IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 17
CAPÍTULO 17
Jimin
POV:
El camino hasta llegar a Pekín al fin fue casi tan largo como hasta Jinzhou. Me sorprendió la capacidad de aguante de Baekhyun y su atención al volante. Algo me dijo que ya antes había hecho este recorrido solo y al volante. Lo cual me parecía toda una prueba de superación porque fueron más de doce horas al volante. Bien administradas y con los descansos pertinentes era una prueba de resistencia digna de un buen militar. Durante el trayecto estuvo hablándome de vez en cuando para estar atento y no desfallecer.
A grandes rasgos me habló de su familia. De que su padre era enfermero en un hospital en Pyongyang y que su madre dejó el trabajo de azafata en la compañía del país cuando se quedó embarazada de su hermano mayor. Con el sueldo de su padre podía sostenerse la economía del hogar y eso era suficiente. Me dijo que eran tres hermanos. Su hermano mayor trabajaba como camarero en un restaurante, y su hermana menor como policía. Era una de esas mujeres que, vestida con el traje azul oscuro y blanco, conducía el tráfico con movimientos robóticos y con apariencia artificial. Siempre me gustaron esas mujeres tan antinaturales que parecían no tener sentimientos. Baekhyun se rió de mi comentario y dijo que prometería presentármela.
Paramos en Qinhuangdao cuando el sol comenzaba a ponerse por el horizonte. Serían las ocho y media de la tarde y el sol ya comenzaba su descenso como un kamikaze sobre un navío enemigo. Paramos para estirar las piernas y entramos en la gasolinera para repostar. Baekhyun repostaba y yo entré dentro de la tienda para comprar algo de comida porque ambos habíamos vuelto a sentir hambre, o tal vez la falta de no poder hacer nada nos había incitado a alimentarnos para así pasar el tiempo más rápido. Compré unas cuantas bolsas de patatas fritas, un par de refrescos de cola barata, algunas gominolas y un pastelito de chocolate. Cuando me vio aparecer con la bolsa de comida me miró al principio asombrado pero después, hambriento y quiso retomar la marcha cuanto antes para comer, pero no fue hasta que no se terminó un cigarro que no lo hicimos.
Una vez en el coche le dejé una de las botellas de refresco a su lado y la otra me la puse entre las piernas mientras la bolsa de comida la dejé en el suelo. Abrí una de las bolsas de patatas y nada más que el olor a aceite se extendió por todo el coche él abrió la boca esperando a que yo le diese una patata. Lo hice y me sonrió agradecido. La compañía era tan agradable que a veces, en pequeños e imperceptibles momentos, se me olvidaba porqué estábamos en dirección a Pekín. Pero sonará extraño, me gustaba esa sensación. Nunca antes la había sentido. Salir de lo establecido, de mi obligación. Saltarme las normas. No volvería a sentir lo mismo hasta no conocerte, mi amor.
—¿Qué opina tu esposa en respecto a que fumes? –Le pregunté. Él se encogió de hombros.
—No dice nada. A veces, incluso ella fuma. –Abrí los ojos, sorprendido.
—¿De veras? Vaya… yo nunca podría estar con nadie que fumase. –Lo siento, mi amor.
—¿Y eso?
—No lo sé, supongo que debe ser una persona sana en todos los aspectos. –Él asintió, comprendiendo mi punto de vista pero sin compartirlo.
—¿Incluso con salud mental? –Preguntó riéndose.
—Por supuesto.
—Nadie está del todo sano mentalmente. –Dijo serio. No quise continuar con la conversación. El no hizo esfuerzo tampoco. Seguí dándole patatas.
Cuando llegamos, tras varias horas más de viaje, a Pekín, los edificios me golpearon de lleno. Tendrías que haber visto aquello, Jeon. Era como el cielo con el infiero, en uno. Modernidad, y tradición, luz y oscuridad. Todo en una orgía de ruido y desenfreno que me dejó inconsciente. Es cierto que por entonces no estaban aun los edificios emblemáticos que conocemos ahora del skyline de Pekín, pero aun así era abrumador e imponente. Era… no tengo aun hoy día palabras. Fue la primera ciudad que vi de esas características, y cuando años después fui a Nueva York, me golpeó la misma sensación pero la primera fue realmente demoledora. Caí a los pies de esa ciudad, me postré con diligencia. Tenía lo mejor de los dos mundos. Lo que después vería en Tokio.
