IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 20

 CAPÍTULO 20

Jimin POV:

 

Como pasa el tiempo, ¿verdad? Es algo maravilloso. De un día a otro mi hija supo pronunciar “Appa” y al poco tiempo ya sabía corretear por el piso. Recuerdo su infantil mirada mientras me quitaba los calcetines que dejaba preparados por la mañana y como se escabullía de mí para que la buscase. El piso no es muy pequeño y de querer esconderse siempre optaba por hacerlo debajo de su cama pero a ella le parecía lo más divertido y arriesgado que pudiera hacer.

Poco a poco podía ver en sus rasgos a mi esposa. Eso era lo más doloroso de verla crecer. A veces era mi esposa, otras, mi hija, otras, era yo mismo en un rostro diferente. No quería verlo pero aparecían en ella mis gestos, mis manías. La forma de esconder sus manos en las mangas de las camisas o en cómo se repeinaba con los dedos sobre su cuero cabelludo. Era toda una dulzura y poco a poco fue convirtiéndose en un todo para mí. El mundo carecía de sentido sin ella, la vida se tornaba gris y melancólica. Estuve mucho tiempo vagando por una gama de grises por su ausencia.

Me parece que ha llegado el momento de contártelo. Siempre te he dado los datos generales porque sabes lo mucho que me duele esta situación. Una situación que viviría contigo años después. No es fácil asumir que te quiten lo más preciado, que te arrebaten un hijo, el amor de tu vida. La luz de tus días. Duele demasiado y cuanto me habría gustado poder evitar lo sucedido pero con el tiempo acabas entendiendo y aceptando que hay cosas que no están en tu mano. Si ellos quieren algo, van a hacer lo que sea con tal de conseguirlo. Se hacen ver como un gran monstruo poderoso y gigantesco, acaparador. Pero son como pequeños insectos que se cuelan por las rendijas de las ventanas, se meten en tu cama y se adentran en tu organismo. Antes de darte cuenta te manejan con hilos invisibles y el problema no está en ellos, sino en ti.

Antes del secuestro, tuve una larga y densa conversación con NamJoon en su despacho. Era un día de otoño y las hojas del los árboles ya amarilleaban su color. Estaban tan débiles y demacradas que en cualquier momento se caerían con la más frágil brisa. Me enfundé en un abrigo y tras haberme jactado de que la decisión era la correcta salí de casa aprovechando que mi hija estaba en la guardería. En un año empezaría la escuela y ese pensamiento me llenaba de orgullo, un pensamiento que me acompañó hasta el despacho de NamJoon y una vez en la puerta, me recibió como solía hacer, con una agradable y sincera sonrisa que era casi tan reconfortante como un buen abrazo.

Me senté frente a él como solía hacer y me recibió con los brazos abiertos a una conversación que degeneraría en una disputa.

—¿Cómo está tu hija? –Me preguntó y me miró con un brillo de orgullo en los ojos. El mismo con el que yo miraba a mi hija.

—Muy bien. Ya está aprendiendo a sumar. Es mucho más inteligente que yo a su edad.

—Estoy seguro. Aun recuerdo cuando te vi por primera vez… eras aún tan pequeño…

—Sí, lo sé. ¿Cómo están tus hijos?

—Bien. El mayor ya está en sus últimos años de escuela y el pequeño está en su primer año de guardería. Que mal lo pasó los primeros días. –Dijo lastimoso y yo asentí comprendiendo su situación—. Y bueno… ¿Qué es lo que te trae por aquí? Me has pedido con urgencia…

—Sí, bueno. La verdad es que no es algo tan urgente, es más bien una petición que quería hacerte, como… bueno. Un favor personal. Una consulta… —Me pasé los dedos por los ojos para acallar mi nerviosismo.

—Pareces un poco nervioso. ¿Va todo bien?

