IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 18
CAPÍTULO 18
Jimin
POV:
Un año después, tal vez algo menos, volvieron a encomendarme otra misión al extranjero, esta vez a San Petersburgo*. De nuevo una llamada al teléfono, asisto al despacho de NamJoon y una segunda persona aguarda mi presencia. Esta vez, nada más sentarme en la silla a su lado, todo mi estómago da un vuelco por poder reconocer a la persona a mi lado. El chico aquel que un día estaba siendo azotado con una fusta, el que me azotó a mí tiempo después. Recuerdo su mirada cariñosa pero la fuerza de sus manos contrarrestando cualquier signo de humanidad. Me senté un poco tembloroso y NamJoon me extendió un sobre con un billete de avión. Las mismas normas. Yo era norcoreano para los que me fueran a llevar pero no para los residentes en Rusia. La cabeza me daba vueltas, no podía estar atento a sus palabras hasta que no me presentase al hombre a mi lado.
—Oh, se me olvidaba. Este es Kim Seok Jin. –De nuevo esa extraña sensación de poner nombre a un rostro al que yo ya le había adjudicado un apelativo. Me giré a él y me extendió la mano con total confianza. Ya no vi en él a aquella persona bajo la opresión de ser el verdugo de manera obligada. Se veía desenvuelto y natural. Mucho más amable de lo que me habría imaginado.
—Soy Park Jimin. –Le dije pero él asintió con el rostro, confiado.
—Sí, ya lo sé. –Pensé que me estaba reconociendo, pero en realidad, no—. El valiente que salvó a uno de nuestros compatriotas. Muchos en tu lugar le habrían dejado allí tirado. Mi hermana dice que eres todo un héroe. Yo solo creo que eres un patriota. –Fruncí el ceño. Yo no tenía amigos ni familiares. Me pasaba el día en mi casa a excepción de las misiones a las que me encomendaban, por lo que no podía saber nada de lo que la gente hablaba, de lo que la gente pensaba. Me había acostumbrado muy rápido a vivir en una burbuja donde asimilar mis propias emociones y se me olvidaba que el mundo continuaba, en el exterior. Miré a NamJoon buscando una respuesta a sus palabras.
—No te hagas el humilde, Jimin, todos ya saben quién eres. –Fruncí aún más el ceño—. Uno de los mejores militantes en nuestras filas. –Suspiré. ¿Qué diablos?
—Yo no hice nada. –Afirmé—. Solo cumplí con mi deber…
—¡Eso es tan difícil de conseguir hoy día…! –Se lamentó Namjoon—. Un buen trabajador es como una perla en el mar, hay que nadar muy profundo y arrancarla de las manos de su madre para poder conseguirla. –Mi corazón dio un vuelco. Me hizo acordar de mi madre haciéndome perder completamente el interés por mi nueva y poco merecida fama. Me limité a interesarme por la investigación y cuando estuvo todo planificado, me fui de regreso a mi casa.
El día en el que salía el vuelo me reuní con Jin en el aeropuerto y ambos cogimos el único avión que salía para Moscú en dos semanas. La mayoría de las personas en el avión eran turistas, periodistas y algún que otro empresario, como nosotros. Aquél día me tocaba hacer de empresario y me puse mi mejor traje portando otros tantos en la maleta. También llevé mi pequeño botiquín privado y esta vez no se me olvido coger alcohol. Durante las eternas horas en el vuelo Jin y yo hablábamos con frecuencia de temas banales que me mostraron que no era más que un hombre más. Lo había idealizado demasiado durante mi infancia, y que tuviese una fusta en la mano no me ayudó a verlo con buenos ojos, pero un día murió por ti, mi amor. Le debo la vida.
—Esta comida no es tan mala como te la pintan. –Me dijo mientras partía un filete de lomo adobado que le habían servido en un plato. Yo preferí comer salmón.
—¿Recuerdas cuando estudiabas en la escuela de entrenamiento militar? –Pregunté de la nada y él me miró curioso a la par que preocupado. Frunció los labios y asintió.
—Claro… ¿por qué?
—Yo era el niño aquel que un día, mientras NamJoon te estaba golpeando, apareció por la puerta a curiosear. –Le costó recordar aquello, como si no hubiera sido solo una vez en la que NamJoon le hubiese golpeado y me estremecí ante esa imagen de su rostro, pensativo. Al final, calló en la cuenta y cuando se acordó de aquel niño cachetón y de ojos oscuros, me miró, sorprendido.
—¿De veras? ¡Vaya! Es toda una sorpresa. –Puso su mano sobre la mía en la bandeja de comida y yo me estremecí, pero me gustó el contacto—. Siento mucho que tuvieras que ver eso… a veces es difícil acatar las órdenes que te mandan…
—Sí, lo entiendo, no tienes porqué disculparte. Es normal.
—Supongo…
—También soy el niño al que golpeaste una vez. –Me volvió a mirar de esa forma. Si de algo estaba seguro era de que no solo me había golpeado a mí y a Xiumin—. El chico que disparó a otro de su clase en las prácticas de tiro. –Dije y pareció acordarse. Me miró distante, frío, temeroso.
