminaban de un lado a otro por toda la planta del aeropuerto. Tardé al menos media hora en cruzar todo ese mar y encontrar la salida, pero aun no me sentía desamparado del todo. Me rodeaba un aura de familiaridad que me calmaba los nervios. Con mi escueta maleta rodando detrás de mí y una pequeña mochila de viaje me encaramé a un taxi y con dinero surcoreano que me había dado NamJoon le hice conducir a una dirección que traía escrita desde Pyongyang. La voz del señor la recuerdo hoy incluso. Cansada, aburrida, sosa, insulsa. Pero era mi idioma y era tan extraño que su voz acompañara un escenario tan irreal que aun puedo escucharla si me esfuerzo.
Era un hombre mayor, canoso pero con una gorra de felpa sobre su cabeza. Probablemente estaría empezando a verse calvo y por eso se la ponía, porque hacía el suficiente calor como para que un material como el de la gorra le hiciera sudar por las sienes. Con un gemido y acomodándose en el asiento condujo fuera de las inmediaciones del aeropuerto y a velocidad media se metió en un océano de coches todos en fila, uno tras otro, como ganado en medio de una ladera. Miré alrededor extrañado de la cantidad de coches que circulaban. No, en realidad estaba extrañado de la cantidad de personas que podían permitirse coche. Yo ni siquiera me había podido permitir uno en la vida y NamJoon no había querido proporcionarme ninguno.
—No te va a ser útil. –Me dijo. Ahora lo entiendo. Y mi paciencia no me ayudaría. Me habría apropiado de un tanque si pudiera y habría rodado sobre el techo de los coches para salir de esta agonía. Tardé dos horas, o tal vez más, en llegar al centro de la ciudad pero no era allí donde se asentaba mi nueva residencia, sino en una urbanización un poco más al sur, medio desierta y desamparada. El taxista tuvo que consultar un par de veces con su navegador para cerciorarse de que esta era la dirección a la que yo le había encomendado llevarme y cuando se aseguró, me hizo pagarle la carrera que me pareció desorbitada. No me quejé y pagué, antes de montarle una escena que pudiera traerme problemas.
Cuando me apeé del taxi miré alrededor y me dirigí a lo que sería mi nuevo hogar. No me esperaba más de lo que merecía pero lo que me encontré, fue mucho menos de lo que me correspondía. Todo el trabajo duro, todo el tiempo invertido. Tantas veces me había jugado mi vida para acabar en un piso morroñoso, casi derruido, sin luz, sin agua corriente. Lo único que tenía era una bombona de gas, un botiquín con lo básico y un pequeño equipo de armamento escondido en el suelo del pasillo. El dinero que NamJoon me había dado no llegaba para cubrir mis gastos básicos de tres meses. Y menos de seis. La comida, la asistencia a baños públicos, el transporte en bus hasta la empresa y cosas que necesitara por el camino. La casa era tan pequeña, pero se me hacía tan grande.
Dejé mis maletas en el pequeño dormitorio polvoriento y nada más que me dejé caer sobre la cama me cercioré de que estaba ocupando un piso abandonado. La luz que entraba ahora lo hacía ver mucho más miserable pero estaba seguro de que en cuanto cayera la noche y no tuviera con qué alumbrarme, sería incluso más triste. Más frío, porque tampoco tenía calefacción. Suspiré y me dejé caer sobre la cama mordiéndome los labios para no romper a llorar. A veces necesitaba hacerlo, sobre todo cuando la realidad me sorprendía de esta forma tan humillante recordándome quién era, quién soy, al fin y al cabo. Una rata vendida al mejor postor. Y aquel lugar, era el mejor techo para una rata.
Aquel día dormí durante horas y cuando desperté la luz entraba por la ventana del dormitorio indicándome que el sol estaba cayendo. Ya habían pasado de las doce del medio día cuando el sol está en lo más alto y comenzaba a caer, por lo que sería la hora de comer. Mi estómago rugió indicándome que era cierto y me miré un segundo las manos sobre mi vientre, necesitaría acostumbrarme a no comer como estaba acostumbrado. Ya me habían educado para racionar bien mi alimento pero ahora que no necesitaba tanto esfuerzo, podría prescindir de muchas cosas. Me convencí de que debía reducir mi estómago y así acostumbrarme a alimentarme con poca comida.
