IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 23
CAPÍTULO 23
Jimin
POV:
Mi primer día de trabajo había llegado. Me miré varias veces en el espejo del baño mientras me recolocaba mi corbata favorita. Una negra con listas blancas a juego con la camisa. Me enfundé en un traje y cogí el maletín que Namjoon me había dado. Dentro metí las llaves de la casa, unas cuantas copias de mi falsa documentación, algo de dinero y todo el ánimo que podía infundirme a mi mismo. Salí de la casa y esperé pacientemente a las siete y cuarto el bus que me llevara al centro.
Apenas esperé unos segundos ya estaba allí y me encaramé dentro con una dulce sonrisa saludando al conductor que me miraba con una expresión de sueño que me hizo dudar de sus capacidades de conducción. Cuando me apeé del transporte anduve unos cuantos minutos y a las ocho menos cuarto ya me encontraba en frente de las puertas el cristal de la gran empresa que se hallaba en un gran edificio todo forrado de cristales. El miedo me embargó de repente, casi como una lengua de fuego lamiendo mi espalda, un latigazo de electricidad recorriéndome. Me sentí pequeño, mucho más que de costumbre.
Cuando puse un pie dentro un gran recibidor se habría en todo el piso inferior. A lo lejos se podía oler el café recién hecho de las máquinas repartidas alrededor de los pisos y el sonido de pasos ajetreados y conversaciones amigables. Una mujer, alta, con un recogido en su nuca y una falda de tubo negra pasó por mi lado con tanto papeleo en sus manos que no podía apenas con el peso. Dos hombres entraban el uno al lado del otro charlando como si se conocieran de siempre. Aquello era más de lo que yo podía soportar y salí al exterior de nuevo para coger aire. Había mucha gente, muchos ojos mirándome, muchas mentiras que contar. Yo estaba acostumbrado a tratar con una sola víctima al abrigo de las sombras, no a exponerme tan públicamente.
Un grupo de dos hombres y tres mujeres fumaban a la puerta, a la espera de terminar para entrar al fin al trabajo. Los miré de reojo y ellos me devolvieron la mirada. Por mi apariencia entendieron que yo también trabajaba en la oficina y al no reconocerme, debieron pensar que serían un novato más que venía a aprender. Me saludaron con un gesto de cabeza y yo lo devolví, algo más firme. Me tranquilicé y entonces sí entré y me acerqué a la pequeña recepción cerca de la entrada. Una chica con una placa sobre su seno izquierdo me miró con ojos infantiles y me preguntó si podía ayudarme en algo.
—Me gustaría saber dónde está el departamento de recursos humanos. –Dije—. Tengo que entregar una cosa.
—¡Oh! –Dijo como si mi pregunta fuera rutinaria—. Si quiere echar un curriculum solo démelo a mi. –Extendió sus manos—. yo lo haré llegar a recursos humanos y si su perfil encaja con…
—No, no. Soy Park Jimin. –Dije y me incliné, ella hizo lo mismo—. El nuevo jefe. Tengo entendido que el señor Kim se jubiló ayer…
—¡Oh Dios mío! –Dijo ella nerviosa, muy avergonzada—. Lo siento mucho señor Park, por favor, acompáñame, le llevaré a su despacho.
—No mire, es que antes tengo que pasar por recursos humanos. Hubo un fallo con el envío de mi curriculum. Mi agente le envió uno diferente por error. –Ella entendió la situación y salió de detrás de la recepción pidiéndole a una compañera al ordenador que la cubriese. Ella, a mi lado, me hizo caminar por toda la planta hasta el ascensor que nos llevaría a una de las últimas plantas. Al salir, me sorprendió una fila de despachos con paredes de cristal semiopaco que lucian tranquilos, calmados, privados. Me hubiera encantado tener uno así, en una planta tan tranquila, pero aquí solo estaban los despachos de los psicólogos, el de recursos humanos, el de márquetin y todos aquellos que necesitasen de esta calma e individualidad para trabajar. La chica me acompañó por el pasillo a una de las puerta y cuando entré, hablé con aquel hombre ya mayor y cano y al explicarle mi situación borró de la información del ordenador el currículum que le habían enviado y le extendí el mío en papel. Tras presentarme como el nuevo director y despedirme salí de nuevo y la chica me condujo a la planta donde estaba mi despacho.
