IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 13
CAPÍTULO 13
Jimin
POV:
Desperté aquella mañana con un extraño nudo en el estómago. Abrí mis ojos acompañado de la endeble luz que comenzaba a inundar las habitaciones de los cuartes. Estas habitaciones siempre me habían recordado a aquella habitación en donde nos encerraron para devorarnos unos a otros. Una habitación alargada con literas a ambos lados. No había color con la otra, todo hay que decirlo, pues esta estaba mucho más limpia y el ambiente que se respiraba era más tranquilo y profesional. Pero algunas veces en la noche, cuando la luna entraba por las ventanas mostrándome las siluetas de las camas, me daba la sensación de estar de nuevo en aquél lugar y la adrenalina me invadía desenfrenadamente poniendo el cerebro a funcionar en cómo salir de allí. En aquel cuartel estábamos los de mi promoción y los de la promoción anterior y algunos aún seguían teniendo pesadillas al respecto, lo cual era lógico y no me hacía sentir tan mal.
Ese día, en que me desperté con ese estado de nervios mis compañeros aun no se habían despertado en nuestro único día libre a la semana. Estábamos a tres semanas de terminar nuestros entrenamientos y cada día se nos hacía más pesado continuar, por lo que cuando se nos presentaba la oportunidad de descansar y dormir, lo hacíamos hasta altas horas de la tarde, pero aquél día yo me había despertado a primera hora de la mañana cuando aun cubre el rocío las pequeñas briznas de hierba en el suelo y cuando se escuchan los primeros pasos alrededor de las habitaciones.
Salí de la cama y me puse los pantalones militares y una camiseta blanca de tirantes. Apenas acababa de salir el sol, se podía sentir en el ambiente y el frío que aun traía el viento de las bajas temperaturas de la noche. La tierra estaba fría y levemente húmeda. Habían fregado alrededor para que los coches al pasar no levantaran polvo. Mis pies en unas botas caminaron alrededor unos minutos para tomar el aire y respiré profundo. Algunos soldados de mayor rango, ocupados con las tareas rutinarias me saludaron alegremente y yo les devolví el saludo. Tras beber un poco de agua y hacer algo de ejercicio para desperezarme, uno de mis superiores me llamó y me hizo acudir frente a la caseta de los oficiales. Allí estaba NamJoon y me sonrió nada más verme. Yo le sonreí de igual manera y me estrechó la mano, con confianza.
—¿Qué te parece si te arreglas y vienes conmigo? –Quise pregunta a dónde, pero me parecía una descortesía y tampoco esperaba que me fuera a responder delante de todos, así que asentí y salí corriendo a las habitaciones para ponerme la parte superior del uniforme y la gorra con la visera hacia delante. Cuando regresé a manos de NamJoon nos subimos en un coche parecido con el que yo aprendí a conducir y volvimos de regreso a la capital, pero no nos detuvimos frente a su edificio, ni tampoco nos quedamos en el centro. Condujimos hasta unos almacenes a las afueras donde se concentran la mayor parte de las industrias armamentísticas.
Nos detuvimos frente a la entrada de lo que parecía una nave pequeña, o en su defecto, un garaje grande. Me recordaba a los lugares donde almacenaban los camiones del ejército o los tanques. Una vez entramos me sorprendió el espacio tan inmenso que era, en comparación con lo que parecía desde fuera y me imaginé que cabrían al menos cinco o seis tanques sin problemas. No era un lugar con mucha altura pero sí con profundidad. A lo lejos, entre la luz que entraba por las ventanas superiores de cristales rotos, se distinguían dos bultos de un metro de alto. Se movían, eran bultos autónomos y con vida. Eso me daba miedo pero a medida que me iba acercando iba descubriendo que los bultos eran dos personas, eran una mujer y un hombre. No necesité que nadie me lo dijera pero sabía que eran mis padres, aunque yo no los reconociera.
—Bueno, aquí nos encontramos. –Me dijo NamJoon y el hombre que conducía se situó a su lado mientras rebuscaba algo en sus pantalones. A los segundos, me extendió una pistola—. ¿Hace falta que os presente? —Me preguntó y las dos personas frente a mí, con los ojos vendados y maniatados a la espalda seguían con temor y curiosidad el sonido de su voz. Estaban de rodillas en el suelo con uniformes marrones. Me recordaron a las personas que solía ver trabajar en las autopistas.
Negué con el rostro a su pregunta y me quedé unos segundos sintiendo el peso del arma en mi mano. Miré directamente a los rostros cubiertos de las dos personas frente a mí e intenté hacer un gran esfuerzo por recordar algo de ellos pero los pequeños detalles que aun me duraban, ya no estaban ahí. El sedoso cabello de mi madre parecía un estropajo sobre su cabeza, y el olor de la colonia de mi padre había desaparecido. Ya nada quedaba de mis recuerdos en ellos y frente a mi solo había dos extraños. Tras varios minutos en que yo no me moví del sitio, tres metros frente a ellos, les descubrieron los ojos y me miraron, como mirarían a un extraño con una pistola en la mano. Sabían qué les iba a suceder e intentaban entender porqué ellos, por qué ahora, y quién soy.
—Señores Park. –Habló NamJoon habiendo ignorado mi petición. Las dos personas frente a mí alzaron la mirada sumisa a quien habla y después, el hombre estaba a punto de decir algo pero NamJoon continuó—. Les presento a su hijo, Park Jimin. –Las dos personas ante mi me miraron con una sorprendida mirada. En sus ojos pude ver una mezcla de sentimientos tremendamente confusos. Pasando desde la felicidad hasta el miedo y la pena. Siempre esperé ver en ellos la culpa, o algo parecido a ella, pero no vi culpa. Solo respeto, un tremendo respeto por la pistola en mi mano.
