CHICO A LA CARTA - Capítulo 6

 CAPÍTULO 6


JungKook POV:

 

La música es tremendamente estridente. Los gritos de las personas en medio de la pista son ensordecedores. No puedo sentir más que el fuerte golpeteo de mi corazón moviéndose desenfrenado dentro de mi caja torácica. Las luces bailan de un lado a otro en diferentes colores pero predomina la oscuridad de la intimidad que nos proporciona el local. Es una discoteca solo reservada a los de la graduación pero eso no la hace más íntima. Se ha colado más gente de la que me gustaría pensar y no conozco a la mayoría de los que van de un lado a otro.

Un chupito de algo de color verde adorna mi mano y posado sobre la barra aun espero que me deje de doler el esófago por el anterior. Frunzo los labios y el ceño, gimo, dolorido, y miro a todas partes, sintiendo mis mejillas acaloradas y mi mirada levemente baja. Siento los primeros síntomas del alcohol recorriendo mis venas y no es que no me haya emborrachado nunca, es que nunca lo había hecho antes al lado de un desconocido.

—¡Una más! –Grita Jimin a mi lado mientras coge en su mano un chupito de absenta de cannabis para llevárselo a los labios. Lo hago a la par que él y le miro como se lo bebe de un solo trago. Yo tengo que hacerlo en dos porque se me corta la respiración por la violencia de la graduación. Cuando me lo he terminado me deja en la boca un sabor mentolado que es agradable, y sin creérmelo, me da ansias de beber más. Estoy a punto de hacerlo levantando el brazo para llamar de nuevo al camarero pero Jimin me retira de la barra sujetándome del brazo y conduciéndome a la pista de baile—. ¡Esto de la barra libre es la ostia! –Dice, también levemente ebrio. Yo me dejo guiar por él hasta que soy consciente de sus intenciones.

—¿Vamos a bailar?

—¡Sí! Vamos a bailar. –Yo tiro de mi brazo para zafarme de él. Me mira con curiosidad.

—No me gusta bailar. –Le digo en voz muy alta. Casi gritando para que pueda oírme. Cuando escucha mis palabras frunce el ceño, sonríe cínico, y me coge de nuevo para caminar conmigo.

—Vamos, ¿recuerdas qué es lo que estudio? Yo te enseñaré. Solo déjate llevar. –Cuando nos situamos entre el tumulto de personas y sobre nosotros los focos de luz, él coge con violencia mis caderas y nos pega haciéndome dar un vuelco el corazón. Una máquina de humo empieza a expandir una neblina blanquecina desde el suelo. Comenzamos a movernos a ritmo de una música que no conozco. Es reggaetón o algo parecido y lejos de gustarme, me parece demasiado escandaloso, demasiado violento. Sin embargo Jimin parece encontrarse en su hábitat y con sus manos, una en mi cadera y otra en mi hombro, se divierte bailando como si yo fuera un competente compañero. Ríe, grita, canta. Acabo cediendo a él y me muevo imitando sus movimientos, los cuales me resultan ligeramente obscenos con una de sus piernas entre las dos mías. De vez en cuando me rozo con él, él lo sabe pero no hace nada por evitarlo.

Pasando el rato conduce sus dos manos a mi cuello y me acerca a él. Hunde su rostro en mi hombro y siento su respiración entrecortada chocando con mi cuello. Su corbata está levemente desabrochada. Igual que mi pajarita. Sus manos recorren mi nuca con las yemas de sus dedos y cuando se internan en mi cabello, un escalofrío me recorre desde la coronilla hasta la punta de los talones. Cuando descubre su rostro puedo ver en él los cachetes ligeramente enrojecidos, igual que los míos. Apega su frente a la mía y nuestras respiraciones chocan. Creo que está a punto de besarme, o tal vez solo esté haciendo tiempo para que yo lo haga. Tal vez me quiera tentar, para quitarse el beso de encima, pero yo niego con el rostro y él lo entiende, aunque no lo comparte.

—¿Ahora no?

—No.

—Está bien, pues estos vienen por cuenta de la casa. –Dice, y creo haberle entendido mal, pero cuando esconde su rostro en mi cuello comienza a besar y mordisquear mi mandíbula. Mis manos están en su cintura pero me he quedado bloqueado. Él me habla al oído—. Vamos, toquetéame, somos novios. Si te quedas parado como si nada se van a creer que no me correspondes. –Suspiro largamente y mis manos comienzan a recorrer su espalda, sus caderas, muerdo mis labios cuando me atrevo a rozar su trasero. Él ríe en mi oído de una forma traviesa, como si se riese de mi pudor. Aprieto mis manos en sus cachetes con violencia haciéndole dar un respingo. Ahora soy yo quien le mira divertido.