Lo primero que hice aquel día en mi nueva residencia, después de haber dormido toda la mañana, fue deshacer las cosas básicas de mi maleta. La ropa la dejaría aun dentro porque no quería que se ensuciaran o estropearan con tan solo el contacto rancio del aire alrededor. Saqué el único libro que me habría traído y lo guardé en el cajón de la mesilla al lado de mi cama. Mi neceser con la higiene personal lo dejé igual que lo había sacado de la maleta sobre la cisterna del retrete. Me daba miedo dejarlo sobre las baldas que rodeaban el espejo sobre el lavabo, estaban tan sucias…
El dinero que había traído conmigo lo escondí en un pequeño sobre bajo el colchón pero miedo me daba asomarme ahí dentro así que lo guardé sin mirar y me limpié las manos después. Estaba seguro que no aguantaría mucho tiempo si no limpiaba, o al menos, adecentaba la casa, pero mi prioridad era la comida y con un poco de dinero, el suficiente para comprar para un mes, salí de casa y caminé hasta una parada de bus cercana. Esperé durante media hora y me metí en él recibiendo una extraña mirada del conductor. Seguro que era la primera vez en mucho tiempo que recogía a alguien ahí pero estaba obligado de todas formas a pasar por esa parada, por si acaso. Yo le miré queriendo decirle que se acostumbrarse a mi cara, porque tendría que verme a partir de ese día el resto de muchos más.
No sé cuánto tiempo estuve en el bus pero a medida que comencé a ver un poco de vida alrededor me bajé y busqué la primera tienda de ultramarinos que me ofreciera comida barata y que durase. Cuando llegué dentro y vi toda la comida alrededor fui realmente consciente de que no podría comprar nada que necesitase estar en una nevera, ni tampoco que necesitase congelador, por lo que me limité a coger una garrafa de agua natural, un saco de arroz, varios botes de fideos instantáneos, al menos diez o más, y una caja de bolsitas de té. El dinero no era ni por asomo tan contundente como esperaba y me quedé con ganas de comprar algo más como unas verduras naturales o algo de fruta, pero no me alcanzaba el presupuesto y tuve que conformarme con las deshidratadas que entraban junto con los fideos. La señora que me despachó me miró extrañada, como si llevarse más de diez tarros de fideos instantáneos y una garrafa de agua no fuera normal, pero a partir de entonces sería mí día a día y no podía permitirme más.
Cuando salí con varias bolsas de las manos y sujetando con equilibrio la garrafa, comencé a pensar en muchas otras cosas que hubiera necesitado de disponer de un presupuesto más adecuado, como algo de carne o pescado, o algunas galletas que funcionasen como desayuno. Tal vez algo más de arroz. Tal vez algo de salsa de soja. Cuanto más pensaba más hambre me entraba y mientras me paré en la estación de bus, se me vinieron a la mente cientos de recetas que aprendí en mis años de soledad en el piso. Recetas italianas, americanas, chinas. Recuerdo el viaje a China y como comimos en aquel restaurante. Todos los platos rodeándonos. Todos los alimentos saciando nuestra hambre.
Cuando llegué a casa me hice medio vaso de arroz y un té. Había cogido té verde, mi favorito. Poniendo dos cazuelas horrorosas y medio oxidadas con agua mineral a cocer comencé a limpiar alrededor. Odio el desorden y la suciedad, y aquel sitio me consumiría mucho más rápido de lo que me esperaba.
…
El señor Park MyungDae. ¿Te suena, mi amor? Seguro que no. Es el hombre que debió sustituir a tu antiguo jefe. Es el hombre que debiste conocer, no a mí. El hombre para el que debías trabajar. Si yo no me hubiera metido en medio la vida habría seguido su curso con naturalidad. Eres un buen chico, mi amor, eras un buen trabajador. Servicial y con iniciativa. Y con muy buena mano para la pintura, aún lo recuerdo. El señor Park te habría ascendido, de seguro, a un puesto donde pudieras ser más feliz que sirviendo meros cafés. Pero tuve que intervenir yo, ¿no? El malo de la película. Me temo que tú no entrabas dentro de mis planes y cuando puse un pie en Seúl, ni siquiera sabía de tu existencia. No eras más que un mero peón dentro de tablero. Alguien sin rostro, alguien si pasado ni futuro. Mi secretario. Todos los jefes tienen un secretario, ¿no? Pues yo obvié ese detalle. Pero tú aún no entras en esta historia. No aun mi vida. Aun me queda un asesinato que cumplir antes de conocerte.
