IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 19
CAPÍTULO 19
Jimin
POV:
Después de casarnos LeeSol dejó la casa de sus padres y se vino a vivir conmigo. Normalmente la mujer habría dejado su trabajo para mantenerse con el sueldo del marido pero en nuestro caso hicimos esa excepción al menos hasta que ella tuviera a nuestro primer hijo porque el dinero no nos vendría nada mal y mi sueldo no era muy regular, por lo que preferimos no arriesgarnos. La noche de nuestra boda hicimos el amor por primera vez y fue, francamente, decepcionante. Sé que te reirás cuando leas esto pero no fue cómodo para ninguno de los dos. Ella estaba muy nerviosa y yo solo quería eyacular cuanto antes. El cuerpo me pedía penetrarla pero ella insistía en que no estaba preparada y me acabé corriendo dos veces antes de estar dentro de ella. Ella no sintió placer y yo, bueno. Lo mío fue algo fisiológico. Más necesidad que placer.
Con el tiempo aprendimos a comprendernos y a cuidarnos en la cama. Ambos aprendimos a complacernos y a los cinco meses de estar casados ella se quedó embarazada. Fue en los primeros meses cuando ocurrió algo que ahora me resulta francamente extraño pero que en el momento, no pude comprender que la escena se me repetiría en un futuro. Ambos estábamos regresando un día cualquiera del supermercado. Me preocupaba que fuera sola estando en cinta y siempre que podía, la acompañaba a todas partes. Para entonces ella era más que conocedora de a qué me dedicaba yo, de qué hacía las noches en las que no regresaba a casa y de que cuando regresaba con golpes o arañazos, no había sido algo buscado. Ella lloraba como tú lo hacías cuando me veías aparecer a altas horas de la mañana, ensangrentado. Ella me repetía una y otra vez que sufría por mi culpa pero cuando todo pasaba, se comportaba de nuevo como si nada, siendo consciente de que era lo que nos daba de comer.
Un día cualquiera llegamos a casa con las bolsas de la comida en las manos y a medida que ella colocaba por los estantes y yo sacaba las cosas de las bolsas, me hablaba como habitualmente solía hacer cuando me contaba un chisme cualquiera que hubiera oído por ahí.
—El marido de Youra le ha sido infiel. –Me dijo como si nada y su indiferencia me tomó por sorpresa. La miré frunciendo el ceño dándome la espalda y cuando se giró a mí me miró confuso, como si realmente no tuviera que sorprenderme.
—¿Infiel? ¿Cómo ha sido eso?
—Nunca tiene suerte con los hombres, la chica…
—¿Con quién ha sido?
—Con una de su trabajo, creo. Pero no estoy muy segura. –El señor Kang era piloto de avión, y me lo imaginé con una sexy azafata besándose a escondidas en el cuarto de baño de un avión.
—¿Qué ha hecho Youra?
—Dejarle, por supuesto. –Ella negó con la cabeza y chasqueó la lengua, decepcionada.
—No pareces muy sorprendida… —Le dije.
—Siempre le pasa lo mismo. O le ponen los cuernos o la dejan.
—¿Por qué ocurre eso?
—Yo que sé. –Me miró sonriendo, con esa sonrisa inocente que tanto me hacía sentir débil—. Supongo que no será muy experta en la cama o algo así. –Pensé unos segundos pero no tenía nada más que decir al respecto. Sin embargo ella se quedó pensativa y a los segundos, me miró con una sonrisa pícara y una mirada cómplice. En sus manos tenía un tarro de mermelada de fresa que al parecer había dejado de tener importancia porque se detuvo antes de meterlo en uno de los muebles a su lado—. ¿Tú me pondrías los cuernos, Park Jimin?
Sus palabras en aquél momento me parecieron totalmente novedosas, pero tú, si no recuerdas mal, me preguntaste lo mismo años después, en el mismo lugar, haciendo el mismo trabajo que estaba ella desempeñando. Me lo preguntaste con intención de hacerme sentir desorientado y confuso, como ella pretendía, pero me hiciste pensar que tal vez no me veía como una persona fiel y sincera. Tal vez, sea esto lo que me ha llevado a hacer hoy esta carta, para ser transparente ante alguien por una vez en la vida.
