IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 11
CAPÍTULO 11
Jimin
POV:
Un ruido me despertó haciéndome dar un salto en la cama. Abrí los ojos al instante e incorporé la parte superior del tronco pero la oscuridad nos rodeaba y por la ventana a mi espalda no entraba apenas luz. Eran alrededor de las cuatro de la mañana cuando el sonido descontrolado de muelles y de la madera crujiendo me despertó. A mí y a todos los que con sangre fría como yo se habían quedado dormidos. El sonido era uno de los chicos en las últimas filas de camas incorporándose y saltando de su cama con el ceño fruncido y una expresión pálida y descompuesta. Estaba al borde del pánico. Al borde de la locura. Estaba a punto de hacer una tontería.
Algunos como yo nos incorporamos, otros se asomaban por entre los tablones de madera. Xiumin se revolvió unos segundos sobre mi cabeza y todos miramos a la persona que se había levantado. Era un chico normal. Era el típico chico de clase que apenas hace acto de presencia. El que solo habla cuando le pregunta. El que se esfuerza solo cuando es necesario y sus notas rozan el mediocre. Y allí estaba él, con todo el valor del mundo caminando a paso decidido hacia la puerta. Algunos intentaron detenerle. Otros solos nos quedamos mirando que es lo que se le pasaba por la cabeza a esa criaturita que por primera vez daba la nota. Cuando llegó a la puerta se revolvió zarandeándola y ante la negativa de abrirla su histeria comenzó.
—¡Esto es solo una broma! ¡Ya lo veréis! –Algunos palidecieron. Otros vieron en él la esperanza—. ¡Vamos! ¡Salgamos de aquí! –Pero nadie se movió. Todos estábamos paralizados por el miedo una vez vimos la muerte cerca de nosotros. No estábamos dispuestos a ceder ante ella tan fácilmente. Si era una broma, preferíamos reírnos después de quedar como idiotas que mantener una muerta expresión en el rostro el resto de nuestra vida. Al ver que nadie cedía a sus palabras comenzó a temblar y sus manos golpearon todo lo que encontraban a su paso, ya fueran colchones o la madera de las camas. Se ajustó la cintura del pantalón a su cadera y se encaminó por entre dos literas para abrir una de las ventanas. Al abrirla todos nos sentimos como ver destapar la caja de pandora. Era una ventana más allá de la mía y yo me quedé incorporado, agarrando la ventana a mi lado para asomarme nada más saliera.
Todos sentimos el frío viento entrar por ese agujero y el aire limpio nos heló la piel. Él se encaramó a la ventana, puso un pie fuera, el otro después, y saltó al suelo. Se quedó paralizado mirando alrededor pero no había nada ni nadie por lo que volvió la vista atrás y nos animó a salir, pero éramos precavidos y no lo hicimos. Cuando vi que comenzaba a caminar y a alejarse realmente pensé que no pasaría nada. Me acerqué a mi ventana y le miré a través del cristal.
Un punto rojo apareció de la nada en medio del bosque. Se oyó un disparo y seguido de este, un silencio doloroso. El chico se desplomó en el suelo y yo me quedé con la mano en el frío cristal apoyada. Un valiente se atrevió a cerrar el cristal y todos volvimos a ese estado de silencio que nos devoraba con delicadeza. El cadáver se había quedado ahí fuera en medio de la noche. Pasada media hora cuando las personas del exterior se dieron cuenta de que era un alborotador aislado y que no estábamos pensando en hacer una revuelta ni una revolución, se llevaron el cadáver. Yo les vi a dos de ellos, surgir de la nada como animalillos nocturnos de entre los arbustos, y llevarse el cadáver arrastrándolo por las piernas.
Yo al menos ya no pude dormir desde ese instante y me incorporé con la espalda apoyada en el cabecero de cara a la cama de enfrente. Un chico como yo se había sentado con las piernas cruzadas en medio del colchón y aguantaba el llanto mordiéndose las manos y jugueteando con sus dedos allí. El chico de la cama de la derecha estaba pensativo, con la vista clavada en sus pies y el ceño fruncido. El de mi izquierda se había recostado de nuevo y me daba la espalda. Una espada fuerte y robusta. Eso no me gustaba nada en absoluto porque mis hombros no eran los más anchos ni los más fuertes.
Como si oyese un traqueteo de las mentes a mi alrededor me dije a mi mismo que yo debería comenzar también a plantearme una estrategia de escape. Solo había una salida y estaba a once personas de la escapatoria. Xiumin estaba entre una de ellas. Comencé a imaginarme diferentes situaciones que fueran probables que sucedieran. Descarté toda posibilidad de dialogar o de suplicar. Descarté la misericordia de mis compañeros y comprendí que hacer un puchero no me habría perdonado la vida.