—Todo bien pero me preguntaba si, bueno, como ya sabe mi hija no tiene madre y en los momentos en los que tengo que estar durante días fuera de casa siempre mandáis a alguien para que cuide de ella. Estoy muy agradecido por eso, no sabes cuánto, pero me preguntaba si podría retirarme del espionaje y trabajar aquí en Pyongyang. –Namjoon se me quedó mirando inexpresivo, analizando cada una de mis palabras. Por una parte entendía lo que estaba diciéndole y estaba seguro de que el momento habría llegado antes o después, pero por otra, no se esperaba que tuviera el valor para pedírselo. Fue culpa suya, la complicidad que me dio lo había provocado—. Si pudieras relegarme a un trabajo de oficinista… o tal vez de profesor en la academia de…

—¿Crees que has sido educado para ser profesor? –Me preguntó frío y distante, un poco decepcionado con mi comportamiento. Yo negué con el rostro pero no me dejó hablar—. Has sido educado para ser espía. Punto. Ni militar de aire ni oficinista. Nada.

—Lo sé, NamJoon, pero la demanda de espías ha descendido los últimos años y podéis permitiros prescindir de uno. Entiéndelo, quiero estar con mi hija, tener unos horarios normales, darle la vida que se merece al lado de su padre…

—Lo sé. Sé que es difícil, pero yo no puedo permitirme estar con mis hijos ni un par de horas al día. Cuando llego a casa ya están dormidos y cuando me voy, aun siguen en la cama. Sé que es duro pero ellos lo entienden, Jimin. Saben que sus padres se esfuerzan por darles una buena vida y una buena educación. Un día ellos tendrán también un trabajo sacrificador y unos hijos a los que atender…

—Lo sé, NamJoon, pero por todos estos años de trabajo al país, por nuestra amistad, NamJoon…

—Nuestra amistad no es más grande que tus habilidades. Este país te necesita.

—Tan solo soy un mero trabajador más.

—No, Jiminie… —Suspiró—. Hay algo que no pareces querer entender. Este país puede prescindir de muchos espías pero no puede permitirse perderte a ti. Eres el mejor en nuestras filas.

—¿No prefieres que instruya a otros chicos para que logren ser tan buenos como yo? –Intenté hacerle recapacitar pero él comenzaba a perder la paciencia y el ánimo para continuar con la conversación. Siempre era un hombre de buen talante, pero este iba ligado a una escasa paciencia.

—No, lo siento.

—Pero…

—Jimin. La conversación ha terminado. Debes darle buen ejemplo a tu hija y acatar el papel que te ha sido asignado.

—Creo que estar ausente no es un buen ejemplo. –Me miró enfadado.

—¿Sabes todo el dinero que el Estado ha invertido en ti? ¿Todo el apoyo que te he proporcionado? ¿Las muertes que has causado? –Le miré enfadado—. Hice la vista gorda cuando por accidente mataste a tu compañero de clase. Hice la vista gorda cuando te casaste con esa furcia cuando te advertí de que te espetaba una dura vida por delante con la añadidura de esas responsabilidades. Te advertí que no tuvieras hijos, que serían una carga. Pero tú siempre has querido una vida normal, una familia normal.

—¿Qué hay de malo en ello? –Mi sangre bullía de una forma que no había sentido antes. Todo a mí alrededor se agrietaba de la misma forma en la que un dulce sueño se torna pesadilla—. Tú tienes esposa e hijos.

—Sí, pero yo no salgo al campo de batalla una vez al mes y me juego la vida. ¿Cuántas veces te has visto morir, Jimin? ¿Cuántas te han disparado? ¿Cuántas te han apuñalado? Desde aquí puedo simplemente imaginarme que en tus brazos tienes un par de cicatrices y alguna que otra en tu pecho. ¿Cuántas vidas has arrebatado?

—Todo por el Estado. –Susurro como excusa y eso parece enternecerle.

—Eso es. Tienes que ponerlo todo sobre la mesa para el Estado. Tu cuerpo, tu vida, tu alma y tu corazón. –Me miró con esto último—. Pero me has fallado, Jimin. No me has dado ni tu alma, ni tu corazón. ¿Pensabas que con salir ahí y matar a unos cuantos americanos iba a ser suficiente? Vivir por algo es dar tu salud y tu vida por ello. Y no debes involucrar a nadie más.