Al verme rodeado de todo aquel barullo apenas salir del ascensor me embargó un sentimiento de decepción similar al que tuve al ver mi nuevo apartamento. La suciedad no era el problema sino la incompetencia de las personas alrededor. Realmente no entendí como una empresa como aquella podría haber salido tan bien parada después de todos los años trabajando pero preferí tomarme las cosas con calma y coger aire para calmar mis nervios. Mis manos sudaban. La corbata en mi cuello apretaba. El maletín en mi mano pesaba mucho más de lo que hubiera podido imaginar y ver los avioncitos de papel volando sobre los cubículos de mesas de los trabajadores terminó por colmar mi paciencia.
—Buenas, soy Park Jimin. –dije. Nadie pareció oírme. A nadie le importaron mis palabras. Nadie me miró. La secretaria sonreía como si aquél fuera un comportamiento de lo más normal pero yo no iba a permitir que no se me tuviera respeto. Alcé un poco más la voz—. Soy Park Jimin, el nuevo jefe de la empresa de… de… —El barullo pareció incluso aumentar—. ¡¡Silencio bastardos!! –Grité haciendo que la chica a mi lado soltara un leve gritito y retrocediera un paso, cubriendo sus labios con una mano. El silencio que se formó fue sepulcral. Todos se giraron a mí y la adrenalina que corrió por mi cuerpo fue la más excitante que tuve nunca—. Soy Park Jimin. –Use de nuevo ese tono—. Y soy vuestro jefe, maldita sea. Un poco de respeto, estamos en horario laboral. ¿Qué sois? ¿Niños?
—El… el señor Kim quería –me habla la secretaria—, que los empleados trabajaran en un ambiente más discernido…
—Pues yo soy vuestro nuevo jefe y las cosas van a cambiar. De ahora en adelante nada de conversaciones irrelevantes, nada de jueguecitos ni aviones de papel, ¿en tendido? Despediré a todo el que no acate unas normas rigurosas de comportamiento laboral. ¡A trabajar! –Grite y le pedí a la chica, asustada a más no poder, que me indicara donde estaba mi despacho. Al ver que no era una puerta muy alejada del tumulto de personas ella me explicó que el antiguo jefe gustaba de tener una amistad con sus empleados pero yo me sentí ofendido. ¿por qué yo no podía tener un despacho tan privado como los de los de recursos humanos? Maldita sea.
Antes de llegar a mi puerta, una mesa blanca, medio marginada, estaba colocada frente a mi despacho. Entendí que era la de mi secretaria. Miré a todas partes pero no la encontré por ninguna parte.
—¿Dónde está mi secretaria? –Ella esbozó una sonrisa avergonzada.
—Secretario. –Dijo y yo fruncí el ceño pero no le di la más mínima importancia—. No lo sé. Suele ser puntual. Habrá mucho tráfico. –dijo como si nada pero yo ya estaba enfadado. Ni siquiera la puntualidad estaba reflejada en el carácter de mis empleados. Acababa de llegar y ya quería marcharme—. Aquí está su despacho. –Me dijo abriendo la puerta de la habitación se me mostró una gran espacio abierto, con toda la luz que podía entrar por los ventanales que ocupan toda la pared de la izquierda, un escritorio de madera oscura y un sofá de cuero blanco a la derecha. El olor a limpieza y orden era fascinante. Todo estaba en su sitio. El escritior constaba de una silla de cuero negro, un intercomunicador, un ordenador, un bote con bolígrafos y una pequeña libreta con posits en blanco. Lo mejor en mi opinión era el mapamundi enmarcando las vistas desde la entrada en el fondo del escritorio. Tenía un color beige que imitaba las fotografías antiguas. Hermoso.
