IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 10
CAPÍTULO 10
Jimin
POV:
Los años comenzaron a pasar lentamente pero sin pausa. La imagen que tengo ahora de esos años es la de un ciempiés que acompasa todas y cada una de sus patas para avanzar. Es extraño porque es tremendamente lento pero si nos fijamos bien todas las patas están en movimiento, al unísono, hacia una sola dirección. Ese era yo, con los ojos fijos en el futuro, con una sola meta. Salir de allí y asomarme a la realidad que me esperaba en el exterior. No voy a negar que tuviera miedo de verme solo en medio de la nada, pero la verdad es que la ilusión era mucho más fuerte que cualquier miedo y algo me decía que, pasara lo que pasara, no me dejarían caer.
Mis calificaciones subieron los últimos años y mis progresos en la lucha y el resto de entrenamientos también mejoraron, haciendo que siempre tuviera los ojos de NamJoon observándome. Recuerdo su mirada de frente y el calor en mis mejillas cada vez que eso sucedía. Volví a recibir castigos como los que había recibido aquél día y no fueron mucho más tarde porque al llegar a mi cuarto y ver que mi oso no estaba, estuve a punto de enloquecer, pero con el paso de los años mi comportamiento se fue refinando y adiestrando. La disciplina era buena maestra y cuando recordaba el dolor, los demás sentimientos se agazapaban, acobardados.
A partir de los quince o los dieciséis años, ahora no lo recuerdo bien, nos enseñaron a matar con las manos. No lo veas como algo osco y burdo. No éramos animales. Éramos armas bien engrasadas para ejecutar los mejores movimientos en el momento exacto. Nos enseñaron cómo dejar a alguien inconsciente con tan solo pulsar su hombro, o como ahogar con nuestro brazo alrededor del cuello de alguien. Como romper huesos de un solo golpe, o como partir cuellos. A mí me dejaron inconsciente varias veces y a punto estuvieron de partirme una pierna. Nada que no sanara con tiempo y reposo.
A los diecisiete estuvimos un año entero estudiando sistemas de espionaje. Programas electrónicos, material como chips, pinganillos. Todo lo necesario. Todo lo que fuéramos a ver los próximos años. Nos enseñaron cómo forzar una caja fuerte de tamaño estándar, como hacer un puente a un coche. Como robar con habilidad, como suplantar de forma creíble. Hacíamos teatro, controlábamos nuestras emociones, nuestras expresiones, nuestro cuerpo. Estábamos entrenando para ser quienes no éramos y eso, resultaba francamente excitante. Se me ponía dura cada vez que conseguía engañar a alguien, cada vez que me salía con la mía. Comenzaba a ser consciente de hasta qué punto unas simples palabras pueden causar daño. No había mentido nunca antes. No era un niño que hubiera sido educado para ello pero mentir es como drogarse. Cuando pruebas la primera dosis de adrenalina, la siguiente es mucho más fácil de conseguir y más tentadora. Caes ante ella sin problema.
A los dieciocho años Xiumin y yo nos habíamos hecho muy amigos. La ausencia de Chanyeol pensé que nos alejaría pero al contrario que hacerlo, nos unió mucho más. Siempre que podíamos estábamos con el otro. Sentados juntos en clase, lucha el uno contra el otro. La complicidad nos hizo sentirnos libres de golpearnos, pero el límite del dolor estaba muy claro, por lo que cuando me pedía que parase, paraba al instante. No nos daba vergüenza mostrarnos débiles frente al otro, y nos ayudábamos mutuamente para ser fuertes, juntos. A él se le daba muy bien el ataque por sorpresa. Me miraba con esos ojitos endiablados y yo sonreía, aniñado. Esas eran nuestras armas secretas, en las que nos decíamos todo lo que necesitábamos saber. Que estábamos tan solo jugando. Nos veía como grandes guerreros en una gran batalla épica pero solo éramos dos cachorros de león clavándonos sin esfuerzo los dientes en las orejas.