—Eran mi familia. –Dije, recordando a mi esposa y a mi hija—. Ella lo sigue siendo, es mi familia. Es todo lo que tengo.

—No. Me tienes a mí, y tienes a un país al que servir. ¿Tan solo te sientes? Búscate a otra guarra que quiera chupártela pero no le cojas cariño de nuevo porque te harás daño y tú le harás daño a ella. ¿Crees que tu esposa murió por el embarazo? Murió por los disgustos de no dormir en las noches en las que tú no estabas. Por cuidar a solas de su hija, por tener que cuidar también de ti cuando aparecías de madrugada medio muerto. ¿Crees que no lo sé? La mataste tú y nadie más.

—Namjoon, basta. –Le advertí más cerca del llanto que de la ira.

—Y matarás a tu hija de la misma forma. ¿Quieres que tu hija te vea desangrándote mientras te vendas las heridas? ¿Quieres que no duerma pensando en qué será de su padre? Cuando tenga edad preguntará en qué trabaja su padre… ¿Le has dicho qué haces, Jimin? ¿Le has contado tus heroicas hazañas en la escuela? Como le rompiste el cuello a tu mejor amigo… como te hiciste paso entre golpes para salir el primero. Como matas sin remordimientos, como arrebatas la vida a hombres como tú, con familia e hijos como tú. ¿Qué pensaría de ti si lo supiera?

—¡Namjoon!

—Me vienes con exigencias después de todo lo que he hecho por ti…

—Yo solo quiero estar con mi hija.

—Aprovecha a estar con ella todo el tiempo que quieras, pero no me vengas con pucheros lamentándote de que la vida es injusta, porque la vida que tienes es gracias a mí. ¿Preferirías estar recogiendo arroz en los campos durante todo el día? Gracias a tu posición en nuestras instituciones tu hija podrá estudiar en la mejor escuela, podrá trabajar de lo que quiera, ¿o prefieres que se aje las manos en los campos? ¿Que se queme el rostro por estar expuesta al sol? –Enmudecí—. Así me gusta, Jimin. Vuelve a casa, anda. –Suspiré pero no me levanté del asiento. Él comenzó a remover los papeles sobre su mesa como pidiéndome que le dejase para seguir con su trabajo—. No sabes valorar todo lo que he hecho por ti. Me decepcionas…

—Yo…

—Vete de mi despacho. No quiero hacer que te echen. ¿Qué pensarían de ti? –Me puse en pie resignado a marcharme pero él seguía hablando—. Procura no volver con tonterías similares. No quieras decepcionarme más. –Me fui. Él seguía murmurando—. Qué vergüenza, Jimin. Qué vergüenza…

Decepcionado con el resultado de la conversación y cansado de escuchar el sonido de su voz me conduje directo a casa. Sus palabras se estancaron en mi mente como los sedimentos de un río. Se incrustaron en algún lugar en lo más profundo de mi cráneo y perduraron ahí por horas, por días. No podía sacarlas, ni arrebatármelas. Había insultado a mi esposa y yo no había reaccionado. Me había deshonrado a mí y a mi familia y yo no había hecho más que lloriquear su nombre. Era para mí como un referente, un padre, un hermano. No era de mi sangre ni mucho menos era mi amigo, como me creía, pero me sentía que le debía un respeto y me daba miedo contradecirle.

Cuando regresé a casa me di una ducha caliente, me enfundé en ropa cómoda, me senté en el sofá e intenté deshacerme del murmullo en mi cabeza leyendo, pero tras no conseguir concentrarme, me decidí a hacer la comida antes de que tuviera que ir a buscar a mi hija. Pasada una semana me asignaron un caso en la misma ciudad. Solo tendría que estar un par de horas fuera, solo tenía que seguir a un hombre, hacerle un par de fotos comprometedoras con las que pudieran amenazarle y regresar a casa. No era uno de los casos que me suelen asignar a mí. No era uno de esos trabajos que necesitase de mis habilidades. Era una mera excusa para sacarme de casa.