—No te asustes. –Le digo—. O se van a pensar que no hemos hecho esto antes.

—Te lo tienes que estar pasando en grande. –Me dice con una ceja levantada. Yo me tomo la libertad para volver a apretarle los cachetes del trasero y se acerca a mí por el gesto.

—Gracias a ti. –Ambos sonreímos pero tras tres copas de vodka y los chupitos comienzan a hacerme efecto y la vejiga me pesa—. Voy a al baño. Espérame aquí y no toquetees a otro. ¿Hum? –Me mira de arriba abajo.

—¿Se te ha puesto tan dura? –Abro los ojos ofendido.

—¡Claro que no! Es solo que tengo que orinar. –Él me mira sin creerme y yo me alejo soltando poco a poco la mano que me ha sujetado. Cuando salgo del barullo de personas me encamino por el único pasillo un poco amortiguado por unas puertas hacia el cuarto del baño que está al fondo. Tan solo son la una de la mañana y ya hay borrachos caídos en el suelo desplomados, pero no son estos los animales más peligrosos de este mundo. Son lo que esperan a la puerta del baño con ojos fieros y sonrisas ladinas. Un grupo de chicos y chicas apoyados en la pared, rodeándose, protegiéndose. Son hienas, y si no, se ríen como tal.

Cuando paso por lado de estos todos se mantienen en silencio y yo me quedo unos segundos mirando de reojo con desparpajo, con la seguridad que me proporciona tener a Jimin hoy conmigo, pero una vez que entro en el baño, tengo la sensación de que sus miradas aún están sobre mí. Es un vértigo que me produce un frío recorriéndome de arriba abajo. Es un instinto primario de supervivencia, pero que por mi situación prefiero olvidarlo y hacer como si nada. Me acerco a uno de los urinarios, al lado de un chico que como yo, está haciendo sus necesidades, y me bajo la cremallera del pantalón sacándome el pene para orinar con un largo suspiro. Parece que me siento más sobrio a medida que descargo y cuando el chico que tengo a la derecha termina y se va, no oigo la puerta cerrarse. Pienso que alguien ha entrado y comienzo a escuchar pasos aproximándose. Los pasos no cesan. La puerta no se cierra aún. Termino con naturalidad y me giro para ver como el grupo que descansaba fuera, ahora está dentro. Mujeres incluidas.

—¿Te lo estás pasando bien, Jeon? –Preguntan con curiosidad y yo me acerco al lavabo para lavarme las manos. El agua está fría. Mis mejillas arden, estoy nervioso.

—Sí. ¿Está permitido que las mujeres entren? –Pregunto con una sonrisa mientras me seco las manos con un trozo de papel que después tiro a la papelera. Bloquean la puerta con sus cuerpos, no dejándome salir.

—¿No está prohibido para alguien de tu edad contratar un servicio de prostitución? –Pregunta uno de los chicos y le miro con ojos temblorosos. Frunzo el ceño. Finjo no saber nada.

—¿Prostitución?

—Tu novio está muy bueno. Demasiado para alguien como tú. ¿No crees? –Pregunta una de las chicas mirándome de arriba abajo, con una expresión de asco. Yo la miro a ella, como saca de su bolso de fiesta su teléfono móvil y me enseña la página web de donde saqué a Jimin. La fotografía de Jimin en medio de la pantalla me hace dar un vuelco el corazón. Mis manos se hacen puños. Me muerdo los labios.

—¿Qué es esto? –Pregunto, ofendido.

—¿Un puto, Jeon? ¿Enserio? –Pregunta un chico, casi decepcionado.

—¿Este no es tu novio, JungKookie? –Pregunta una chica.

—No. –Digo de la nada y el resto ríen, descontrolados—. O sea, sí, pero no es lo que pensáis… yo…

—¡Eres un farsante chupapollas! –Grita una de las chicas y me empuja haciéndome retroceder, pero uno de los chicos termina la faena golpeándome en la boca con el puño cerrado. Caigo ahora sí al suelo manchando las baldosas blancas con la sangre brotando de mi boca. Escupo a mi lado. Me pisan la cabeza y grito casi inconscientemente. Una patada a mi vientre me hace encogerme, pero una en el rostro me hace llevarme las manos a la cara. Mi nariz comienza a sangrar, pero no duele el sangrado, sino el terrible pinchado que se instala en mi cerebro. Mis oídos me han librado de la carga de escuchar los insultos produciéndome un dulce pitido que amortigüe todo sonido.