Pero un día, todo terminó. El último día de clase en donde nos esperaba “la prueba final”. Oíamos hablar de ella pero los rumores, como sabrás, no son más que hipérboles de una realidad modificada, así que nadie quería creerse nada de lo que nos estuvieran diciendo al respecto. Solo sabía que cuando en los cursos superiores pasaban esa “prueba” muchos de ellos lloraban y otros, estaban empapados en sangre, también llorando. Algo me decía que la sangre no era suya y que el llanto no era por dolor, pero era una imagen igualmente aterradora que no me auguraba un buen futuro, y sin embargo todos estábamos ilusionados por finalizar nuestros estudios, por lo que el último día de clase nos reunieron a toda nuestra promoción y nos miraron con ojos felices y sonrientes. Nos hablaron con orgullo.
—Vosotros sois el futuro de esta nación, sentiros orgullosos. –Las palabras de nuestro subdirector eran tremendamente insulsas, como si las hubiera dicho cada año—. Habéis estado aquí por años pero por fin ha llegado el momento que marcará vuestras vidas. La prueba a la que os enfrentareis mañana es una prueba decisiva. Será difícil, y arriesgada. Tendréis que dar lo mejor de vosotros y aplicar todo lo que os hemos enseñado. Tomaros el día de hoy libre, jugar, divertíos, hacer lo que queráis. A las nueve de esta noche os quiero aquí de nuevo, nos reuniremos para explicaros en qué consistirá la prueba.
Todos salimos del aula tremendamente emocionados. Un día cualquiera era nuestro día libre y Xiumin y yo nos divertimos ejercitando un poco por nuestra cuenta en el jardín, luego nos duchamos, dimos un paseo por los alrededores y estuvimos el resto de la tarde en su cuarto. Como si algo superior a él le condujera me hizo sentar en su cama y se sentó delante de mí con las piernas cruzadas. Yo imité su gesto y suspiró largamente. Recuerdo como el sol de la tarde le daba en su mejilla izquierda, y como sus ojos brillaban y se aclaraban por la luz. Parecía triste pero a la vez emocionado. Todos estábamos igual y el miedo nos invadía poco a poco. Pero él estaba raro. Parecía querer confesarme algo. Habló de repente con una sonrisa tímida en los labios.
—Eres mi mejor amigo. –Dijo—. Desde que ocurrió aquello, bueno. Ya sabes, has sido mi único amigo y cuando ambos nos graduemos en esta escuela no sé qué haremos después, pero nunca te olvidaré. –Asentí y le correspondí—. ¿Sabes? Mis padres trabajan en un pequeño restaurante de comida al norte de la ciudad. ¿Te gusta el kimchi*? Hacen el mejor kimchi que he probado nunca. No es que lo recuerde muy bien pero seguro que sigue estando tan delicioso como cuando lo tomaba a los cinco años.
—¿Tienes ganas de volverles a ver? –Asintió con una sonrisa nostálgica.
—Mucho. Tengo que hacer que se sientan orgullosos de mí. –Suspiró—. Les ha costado mucho dinero esta escuela y tienen que ver cómo he crecido, lo mucho que he trabajado. Tengo que demostrarles que soy el mejor. –Asentí.
—Ellos lo sabrán. Estoy seguro. –Sonrió con mis palabras.
—¿Y tú? ¿Crees que volverás a ver a tus padres? –Asentí.
—Creo que sí. Estoy casi seguro de ello. –Él asintió.
—Seguro que estarán muy orgullosos de ti cuando vean que te has convertido en un defensor del estado. –Fruncí los labios. Él me miró serio.
—No creo que sea así.