—Vaya si me acuerdo de eso… —Dijo volviendo a comer ahora sí que extrañaba que me acariciara la mano como disculpa—. No soltaste un solo gemido. –Yo no lo recordaba así pero puede que tuviera razón—. Aguantaste como un hombre, eres valiente, chico.
—Gracias. Pero era mi deber. Acatar mi castigo.
—Así se habla. Y míranos ahora, de camino a Moscú. –Asentí. Cuando la conversación terminó me sentí aliviado. Necesitaba que supiera quien era. No podía dejar ese abismo entre nosotros sin cimentar.
Cuando llegamos a Moscú alquilamos un coche y nos fuimos a San Petersburgo. Aquél día nos alojamos en un pequeño motel que incluso de precio más económico que en el que estuve en Pekín, tenia camas confortables y una agradable habitación con vistas a una plaza céntrica. No daré muchos detalles sobre la misión porque no fue nada del otro mundo. Nos reunimos con unos aliados allí y les sonsacamos información importante. No hubo muertos de por medio, hicimos algo de turismo por la zona y en el siguiente vuelo regresamos a nuestro país. Dos semanas son mucho tiempo, el suficiente como para que Jin y yo nos hiciéramos amigos y nos viésemos más a menudo una vez volvimos. De vez en cuando venía a buscarme a casa y otras le dejaba entrar, tomándonos unos refrescos mientras hablábamos. Era agradable sentir que tenía a alguien que no dependía directamente de mí. Una segunda persona con una vida propia, pero con lazos comunes a mí. Mi primer amigo de verdad.
…
Quiero remontarme un poco más adelante en el tiempo. Unos meses después de volver de San Petersburgo. Era un jueves a las seis de la tarde. Recuerdo estar en casa y ser consciente de que necesitaba hacer la compra. Supongo que ya sabes a dónde quiero llegar, y que tal vez te saltes esta parte de la historia porque no te interese lo más mínimo cómo conocí a mi esposa, pero para mí es importante. Ella me ha dado unos años muy felices, y a mi hija. Ella es casi tan importante como lo eres para mí. Por ella maté para darle de comer, por ti, hoy muero.
Recuerdo la musiquilla de fondo mientras caminaba por los pasillos de la tienda. Me había acostumbrado a ir a esa tienda a comprar porque era uno de los mejores supermercados de la zona por sus precios económicos y por la cantidad de cosas que había. También es que estaba cerca de casa y no me solía gustar salir demasiado. Mis pasos estaban acompasados por el pequeño carrito en mis manos. Hacía un gracioso traqueteo por el caminar de las baldosas en el suelo. Mis ojos viajaban a todas partes buscando entre los estantes cualquier cosa que necesitase. A veces me permitía pequeños caprichos como helado o algo de chocolate, pero por lo general solía administrar bien mi dinero y comprar solo lo imprescindible. Me acostumbré a comer carnes baratas, y a acompañar la mayoría de las comidas con arroz para saciar el estómago con un alimento barato. No me entiendas mal, me sobraba el dinero para alimentarme dignamente, solo estaba ahorrando para el futuro. Para un futuro que se me planteaba mucho más cercano de lo que me esperaba.
Una chica de pelo ondulado y castaño se interpuso en mi camino sin querer. Me distraje mirando por los estantes y la empujé sin querer con el carro. Nada más que un gesto leve que le hizo dar un respingo y mirarme sorprendida. Yo la miré preocupado y me incliné de inmediato disculpándome con vergüenza.
—¡Disculpa! ¡Discúlpame! –Dije mientras me acercaba a ella para observar mejor que estaba en buen estado. En sus manos portaba una lista de precios que iba colocando en las estanterías bajo los productos. Ella me miró de arriba abajo sonriente al principio también avergonzada por los sucedido, pero después, su sonrisa se borró poco a poco mientras fruncía su ceño, algo confusa—. ¿Estás bien? –Le pregunté.
—Sí. –Me contestó con una voz dulce, divertida.
—Lo siento de veras, estaba distraído. Lo siento, muchísimo.
—No tienes de qué preocuparte. –Asentí y volví a coger el carro para reconducirlo por el camino sin volver a molestarla pero ella me siguió con la mirada, con una expresión confusa. Cuando me estaba alejando, habló—. ¿Jimin? ¿Park Jimin? –Preguntó ella con una voz inquietante. Me giré nervioso pero su expresión pareció aclararse con una segunda mirada a mis facciones y sonrió, satisfecha. Yo asentí pero ella no necesitaba confirmación—. ¡Eres tú! –Dijo—. El chico con el que ha viajado mi hermano. –Fruncí el ceño y miré su nombre en la tarjetita que portaba sobre su pecho: Kim Youra.
—¿Eres la hermana de Kim SeokJin? –Ella asintió y se inclinó a mí varias veces seguidas, con las mejillas encendidas y los labios en una sonrisa intimidatoria. Yo me sentí levemente avergonzado pero para mí Jin era como un hermano ya, y ella, por consiguiente, sería mi nueva amiga—. Déjame presentarme formalmente, soy Park Jimin.
