IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 12

 CAPÍTULO 12


Jimin POV:

Desde aquél trágico día no recuerdo una experiencia tan aterradora, tan brutal, animal y agónica. Probablemente lo haya pasado mucho peor, claro que sí. Perderte es mucho más doloroso, perder a mis hijos, es desgarrador. Pero yo solo tenía dieciocho años y no sabía canalizar mi miedo ni mi ira tan bien como sé hacerlo ahora. ¿Entiendes? Me dieron una patada y me lanzaron cruelmente a la vida con mi piel aún suave y sin curtir. Aquella experiencia fue como sentir lentamente mi cuerpo siendo desollado. No volví a dormir bien en días. Me costó años cerrar los ojos sin volver a esa escena en donde si me esforzaba, podía oír los pensamientos de todos, sintiéndose víctimas y a la vez, cazadores.

Era extraño porque cuando ves estas cosas desde fuera, cuando ves a dos personas golpearse hasta matarse, es una escena un tanto extraña, simplemente alejada. Ajena a ti. Pero cuando eres tú el que está inmerso en esa locura, ya nada parece tan fácil. Todo se ha distorsionado y en realidad lo único que ha cambiado es que tu vida está sobre la mesa y los dados en el aire. ¿Sabes jugar al póker, mi amor? Pues estas circunstancias son como jugártelo todo a una mano, en todas las manos, durante toda la partida que es tu vida, a veces tienes unas buenas cartas y otras intentas poner tu mejor cara de póker.

A los días siguientes las familias vinieron a recoger los cuerpos y en sus rostros no veía incomprensión, o desconcierto, sino más bien solemnidad y resignación. Todos ellos sabían a lo que sus hijos se enfrentaban y sé que mucho de ellos pensaban que muerto, daría menos problemas que siendo una deshonra para sus familias. Los que se acobardaron dentro de la habitación aquella fueron inmediatamente expulsados de la academia y se les denegó la entrada en el ejército de por vida. ¿Sabes lo que eso significa? En un país como el nuestro, que dedica un 25% de todos su P.I.B a la industria armamentística, son pocas posibilidades de trabajo. Alguno se quitó la vida meses después, cuando no pudo soportar la presión sobre sus hombros. No me extraña. Yo habría hecho lo mismo.

Pasados unos días de aquello nos graduamos en una recatada y simbólica ceremonia en donde los profesores y el subdirector nos dieron la enhorabuena a los diez graduados y nos hicieron un pastel de chocolate. Recuerdo como algunos seguían con el estómago cerrado por lo que habían vivido y yo, con el ceño fruncido, miraba a todas partes preguntándome, por primera vez, ¿quién diablos sería el director de todo eso? Jamás se nos había presentado, jamás había estado por aquí ni tampoco nos habían hablado de él. El máximo representante era el subdirector, y no me importó hasta ahora. Ahora que ya no formaba parte de esto, algo no me cuadraba porque de yo ser director de un centro escolar, me gustaría tener ojos y oídos allí dentro. Y estaban. Namjoon. Se había sentado con nosotros a comer como si nada ya que sobraría tarta y a mi lado, compartiendo mi comida, mirándome como si de un amigo se tratara, era el heredero de todo este centro. Su padre era el director.

—Enhorabuena. –Me dijo sonriente. Yo entonces no veía la maldad en sus ojos. Él era un chico de treinta años y yo tan solo un niño de dieciocho. No había aprendido aún nada de la maldad humana. Yo solo conocía la muerte animal—. A partir de ahora formarás parte del ejército. –Me comentó mientras picoteaba la porción de tarta con una cuchara de metal—. Estarás dos años en las filas de tierra, aprendiendo a conducir, a nadar. A entrenar tu cuerpo fuera de aquí. –Asentí. No me lo estaba proponiendo. Solo me decía qué estaba a punto de pasar como quien destripa el guión de una película o el final de un libro.

—¿Dónde viviré a partir de ahora? –Pregunté.