Estuvimos como una media hora de calle en calle, en medio de un tráfico abrumador, en medio de un remolino de luces que a cada una me excitaba más que la anterior. Sonidos, gritos, risas, pitidos, el sonido del motor de los coches, la violencia de las personas al caminar, su ilusión, su música. Fueras donde fueras dentro de la ciudad, solo veías ánimo y diversión. China estaba en pleno auge antes del aire contaminado, antes de que la última gota del capitalismo la sometiera. Seguía siendo China, sin más.
Cuando llegamos a un aparcamiento subterráneo dejamos allí el coche e imitando los gestos de Baekhyun cogí una de las dos pistolas de la guantera y me la metí en la cintura del pantalón tapándola con mi sudadera sobre mi cuerpo. Doy gracias a Dios que la sudadera era una talla mayor y ocultaba a la perfección su forma. Baekhyun por el contrario se vio obligado a escondérsela en la espalda y a ponerse el abrigo. Cogimos nuestras bolsas de viaje del maletero y candamos el coche para salir a la superficie. El barullo así, como una hormiga más dentro del revuelo de personas, era cien veces mayor. Eran casi las once y media de la noche y la gente parecía no tener pensado irse a dormir. La ciudad volvía a nacer junto con las luces en un nuevo día.
Ambos dos estábamos cansados ya de tanto viaje y el cuerpo nos dolía, estábamos agotados y solo pensábamos en dormir. Fuimos a un comercio veinticuatro horas dado que los restaurantes estarían cerrados, compramos dos botes de fideos instantáneos y con una máquina para el agua caliente los hicimos en el momento y los consumimos de camino al motel en el que nos alojaríamos. Era un motel modesto, pero el presupuesto era muy agradecido y nos dieron una habitación en el momento. Viendo nuestras escasas pertenencias nos tomaron por turistas de paso y al decirles de una habitación para la noche y que la abandonaríamos después de desayunar, no tuvieron duda alguna. Para registrarnos nos pidieron los DNIs y he de reconocer que mi mano comenzó a sudar cuando le entregué el mío. Apenas lo miraron y nos concedieron la habitación. Solo cuando llegamos pude volver a respirar con normalidad.
Era una habitación de corte tradicional, con puertas corredizas y sin camas. Había dos tatamis de tela roja y blanca en el suelo enrollados y con unos almohadones a su lado. Una pequeña televisión sobre un mueble, un cuarto de baño y una pequeña cocina. Algo básico. Apenas usamos nada. En cuanto dejamos nuestras cosas en el suelo nos turnamos para ir al baño a ducharnos después del largo viaje y cambiarnos de ropa para dormir. Cada uno se extendió su tatami y nos dormimos al instante. La única salida al exterior a parte de la puerta era un pequeño balcón que mostraba la gran inmensidad de Pekín. Las luces se colaban por cada rincón de la habitación pero yo apenas fui consciente de ellas, me dormí nada más apoyar la cabeza en la almohada.
…
Desperté por el sonido de la voz de Baekhyun y su mano zarandeando ligeramente mi hombro. Sentía el cuerpo adormecido y entumecido. Dolorido por el recorrido, cansado por el mal suelo. Dormir en un tatami no era lo mío y al levantarme me crujieron todos los huesos. Al ver que estaba apenas amaneciendo me hizo caer de nuevo sobre las mantas pero él me movió la cadera con su pie desnudo sobre mí.
—Vamos, remolón, hay que cumplir nuestro mandato. Tenemos que conducir un poco al norte.
