CHICO A LA CARTA - Capítulo 7 (FINAL)
CAPÍTULO 7 (FINAL)
JungKook
POV:
Nos conducimos a través de la carretera hasta acabar aparcando en un bloque de pisos cualquiera. Me ayuda a bajar del coche y miro alrededor. Estamos muy lejos de mi casa. No sabría volver pero tampoco tengo pensado hacerlo. Caminando al lado de Jimin llegamos a la puerta de un portal y entramos en silencio. Solo se oye el sonido de nuestras pisadas por la calle y en el portal, el silencio es mucho más evidente. Puedo escuchar incluso su acelerada respiración y el sonido del ascensor descendiendo. Una vez dentro me veo obligado a verme de nuevo reflejado en algo y veo como un círculo morado comienza a rodear mi ojo izquierdo. Me mordería los labios si el dolor no me matase.
Al salir del ascensor solo veo una única puerta de metal. Al acercarnos saca unas llaves y entramos en su casa. Tal como me había dicho no es más que una buhardilla, pero desde esta perspectiva y con la decoración que tiene, es tremendamente acogedora. Las paredes son de piedra pintada en gris, algunas gris claro y otras más oscuro. Pero en la noche que entra por las ventanas superiores del techo descendiente todo está lleno de sombras. El espacio es abierto, grande. Un sofá blanco y una tele de plasma, sobre un austero mueble. Hay una separación en el espacio por un tabique sin puerta. Un muro que no termina de cerrar con la pared. Él da las luces pero la luz que da no es más que una serie de halógenos naranjas que hacen de guía, nada más.
—Ahí detrás está el cuarto. –Al entrar más dentro en la casa veo en la pared opuesta al cuarto una pequeña mesa de cocina, con un fregadero, una lavadora, una nevera congelador y unos cuantos muebles. Todo tras la televisión y el mueble austero. Él me mira conduciéndose al cuarto y yo me que he quedado parado en medio de la nada—. Vamos, ¿a qué esperas? Ni se te ocurra salir corriendo. –Asiento y camino tras él hasta cruzar el muro y ver una cama con dos mesillas a cada lado. Las sábanas coinciden con el color de las paredes, contrastando dos gamas diferentes de grises. Hay una puerta negra, que desde fuera veo que es el baño. Está entreabierta.
—Bonita casa. –Le digo, solo por cortesía.
—Ahórrate los cumplidos y siéntate en la cama. –Me dice firme y rotundo. Yo me quito la americana y la pajarita que me viene oprimiendo la respiración desde hace tiempo y me siento en el borde del colchón en la semioscuridad que nos proporcionan las luces del salón. Jimin entra en el baño y enciende la luz del interior y se le oye rebuscar algo por los cajones. Cuando regresa, pasado al menos dos minutos, aparece sin la americana y sin el chaleco, tan solo en camisa, pantalones y tirantes. Tampoco lleva la corbata y se ha desabrochado el primer botón de la camisa. Me pide que haga lo mismo y lo hago, dándome cuenta de la sangre que hay en ella—. ¿Te ha parado la sangre de la nariz? –Asiento y le veo dejar un botiquín a mi lado en la cama y se vuelve a meter en el baño para sacar un taburete y sentarse frente a mí.
—Siento las molestias. –Le digo y eso parece enfadarle más.
—¿Ahora te entra la culpa? –Asiento y me miro las manos, manchadas de sangre seca.
—Lo siento, pero no me grites más, creo que he tenido suficiente.
—Está bien. –Dice, respirando hondo—. Lo siento. Vamos allá.
Lleva sus manos al botiquín a mi lado y nada más abrirlo lo primero que sustrae de ello son unos guantes de látex blancos metidos en una bolsita de plástico transparente. Se los pone y comienza a maniobrar con los objetos en el interior. Tras saber lo que tiene y lo que no, y tras sacar tan solo lo que necesita, me pide que me quite la camisa y que le acompañe al baño. Lo hago sumiso y me inclina en el lavabo para lavarme la cara y el cuello, ensangrentados. El agua me hace gemir dolorido pero se ríe, porque solo es agua y lo que intenta es lavarme las heridas y quitar la sangre que ensucia mi cara.
