CHICO A LA CARTA - Capítulo 4
CAPÍTULO 4
JungKook
POV:
El silencio a esta hora en la calle, un viernes por la tarde, es matador. No hay nadie tan temerario como para salir en una de las horas más calurosas del día para caminar sin sentido alguno. De vez en cuando me cruzo con algún que otro viandante que desvía la mirada hacia mí tan solo con curiosidad, con una complicidad que nos ofrece la acera, pero sus ojos acaban deteniéndose en mí por la apariencia sobre mi cuerpo. Un traje de color negro, brillante, reluciente. Una pajarita del mismo color enmarcando mi cuello y una camisa blanca, con las mangas sobresaliendo por las de la americana negra, con dos gemelos de oro abotonando mis muñecas.
Acompañando al conjunto llevo un reloj de oro en mi muñeca izquierda, unos pendientes de oro en cada oreja y unos zapatos relucientes, de charol negro. La cartera, junto con el móvil y las llaves de casa las llevo en los bolsillos de la americana y con un nerviosismo impropio de mí llevo mis manos a mi frente para palpar el sudor allí naciente. Muerdo mis labios y me paso la yema de los dedos por el cuero cabelludo, abriendo mi flequillo en mi frente. Me palpo los bolsillo por todas partes y compruebo que no llevo tabaco encima y frunzo el ceño, recordándome que se me había acabado y suspiro al aire, cansado y con las manos sudorosas. Jimin no me ha mandado un solo mensaje desde ayer y a pesar de que se supone que no es necesario hablar más, me preocupa que se haya arrepentido en el último momento.
Mientras camino en solitario a mi instituto comienzo a imaginarme las posibles situaciones que se me presenten. Comienzo a imaginarme que estoy en la puerta frente a todos mis compañeros y de repente aparece Jimin con el sobre del dinero y me lo lanza a la cara. Solo pensarlo comienzo a sudar de nuevo y un sudor frío me recorre la espina dorsal como una descarga eléctrica. También me imagino que no viene él sino un sustituto que haya mandado de última hora y dé la impresión de no reconocer a mi propio novio. También acuden a mi mente los cientos de problemas que pueden surgir durante la cena o la fiesta. Me veo queriendo besar a Jimin por obligación de mis compañeros, por su presión, y Jimin diciéndome “ya has gastado los dos besos de hoy” o “¿saben que a mi novio le gusta que le den duro?”. Me limpio las palmas de las manos en la americana por culpa del sudor y toso para aclararme la voz. Me siento mareado. Ido. Un leve vahído me recorre y el miedo se vuelve pánico cuando me estoy acercando a la puerta del instituto y el tumulto de gente es ya considerable.
Algunos me reconocen de lejos pero yo no reconozco a la mayoría, acostumbrado como estoy, a verlos con uniformes de escuela. Me muerdo los labios y sonrío tímido por las voces que me llaman a gritos. Algunos se ríen, algunos se sorprenden al verme en traje, recién aseado, recién peinado, sin cara de sueño y con una falsa seguridad sobre mi cuerpo. Esto es posiblemente a lo que más estén sorprendidos. Cuando llego a su vera miro alrededor y somos al menos cincuenta personas. Teniendo en cuenta que algo menos de la mitad son acompañantes y el resto estudiantes, faltan tan solo otras veinte personas o poco más. Una de las chicas que se jacta de ser la más guapa, no sin motivo, me llama la atención aferrada al brazo de una de sus amigas y de su novio.
—¿No vienes acompañado, Kook? –Pregunta con una sonrisa cómplice de una broma y se ríe con sus amigas. Yo llevo la mirada instintivamente a mi reloj de pulsera y me muerdo los labios. Faltan cinco minutos para las seis y no veo a Jimin por ninguna parte. La acera está abarrotada de personas, en la carretera frente a nosotros circulan coches a toda velocidad. Cuanto me gustaría tirarme a ella.
—Sí, vengo con alguien. –Algunas risas dispersas. Algunas voces. Algunas palabras que prefiero no oír. A mí alrededor se forma un leve barullo y yo solo miro a todas partes.
—¿Sí? ¿Y dónde está? –Pregunta ella.
—No me digas que es invisible. –Dice otra y se forma de nuevo una risa generalizada—. ¡Oh! ¿Es imaginario? –De nuevo la risa. El tiempo sigue pasando. Jimin no aparece. La gente que llega tarde aparece y estamos a punto de entrar ya. Algún profesor hay alrededor. Estoy temblando cuando un deportivo azul se detiene frente a nosotros en la carretera y aparca en la plaza de estacionamiento justo al final de la acera, a nuestro lado. El deportivo tiene la capota descubierta y dentro muestra a un elegante chico vestido con un impresionante traje negro que se ajusta a su cuerpo perfectamente. Unas gafas de sol redondas ocultan su rostro y unos pendientes plateados enmarcan su mandíbula. Sorprendentemente le reconozco por los labios y cuando mira en mi dirección, me encuentra, pero no me sonríe. Eso me pone más nervioso aún.