Aquella noche llegué al despacho de NamJoon con la cámara de fotos y el carrete lleno de fotos de aquel hombre viéndose a escondidas con una chica joven. Sin duda era un hombre casado y ella era la infidelidad. O tal vez, no. No importaba en absoluto, solo querían tenerme entretenido. Cuando le entregué el dispositivo, NamJoon me miró sonriente y aceptó el aparato como los padres que recogen un juguete de sus hijos esperando que estos se vean satisfechos. No miró las fotos, o no al menos en mi presencia. No miró siquiera la cámara. Solo tenía ojos para mi expresión en el rostro, que con los segundos se tornaba nerviosa y confusa. Cuando dejó la cámara a un lado entrelazó sus dedos sobre la madera de la mesa y me miró expectante a que me fuera. Parecía que me tenía una sorpresa y yo estaba dudando de qué sería aquello. Me miraba con la esperanza de verme reaccionar ante algo y yo aun estaba en alerta por cualquier cosa que pudiera saltarme a la cara.

Salí de allí con esa confusión colándose por cada poro de mi piel y el aire del exterior no hizo sino preocuparme más aun. A cada paso que daba me carcomía la ansiedad, el miedo, la intriga. Todo a mí alrededor se sentía como un escenario mal ensayado. Como un decorado mal pintado. Las casas parecían de papel pintado y el cielo, un mero foco de luz negra que no olvida una sola estrella. Las personas parecían mirarme solo a mí, lo cual creo que solo era una impresión mía, de mi enojo contenido, pero parecía que todos recaían en mi presencia y que algo sabían. Algo ocultaban. Había un gran secreto oculto y yo estaba a punto de conocerlo.

Cuando llegué a casa llamé por el nombre del hombre que solía quedarse con mi hija las veces que yo tenía que salir de viaje pero la casa se notaba oscura, demasiado para que nadie hubiera. Era tarde pero el chico nunca se iba a dormir si sabía que iba a regresar en el día. Aun así, encendí las luces del pasillo y entré en el salón esperando encontrarlo tumbado en el sofá. No estaba allí y a mi alrededor se sentía frío, polvo, cerrado, como si no hubiera habido nadie en la casa por horas. No había cena hecha, no olía a comida, y la hora de la cena había pasado apenas una hora. No estaban los juguetes de mi hija esparcidos por el salón ni tampoco su par de zapatos a la entrada. Me abalancé a la puerta de mi cuarto, la más cercana a mí en el momento, y la hallé tan impoluta como siempre. No quería enfrentarme al cuarto de mi hija pero tuve que hacerlo y antes de poder asimilarlo, ya estaba dentro mirando alrededor como la ausencia de su persona reinaba por todo el lugar.

No estaban sus fotos en las mesillas, no estaba su ropa esparcida sobre la cama, ni sus juguetes en los cajones, ni sus zapatos al pie del colchón. No había ni una sola pertenecía de ella a mi alrededor y llegué a cuestionarme seriamente si me estaba invadiendo una horrible pesadilla, si realmente este era el cuarto de mi hija o si, en algún momento, ella existió, porque nada a mi alrededor parecía corroborarlo. Solo su olor. Su olor en el polvo flotando en el aire. Su colonia de manzana reinando el lugar. Invadiéndome. Enloqueciéndome. Estaba por todas partes y me aferré a él para mantenerme en pie y no derrumbarme en aquél instante. No lloré, no grité. No entendía nada de lo que estaba sucediendo pero algo estaba muy claro y era que NamJoon estaba detrás de todo esto. Me limité a salir de casa con rapidez y dirigirme de nuevo a su despacho donde me lo encontraría con el mismo gesto que antes, con las manos entrelazadas entre ellas, aguardando mi regreso.

No llamé a la puerta. No avisé de mi visita. Ni siquiera fue necesario presentarme en recepción. Él me esperaba.

—¿Se puede saber qué es lo que sucede? –Pregunté, no necesitó más.

—Ven, Jimin. Siéntate aquí conmigo. –Señaló la silla delante de él pero yo la cogí y la retiré del medio de un empujón haciéndola volcar al suelo. El se quedó con la mano suspendida unos segundos en el aire señalando la inexistente silla frente a él, suspiró, y lentamente regresó la mano a su lugar, junto a la otra.