—En los dos años que estés en el ejército vivirás en los cuarteles con el resto del personal, pero una vez termines, si terminas tal como se espera de ti, el estado te asignará un piso en el centro. ¿Qué te parece? –Asentí pero mastiqué sus palabras unos segundos.

—“Tal como se espera de mí”. –Repetí moleando las palabras y él me miró y sonrió.

—Sí. ¿Creías que tus responsabilidades terminaban hoy? –Negó con el rostro—. Siempre tendrás que pagar cuentas con alguien. Todo el mundo espera algo de nosotros hasta el final. Queramos o no estamos unidos al resto de personas en el mundo y estamos constantemente debiendo y pagando deudas. –Asentí aunque no estuviese entendiendo sus palabras y terminé mi pastel para levantarme de la mesa y dirigirme a mi cuerpo para dormir una noche más. La última en este lugar antes de marcharme al ejército.

 

 

De esta época de mi vida no tengo mucho de qué hablarte. Creo que, a pesar de que llevé mis fuerzas y mi cuerpo al límite, fue la temporada más sosegada desde hacía mucho tiempo. Yo acababa de entrar en el ejército y no había conflictos a los que conducir las tropas jóvenes, por lo que nos instruyeron para poder desenvolvernos en todas las circunstancias en las que nos pudiéramos ver inmersos. Nos enseñaron a nadar lo cual agradezco hoy día, porque me hizo pasar un agradable día contigo en el río. ¿Recuerdas? Ya hablaré de eso en otro momento, mi amor.

Me enseñaron a conducir y mi primer coche en el que me monté al volante fue un Suzuki del ejército que usaban para desplazarse. Era un coche alto, pintado a tonalidades verdes y marrones y con la bandera de mi país a un lado del capó. Recuerdo como la adrenalina me invadía y como era capaz de hacer rugir el motor. Era maravilloso y me sentía tremendamente poderoso. Me saqué la licencia en cuanto pude aunque nunca tuve el dinero suficiente como para comprarme un coche. Siempre que tenía la necesidad de desplazarme en las misiones me conseguían un coche que siempre tenía que devolver. Siempre me sentí con la necesidad de un coche propio porque el coche con el que aprendí conducir me recordaba a una chica con la que había perdido la virginidad pero el resto no fueron más que putas que se dejaban abandonar fácilmente.

Me enseñaron a escalar, a soportar el dolor, a caer, a pilotar motos. Lo más importante que aprendí y que hoy día le debo la vida, fueron las clases de enfermería. Me enseñaron a curar desde esguinces hasta disparos siempre que no estuvieran en una zona mortal. Me encantaba aprender sobre todo porque me veía en la verdadera necesidad de saberlo, por si alguna vez me sucedía algo así. Como tú mismo pudiste comprobar en el cuarto de baño de mi casa en Seúl no soy muy ordenado, pero aquél día podía haberme desangrado si no paraba la hemorragia y cosía mis heridas.

De esa época no tengo nada más que comentar. No quise hacer amigos porque luego no quería verme en la decisión de matarlos y de hacerlo, así yo mismo no me lastimaría. El recuerdo de Xiumin sigue hoy día en mi memoria y es cada vez más extraño pensar en él. mientras que yo ya soy un adulto que ha pasado por manos de dos familias, que he vivido tanto, que he amado tanto, él sigue siendo un niño de dieciocho años sonriente, siempre con esos ojos mirándome de forma felina y aniñada. Siempre de esa forma. Tan puro, tan inocente. Lo echo de menos aunque en realidad no sea por nada en concreto. Simplemente recuerdo como me hacía la misma compañía que me habría hecho un amigo imaginario, acompañándome siempre a mi lado con una férrea necesidad de no quedarnos solos. Eso terminó y yo estaba terminando mis dos años de permiso en el ejército cuando uno de mis superiores me informó de que debía volver a la capital para una reunión.