—¿Quién es ese? –Oigo por ahí y el murmullo se expande con una facilidad asombrosa. Debo ser el único que se ha quedado paralizado y que no habla, como el resto. Algunas chicas le saludan, algunos chicos le hablan, él no contesta. Pareciera que está sordo y ciego, porque tampoco mira a nadie como si no hubiera una gran masa de gente aparcada en la acera. Cuando sale del coche, con aire de galán indomable, cierra la capota y se aleja, rodeando el vehículo por la parte delantera mientras se pasa los dedos por el pelo rubio, con una expresión de suficiencia. Me muerdo los labios, y cierro mis manos en puños. Oigo algún silbido, algún halago. De repente todo se nubla y cierro los ojos, nervioso. Atontado. Genial, el sol cae sobre él haciendo que resplandezca aún más. Su traje de tres piezas lo forman un chaleco negro, una corbata, una americana, unos pantalones y la camisa blanca como contraste. Sus mocasines tienen trozos en blanco, parecen realmente lujosos. Estoy excitado.
Antes de darme cuenta sus pasos le han guiado hasta mí y se quita las gafas para regalarme una sonrisa inesperada. Yo no sonrío, me he quedado en shock. Las gafas se las guarda en el bolsillo interno de la americana y cuando está a un paso de distancia, coge mi cuello con ambas manos y pega nuestros labios con violencia. Es una fiereza que me deja sin aire los primeros segundos pero me dejo llevar y cierro los ojos disfrutando de la dulce sensación de sus labios contra los míos. Son tan sensibles y moldeables como imaginaba. Son blanditos, suculentos. Acaramelados. Saben a fresa y mi corazón da un vuelco. Cuando su lengua se cuela en mi boca, un relámpago cruza mi espalda, creo morir en ese mismo instante.
Nos separamos y mis sentidos poco a poco van recobrando sus capacidades. La vista me muestra sus ojos brillantes, felices, y su sonrisa infantil y sosegada. Tras él, múltiples personas pasmadas. Mis oídos escuchan las voces de las personas asombradas. Me derrito con solo ser consciente del momento que estoy viviendo. Mis labios aun saben a fresa y él entero huele a un dulce que se me hace la boca agua. Mentalmente pienso: El primer beso. Solo me queda uno. Cuando se aleja un paso de mí, coge mi rostro en sus manos y me estruja, haciendo un adorable puchero.
—Mi bebé, te he echado de menos. Mi niño ya se hace mayor, ¿eh? Feliz graduación, mi vida. –Me da un abrazo poniendo sus manos alrededor de mi cuello y yo hundo el rostro en la línea de su cuello. Las piernas me tiemblan, todo yo tiemblo. Me siento flotar en un agradable sueño irreal.
Tras la pequeña muestra de amor y complicidad, me estrecha la mano y se gira a las personas para mirar alrededor. La gente esconde las miradas de la suya. Me siento como el cazador aferrado a la escopeta, amarrado a la cadena de un perro de presa, violento.
—¿No vas a presentarme a tus amigos? –Me pregunta pero yo no sé por dónde empezar. No tengo amigos. Una chica se me adelanta. Ella y su grupo de amigas.
—¡Hola! ¿Cómo te llamas?
—Park Jimin. –Contesta él con naturalidad.
—Nuestro Kookie no nos dijo que tenía un novio tan guapo. –Se lamenta ella. Jimin sonríe de una forma extraña. Tremendamente inocente y avergonzado. Infantil, encogiéndose de hombros y escondiendo sus ojos. Yo frunzo el ceño, levemente celoso. No. Violentamente enfadado.
—Muchas gracias. Sois todas tan guapas. Estáis todas hermosas, enhorabuena a todas. –Todas ellas ríen y se cubren el rostro avergonzadas. Mi perro de presa se ha vuelto sumiso ante los conejitos. Doy un leve e imperceptible tirón a su mano y me mira curioso.
—Vamos, amor. –Le digo, con una amable sonrisa—. Tenemos que entrar ya.
Somos los primeros en entrar y nos encaminamos al salón de actos. Por el camino no suelto su mano y él no hace el menor gesto por despreciarme. Me acerco a él con cuidado para hablar en su oído sin que nadie nos escuche.
—Genial, habías conseguido ponérmela dura pero ahora me has hecho enfadar. –Le digo ofendido. Él me mira con una sonrisa sádica—. No seas coqueto con mis compañeras. Son unas brujas.