La chica se fue y me quedé allí solo, en un silencio tan solo roto por el leve tráfico que se colaba por los cristales y por el leve murmullo de los empleados fuera. Miré el reloj de pulsera que había traído y me cercioné de que eran las ocho y media de la mañana. Me senté en el escritorio y me dejé abrazar por la comodidad del asiento. Con gusto me habría echado una cabezada en el sofá pero tenía que seguir manteniendo las formas a pesar de estar solo. no sabía quién podía estar viéndome, o si alguien entraba, no sería una buena forma de empezar el día. no lo estaba siendo ya, pero qué más daba. Solo me quedaba aguardarte, mi amor. Tardaste tanto. casi me haces enloquecer.
Esperé durante más de media hora de brazos cruzados de espaldas a la puerta, mirando detenidamente el mapa que colgaba de la pared. No sabes cuantas horas me he pasado delante de ese mapa, y cuando nos mudamos a Barcelona, quise llevármelo. Quise cogerlo y llevármelo a donde fuera porque mientras me recostaba en la silla del despacho comenzaba a recorrer con la mirada todos los lugares a los que había viajado a lo largo de mi vida. Moscú, San Petersburgo, Nueva York, Tokio, Osaka. No importaba, todos me llevaban a la misma capital, Pyongyang. Mis ojos perimetraban la zona, con mi dedo delineaba el país y suspiraba, esperando que allí donde mi hija estuviera supiera que la estaba recordando, que su padre se acordaba de ella y que estaba dispuesto a recorrer el resto del mundo que me faltaba si conseguía al fin recuperarla. Mataría a toda la humanidad, si con ello podía abrazarla una vez más.
Entre mis cavilaciones, alguien tocó la puerta con insistencia. Eras tu, mi amor, pero yo aun no te conocía, no sabía tu nombre, no conocía tu voz, ni tu rostro. no me imaginaba que eras tan solo un pequeño niño perdido en la vida con ganas de aventuras. No me imaginaba cuánto bien me harías, cuánto daño te haría yo a ti.
—Adelante. –Dije. Mi voz sonaba un poco nerviosa, o tal vez esa fue mi impresión. Nunca hablamos de esto después de irnos juntos a Barcelona, o cuando nos casamos. Este momento lo tenemos como un vago recuerdo de una mentira improvisada, de un teatro mal ensayado. Eso fue. Teatro, pero para tus ojos era la realidad más fría e hiriente que te encontrarías. Déjame darte mi impresión al respecto.
—¿Señor? –Escuché tu voz. Una voz que resonaba infantil alrededor pero que se denotaba seria y formal. Algo aniñada, algo sutil. Nerviosa, al fin y al cabo porque estabas tratando con un desconocido. Sabía que eras mi secretario nada más entrar por la puerta, ¿Quién iba a querer molestarme en un momento de paz?
Me giré a ti. Recuerdo el instante en que nuestros ojos chocaron. Recuerdo como tus mejillas se colorearon con un dulce color carmín y como mis manos comenzaron a sudar. Eran tan joven, tan guapo, estabas tan engañado… Con tu corbata un poco torcida, con tu camisa un poco arrugada. Tu pelo desordenado. Eras un desastre amor, un completo desastre. Te mentiría si te dijera que me enamoré de ti a primera vista. Tu bien sabes que eso no es verdad y que no fue hasta mucho tiempo después que comencé a ver en ti algo más que un mero peón a quien engañar. Pasó demasiado tiempo… pero hasta entonces, eras y desvías ser mi secretario, y yo tu jefe. No podíamos ser más.
—¿Es usted el nuevo director? –Preguntaste un poco aturdido con algo sosteniendo en tus manos.
—Sí. –Contesté firme y serio. No podía permitirme temblar—. ¿Y tu mi secretario, cierto?
—Sí. –Me extendiste tu mano para saludarme pero yo la miré confuso. ¿Cómo osabas que te estrechara la mano? Debiste inclinarte—. Soy Jeon Jungkook. –Tu nombre quedó unos segundos flotando en el aire.