—¿Yo? –Le pregunté aturdido—. Nunca te haría eso…
—Humm… —Pensó con una sonrisa pícara—. Más te vale. –Me advirtió con ojos felinos—. O te quedarás sin tus atributos masculinos. –Con sus dedos hizo un gesto de tijeras cerrándose y yo tragué saliva, nervioso. No se me había pasado por la cabeza jamás serle infiel. Ya te confesé que a veces pensaba en otras personas mientras nos acostábamos pero era solo algo esporádico y con la única intención de eyacular rápido. Nunca se me presentó la oportunidad, pero de haberlo hecho, no te sabría decir si hubiera decido ante ello. Pero ya te he dicho que no me gusta hablar de ucronías. La realidad fue esa. Yo nunca le fui infiel. La respetaba a ella más que a mí mismo y con nuestro hijo en su vientre, no podía perderla.
Sin embargo, la perdí.
Cuando dio a luz estábamos en el hospital central de Pyongyang. Fuera hacía algo de viento y este se colaba por los pasillos del hospital poniéndome la carne de gallina. A lo lejos, podía oír los gritos de mi esposa en el momento del parto. Al parecer, se había complicado la situación y no me habían dejado estar presente durante el alumbramiento, pero esto era mucho peor. La sala de espera estaba vacía y esto la hacía parecer mucho más fría y tétrica. La pintura de las paredes se cuarteaba y se desconchaba en algunos sitios y las sillas de plástico estaban sucias. Todo era demasiado triste, demasiado frío. Cuando el doctor vino a verme, con manos ensangrentadas, me recibió con una media sonrisa y me acompañó hasta la sala en donde mi mujer dormía sedada y en sus brazos reposaba el pequeño bulto que se movía inquieto.
Me acerqué sin miramientos al rostro de mi mujer y besé sus labios, calientes. Después, dirigí mi mirada al pequeño bebé en sus brazos y rodeado de una mantita de color blanco. Era un bebé con las mejillas enrojecidas, pelusa negra en la cabeza y unos ojos tan grandes como los de ella. Me miraba inquieto y, al cogerlo en mis manos, este hizo un puchero adorable.
—Es una niña, enhorabuena. –Me dijo el doctor pero cuando el resto de las enfermeras salieron, me hizo mirarle atentamente—. Señor Park, ha sido un parto muy difícil. Su esposa no ha dilatado lo suficiente pero el bebé quería salir ya, así que hemos tenido que hacerle la cesárea*. –Asiento—. Ha perdido mucha sangre, pero se repondrá en unos días. –Asentí de nuevo y me senté en una silla cercana a la cama de mi esposa y acuné al bebé en mis brazos grabando en mi mente todas y cada una de sus expresiones. Tener el endeble peso y la frágil estructura de su cuerpo en mis manos me hacía sentir muy grande y fuerte en comparación, pero al mismo tiempo, me sentía torpe e inútil, con miedo a dejármelo caer. Ya habíamos hablado de que si era una niña la llamaríamos HyeGun por lo que al nombrarla por su nombre y obtener su ciega mirada, sentí que, por primera vez en toda mi vida, había hecho algo bien. Fue una extraña sensación. Nunca me habían dicho que se podía crear algo tan hermoso. Nunca me habían dicho que un ser despreciable como yo, un asesino y ladrón, podría crear vida.
No puedo decir que me arrepienta de haber tenido una hija, ni tampoco de haber adoptado a YooGeun años después. Ni de haberte amado, ni de haber amado a LeeSol, pero si lo pienso fríamente, creo que la vida de vosotros cuatro habría sido mucho mejor de no haber estado yo en ella. Piénsalo unos segundos. Ella estaría casada con un buen hombre y habría tenido una hija hermosa. Seguiría viva porque su marido habría sabido cuidarla. No se habría despertado de madrugada, con siete meses encima de embarazo y teniendo que curar mis heridas de guerra. Tú habrías seguido trabajando en tu empresa y estarías con un hombre que te amase, que no te abandonase como hice yo y habríais adoptado a un niño como Yoogeun. No tendrías que haber pasado por todo por lo que te he hecho pasar y, créeme, que lo siento, pero me habría encantado no conocerte si con eso hubiera asegurado tu felicidad.