—Lo sé, y ellas también lo saben, por eso las he desarmado. –Me guiña un ojo y yo le frunzo el ceño. Sonríe. Su sonrisa acaba por desarmarme a mí también.
…
Las butacas son de terciopelo rojo. Las luces del techo están todas concentradas en una hermosa lámpara de araña que, aunque levemente recatada, es muy hermosa. A mi lado, Jimin juguetea con los anillos en sus dedos y frente a nosotros, uno de nuestros profesores está dando un discurso que aunque intenta ser jocoso no pasa de ser algo un poco absurdo y levemente aburrido. Todos intentan prestarle atención y cuando es evidente que hace gracia, las personas se ríen con una única voz como si realmente fuera un acto en el que el público también colabora. El hombre, en traje y corbata, cuenta algunas anécdotas que hayan surgido en el aula, o alguno de sus experimentos con los alumnos. Jimin a mi lado se inclina hacia mí y me susurra en el oído.
—¿De qué has dicho que es este profesor?
—Informática y tecnología. –Jimin asiente, comprendiendo un poco más el argumento del monólogo y apoya su mano en mi pierna, un poco por encima de la rodilla. Casi parece que lo hiciera como un acto reflejo, desinteresado del dinero. Pero solo yo sé que no es más que un teatro, mucho más ensayado que el que ambos estamos presenciando. Muerdo mis labios con curiosidad y miro a mi lado en donde Jimin no está, sino que hay un compañero de clase, y al lado de este, su novia. Los miro de reojo y ambos dos hablan de mí, sin duda. Al contrario que aumentar mi ego, me ponen nervioso y me centro en la mano sobre mi pierna. Es una mano pequeña, ahora que me fijo, y con los anillos intenta parecer ruda pero en realidad la hace mucho más adorable. Con curiosidad llevo mi mano sobre ella y efectivamente, le saco unos centímetros en los dedos. Él da un leve respingo con mi contacto pero al girarse a mí me sonríe y entrelaza nuestras manos.
—Qué coñazo. –Susurra con una sonrisa y yo asiento, corroborando su punto de vista. Mirando alrededor descubro que es algo generalizado y que lo que la mayoría desea es salir de aquí ya para irse de fiesta. Me muerdo los labios y me deleito en la sensación de las manos de Jimin en las mías todo el tiempo que duran los discursos, los monólogos y la estúpida burocracia. Cuando ha terminado todo nos van llamando uno a uno para subir a escena y ser por unos segundos el centro de atención bajo la atenta mirada de todos los presentes. Cuando es mi turno, Jimin besa el dorso de mi mano en la suya y me mira con una sonrisa encantadora. Me desea suerte y me aconseja que no de un traspié y me caiga de bruces cuando van a darme la orla.
Con todo el revuelo de conseguir que alguien me acompañe a esto no había pensado siquiera en que esa posibilidad pudiera existir y ahora, por las palabras de Jimin, me entra en pánico escénico, pero a medida que asciendo las escaleritas y me encamino frente al director de la escuela, el miedo pasa poco a poco y me encamino con naturalidad. Puedo sentir como los ojos de Jimin están sobre mí. Es como un latigazo alrededor de la columna. “Hoy me va a dar un infarto” pienso en el preciso instante antes de frenar frente el director y él me coloca sobre los hombros una banda de color azul con el logotipo de mi instituto, el año de promoción, y el nombre del instituto. Después me extiende el diploma, la orla, y un pequeño regalo que es un marco de fotos con mi foto de la orla. Me hacen una última foto y la gente me aplaude mientras desciendo las escaleras. Una voz sobresale por entre los aplausos.
—¡GUAPO! –Reconozco la voz de Jimin y al mirar de reojo le veo aplaudiendo de pie con una sonrisa radiante. Yo me encojo en mis hombros y cierro los ojos, con las mejillas ardiendo. Cuando regreso a mi sitio él me abraza con dulzura y besa mi mejilla. Rezo por que ese no sea uno de los besos que me tenía prometidos.
—Me has hecho sentir avergonzado. –Le digo sin poder contener una sonrisa. Él me estrecha de nuevo la mano y me recoloca la banda sobre mis hombros.
—Pero es que estás hermoso, mi vida. –Ambos sonreímos y nos miramos unos segundos. Su presencia, a pesar de ser una farsa, me hace sentir mejor. Miro a mí alrededor y comienzo a pensar que tal vez vivir en una mentira es mucho mejor que una constante realidad demoledora. Sin embargo, su mano en la mía, se siente tan real, tan suave, tan caliente. Le aprieto con fuerza y suspiro largamente. Cuánto desearía que él fuera real.
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