En ese preciso instante fui consciente de que debía ganarme tu confianza. Debía convencerte para que te hicieras con toda la información que yo requería y debía ser amable, sutil, delicado. Tal como me habían enseñado. Pero yo estaba tan nervioso…
—Legas más de una hora tarde.
Pasó al menos un minuto en el que te quedaste petrificado mirándome confuso, como si mis palabras te hubieran golpeado con crueldad. A mi me dio tiempo a fruncir el ceño un par de veces a la espera de que respondieses algo. no pusiste más que excusas que me ponían aún más nervioso.
—Lo siento, señor. –dejaste la caja que traías en las manos sobre la mesa delante de mí. me daba miedo mirar dentro, desprendía un olor tan dulce que me enloquecía—. Pasé a comprarle esto como regalo de bienvenida.
—¿Lo ha comprado con dinero de la empresa?
—No, no señor. Con mi propio dinero.
—Mal de todas formas. –Me miraste confuso. He de reconocer que no sabía si esto era una especie de tradición del sur, o algo que se solía hacer en esta empresa en especial, pero no me parecía buena idea y tampoco me daba la gana que mi secretario se tomase la autoridad para hacer este tipo de gastos—. Llévate eso de aquí.
—Pero señor, son para usted. –Ignorando tus palabras te di una copia de mi documentación junto con mi curriculum para que lo tuviera presente.
—Aquí está la documentación sobre mí. Serás tú quien la guarde. No la pasé a ordenador y menos aun la fotocopie. Ahora vete a tu puesto de trabajo, y organízame la agenda para el resto de la semana. –Miraste el sobre un poco receloso. Eso me puso nervioso.
—Sí señor. –Pretendiste salir pero te arrepentiste y te giraste a mí de nuevo—. Tal vez le parezca atrevido pero, ¿no es usted muy joven para un puesto de trabajo como este? –Fruncí los labios.
—Lo es.
—¿El qué?
—Es muy atrevido. Es una grave falta de respeto sus palabras.
—Lo siento señor. –hiciste un puchero del que seguro no fuiste consciente.
—Márchate ahora, y ah, —cojo la caja de pasteles y los dejo caer sobre la papelera a mi lado. Debiste ver tu rostro, el dolor estaba presente en tu expresión—, si vuelve a llegar tarde tan solo un minuto podré prescindir de tu presencia en mi oficina.
Tragaste fuerte y saliste de mi despacho con las manos temblorosas aferrando con fuerza el sobre. Cuando la puerta se cerró detrás de ti me senté en el asiento de cuero y rescaté la caja de la papelera. La miré unos segundos leyendo el nombre de la pastelería y pasando mis manos por el cartón rosa. Mi estómago dolía porque lo último que había comido había sido el medio vaso de arroz y el té del día anterior y con la caja en mi regazo abrí la tapadera descubriendo los pasteles rotos y abollados unos contra otros. La nata de algunos había manchado a otros y el chocolate de unos se había desperdigado por la caja. En un triste y solemne silencio me comí uno a uno los pasteles y con el dulce drogando mis papilas gustativas comenzaban a arrepentirme de la forma en que te había tratado. Comenzaba a pensar que había sido brusco porque no me habían enseñado a ser de otra forma con desconocidos. Quise tratarte como me hubieran tratado a mí en mi país pero me costaría entender que no estábamos en mi país, ni en mi casa.
Si en ese momento me hubieran dicho que el hombre que me había regalado esos pasteles acabaría siendo mi esposo y el padre de mi hijo, hubiera sido muy probable que me hubiera pegado un tiro. Un futuro demasiado incomprensible, demasiado irreal, demasiado kafkiano. ¿no crees? Pero si pudiera volver atrás, tan solo un segundo a ese momento. Volver a ver esa expresión perdida, ese mohín ofendido. Esos ojos nerviosos. Lo daría todo por volver a verte, por pegarme un tiro e impedir que tu vida empeorase por mi culpa. Te ahorraría tanto sufrimiento… nos hubiéramos ahorrado tanto dolor…
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