Eran las tres de la mañana, en un bar del centro donde un camarero barría el suelo al final del local. Las paredes estaban forradas de madera y de algunos tramos colgaban pergaminos con pinturas antiguas. De seguro que eran baratas imitaciones porque de haber valido algo, de seguro que el camarero los habría vendido todos. El local estaba medio vacío a excepción del camarero, otros dos clientes, y yo. Uno sentado en una mesa redonda, leyendo algo en su teléfono móvil, y un segundo, apoyado en la barra con una evidente expresión de ebriedad y hablando solo aunque se dirigiese al camarero.
—¿Te lo puedes creer? ¡Un traslado! ¿Y mi familia? Abandonada como perros. –Comenzó a reír aunque sus palabras eran evidentemente crueles y frías. Estaba enfadado pero el alcohol había suavizado sus humos—. Menos mal que no estoy casado, sino… —Murmuraba. El camarero seguro que lo había atendido durante horas y se había cansado ya de su palabrería. Un hombre adulto, rondando la treintena. Natural de Busán y que había sido trasladado a la capital para trabajar de jefe en una empresa electrónica. El trabajaba en una sucursal de la misma marca en Busán pero le habían trasladado por un ascenso. No parecía muy contento con ello. Le entendía, yo tampoco deseaba estar en una ciudad que no fuera la mía. ¿Y cómo sabía todo esto de él? Él era nuestro hombre.
—Buenas. –Dije yo encaramándome al taburete a su lado y me miró al principio desganado pero tras ver que alguien le prestaba un poco de atención, se giró a mí y me miró de arriba abajo con una sonrisa fraternal.
—¡Buenas, señor! ¿Otro lobo solitario en busca de un vaso de alcohol que apacigüe las penas? –Suspiré y asentí resignado. Me molestaba tener que pagar dinero por alcohol que mi cuerpo no necesitaba pero ya me encargaría de desvalijar el cadáver del hombre a mi lado si no se me había adelantando el Whiskey en sus manos.
—Una copa de Whiskey rebajado con agua y hielo. –Le pedí y el camarero vino agitado hasta colarse al otro lado de la barra y servirme lo que le había pedido. El baso en mis manos se sentía frío y tembloroso. No estaba dispuesto a tomarme cinco o seis de estos, pero con uno solo sentía que podía perderme en el espacio entre hielo y hielo.
—No el cobres. –Le dijo el señor a mi lado al camarero cuando estaba a punto de extenderle un billete de cinco mil wons. El señor sacó un billete de diez y se hizo servir otra copa de lo que parecía ron y el camarero le cobró ambas. Me estaba comprando a cambio de conversación.
—Muchas gracias, pero no era necesario.
—No pasa nada, hombre. –Me estrechó la mano—. Soy Park MyungDae. ¿Y usted?
—Llámeme Jim. –Se me ocurrió de repente. No me gustaba dar mi nombre en medio de testigos. Aunque habría sido excitante haberle dicho “Soy Park Jimin, el hombre que de un momento a otro va a asesinarte”. Pero no iba a correr el riesgo—. Es como me llaman los amigos.
—Bueno, Jim. ¿Y qué es lo que te ha traído hasta este rincón apartado del mundo?
—Supongo que me apetecía salir un poco de la rutina y beber aunque fuera solo un trago, para despejar la mente.
—Hum, ya veo. Sienta bien una copa después de un duro día, ¿eh?
—Muy bien. ¿Qué le ha traído a usted aquí?
—La vida te lleva de un lado a otro como si fueras un muñeco de trapo zarandeado por las manos de un niño hambriento. –Sonreí por sus palabras, no podía estar más de acuerdo y él me miro como si se alegrase de que alguien le comprendiese.
Se estancó un silencio de unos minutos hasta que él volvió a abrir la boca.
¿Está usted casado, señor Jim? –Negué con el rostro—. Yo estaba a punto de casarme, pero mi prometida no vio oportuno dejar su brillante carrera de doctora en el hospital de Busán para venir aquí a cumplir mi sueño. ¿Se puede creer lo egoísta que es la gente? –A mi me hubiera parecido igual de egoísta que ella se quedase como que él la dejara y se viniera aquí, pero a una persona ebria no se le debe llevar la contraria y me encogí de hombros, no queriendo dar mi opinión.
—Aquí tal vez encuentre a una mujer que le comprenda, mejor que ella.