…
Llegadas las nueve, nos volvimos a reunir todos en la misma sala en la que habíamos estado horas antes y cuando nos dispusimos cada uno en un asiento, entraron NamJoon y el subdirector con una expresión de seriedad y solemnidad que me asustaron. Podía ver en sus rostros la experiencia y el conocimiento de lo que estábamos a punto de hacer. Alguno de nosotros pensaba que lo que iba a venir a continuación era un examen teórico. Otros, entre ellos yo, nos preparábamos para un combate cuerpo a cuerpo como los de cada día. Pero nos sorprendieron a todos cuando nos devolvieron a los cuartos en busca de nuestros pijamas y nos hicieron cambiar a todos. Los pijamas nos los había proporcionado el colegio igual que el uniforme ya que algunos, como yo, no teníamos a nadie quien nos suministrara estas necesidades. Me puse un pantalón corto negro y una camiseta de manga corta a juego. Unos calcetines y unas zapatillas de deporte. Nos agruparon en el pasillo y nos sacaron de la escuela.
Yo miraba temeroso como poco a poco el sol se escondía por entre los árboles que estaban tras el colegio y rodeamos todo el edificio para encaminarnos por el camino por el que tantas veces habíamos visto llegar los camiones con suministros. La tierra bajo nuestros pies sonaba muy distante y distorsionada. Era un escenario completamente abstracto. Alrededor de veinte alumnos caminando por entre el bosque en pijama, acompañados de dos adultos. El aire era fresco aun en esta época del año pero la adrenalina viaja tan rápido por mis venas que no sentí el mínimo frio. Xiumin a mi lado caminaba acompasando sus pasos a los míos para no perderme, para no perderse él.
Habiendo caminado alrededor de cinco minutos encontramos una especie de recinto alargado de tan solo un piso de altura. Me recordaba a las pequeñas tiendas que usaban los soldados en la guerra en donde allí se instalaba la enfermería. Un pequeño caseto de nueve por cincuenta metros. Las paredes eran grises, había ventanas alrededor y una puerta con candado exterior. Yo tragué fuerte y sonoro al ver aquella imagen, tan abstracta, tan difícil de describir. Allí esperándonos había unos treinta soldados vestidos con trajes militares y con fusiles en sus manos. Recuerdo la mirada inexpresiva de ellos y la asustada de mis compañeros. El subdirector comenzó a hablar.
—Bien, chicos. Aquí estamos. Aquí dentro tenéis camas. Pasareis la noche aquí. –Dijo y se condujo con nosotros hacia la puerta y abrió el candado invitándonos con un gesto a entrar dentro. Nos miró sonriente, confiado y nosotros, como corderos, nos dirigimos al matadero. Nos metimos dentro y el interior estaba levemente iluminado por la luz del sol poniente que entraba por las ventanas a ambos lados y con un pasillo central a los lados se disponían literas. Había doce. Seis a cada lado. Estaban hechas de una madera oscura y ajada. Algunas estaban endebles. Otras ajadas. Estaban manchadas de algo oscuro que ya había absorbido la madera y las sábanas que estaban sobre los colchones, descoloridos. Con un olor a humedad terrible y con extraños cercos de algo que parecía haberlas manchado y no se había conseguido borrar—. Vamos, chicos. Elegir cada uno una cama. –Todos hicimos lo propio, y levemente desorientados nos condujimos dentro. Xiumin salió corriendo cogiendo una litera superior en la parte izquierda del cubículo en la tercera empezando por la puerta. Estábamos cerca de la salida, pero no lo suficiente en mi opinión.
Xiumin se subió enseguida a su colchón y los muelles rechinaron como animalillos siendo devorados. A él le gustó el sonido y botó sobre ella animado, pero yo no me atreví a toquetear nada y me quedé de pie al lado de la pata de mi cama mientras miraba a NamJoon que comenzó a hablar. Nos miraba a todos, pero yo solo tenía ojos para él.
—Sois muy buenos alumnos, pero me temo que tengo que daros una mala noticia. Solo los mejores pueden alistarse al ejército y el valor se demuestra en la arena, no ante un folio en blanco. –Suspiré y tragué saliva. Algo estaba a punto de pasar—. Sois veintiséis alumnos pero solo diez pueden optar por el puesto en nuestras filas, por lo que aquí se decidirá todo. A las seis de la mañana sonará una campana que os avisará de que debéis abandonar este lugar. Los diez primeros en hacerlo serán los elegidos. El resto… bueno. Si hay sobrevivientes ya pensaremos que hacer con ellos. –La sangre se me heló—. No se puede salir por las ventanas, o estos hombres que están aquí fuera os disiparán. No podéis salir antes de tiempo, o estos hombres os dispararán. Si no ha salido nadie en menos de dos minutos después de que suene la campana, estos hombres, os dispararán.