Me sumerjo en agua. No, en realidad si hay agua de verdad. Me están mojando con agua del grifo poniendo la mano en la boquilla para crear presión. Más patadas siguen llegando a mi cuerpo haciéndome retorcerme en mil posturas. Cuando me patean la espalda intento ponerme boca arriba pero eso es casi peor porque un peso cae sobre mi vientre y se alimenta de aporrearme el rostro con puños cerrados. Mis manos intentando impedir que me goleen no son más que un estorbo y alguien se sienta detrás de mí y me agarra las manos a la espalda, me incorporan la parte alta del cuerpo y me golpean el rostro a patadas con suficiente carrerilla como para hacerme delirar unos instantes. Por unos segundos deja de doler. La inconsciencia es una dulce anestesia.

—¡BASTA! –Grita alguien, amortiguado por mis oídos—. ¡BASTA! ¡¿Qué diablos estáis haciendo?! –La persona que entra hace que detengan los golpes. Me atrevo a abrir los ojos para descubrir el rostro de Jimin entrando en el baño por la fuerza, quedándose parado en medio de la estancia mirándome con ojos desorbitados.

—Aquí tenemos al putito rescatando a su cliente. ¿Hum? –Dice uno de los chicos y Jimin hace oídos sordos alejando de mí al chico que sostenía mis manos y se arrodilla a mi lado sujetando mi rostro entre sus manos. Me apoya con la espalda en la pared.

—¿Estás bien? –Me pregunta en un susurro. Yo casi no le oigo y asiento, leyendo sus labios.

—No irás a negarnos que no eres este de aquí. –Le enseñan la misma imagen que a mí y me quiero morir de la vergüenza. Cierro de nuevo los ojos, deseando morir—. Dinos, ¿Cuánto te ha pagado para que se la chupes? ¿Hum?

—¡¿De qué diablos estáis hablando?! –Pregunta realmente serio—. Claro que soy yo, soy chico de compañía. Pero no puedo trabajar con chicos menores. –Dice mirándome, les mira a ellos y al teléfono, alternativamente. Mis compañeros fruncen el ceño, confusos—. Jeon no es ningún cliente, es mi novio de verdad. –Jimin me abraza con ternura, me retira el pelo del rostro y se muerde los labios, por la cantidad de golpes ahí—. Mi bebé. –Susurra.

—¿De verdad? ¿Crees que vas a tomarnos el pelo? –Jimin se levanta, dando un golpe con el puño cerrado a la pared a mi espalda. Yo me encojo en mí mismo. Comienzo a oír con naturalidad.

—¡Voy a poneros tal denuncia que los que tengáis suerte de no acabar en un reformatorio iréis de patitas a la cárcel! –Las chicas son las primeras en salir del baño como si de repente tuvieran respeto por estar en el baño de hombres y los hombres, con rostro de superioridad pero con manos temblorosas se hacen los inocentes.

—Él ha empezado. –Me señalan. Yo río.

—¡Largo! –Jimin se abalanza sobre uno de ellos empujándole y consiguen irse. Cuando estamos a solas, como por un resorte, Jimin corre a mi lado en lo que yo me intento incorporar, agarrándome el vientre—. No, no te levantes, llamaré ahora mismo a una ambulancia. ¡No! Te llevo en el coche, vamos, pequeño…

—No. no. –Me alejo de él y él me mira con un interrogante en su rostro—. No pienso ir a un hospital, llévame a casa.

—¿Cómo que no?

—¿No me estás oyendo? –Suspiro largamente y saco mi teléfono móvil del bolsillo en el pantalón. Lo miro por todas partes comprobando que no le ha pasado nada y miro la hora. Las dos menos diez minutos de la mañana—. Son casi las dos. Vete a casa. Vamos. Ya se acabó el espectáculo. –Me acerco a paso torpe hasta el lavabo y me miro en el espejo. Mi nariz está sangrando abundantemente, de forma considerable hasta manchar mi camisa. Mis labios están rotos. Mi ceja también y un pómulo. Por lo demás solo tengo hematomas, y unos nudillos rozados.