—Hum. –Me quejé, me cubrí con la manta y me estiré bajo ellas sacando mis manitas por encima y mis pies por debajo. Escuché su risa conducirse al baño y la puerta cerrarse tras él. Cuando me incorporé, miré fuera. La luz entraba sigilosamente y el olor de una ciudad desconocida me saludaba con dulzura. Me levanté sintiendo mis piernas frágiles y comencé a hacer estiramientos sobre el tatami para desentumecerme hasta que pudiera entrar en el baño. Miré la hora en un reloj de pared y eran las seis y media de la mañana. Puse la televisión solo por curiosidad y un telediario en idioma chino me sorprendió y me quedé mirándolo sin entender nada en absoluto. Fruncí los labios disgustado y lo quité para rebuscar en la bolsa de gominolas algo que llevarme a los labios.
Después de que pude entrar en el baño me aseé, me cambié de ropa poniéndome algo similar a lo que traía puesto el día anterior y observé que Baekhyun había pensado en lo mismo que yo. Camisa gris y pantalones negros. Sus zapatos eran los mismos que los del día anterior. Salimos del motel ya con la habitación pagada y rápido volvimos a apearnos a la carretera hacia el norte. Dieron las siete cuando Baekhyun detuvo el coche frente a un chalet de estilo occidental, construido sobre una cuesta como estaban otras casas similares. Subimos las ventanillas y nos quedamos en silencio durante al menos veinte minutos observando la casa. En susurros, él me hablaba.
—Esta es la casa en la que tenemos que entrar. –Asentí aunque a esa conclusión yo ya había llegado. Nuestro coche no suponía una llamada de atención porque a nuestro alrededor había coches similares y no uno ni dos, bastantes. Estábamos aparcados en la acera de enfrente al chatel entre coche y coche. No éramos llamativos—. Los propietarios saldrán en un par de minutos, tengo entendido. Tienen una reunión con un importante empresario de armamentística norteamericano. Han quedado para negociar.
—¿Sobre la información que nosotros tenemos que rescatar? –Baekhyun asintió—. Pero… ¿no se llevarán la información con ellos?
—No, es demasiado peligroso. ¿Entiendes? –Asentí—. Si se la llevan, corren el riesgo de que se la roben. Los americanos saben a lo que vienen, pueden sufrir una emboscada. –Mientras lo decía, dos personas salieron de la casa, dos hombres de edad media, trajeados y con dos maletines en sus manos. Sus apariencias eran como las de cualquier otro ciudadano de esta ciudad que se dispone a ir a trabajo. Es la hora de trabajar, son las apariencias de un trabajador. Sin embargo, nosotros sabemos que son traficantes de información internacional. Nos quedamos quietos como estatuas mientras mirabamos como los hombres se metían en un coche aparcado a la entrada, un deportivo BMW* negro, y subieron la cuesta arriba hasta perderse por una esquina a la derecha. Tuvimos que esperar por precaución al menos cinco minutos y entonces, salimos del coche con las pistolas en nuestras cinturas.
Recuerdo el subidón de adrenalina que me invadió entonces. Fue como una descarga de realidad instantánea. Al acercarnos a la puerta obviamente estaba cerrada pero tanto él como yo sabíamos forzar puertas. Estábamos enseñados a ellos. Él probó suerte primero pero solo yo lo conseguí un minuto después. Con unos ganchos especializados que guardaba él en sus bolsillos. Entramos y cerramos detrás de nosotros. Él sabía a dónde se dirigía y desembocamos en un despacho que estaba amueblado como tal. Estanterías a ambos lados de un escritorio y un único cuadro en toda la sala. Era un cuadro de pintura abstracta, feo para mi gusto pero con una belleza escondida. Escondido detrás, literalmente al retirarlo nos dimos cuenta de que escondía la caja fuerte que buscábamos.