Me pone una toalla alrededor del cuello tras secarme el rostro con ella y me conduce de nuevo a la cama dando una luz en el cuarto, para mejor visión de mi rostro. Cuando ha divisado bien las heridas en mi rostro unta un poco de algodón con alcohol y con unas pinzas lo coge y lo dirige a mi ceja rota mientras que con su mano libre y una gasa, cubre mi ojo para que no me caiga alcohol en él. Yo me retiro con el primer contacto pero él presiona más fuerte y no consigo escaparme de él. Lo siguiente es mi pómulo, con otro trozo de algodón diferente. Sigue así por todas partes hasta que termina y coge unos pequeños puntos de plástico blanco y comienza a unir mi piel en los cortes con ellos. Menos en mi labio, donde no tiene ya remedio.
—Se te va a hinchar toda esta zona. –Dice haciendo un círculo con el dedo alrededor de mi ojo magullado en la ceja y la mejilla—. Está morado.
—Vale. –Le digo.
—¿Tienes algo roto? ¿Alguna costilla fracturada? –Niego con el rostro y tan solo le enseño los nudillos de la mano izquierda magullados. Asiente y se levanta conduciéndose al salón. Le veo desaparecer y se lleva su dulce olor con él. Toda la casa huele a él y solo soy consciente cuando no le tengo cerca. Regresa con una bolsa de gel helado de color azul. Es una bolsa redonda que me da y me la hace poner sobre el rostro, del lado amoratado.
Rescata un poco de algodón con alcohol de la caja y se conduce a mi mano pero antes desabotona la manga y al hacerlo le retiro la mano, asustado. Él me mira, confuso. Analiza mi nerviosismo, y me coge la mano con fuerza volteando el brazo para mostrase la muñeca. Mira unos cuantos cortes lisos y paralelos ahí, suspira, y chasquea la lengua, conduciendo ahí el algodón primero. Sabe qué es, y sabe que no es un accidente, pero no menciona nada al respecto y tampoco pienso contestarle nada. Cuando termina pasa a mis nudillos y los limpia consiguiendo que me queje con chasquidos de mí lengua, pero él me ha aferrado con fuerza y me dejo hacer mientras termina y comienza a vendarme mano y muñeca incluida.
—Pareces un doctor. ¿Sabes medicina?
—Di unos cursos de primeros auxilios, especializados para bailarines. –Frunzo el ceño y me mira, explicándomelo—. Torceduras de tobillos, luxaciones de hombros. Curar rasguños entra en el kit. –Asiento—. También algo de alimentación, sobre dietas y esas cosas. Qué ejercicios hacer para muscular, cuales para adelgazar. Esas cosas… —Asiento, apoyando un poco más fuerte el hielo en mi ojo. El frío me da dolor de cabeza.
—¿Tienes alguna pastilla para el dolor? –Asiente y me extiende una del botiquín. Va a traerme una botella de agua y me la bebo en silencio. Termina de ajustarme el vendaje a la mano y comienza a recoger todo con cuidado. Lo último son los guantes y se los quita yéndose a guardar el botiquín y a lavarse las manos. También lleva el taburete a su sitio y cuando regresa, me encuentra apoyado con las manos en mi rostro y los codos en las rodillas.
—No vomitarás. –Me dice por la ingesta de alcohol pero niego con el rostro—. Con una leve sonrisa se acerca a la mesilla de noche y extrae del cajón un sobre que me suena familiar, me lo extiende mientras se sienta en el suelo frente a mí. Yo lo cojo, con el ceño fruncido.
—¿Qué es esto?
—No voy a aceptar tu dinero. –Me dice como si nada y yo niego con el rostro.
—No lo hagas por fingir que eres mi novio, ¿hum? Toma, cógelo.
—No, de veras…
—Hoy has hecho mucho por mí, me has hecho pasar un día muy agradable, me has curado, yademás, te lo curraste ayer preparándote el personaje. Solo por eso te lo mereces. Vamos, tómalo. –Se lo extiendo de nuevo y con una sonrisa cómplice lo coge a regañadientes. Lo deja por ahí y se me queda mirando con un puchero en los labios.
—¿Cómo te encuentras?
—Peor. –Le reconozco.
—¿Peor? –Pregunta sonriendo.
—Sí, me escuecen todas las heridas. Y me duele la cabeza.
—Es normal, te han golpeado. –Suspira. Me coge la mano vendada y se la lleva a su mejilla. Yo le acaricio con dulzura y él sonríe, tímido—. He estado bien, ¿eh? ¿Y esa chorrada de Nietzsche? Me la inventé en el momento, lo juro. –Me hace sonreír sin querer y acaricio su pelo, con cariño. De repente recuerdo algo y mi sonrisa se vuelve ladina.