—Tal vez tienes razón. –Los ojos de ese hombre estaban levemente adormecidos, sus manos, nerviosas, propias de la excitación por el alcohol, manoseando las llaves de un Audi*, de un modelo algo antiguo. No era un hombre feo, podría haber encontrado una nueva esposa en Seúl sin problemas, pero no viviría para poder comprobarlo. Tras media hora de una tediosa conversación dejé el vaso vacío sobre la barra y me despedí de él y del camarero saliendo al exterior necesitado de algo que me arropara, porque soplaba un aire que me retumbaba en las orejas. Busqué con la mirada un Audi y el único que se hallaba a menos de doscientos metros era uno aparcado casi en frente de la puerta del local. Estaba casi seguro de que ese era el coche del sujeto y tras forzar la puerta con cuidado sin hacer que saltara la alarma me adentré en el interior, me escondí en los asientos traseros y mientras aguardaba a que el propietario entrara en el interior me puse una mascarilla y esperé al menos otra media hora hasta que oí las puertas del bar abrirse.
Todo mi cuerpo sufrió un choque de adrenalina y mientras escuchaba los pasos acercarse al coche me iba poniendo más y más nervioso. Mordí mis labios debajo de la mascarilla, mi frente comenzó a sudar. No estaba seguro de que hubiera de haber bebido aquel whiskey pero cuando el hombre ya estaba sentado al volante no había marcha atrás y cuando anduvo varios kilómetros en la carretera aparecí de la nada rodeando su cuello con un cuchillo y una de mis manos, sujetando su brazo, manejando el volante en la dirección que yo quería. Él tardó unos segundos en volver a la realidad del susto.
—¿Quién… quién es usted? –Preguntó nervioso, más confuso que asustado. Poco a poco le conduje fuera de la ciudad.
—Cállate y conduce a donde yo te diga. –Le pedí intentando agravar la voz. Él no me reconoció. No me habría reconocido incluso de haber estado descubierto porque estaba tan borracho que probablemente si le hubiera dejado solo, se habría estrellado igual con la primera señal que se hubiera encontrado, pero no tenía solo que matarlo, sino hacerle desaparecer. Yo tenía que ocupar su puesto.
—Pe—pero… pero… ¿qué quiere? ¿Dinero? ¿Quiere dinero? –Suspiré, cansado de dar explicaciones, de oír su voz, de tener que fingir, de pasar hambre, de ver los bloques de edificios a mi alrededor imponerse como gigantes vigilándome con sus cientos de ojos de cristal. Salimos de la ciudad y nos saltamos un quitamiedos para aparecer en un terraplén que nos conduciría a la nada. Cuando ya no hubo carretera bajo las ruedas se divisaba el río Han conducirse peligrosamente hacia nosotros. Por el peso del motor, este fue el primero en chocar contra el agua y yo ya me había dispuesto en los asientos traseros de forma que el impacto no me hiciera salir volando por la luna. Cuando el golpe hizo temblar el coche y detener la caída, rápido empecé a notar agua por mis pies. Miré adelante y pude reconocer al hombre caído sobre el airbag con una brecha en la cabeza y la sangre manando de esta. Estaba dormido, inconsciente que no muerto. La luna delantera se había roto por el impacto y por la vejez del coche, y era el mejor lugar para salir, pero debía de hacerlo cuanto antes, porque el peso del motor estaba hundiendo con rapidez la parte delantera. Le saqué la cartera del bolsillo y el dinero me lo guardé en los pantalones. Después salté fuera y me ayudé del coche para nadar hasta la parte trasera y mirar en el maletero cualquier cosa que pudiera servirme de ayuda. Esto fue lo último en hundirse y dentro encontré una bolsa de viaje, seguramente con las prendas básicas para venir un par de días antes de mudarse por completo cuando ya hubiera obtenido el trabajo.
Nadé hasta la orilla con la bolsa a mi espalda y me aseguré de que no hubiera testigos que pudieran haber presenciado la caída o de lo contrario podrían interrogarme y serían muchas e innecesarias explicaciones. Cuando salí del agua me vi mojado, desamparado y con hambre. Decidí volver andando a casa ya que a esas altas horas de la mañana no había autobuses nocturnos que fuesen a mi urbanización, pero como no estaba muy lejos, no me importó.
Cuando llegué a mi casa miré dentro de la bolsa. Había unos cuantos trajes, algo más de dinero, y varias fotocopias del currículum que probablemente hubiese enviado a la empresa. Me mordí los labios. Ya tendría tiempo para solucionar eso en otro momento. Por ahora, solo quería dormir y de un tirón.
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Audi: Es un fabricante alemán de vehículos de alta gama y lujo, con presencia internacional. Su sede central se encuentra en Ingolstadt, Baviera. Audi AG forma parte del Grupo Volkswagen.
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