—Contéstame porque estoy empezando a ponerme muy nervioso, NamJoon. Exijo saber qué ha pasado con mi hija. –Mi voz sonaba fuerte, autoritaria, como nunca antes la había escuchado, pero estaba a punto de llorar por lo que intenté reprimir las ganas o no me tomaría enserio.

—Seré claro, hemos pensado que es mejor que no tengas distracciones a tu alcance…

—¿Distracciones? –Pregunté aturdido—. ¿Hemos? ¿Quiénes? No me hagas creer a estas alturas que tienes respaldo de nadie.

—Si te sientes mejor así, está bien. Yo, yo he decidido que es mejor así.

—¿Mejor? ¿Cómo? ¿Sin mi hija?

—Sí.

—Mira, está bien. –Respiré—. Ya valió la broma. Ya he escarmentado. Devuélveme a mi hija, es hora de dormir y debe estar preocupada…

—No lo está, no te preocupes. Está en buenas manos. –Sus palabras sonaban solemnes. Me estaba dando a entender que no me hiciera ilusiones dentro de mi inocencia. Que no volvería a verla.

—Namjoon… venga… no me jodas… —Apoyé las manos sobre la madera de la mesa.

—Jimin…

—He trabajado muy duro toda mi vida por ella, no puedes arrebatármela así como así…

—Pues… —pensó—. Creo que lo he hecho.

—¡Namjoon!

—Seguirás cuidando de ella, pero de otra forma. ¿No lo entiendes? Alejándola de ti podrá tener la seguridad, el cariño y la educación que se merece. Ella parece muy lista, me han comentado. Cuando termine la guardería la internaremos en la misma escuela a la que tú acudiste. En estos años hemos comenzado a admitir a mujeres, pero en alas diferentes de la escuela. Ellas son mucho más eficaces que los hombres, ¿sabías? Sus armas de mujer no necesitan cargadores ni balas. –Pensar en la posibilidad de que prostituyesen a mi hija para obtener sus rastreros fines me hizo sentir que todo mi cuerpo hervía. Mis mejillas se caldearon de un segundo a otro y mis manos comenzaron a temblar. Nunca me había sentido tan débil y a la vez, tan lleno de rencor y odio. Era el odio lo que me dominaba cuando me abalancé sobre el escritorio de roble y agarré el cuello de su uniforme. Siempre tan bien planchado, siempre tan impoluto. Lo odiaba.

—¡Devuélveme a mi hija! ¡Maldito psicópata! –Golpeé su mejilla produciendo nada más que un corte sobre su pómulo izquierdo. Cuando me disponía a golpearle de nuevo con más intensidad, unos brazos apresaron los míos y me hicieron bajar del escritorio. Namjoon se había vuelto nervioso y receloso de mi comportamiento. No esperaba que le golpeara pero comprendía que mi enfado era normal. Sin embargo se levantó de su silla, se palpó el pómulo y vio como la sangre manchaba su palma. Como si leyera los restos de esta en su piel, me habló:

—No volverás a ver a tu hija, así que más te vale trabajar duro y con fidelidad para recuperarla. Tendrás que arreglar todo lo que has causado, Park Jimin. –Yo pataleaba mientras me alejaban de la sala pasillo adelante y las manos a mi alrededor eran débiles, podría librarme de ellas en cuanto quisiera, pero yo ya no quería liberarme. No quería golpear a nadie más. Solo deseaba que me dejaran caer al suelo para abrazarme las piernas y llorar como un niño al que le han quitado sus juguetes. Recordaba a Xiumin llorando en el suelo, tan desesperado y con tanto miedo que su propio llanto me acongojaba. Pero yo ya era incapaz de recordarme a mí con valor, sin miedo, con integridad. ¿Dónde había dejado a ese niño? Había muerto en cuanto me vi rodeado de humanidad.

 


Capítulo 19                       Capítulo 21

 Índice de capítulos 

  


Comentarios

Entradas populares