Tras subirme en un coche y dirigirme a uno de los edificios céntricos de Seúl, un hombre trajeado me hizo seguirle escaleras arriba y caminar unos minutos por un pasillo. Las paredes me sonaban de algo. Tenía la vaga sensación de que yo había estado antes en ese mismo lugar pero no alcanzaba a recordar cuándo ni cómo. Era como el recuerdo lejano de otra vida. Otro yo.

El hombre me detuvo frente a una puerta de madera y tras entrar dentro me sorprendió un despacho bien amueblado, con una mesa central haciendo las de escritorio, y un hombre trajeado sentado al otro lado. Una silla aguardaba mi presencia sobre ella y nada más poner el trasero allí y fijarme en los leves decorados florales y vegetales del tallado de la madera, me reconocí a mi mismo saboreando un dulce de fresa. Y frente a mí, el hombre que me lo proporcionó con una sonrisa de añoranza en su rostro. Hacía dos años que no veía a NamJoon pero estaba levemente cambiado. No llevaba un traje militar, estaba con el pelo un poco más largo. Sus facciones denotaban su edad y sus manos tamborileaban sobre la madera, mirándome de arriba abajo con cariño.

—Jiminie… cuanto tiempo... –Me dijo y pensé que se levantaría a abrazarme pero se mantuvo estático en su sitio. Dime. ¿Cómo ha sido tu estancia en el ejército? Me han dicho que eres el mejor soldado de tu promoción. –Asentí—. Me dejas impresionado. No hace tanto tiempo que estabas aquí delante chupando un caramelo de fresa mientras lloriqueabas preguntando por tus padres. –Asentí de nuevo.

—No hace tanto tampoco que tú estabas ahí de pie, ofreciéndome el dulce. –Asintió sonriendo. Yo no acostumbraba a hablar más de la cuenta con él, pero los años me habían hecho ganar confianza en mí mismo y a él y a mí, nos unía algo que no soy capaz de explicar. Él me vio crecer desde las sombras.

—Cierto, tienes razón. Y ahora, mírame. Sentado donde hasta hace un par de meses estaba mi padre. –Suspiré. Por sus palabras entendí que se había jubilado, o muerto. Daba igual.

—¿Ahora diriges la escuela?

—Sí. –Suspiró cansado—. Ya no doy clases de defensa y la verdad es que lo agradezco en sobremanera. No sabes lo agotador que es. –Posó su mano sobre el hombro presionando ahí como si realmente le doliese. Frunció el ceño y después me mostró una amable sonrisa—. Ya eres todo un hombre, Jiminie. Espero que sepas apreciar lo que ha hecho el país contigo. Mírate, un hombre.

—Sí, lo sé. Y lo agradezco mucho. Espero servir a mi país el resto de mi vida en compensación. –Él asintió a mis palabras.

—Desde la primera vez que te vi aquí sentado sabía que tendrías temperamento para todo lo que te propusieras. –Se levantó de su asiento y caminó alrededor como si rebuscara en la habitación las palabras adecuadas que le habían hecho traerme aquí. Yo no quería mostrarme impaciente y él al fin, sentado sobre el borde del escritorio dándome el rostro, me miró suspirando—. Nunca se me ha dado ser sutil o irme por las ramas. ¿Por qué crees que puede ser? Yo creo que soy más un hombre de acción y no de palabras.

—Tal vez. –Dije.

—Pues bien, espero que no me lo tengas en cuenta, pero voy a ser todo lo sincero que pueda y si no entiendes algo, házmelo repetir. –Asentí—. Cuando en dos meses termines tu entrenamiento en el ejército se te dará un piso en el centro. ¿Te acuerdas que te lo dije? –Asentí—. Pues bien, Jimin. Has sido entrenado para ser espía dentro y fuera de nuestro país. Necesitamos que rescates información que nos pertenece, que borres información falsa, que mates… testigos… ¿Me comprendes? –Asentí. Yo ya me había hecho una idea de lo que suponía trabajar de espía—. Pues bien. Se te dará dinero cada vez que realices las misiones. Nada de pagas mensuales ni nada parecido. Para subsistir bien tendrás que hacer propiamente lo que se ordena. Pero no tienes que preocuparte por eso ahora. Yo sé que lo harás muy bien, porque eres el mejor de tu promoción. –Asentí de nuevo.