—Sí, lo sé. No hace falta. ¡Oh! No sabes cuánto tiempo hace que quería conocerte. Mi hermano te tiene en gran estima y al parecer solo te quiere para ti porque no nos ha presentado aún. –Yo sonreí.
—Siempre hemos hablado de ello pero no ha surgido la ocasión, no le culpes. –Asintió. Sus manos vinieron a mi sin permiso y posó ambas dos sobre una de las mías apoyada en el asa del carro y yo me contuve para no retirara de ahí.
—Es un placer conocerte, de veras. ¡Dicen que salvaste a un hombre en Pekín! Debió ser horrible. –Asentí.
—Fue horrible, pero no debería hablar de ello…
—¡Oh! Claro… no te preocupes. Le diré a mi hermano que la próxima vez que…
—¡Youra! –Gritó una voz femenina tras ella. Una voz dulce, acaramelada, melosa, pero autoritaria. Me hizo dar un respingo y quité mi mano de debajo de las de Youra, con miedo. Miré tras ella y descubrí a una chica con el pelo negro, recogido en un moño sobre la nuca y con dos mechones cayendo a cada lado de su rostro. Tenía dos hermosos pendientes de plata en sus dos hermosa orejas. De una estatura parecida a la de Youra y con una expresión enfadada en el rostro—. ¿Qué haces aun colocando los precios? Deberías estar atendiendo a las cajas…
—Lo siento LeeSol Unnie… —Youra se despidió de mí agitando la mano y salió corriendo en la dirección contraria a la que yo iba, tras la chica que le había reprendido. Esta se me quedó mirando unos segundos curiosa por saber a qué vino entretener a una empelada, pero después, me sonrió tan dulcemente que quedé prendado. Sus ojos desaparecieron, sus finos labios también en una sonrisa de dientes blancos. Sus mejillas se colorearon y después de eso, desapareció en la misma dirección en la que lo hizo Youra.
Yo seguí haciendo la compra, pero ya no me podía sacar su rostro de la cabeza.
Quiero ahorrarte los detalles, amor, de este tipo de cosas porque sé que no te agrada que hable de ella ni tampoco que dé detalles de mis sentimientos, pero tienes que entender que ella era una mujer hermosa y yo un hombre de mente cerrada. No veía más allá de la ilusión de formar una familia y ella era, en mi opinión, un buen partido. No puedo decirte que si ella no hubiera estado yo no me habría fijado en otra mujer, y de haber sido tú mi compañero en la escuela, no te habría amado tanto como lo hago hoy, pero no me gusta abocarme a ucronías* sin sentido. La realidad es esta, yo me prendé de ella y desde aquél día solo pensaba en ir a comprar son la excusa de verla, de hablar con ella. Me amisté con Youra solo por el acercamiento que esta me proporcionaba.
Un día de primavera poco después me atreví a pedirle una cita y Youra y su respectiva pareja nos acompañaron. Yo era demasiado vergonzoso como para quedarme a solas con ella y ella, lo era para estar conmigo. Lo que más recuerdo de aquella cita fueron sus pendientes de perlas falsas que le hacían unas orejas preciosas. El novio de Youra era un hombre varios años mayor que ella y, aunque siempre a su lado, no le prestaba demasiada atención.
Un año después le pedí en matrimonio y ella aceptó ilusionada mientras lloraba apoyada en mi hombro. Que hubiera aceptado me hizo el hombre más feliz del mundo y en nuestra boda, una al estilo tradicional y gracias al dinero que sus padres nos prestaron, pudimos invitar a sus familiares, a nuestros amigos, y como no, invité a NamJoon que asistió de traje negro, con corbata y tremendamente elegante. La ceremonia fue todo lo que había soñado desde que la conocía y todo lo que me hubiera gustado que tú y yo hubiéramos tenido, pero tuvimos que contenernos, no teníamos la posibilidad, el presupuesto ni tampoco el ánimo después de dejarlo todo atrás. Declararnos esposos fue suficiente, y eso vale mucho más que cualquier festín que hubiéramos podido preparar. Para mí, estar con ella era como un sueño cumplido. Estar contigo era el principio de una hermosa historia de futuro. Ella era el fin y tú el medio para la felicidad.
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San Petersburgo: (en ruso, Санкт—Петербург /sankt pʲɪtʲɪrˈburk/ Sankt—Peterburg) es la segunda ciudad más poblada de Rusia, con 5.026.000 habitantes (2013) y un área metropolitana de 5,85 millones. Está situada en la Región de Leningrado, nombre que compartía con la ciudad durante la época soviética (1924—1991). Los otros nombres de la ciudad fueron Petrogrado(en ruso, Петроград, Petrograd; del 31 de agosto de 1914 hasta el 24 de enero de 1924) y Leningrado (en ruso, Ленинград, Leningrad; después de la muerte de Lenin, el 24 de enero de 1924 hasta el 6 de septiembre de 1991). Conocida también como la “Venecia del Norte”, debido a sus más de 400 puentes que atraviesan a los numerosos canales que por ella pasan.
Ucronía: Reconstrucción histórica construida lógicamente que se basa en hechos posibles pero que no ha sucedido realmente.
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