También la forzamos y estábamos a punto de salir de la habitación con el sobre que necesitábamos de las manos cuando miré sin querer hacia la puerta, pues algo había llamado mi atención. Una sombra se movió por el umbral reflejándose en el suelo. Alguien había al otro lado escondido y sin duda, aguardando el momento para cazarnos con las manos sobre la masa. Mi único impulso fue simple, caminé hasta Baekhyun y rodeé su cintura con mis manos, alejándole de toda posibilidad de ser alcanzado por un disparo. Ante mi rápido movimiento los dos hombres escondidos salieron de las sombras disparándonos como pudieron. Yo caí al suelo con Baekhyun a mi lado y nos escondimos tras el escritorio. Comenzó un ferviente tiroteo. Yo disparaba casi sin apuntar, excitado y aterrorizado. Baekhyun tirado a mi lado hacía todo lo que podía por proteger la información tras él y disparar a la vez. Uno de los hombres cayó al suelo y el otro no tardó en hacerlo. Me levanté inmediatamente para rematarlos pero antes de llegar a los cadáveres ya inertes en el suelo, Baekhyun me llamó.
—Jimin… Jiminie ven aquí… —No se había levantado del suelo tras el escritorio y mientras con una mano me extendía el sobre, con la otra se sujetaba un punto en su vientre. A la izquierda. De entre sus dedos salía un poco de sangre, una fina línea que contrastaba con el dulce y acaramelado color de sus dedos temblorosos. Si antes casi me daba un infarto puedo jurar que en aquél momento el corazón se me salía por la boca. Era una sensación tan extraña que incluso me hace mal recordarla, y más aun, describirla. El dolor físico es una cosa, ver como un amigo se muere delante de ti con toda la responsabilidad que soportábamos sobre los hombros, era otra muy diferente. No debíamos dejar huellas en el lugar del crimen, por eso nos habíamos puesto guantes. Pero él estaba sangrando y eso sería peligroso.
Me guardé el sobre de la documentación en la línea del pantalón sobre mi cintura junto con la pistola y la suya propia. Le quité el abrigo y comprobé que la herida de bala habría atravesado su cintura en la parte izquierda, sobre la cadera. Con suerte no habría dañado ningún órgano interno. Pero lo principal era salir de allí cuanto antes. Él me pidió dejarle, pero ni yo quería correr ese riesgo ni me daba la gana dejarle ahí a que se desangrara.
Le ayudé a incorporarse y limpié las dos gotas de sangre que cayeron en el suelo. Doy gracias a Dios que no era suelo de madera sino de baldosas y se limpió fácil. Salimos de allí y una vez en el coche le dejé cómodamente sobre el asiento del copiloto y yo me monté con ferocidad sobre el volante. Me deshice de las pistolas y la información en los asientos de atrás y conduje rápido fuera de aquella calle. Necesitaba alejarnos cuanto antes y en cuanto tuviera la menor oportunidad, parar en medio de la nada para intentar taponar los orificios.
—Ha sido culpa mía. –Fui quejándome mientras cogía una carretera principal a toda velocidad.
—No digas eso. –Me decía, con voz tranquila. Él parecía estar más sosegado que yo aunque sus manos temblorosas decían todo lo contrario.
—No tenía que haberte tirado al suelo, sino haberme interpuesto. Perdóname. –No me contestó, no quería gastar fuerzas en recriminarme nada. Cuando salimos del centro de la ciudad me detuve en una salida al lado de la carretera y detuve el coche para salir y rebuscar en mi bolsa de viaje el pequeño estuche que había cogido con un poco de vendas y tiritas. No metí alcohol. Me lamenté por ello todo el camino.
Cuando entré de nuevo en el coche le ayudé a desvestirse y vi que la sangre corría en abundancia. Hice dos pequeños taponcitos con las vendas y los metí en los orificios, tanto en la parte delantera como en la trasera. Después puse más gasas encima y después, unas tiritas para que no se despegaran. Hice lo mismo en la parte de atrás y antes de terminar me señaló su brazo izquierdo, donde tenía otra herida. Esta, aún con la bala dentro. Recuerdo morderme los labios impaciente, nervioso, preocupado y saturado por la situación.