El silencio que se generó fue tan extraño que lo recordaré el resto de mi vida. Todo a mi alrededor parecía haberse detenido y lo único con movimiento eran las palabras en sus labios haciendo el ambiente aún más frío y distante. Mis piernas flaquearon pero no cedí. El subdirector y él salieron. Nos miraron desde fuera.
—Buenas noches. Descansad. –Nos dijeron y cerraron la puerta con candado. Era un candado simple, este cedería ante una mera patada pero la simbología que representaba era mucho mejor que cualquier otro instrumento. Todo alrededor estaba tenso, frío, pero siempre caliente, en un movimiento reprimido. No quise mirar los ojos de nadie, ni siquiera los de Xiumin que de seguro se había quedado tan paralizado como nosotros. No teníamos dispositivos que nos mostraran la hora, por lo que no podíamos hacer más que un cálculo aproximado por la posición del sol. No teníamos armas. No teníamos escapatoria. Y desde ese momento, tampoco teníamos amigos.
Cuando el shock comenzó a descender lentamente pude caminar y me acerqué a mi cama y me senté en ella apoyando mi cabeza entre mis manos con mis codos sobre mis rodillas. Nadie había hablado hasta entonces pero en ese instante las mentes de todos bullían con ideas absurdas y precipitadas. Estábamos perdidos.
—¿Y si nos negamos a salir? –Propuso una voz anónima.
—Nos dispararán, ya lo has oído. –Contestó otro.
—¿Y qué se supone que tenemos que hacer?
—Salir, punto. Ser de los primeros y punto.
—¿Lo ves tan fácil?
—Yo… yo… no quiero tener que hacer daño a nadie. –Todos hablaban a la vez, precipitadamente.
—Yo tampoco.
—Deberíamos hacer una votación. –Dijo uno que me hizo sacar una sonrisa sarcástica.
—¿Democracia? ¿Quién te ha enseñado eso?
—¡No estoy de broma! Por ejemplo… los que tengan mejores calificaciones son los que deben salir.
—¿Y los demás subordinarse?
—¿No? Es lo justo.
—¡No es justo! Yo tengo la nota más alta en idiomas, matemáticas e informática, pero soy de los peores en lucha…
—Entonces serás el primero en morir. –Dijo uno que nos cortó el aliento a todos—. Vamos no seáis estúpidos. A las seis de la mañana esto será una matanza. Cuanto antes lo asumáis, mejor. –El silencio que provocaron sus palabras duraron unos segundos y yo me tomé ese tiempo para tumbarme en la cama y mirar la curva del colchón superior que denotaba el peso de Xiumin sobre este. Esperaba que de un momento a otro se hiciese notar. Que bajase a mi lado y me abrazase. Quería sentir un abrazo suyo una vez más, pero sabía que eso no ocurriría. Solo deseaba que él saliera a mi lado, y no detrás de mí.
Cerré los ojos y decidí dormir. Sería lo mejor si quería estar con mis cinco sentidos de madrugada.
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El kimchi (hangul: 김치) es una preparación fermentada de origen coreano confeccionada a base de diferentes vegetales sazonados con diferentes especias y cuya receta más extendida utiliza como ingrediente básico la col china (배추; Baechu), también existen otras recetas en las que se utilizan ingrediente como rábanos o pepinos, entre otros vegetales, que son acompañados comúnmente de pimiento o ají rojo molido, ajos, cebollas u otras combinaciones de acuerdo a diferentes zonas geográficas, pero presente en el día a día de los coreanos, tanto del norte, como los del sur.
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