—Debes estar loco. Ni de broma te dejo aquí.

—No voy a darte más dinero, así que ya puedes marcharte. Yo me voy a mi casa. –Digo sujetándome el vientre y caminando fuera del baño, en dirección a la salida. Jimin me sigue de cerca aturdido por mi comportamiento. Cuando salimos a la calle mi primer instinto es respirar profundo, pero toso de repente haciendo que Jimin acuda a sujetarme con una mano en el pecho y la otra en la espalda. Le aparto de un empujón y saco del interior de la americana un cigarro. Cuando estoy con este en los labios a punto de encenderlo, Jimin me lo arrebata y lo estruja en sus manos frente a mis ojos. Me quedo en shock y cuando lo tira lejos, me mira.

—¿Se puede saber que haces?

—¡¿Qué haces tú?! ¡No toques mi tabaco! –Ignora mis palabras y me coge del brazo en dirección a su coche. Yo me dejo hacer porque tampoco tengo demasiadas fuerzas para soltarme, y si me lleva a casa, es un camino que no tengo que recorrer. Cuando estamos ahí, me abre la puerta y me ayuda a sentar con cuidado poniéndome el cinturón, haciéndome sentir invalido. Él me cierra y me señala con el dedo a través de la ventanilla. Me habla alto.

— ¡NO te muevas! –Asiento levantando las palmas de las manos, mostrándome inocente, y rodea todo el coche para aparecer por la puerta del piloto y se sienta cerrando detrás de él con violencia. Está evidentemente enfadado. Cuando arranca, comienza a hablar. –No pienso llevarte al hospital, pero voy a llevarte a casa y a asegurarme de que tus padres sepan qué ha sucedido para que ellos tomen las medidas pertinentes.

—No me trates como si fuera un niño. –Me pasa en GPS para que le marque la dirección de mi casa y yo lo hago, tranquilo. Pasa unos minutos en completo silencio, conduciendo a gran velocidad, cuando de repente, habla de la nada.

—No entiendo porque no quieres que te lleve al hospital. Puedes tener algo grave. Además, tienen que ponerte puntos de sutura en la mejilla, y en la deja.

—Déjalo, ¿quieres?

—No, ¿qué diablos ha sucedido? Te han pegado de la nada…

—Pues como siempre… —Digo, mirando la carretera despejada frente a nosotros. Él me mira, de reojo, asustado.

—Como siempre. –Repite—. ¿Me estás tomando el pelo?

—No. Por eso necesitaba que alguien viniera conmigo, para no parecer el pardillo de siempre y que al menos por un día, me respetaran. Por un día. –Suspiro.

—Joder… —Suspira, enfadado—. No sé qué diablos sucede con los chicos de hoy en día…

—Ya…

—Me da igual, de todas formas vas a acabar en el hospital. –Dice como dándose cuenta del hecho.

—No lo creo.

—¡Ya te digo yo que sí! ¿Crees que tus padres te van a dejar hacer lo que quieras? ¿Qué hay de malo en ir al hospital?

—¡Pues que soy menor! ¡Van a exigir la presencia de mis padres!

—¿No quieres despertarles?

—¡No están en Seúl, maldita sea! –Me mira y mira la carretera, alternativamente.

—¿Cómo?

—Están en Busán, visitando a unos familiares. –Digo al fin, y detiene el coche en medio de la carretera. Un frenazo en seco que me hace desplazarme hacia delante en el asiento. Interpongo las manos entre yo y el salpicadero, me mira, con el ceño fruncido y da un volantazo girando, llevándonos de vuelta por el camino por el que íbamos—. ¿Qué haces? –Pregunto mirando hacia atrás. Él bloquea las puertas del coche y yo me quedo paralizado en el asiento.

—A mi casa. –Dice, como si nada—. No pienso hacer venir a tus padres de Busán, pero tú no te libras de que te cure esa cara de gilipollas que tienes. –Frunzo los labios y me dejo caer en el asiento, cruzándome de brazos, resignado. Él me mira, con el ceño fruncido—. ¿A qué viene llevarme a tu casa si sabías que tus padres no estaban?

—Pensaba deshacerme de ti antes de que consiguieras entrar en mi piso. –Reconozco y hago un puchero sintiendo como mis labios se quejan por el gesto. Él sonríe, sarcástico, y conduce a gran velocidad por la carretera desierta—. No pienso pagarte la sesión de enfermero.

—No será necesario.

Y sin más palabras sigue conduciendo.



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