—Tenemos que sacarte la bala. –Pensé en la pequeña navaja que había dejado en casa la cual me supuse que no necesitaría, pero me habría venido bien—. Pero no sé cómo. –Él no dijo nada, intentaba no quejarse por el dolor—. La bala hará de tapón mientras…
—Tenemos que salir de Pekín. –Me dijo con gesto pálido—. Tenemos que irnos antes de que la policía nos persiga. Un tiroteo no queda en balde. –Asentí y tras vendarle el brazo alrededor me puse de nuevo al volante y salí de allí todo lo rápido que el coche me permitía. Me metí por la Autopista de Jinshen que nos condujo directos a Qinhuangdao y tras tres horas y media de eterno viaje a la mayor velocidad permitida me paré en la primera gasolinera que encontramos. Reposté a toda prisa y entré a rebuscar más gasas, algodón, esparadrapo y una pequeña navaja con el logotipo de una empresa de ebanistería. Cuando quise buscar alcohol etílico me vi en la sorpresa de que no tenían y me vi obligado a comprar dos botellitas de licor de arroz. También agua y un par de Coca—Colas. Las necesitaría para aguantar todo el camino.
—Ya estoy de vuelta. –Le dije y conduje el coche a la parte trasera entre unos contenedores, salí del coche hacia su puerta y abrí reclinando su asiento para que estuviera más cómodo. Retirándole la camisa le descubrí el vientre un poco ensangrentado. Eran mis huellas en su piel y era una imagen muy antinatural. Le retiré las vendas superficiales y las cambié por otras limpias. No toqué las que estaban en contacto directo con la piel para que la sangre coagulara más fácilmente. Él de vez en cuando fruncía el ceño entre quejidos, o llevaba una mano a mi muñeca para detenerme, pero sabía que era necesario que continuara.
Lo peor vino cuando tuve que sacar la bala de su brazo para que la herida no se infectara y, en el peor de los casos, perdiera el brazo. Recuerdo verle morderse su puño cerrado mientras yo destapé el agujero sangrante y bañé en alcohol la navaja. Al introducirla en el orificio él comenzó a gemir llorando y yo mordía mi labio inferior con fuerza haciendo tolo lo posible por no escucharle o me detendría. Comenzó a sollozar y cuando conseguí tocar la bala con el filo, su llanto aumentó. La extraje tras unos largos cinco minutos y le había hecho perder más sangre. No demasiada, más me preocupaban los otros dos orificios en su cuerpo, pero me negué a que uno más le ayudase a desangrarse. Le pedí que no gritara y él frunció el ceño justo antes de que y vertiera el resto de la botellita de alcohol sobre su herida. Gritó, pero no tanto como habría hecho yo.
Taponé su herida, vendé todo su brazo alrededor y le di la otra botella de licor para que se la bebiera y le adormeciera levemente el dolor. También le di una pastilla y se la tragó más rápido de lo que le había visto a nadie antes. Ni siquiera me lavé la sangre de la ropa y las manos. No teníamos tiempo. Me senté de nuevo en el sitio del conductor y dejé mis huellas manchadas de sangre por todos lados. Yo ya no podía pensar en nada y nos conduje de nuevo a través de la ciudad para volver a nuestro país.
No paré una sola vez ni siquiera para orinar, ni para tomar el aire. Sorprendentemente mi cuerpo no estaba entumecido y yo no necesitaba nada más que mirar fijo a la carretera. La excitación y la exaltación me habían hecho perder cualquier rastro de humanidad o funciones biológicas. No tenía hambre, no tenía sueño ni cansancio. Baekhyun a mi lado de vez en cuando cabeceaba por el alcohol y la pastilla pero yo le pedí que al menos no se durmiera, porque me daría un paro al corazón si le veía con ojos cerrados.
—¿Qué crees que estará haciendo ahora tu esposa? –Le pregunté y él comenzó a llorar risueño. Haría lo que fuera con tal de que no se durmiera. No podía dormirse.
—Supongo que cocinando tripas de cerdo. Yo que sé. –Me dijo con una sonrisa ebria. Estaba más atontado que borracho y eso me parecía adorable, aunque la sangre en toda su ropa, me cegaba.
A las diez de la noche estábamos cruzando la frontera y rebusqué en sus pantalones la nota que me pidieron a la entrada en Corea. La chica que me recibió se asustó por la sangre en mis manos y me miró ofreciendo su ayuda desinteresada.
—Llame al hospital central de Pyongyang, que vayan preparando el quirófano para un paciente con dos heridas de bala. –Ella asintió con ojos temblorosos.