Todo a mi alrededor comenzó a cobrar vida dentro de mi mente. Lo primero sería el sonido de una campana o un pitido. No habían especificado nada así que a mi mente acudió el recuerdo de la campana de clase y el ajetreo instantáneo. Todos se abalanzarían sobre la puerta e intentarían forzarla. Pero los primeros en llegar a la puerta serian los que se han sentado más cerca de ella, por lo que creen que es una ventaja, pero no. en realidad los que están más lejos les daría el tiempo justo a llegar a la puerta ya casi forzada y acribillar a todos los que pudieran. Los primeros, convencidos de ser salvados, serían los primeros en caer. ¿Dónde me dejaba eso a mí? Yo estaba en las camas centrales y probablemente lo que haría sería quedarme mirando la escena con ojos abiertos.
Se me ocurría también la posibilidad de que cada uno estuviera tan distraído con su propia lucha interna que no tuvieran tiempo de andar forzando la puerta. Lucharían como bestias, entre ellos matándose, mientras que yo tendría la oportunidad de abalanzarme contra la puerta y abrirla. Negué con el rostro. Poco probable. Miré alrededor y me cercioré de que nadie se quedaría agazapado en la cama, escondido entre las sábanas, rezando por misericordia, porque de no matarles después, probablemente volviesen ante sus familias deshonrados, inútiles y avergonzados. Eso era casi peor que la muerte.
No. Nadie se quedaría atrás. Todos lucharían con uñas y dientes por su vida y yo no pensaba quedarme atrás. Comencé a pensar en formas de obtener un arma o algo con lo que poder defenderme. Me di cuenta que había extrañas muecas en la madera de las camas. Muecas profundas y alargadas. Alguien se había hecho con estacas. Yo tenía miedo de intentar lo mismo y que otros copiasen mi idea. Eso entonces no sería una ventaja y yo tampoco deseaba tener que lidiar con la forma de arrancar un trozo madera y afilarlo para hacer algo decente que fuera mortal. Descarté la idea y busqué algo de metal pero no había ni barras de hierro ni nada por el estilo. Nada. Miré al techo y descubrí los listones de madera paralelos, soportando el colchón sobre mi cabeza y el peso durante tantos años y la humedad los había vuelto endebles. Podría arrancar uno con solo sujetarlo pero quería esperar al momento exacto de que sonara aquella campana. Estaba decidido. Usaría un listón.
El tiempo pasó lento y demoledor. Se escuchaba alguna endeble conversación de fondo acompañado del llanto ahogado de alguien. Xiumin se revolvía sobre su colchón y quise asegurarme de que estaba bien y que nada malo le sucedía pero no tuve el valor, y él tampoco me buscó a mi por lo que opté por tumbarme de nuevo y esperar que las horas pasaran. Lo hicieron y antes de darnos cuenta, el sol comenzaba a clarear el cielo. Aún no había salido por el horizonte. Solo su luz hacía acto de presencia y donde otras veces se sentía como un dulce y tierno abrazo, ahora era el calor de una soga al cuello. Mis manos comenzaron a sudar y mordí mis labios hasta hacerme sangre. El sabor de esta me hizo sentir incluso más nervioso y desistí de maltratarme mientras todos mis músculos se tensaban con cada segundo que pasaba. El silencio cada vez era más notable. Todos estábamos atentos a cada pequeño sonido, a cada sutil respiración en el ambiente.
Algo me decía que todo estaba por empezar. Todo se derrumbaría de un momento a otro como cuando estás a punto de colocar el último par de naipes en la torre de cartas y sabes que, por mucho que te haya costado sostener todo este tiempo el resto de naipes, caerán con el más sutil contacto. Estos, cayeron. Sonó una alarma que más bien me recordaba a una sirena de ambulancia y todo mi cuerpo dio un vuelco. Mi corazón intensificó el sonido de los latidos, mi estómago volcó. Mis piernas flaquearon. Pero un segundo después de que el silencio se hiciera, me dije a mi mismo: ¡LEVÁNTATE!