—Hijo… —Suspiró mi madre atónita. Su rostro estaba sucio, dañado, moreno por el sol. Era una extraña.
—Madre. —Dije. Y la propia palabra me sonó rara en mis propios labios. Hacía mucho tiempo que no la mentaba y hacerlo, me dolió. No quería volver a decirlo. Ella no era mi madre. Mi madre era la idealización de la mejor mujer del mundo, arrebatada de mis brazos por la injusticia, no por su egoísmo.
—¿Eres tú, mi pequeño bebé? –Preguntó ella—. Estás tan mayor… —Mi padre no dijo nada. Estaba en shock.
—No soy tu bebé. –Me atreví a decir. Estaba sumido en una decepción inmensa. Ella me miró sorprendida.
—¿No quieres preguntarles nada? ¿Algo que te hayas preguntado desde que te separaste de ellos? –Me preguntó NamJoon y yo pensé, pero solo se me ocurría una cosa. Ellos dos en el suelo sentados me miraron como si realmente estuviesen frente a un muerto. Tal vez les hicieron pensar que yo había muerto, pero no me importaba. Que sufrieran, pensé, por sus actos.
—¿Por qué os jugasteis tanto? –Ellos me miraron confusos—. Sabíais dónde os metíais. Sabíais lo que podíais perder.
—Cuando todo sucedió, —me contestó mi padre—, solo entonces supimos lo que habíamos hecho.
—Las normas son claras. –Le encaré—. Son tremendamente limpias y simples. No importan las ideas individuales, solo el conjunto de nuestra fuerza. Quien se desvía del camino, se pierde. ¡Me perdisteis! –Apunté la cabeza de mi padre con la pistola. La ira salía por primera vez de mí. NamJoon me miraba como aquella vez que me vio pelear con un alumno más. Me vio engrandecerme por el odio.
—Mi niño. –Dijo mi madre, asustada—. Solo queríamos un futuro mejor para ti. Una vida digna. No queríamos que fueras un títere más.
—Una vida digna… —Mastiqué sus palabras y bajé el cañón—. ¿Es una vida digna no tener padres? Me he pasado la vida siendo el niño de los padres que se revelaron. El niño sin padres. ¿Eso es digno? Bajar la cabeza avergonzado no es dignidad.
—Hijo, solo queríamos que fueras feliz.
—La felicidad no existe, madre. No son más que pequeños momentos al azar que resultan saltarse la norma general. ¿Qué país hay mejor que este? ¿Estados unidos con una democracia hipócrita de la supremacía de los blancos? ¿Europa con su clásica corrupción? Venga allá. Nos venden un cuento chino.
—Hijo, no hables así…
—Hablo como me da la gana. Eres tú quien está ahí tirada mientras yo soy quien sujeta el arma. –Mi madre palideció. Namjoon me miró, condescendiente.
—Es la hora, creo que no hay más cosas que os podáis decir. –Asentí, yo no necesitaba decir nada. Apunté el rostro de mi padre el primero. Este se asustó y abrió sus ojos asombrado. Podía ver como una parte de ellos no estaba entendiendo nada, y la otra, no se creía lo que estaba sucediendo. No esperaban que yo disparase con sangre fría y he de reconocer, que lo mío me costó apretar el gatillo. Aún no estaba acostumbrado a matar por matar. Con el paso de los años iría banalizando la idea de la muerte, pero entonces, tan solo era un niño. Mi madre suplicó, pero cuando el sonido retumbó en todo el local y el cuerpo de mi padre cayó al suelo, he de reconocer, que una parte de mí se liberó de una pesada carga. Otra se hundió definitivamente. Mi madre comenzó a sollozar y solo pensé en calmar su dolor. La disparé a ella también y ambos cadáveres se quedaron inmóviles en el suelo. Recuerdo como la pistola seguía apuntándoles sujeta a mi mano y como esta la sentía distante y lejana a mí, como si yo no hubiera sido el ejecutor. Cuanto antes me convenciera de que había sido por mí y no por ellos, todo sería mucho mejor.
Sé que puedes estar viéndome como un ser inmundo, mi amor. Un ser sin alma ni corazón. Sé que tú tuviste dos padres que te quisieron, tal vez no de la forma en la que tú esperabas pero al menos hicieron lo posible porque miraras por tu futuro. Viviste bajo su economía mucho más tiempo del que debiste y estuviste trabajando en esa empresa enchufado por tu padre, así que no puedes decir que tus padres no te quisieran. No lo veas como que ellos se querían librar de ti a toda costa y te compraban con caprichos para que no estuvieras con ellos. Los padres, como sabrás bien, solo buscamos el bienestar de nuestros hijos y hacemos todo lo que está en nuestra mano. Y si podemos permitírnoslo, morimos por ellos. De hambre, de dolor, de desesperación. He cometido muchas locuras por mis hijos, y en especial, por mi hija, pero tan solo pensando en ella y en que no le pasaría nada.
Pero ella aún no había nacido, yo aún no había siquiera conocido a mi esposa. Aún quedaba mucho tiempo antes de todo eso. Yo aún tendría que comenzar mis misiones en el extranjero. Acababa de convertirme en un hombre.
Comentarios
Publicar un comentario