Una vez que cruzamos la frontera dejó de importarme ya el límite de velocidad o cualquier sanción que pudieran ponerme. Me sentí bajo la protección de NamJoon y pisé el acelerado al tope que me permitía el coche y crucé la carretera a toda velocidad. El coche parecía casi que volaba pero yo solo pensaba en mantener despierto a Baekhyun. La sangre había traspasado las vendas superiores y ahora manchaban su camisa. Probablemente el asiento también estuviera manchado por su espalda pero no quería mirar. Le había dado otras dos pastillas en todo el camino y ahora respiraba tranquilo y plácidamente mirándome de reojo con el rostro tranquilo y un poco somnoliento. Hasta hacía media hora había estado llorando de nuevo.
—Ya llegamos… —Le dije mientras no apartaba la mirada de la carretea. Si lo hacía, nos estrellaríamos y entonces sí que no tendríamos escapatoria de la muerte. Ni corriendo a toda velocidad había conseguido despistarla.
—Como sobreviva sí que voy a tener que presentarte a mi hermana. –Me dijo y sonrió.
—Claro que vas a presentármela, no te quepa duda. –Ambos sonreímos.
Cuando llegué al hospital me bajé del coche a prisa y cargué a Baekhyun a mi espalda. Lo adentré en el hospital donde ya nos esperaba una camilla. Me ayudaron a dejarle sobre ella y se lo llevaron al quirófano en cuanto pudieron. Un doctor salió a los minutos. Me pidió que identificara al paciente y él se encargó de llamar a los familiares. Me pidió que me fuera a casa y me cambiara. Mi apariencia no ayudaría en el estado de nervios en el que la familia se sumiría.
Y así obré. Me duché, me aseé, comí algo aunque no tuviera hambre y a la una y media de la mañana me presenté en el hospital. Deambulé por los pasillos hasta dar con el docto que me había atendido pero lo encontré hablando con una mujer de pelo negro y ondulado. Vestía ropa sencilla, no estaba maquillada, no estaba con zapatos altos. Parecía una mujer más, pero al pararme a unos metros, ella me miró y el doctor me señaló. Ella vino corriendo a mi encuentro y yo me alejé un paso, confuso y desorientado. Ella me abrazó y me rodeó con sus brazos rompiendo a llorar.
—Muchas gracias por todo, señor Park. Ha salvado a mi marido. No sabes cuánto se lo agradezco. –Me dijo, y mi corazón dejó de palpitar por un segundo. Suspiré aliviado y me dejé abrazar tranquilo. Baekhyun se había salvado.
Esa misma noche de madrugada me reuní con NamJoon y él me miró con el ceño fruncido, disgustado. Yo le entregué la información y él seguía con ese mismo gesto. Esperaba una reprimenda y esta me cayó sin darme cuenta.
—Has dejado que disparen a uno de mis mejores oficiales en china, por culpa de los restos de sangre y a represarías por parte del gobierno, me temo que tendré que bajarle de rango a un simple oficinista aquí en Pyongyang. –Asentí y suspiré—. Habéis puesto mi coche perdido de sangre, me he tenido que hacer cargo de la factura del hospital…
—Lo siento mucho, señor Kim. –El suspiró.
—Pero me has traído la información que te pedí, y has salvado una vida. –Su tono había cambiado a uno compasivo—. Los médicos me han dicho que hiciste un buen trabajo manteniéndole con vida hasta aquí. Park Jimin, eres valiente, inteligente y de sangre fría. –Me estrechó la mano. Yo sonreí—. No te dejaré escapar de mi lado.
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BMW: (siglas en alemán de: Bayerische Motoren Werke, «Fábricas bávaras de motores») es un fabricante alemán de automóviles de gama alta y motocicletas, cuya sede se encuentra en Múnich. Sus subsidiarias son Mini, Rolls—Royce, y BMW Bank. BMW es el líder mundial en ventas entre los fabricantes de gama alta, compite principalmente con Audi, Lexus y Mercedes—Benz, entre otros vehículos de gama alta.
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