Cuando mi esposa se recuperó y salimos del hospital había perdido mucha fuerza y ya no pensó en reincorporarse al trabajo. Siempre tenía dolores en la cicatriz de la cesárea y acudíamos cada vez con más frecuencia al médico para desinfectar la herida o para comprobar que estaba bien. La infección de esta se extendió hasta su útero. Ella enfermó gravemente y comenzó a sangrar de repente como si le hubiera venido el periodo. Me dijo que era normal que se le adelantase pero después de estar dos semanas sangrando sin cesar acudimos al médico. Para entonces, ya era muy grave. La infección se había colado en su torrente sanguíneo y moriría meses después de una lenta enfermedad destructora y mortal.
Los últimos meses de su vida se los pasó en una camilla de hospital con sedantes y medicamentos para que no sufriera. Su tez había palidecido y sus fuerzas mermaban cada día. Lo más doloroso fue ver que ni siquiera podía sostener a su hija en sus brazos con nueve meses de vida. La miraba con curiosidad, y a veces, sonreía con enérgica ilusión. Sus manos tenían mucha fuerza y agarraban mis dedos con violencia. Me dolía que mi esposa no pudiera verla crecer. Me enfadaba que se marchara y me dejara a mí al cargo de ella. Me molestaba que cada vez que se despedía de mí me mirase con miedo de que fuera la última vez. Pero nunca lo era.
Un día, sí lo fue y ella lo sabía. A veces, las personas sabemos ver venir nuestra propia muerte, como si apareciera ante nosotros con ojos tristes y nos dijera: “despídete, nos vamos en unos minutos”. Es algo maravilloso que a mi aún no me ha sucedido y no me daré el tiempo de ver a esa fulana que tantas vidas me ha arrebatado. No.
Mi esposa me hizo llamar y me levanté de la silla en la que estaba postrado y me hizo dale a la niña que aunque no pudiera sostenerla, solo acariciarla le era suficiente. Me besó en los labios y me dijo que me amaba y que sentía todo el dolor que me estaba haciendo. Me obligó a cuidar bien de nuestra hija y a cuidarme yo también. Sus ojos estaban perdiendo vida a cada segundo, yo podía sentirlo y no dejé que mi hija la mirara de esa forma tan degradada. A los minutos, su corazón entró en parada y ya no pudieron reanimarla. Cuando certificaron la muerte cogí a mi hija en brazos que se veía levemente entristecida, como si supiera lo que estaba pasando a su alrededor, y me encaminé por los pasillos de regreso a casa. Ella se abrazó a mi cuello y yo la cubrí con una mantita de algodón rosa. Comencé a cantar sin darme cuenta la canción que solía cantarle cada noche antes de dormir, solo necesitado de una voz que llenara el silencio. Una canción que con el tiempo fui modificando y alargando para que perdurara por más tiempo en mi memoria.
Mírame. Y después cierra tus ojos.
Prometo estar aquí cuando despiertes.
Y también si sueñas pesadillas.
Mírame, y cierra tus ojos
Porque ahora ya puedes confiar en mí.
Solo llámame y cuidaré de ti,
Abrázame y no me iré jamás
Porque no eres la única que necesita de
amor.
Mírame, y sonríeme feliz
Prometo amarte el resto de mi vida.
Y también si no estamos juntos.
Mírame, y sonríe feliz
Porque ya estoy aquí
Solo háblame y te responderé con ternura,
Quiéreme y no me iré jamás
Porque no eres la única que necesita paz.
Mírame, confía en mí.
Prometo estar aquí cuando despiertes.
Y también mientras duermas.
Mírame y cierra tus ojos
Porque es hora de dormir ya.
Solo déjate acunar por mis brazos,
Duérmete, no me iré jamás.
Porque no eres la única que quiere descansar
———.———
Cesárea: Operación quirúrgica que consiste en extraer el feto del vientre de la madre mediante una incisión en la pared abdominal y uterina y evitar el parto.
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