Y así hice. Me incorporé en la cama de un salto y estaba a punto de coger uno de los listones de madera cuando el cuerpo de Xiumin apareció por la parte delantera de la cama, descolgandose desde arriba, y de una patada con sus pies juntos me hizo caer de espaldas a la cama. Antes de poder reaccionar, —antes siquiera de saber qué diablos estaba sucediendo—, ya tenía su cuerpo sobre el mío, con sus piernas a cada lado de mi cintura y con sus manos apretando mi cuello. El tacto de sus manos era muy suave, la temperatura, caliente. Sus ojos desorbitados me miraban con lágrimas en ellos y sus mejillas estaban enrojecidas. Sus dientes apretados, sus labios abiertos, mostrándome su dentadura en una mueca de esfuerzo mientras intentaba ahogarme.
Mis manos fueron a las suyas e intenté sujetarlas y retirarlas de mí. No deseaba hacerle daño, no a él. Pero debía hacerlo o me mataría. Ya comenzaba a sentir la falta de respiración y mis mejillas hincharse. Mis labios estaban entreabiertos intentando buscar oxígeno, pero no se me estaba permitido. Me revolví debajo de él todo lo que pude y conseguí darle en la entrepierna con mi rodilla. Él perdió instantáneamente la fuerza en sus manos y las aparté de un manotazo. Golpeé con el puño cerrado su rostro y sus ojos inyectados en sangre me miraban desquiciados. Me golpearía si le dejaba, por lo que esta vez fui yo el que se subió sobre su cuerpo y me abracé a su cabeza para rodearla con los brazos y partir su cuello. No se merecía una muerte dolorosa, al fin y al cabo.
El revuelo comenzó a ser evidente dentro de mi cabeza y me tomé un segundo para observar alrededor mientras el cadáver yacía bajo mi peso. Había sentido partirse su cuello y el sonido de las vértebras reverberaba aun en mis manos, pero la sangre vertida alrededor era lo suficientemente tentador como para salir corriendo y me hice con uno de los listones de madera que nada más arrancar, un sonido más fuerte hizo eco dentro de la estancia. Dos habían conseguido forzar la puerta y estaba abierta de par en par. Pude sentir, sin saberlo, como todos miramos en la dirección y a todos se nos cruzó el mismo pensamiento. ¡CORRE!
Pero claro, no todos podíamos pasar por la puerta y mientras yo saltaba de la cama y me incorporaba al pasillo, había demasiada gente que se me había adelantado y todos queríamos ser los primeros. Los de detrás golpeaban a los de delante, los de más atrás golpeaban a los que golpeaban primero. Nadie salía, nadie se quería quedar dentro. Yo sucumbí ante el pánico de morir y el instinto animal de supervivencia me dominó en un instante. Golpeé a la persona más cercana a mí y mientras esta caía al suelo veía como poco a poco iban saliendo las personas. Algunas se arrastraban gritando, otras parecían volar lejos como aves de migración. Yo me hice paso partiendo piernas con patadas, partiendo espaldas con la tabla. A alguno le partí el cráneo con el golpe y, mi amor, no me arrepiento en absoluto.
La luz estaba cerca. Estaba a punto de salir a la luz cuando alguien cogió mi pie con una mano y me hizo caer. Vi como el suelo me abofeteaba la cara y mi tabla de madera salía volando a un lado de la estancia. Yo me vi sumergido en la desesperación mientras esa persona me sobrepasaba y saltaba mi cuerpo para salir afuera. El viento acarició mi rostro. Oía otros pasos detrás de mí a punto de alcanzarme y me incorporé todo lo rápido que la adrenalina me permitía y salí al exterior recibiendo con una cálida sonrisa de satisfacción la endeble luz del sol que se dignó a calentar mis mejillas.
Escuché un disparo de la nada. Pensé que habría sido yo el herido y me quedé paralizado intentando sentir el dolor por alguna parte. Había mucha gente ya fuera aturdidos, desorientados. Más veloces y afortunados que yo, pero no era a mí a quien habían disparado sino al chico que salió inmediatamente después que yo. Apenas un palmo de diferencia nos había separado y esto supuso la vida y la muerte. Los que se quedaron dentro se detuvieron y miraron el cadáver en el exterior. Yo me dejé caer al suelo de tierra y respiré profundo, sintiendo como todo mi cuerpo dolía, como estaba a punto de desfallecer. Me lleve las manos al cuello y me tomé el capricho de toser, cuando antes no pude. El aire no había sido nunca tan limpio y puro. La luz del sol nunca me había parecido tan hermosa.
Yo había sido el último en pasar, el décimo. Esto era una prueba física y mental. Nos enseñaron lo poco que valía la vida. Lo endeble que era y lo fácil que suponía arrebatarla. Todo me daba vueltas. Tras incorporarme y alejarme unos pasos para vomitar, desfallecí quedándome tirado en el suelo mirando a la nada. Esta era la vida que me esperaría, a partir de entonces.
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