—Muchas gracias, señor Kim.

—No tienes que dármelas. Las primeras misiones las harás con compañeros que te guiarán. Cuando cojas el truco a viajar y a desenvolverte, podrás hacerlo solo. ¿Bien? –Asentí. Me gustaba cuando me preguntaba a pesar de que yo no tenía ni voz ni voto—. Muy bien, entonces. Pero antes, —suspiró—, tienes que pasar una última prueba. La última. –Se levantó de la mesa y caminó hasta la silla. Se sentía más cómodo de esa forma.

—Dígame lo que tengo que hacer. –Pedí. La espera me estaba devorando.

—Debes matar a tus padres. –Mis ojos se dirigieron fijamente a los suyos y me quedé así varios minutos, paralizado. Creí no haberle entendido bien pero era exactamente lo que me había pedido—. Es tan solo una prueba de valor. Si eres capaz de hacer esto no dudaremos de tu lealtad al país. –Suspiré. Sabía que tan solo estaban intentando confiar en mí, pero la forma de hacerlo, era toda una locura. Él siguió hablando, revolviendo en mis recuerdos—. Míralo de esta forma, librarás a tus padres de los trabajos forzados. Seguro que tu padre se ha partido el lomo de tanto trabajar, y el rostro de tu madre está quemado por el sol. Les liberarás de una gran carga. –Suspiré mirándome las manos en el regazo—. ¿Acaso ellos pensaron en ti cuando se unieron a esa revuelta? Si te hubieran querido la mitad de lo que unos padres de verdad quieren a sus hijos habrían hecho todo lo posible porque su hijo tuviera una vida feliz con ellos a su lado. ¿No crees? ¿Sabes? Mi esposa está embarazada. –Dijo rápidamente como si se acordara—. El primero de muchos, ya verás.

Yo le miré confuso y ¿sabes? Jamás pensé que uno de sus hijos fuera a ser el mejor amigo del nuestro. Qué irónica es la vida, ¿no crees? Él habló temeroso por mi silencio.

—No tienes que decidirlo ahora, Jimin. Tienes hasta finalizar tu entrenamiento para hacerlo.

—¿Qué será de mí si no lo hago? –Pregunté y supe que esas eran las palabras que se esperaban de mí nada más ver su rostro.

—Que no te podremos conceder el puesto como espía. Tal vez podamos colocarte en alguna parte de la burocracia del ejército. De lo mismo que Sehun trabajaba en sus tiempos… no es un buen trabajo pero mira, le daba de comer. –Suspiré.

—¿Por qué a mí? Al resto de mis compañeros no les habéis pedido tal cosa…

—No lo necesitan. Mantenerse fieles a su familia por la presión que estos ejercen sobre ellos es suficiente. Hacer que unos padres se sientan orgullosos es el mejor enlace para tenerlos aquí. ¿No crees?

—Pero yo tengo padres. –Me quejé, levemente ofendido.

—Sí, pero no les debes nada. Ni honor, ni respeto. Por eso temo por ti, Jiminie. Temo que tomes decisiones equivocadas, por favor. Piénsatelo y avísame cuando hayas tomado la decisión.

Yo siempre he pensado que no se ha de tomar decisiones anticipadamente y menos cuando es una decisión tan difícil, pero cuando más lo pensaba, más sentido tenían sus palabras. En realidad no perdía nada por hacerlo, pero si no lo hacía, no podría tener la vida para la que me habían instruido. Yo estaba ya saliendo por la puerta cuando me detuve de espaldas a él y cogí aire, necesitado de oxígeno. Le miré de reojo y asentí.

—Lo hare.

 


Capítulo 11                       Capítulo 13

 Índice de capítulos 


Comentarios

Entradas populares