—Aún me debes un beso. –Le digo—. He pagado por él.
Él me mira con una sonrisa que me hace pensar que él también ha pensado en ello y me aparta la mirada levemente avergonzado. Me vuelve a mirar, desde la distancia que le proporciona estar sentado en el suelo y se yergue levemente y muy poco a poco esperando que sea yo quien le bese. Lo hago y me acerco a sus labios pero solo dejo en ellos un sello que resuene levemente por la estancia. Me aparto unos centímetros y le veo perplejo por la poca duración del beso. Tomando la iniciativa, él se acerca de nuevo y me besa una segunda vez pero esta, rodeando mi cuello con sus manos, dejándolas en mis hombros, irguiéndose poco a poco hasta quedarse de rodillas frente a mí, mientras que yo estoy sentado en el borde de la cama. Cuela su lengua en mi boca y comienzo a recordar el otro beso que nos dimos en la tarde, era ese mucho más apasionado e intenso. Este es dulce y cuidadoso. Mis labios duelen con el simple contacto y debe estar dándose cuenta de que ahora tiene un regusto de sangre en su boca, pero no se detiene, siendo mucho más cuidadoso. Mete su lengua y juguetea con la mía en el aire. Nuestras narices chocan, nuestras mejillas se rozan. Nuestros alientos se mezclan. Sus manos acarician mi cabello naciente en mi nuca y mis manos se han desplazado sin permiso a su cabello. Le acaricio con sutileza desde la coronilla en su cabeza, por su nuca, en sus hombros, a través de sus clavículas. Y de repente, el beso se detiene de la nada y Jimin se separa con una sonrisa dulce y los labios húmedos e hinchados. Yo hago un esfuerzo por sonreír pero él no parece satisfecho con el experimento de sonrisa y se pone en pie para apoyar sus manos en mis hombros y besarme de nuevo. Me dejo hacer porque no pienso perder la oportunidad de estar con él y poco a poco nos desplazamos en la cama hasta tumbarme con la cabeza en la almohada. Nada más que le veo sentado sobre mi cuerpo devorándome el cuello descamisado, me golpea la realidad y no evito hablarle.
—Si continúas ya no será solo un beso. –Le advierto pero él hace oídos sordos—. Jimin… Jimin hyung…
—¿No te gusto? –Pregunta con ojos grandes e inocentes. Casi decepcionados.
—Sí, pero ese no es el caso. No voy a pagarte más, no te he contratado para esto…
—Pero, ¿no quieres hacerlo? –Pregunta—. Tu primera vez…
—Quiero. –Susurro y él ilumina sus ojos con una fiereza animal, pero hace un puchero, y se le pasa—. No hagas esto porque te de pena, por favor, me harás sentir peor.
—Vamos, Jeon, si no quisiera hacerlo no lo haría, o en todo caso te cobraría más. Te desvalijaría hasta el último gemelo. –Me dice, asustándome—. ¿Pero tengo pinta de necesitarlo? Solo quiero hacerlo con alguien que no me use solo con un juguete sexual. Quiero ser más.
—Jimin…
—Te lo haré tan bien que no volverás a sentirlo igual. –Me susurra y comienza a besarme de nuevo. Evita mis labios dañados y cada parte de mi rostro vendado. Me desviste muy lentamente, con una paciencia que no había visto nunca, solo buscando no hacerme daño y procurando mi total comodidad. Cuando me ha dejado totalmente expuesto ante él me recorre con la mirada y me hace arder las mejillas. Pasa las yemas de sus dedos por mi piel en mi pecho, en mi cintura, en mi vientre. Se siente tremendamente caliente pero al mismo tiempo es un contraste fuerte con el frío del ambiente. Sin embargo yo estoy ardiendo y poco a poco crece una dolorosa erección entre mis piernas.
Se dirige a ella sin pensarlo y yo me cubro el rostro con las manos, dejándole hacer a él. Sentir unas manos ajenas en mi cuerpo es la sensación más extraña que he sentido jamás, pero más raro aún es mi predisposición a ello, y el hecho de que me excite. Me masturba muy lento, casi como una tortura, y cuando ha comenzado ya no quiero que pare. De repente, una cavidad húmeda me rodea en toda mi longitud y el calor que desprende y la humedad alrededor, me hacen gemir bien alto. El sonido del líquido en su boca chocando con mi pene es excitante, su respiración es electrizante. Sus manos en la base, acariciando mi vello púbico, demoledoras.
Cuando estoy en el límite, con ojos húmedos y la boca abierta en gemidos, se detiene y le miro confuso. Se relame mientras gatea de nuevo sobre mi cuerpo y me besa lentamente. Sus manos comienzan a desvestirle poco a poco y yo le ayudo, mientras coge una de mis manos la besa en toda ella. Se acaricia la mejilla con mi palma y se recorre con ella el pecho descubierto, el abdomen marcado, esculpido por dioses. Cuando llega al límite del pantalón se yergue un poco y me hace desabrochárselo yo. Me pide con la mirada que le masturbe y lo hago, igual de lento que me ha hecho sufrir a mí. Sus gemidos son dulces, melosos. Son una descarga de adrenalina que no hace sino endurecerme más. Se desnuda cuando se siente suficientemente capaz de soportar la abstinencia de mi mano en su pene y se tumba con mis piernas abiertas a cada lado de su cuerpo. De la mesilla de la izquierda rescata un bote de lubricante y un condón que deja a su lado en la cama. Con el bote de lubricante de color morado se echa una pequeña cantidad en la palma derecha y se humedece los dedos.
Con su rostro apegado a mi cuello me besa ahí y sus dedos humedecen mi entrada con mucho cuidado, notándome inseguro y sensible. El primer dedo no es nada extraño. No es doloroso y menos incómodo, pero el segundo sí lo es y más cuando intenta expandirme. Me muerdo los labios y él me lo prohíbe por miedo de que reabra la herida ahí. Con sumo cuidado se coloca en mi entrada, se pone un condón, y entra, despacio, muy lentamente mientras yo me agarro a sus brazos, a cada lado de mi cuerpo. Cuando está dentro, me mira fijo a los ojos y me promete que todo está bien, que el dolor pasará y que me gustará. Ya me gusta, sin embargo y a pesar del dolor sonrío animándole a seguir porque tenerle solo para mí es maravilloso. Gimiendo mi nombre, dándose placer con mi cuerpo y dándomelo a mi también de forma recíproca.
Cuando comienza a moverse es donde realmente veo su talento para el baile porque tiene violencia, fuerza, resistencia, y sus embestidas dan en el punto perfecto en mi interior golpeándome hasta hacerme perder la cabeza. Siento que esta me estallará de un momento a otro o tal vez sea la pastilla que no hace efecto. No importa. El placer que se siente en cada nervio de mi cuerpo es dulce y acaramelado, pero ardiente y picante. Estamos tan calientes que no nos damos cuenta de la cantidad de palabras inconexas que pronunciamos y de cómo estamos sudando. Su pelo se ha humedecido, nuestras pieles ya no pueden separarse y al volver a juntarse, resuenan con violencia, haciendo el orgasmo más cercano.
Cuando nos corremos, a la par, ya he perdido todo norte y consciencia. No sé quien soy ni donde estoy. Solo sé que su cuerpo sobre el mío me ha producido la descarga de adrenalina más suculenta que he probado jamás. Cae a mi lado, se quita el condón y se levanta tras respirar varias veces con dificultad. Se va al baño tal vez a tirar el condón y cuando regresa, exhibiendo su hermosa desnudez, se tumba de nuevo a mi lado en la cama y nos arropa con una manta. Yo aun no soy capaz de controlar mi respiración. No necesita que le diga lo bien que ha estado ni lo bien que me siento. Él lo sabe y yo me dejo abrazar por sus brazos.
—Duerme, pequeño. Mañana por la mañana te llevo a tu casa.
—Hum. –Asiento.
—Esto es solo una relación profesional. –Me dice de la nada y yo le miro, con ojos felices, al fin y al cabo.
—Lo sé.
—Pero si quieres, puedes ser un cliente V.I.P. –Frunzo el ceño.
—¿Y eso qué implica?
—Cincuenta por ciento de descuento en lo que quieras. Siempre. –Me mira con ojos sonrientes y ríe escondido en mi cuello.
—Estúpido. –Le digo. Sus ojitos se cierran. Su respiración ya se ha regulado. La mía se acompasa con la suya sin darme cuenta y caigo rendido en un sueño reparador.
QUE HERMOSO TODO, esto tenía potencial para ser más largo, pero a la vez es perfecto así jajaja
ResponderEliminarMe confundí un poco al final porque normalmente siempre poner el "FIN", pero supongo que ahí acaba verdad? Jaja:c
Sí, ahaha tienes razón, aquí termina. No sé por qué no puse el típico FIN, al final. ... Siento la confusión hahaha
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