ARTES OSCURAS - Capítulo 3


Capítulo 3


JungKook POV:


El olor de tierra mojada es tremendamente intenso y mucho más lo es el sonido de los gritos descontrolados de las mandrágoras fuera de sus correspondientes recipientes. El sonido es tan intenso que siento como vibra mi cerebro haciéndome sentir mareado. Las orejeras sobre mis oídos no parecen suficientes y mucho menos calman mis nervios por la necesidad de arrojar la planta lejos de mi vista. Rechoncha y deforme raíz asquerosa. Maldita.

–Debéis seguir los pasos que tenéis en vuestros libros. –La voz de la profesora intenta superar el de las plantas lo cual es demasiado difícil por lo que antes que esforzarme en escucharla prefiero hacer caso omiso de sus indicaciones y replantarlas como Jimin me enseñó la semana pasada. Dado que las hojas de mandrágora se usan para más de la mayoría de las pociones él las usa con frecuencia y tras hacerme subir a la azotea donde tiene un par de ellas, me enseñó, y muy orgulloso de mis conocimientos realizo todos y cada uno de los pasos.

Primero hecho tierra nueva en la maceta a trasplantar y la humedezco para que esté fresca y bien apelmazada. Con mis manos hago un pequeño agujero con el que poder dejar espacio a la nueva planta y hundo la mandrágora ahí  con violencia más enfadado por su voz que por la del resto de plantas a mí alrededor. Después de que se haya silenciado hecho un poco más de tierra hasta cubrir todo su cuerpo de raíz con ella y limpio las hojas que se han ensuciado de la tierra.

Me creo libre y sin embargo estoy siendo observado por todos y cada uno de los ojos de mis compañeros, y de mi profesora que se cree alguien para mirarme de arriba abajo con su cara de sapo no muy diferente a la de las mandrágoras y me juzga por mis precoces actos.

–¿Crees que sabes más que el resto, jovencito? ¿Por qué no sigues mis indicaciones con el resto?

–Sus indicaciones son lentas. –Contesto casi por instinto. Solo es la verdad–. Los gritos de la mandrágora me estaban matando. Dé gracias que no la he reventado contra la mesa.

–¿Prefieres dar tú la clase, Jeon? –Asiento.

–Y lo haría mejor que usted pero no voy a cobrar dinero alguno así que no quiero tener que molestarme. –Su rostro se frustra y se indigna hasta extremos que no había visto en ella en clase. Los de mi casa se escandalizan y lo de Slytherin sonríen no sé si divertidos por mi comportamiento o tal vez identificados con mis palabras. La verdad es que me da bastante igual.

–¡Impertinente! –Me encojo de hombros.

–¿Hemos terminado? –Suspiro–. Quiero irme ya. –Hago un gesto violento con mi brazo tirando al suelo una maceta vacía que estaba sobre la mesa. La maceta de mi compañero a la derecha. La veo caer lentamente y estamparse contra el suelo desparramando la arena que contenía por todos mis pies. Me miran todos y yo solo suspiro. Ha sido un accidente, ¿no?

–Estás castigado. –Suspiro de nuevo–. Te quedarás a limpiar el estropicio que acabas de preparar y además, como castigo por tu impertinencia, limpiarás la mesa una vez tus compañeros hayan terminado de trasplantar sus mandrágoras. Ve, siéntate ahí y no molestes.

Sus palabras parecen incluso agradables y camino hasta un banco cerca de una de las ventanas dentro de este extraño invernadero y me cruzo de brazos hasta que el resto de la clase termine. Cada uno con una planta diferente se las arregla pero otros no parecen muy convencidos de sus actos y las maltratan y les gritan hasta la desesperación y sin embargo ellos no son castigados al contrario que yo que he realizado mi trabajo propiamente, con cuidado y criterio. Con perfección y práctica previa. No se valora el mínimo esfuerzo que hago y sin embargo no solo no se me premia sino que se me castiga. Ellos son quienes me hacen odiar esta maldita escuela.

Cuando ha transcurrido el tiempo de la clase, todos y cada uno se marchan dejando detrás de ellos todo lleno de arena y barro. Todo sucio y descuidado. Han pisado los trozos de la maceta que he caído haciéndome más difícil recogerlo pero no me importa en absoluto. Con un largo suspiro me incorporo y la profesora me da un recogedor y un cepillo y me advierte de usarlo en vez de la magia para que valore el esfuerzo. Me quita la barita por ello y yo asiento.

–La recogerás en mi despacho cuando termines.

Mientras la veo marcharse ensucio con arena las cerdas del cepillo para disimular y lo aparto recogiendo con la capacidad de movimiento de mis manos sobre el aire toda la arena en el suelo y después la de la mesa. Miro de vez en cuando a la puerta pero nada sucede por lo que me limito a trabajar tranquilo. Cuando he terminado hago tiempo siendo  más minucioso con los pequeños resquicios del suelo cuando una voz me hace dar un respingo.

–¡Jungkookie! –Miro hacia la puerta para ver a un Taehyung mirándome sonriendo. Algo que me fascina de él es la capacidad que tiene para hacer como si nada cuando discutimos y tras unas cuantas veces más desde la primera vez que estuve con Jimin, ha preferido hacer como si nada y ahora, cada vez que nos vemos, hace la mejor actuación de su vida.

–¡Tae! –Le miro con lo que pretendía que fuera una sonrisa divertida pero no es sino una falsa felicidad que me escama–. ¿Qué haces aquí?

–He venido a buscarte. Pensé que después de clases querrías venir conmigo a la tienda de caramelos de Honeydukes en Hogsmeade, ¿Hum?

–Lo siento, no puedo. Tengo cosas…

–¿Cosas? –No me deja terminar pero sus palabras no me son de importancia porque mientras reviso que nadie venga por la puerta camino alrededor de la mesa conduciéndome desenfrenado al pequeño armarito en la estantería. Una pequeña vitrina con todo lo que necesito. Él sigue hablando–. ¿Otra vez con Jimin?

–Pereces celoso. –Le digo divertido, con una sonrisa, mientras sus ojos me siguen curiosos por mis extraños actos. Cuando llego a la vitrina me acerco a la cerradura y compruebo que efectivamente está cerrada.

–¿¡Qué tonterías dices, Jeon!? No juegues conmigo, sabes que… yo… –queda pensativo por mis gestos–. Eso está cerrado, Jeon…

Alohomora. –Susurro con mi palma sobre la cerradura y esta suena un segundo para ceder ante mi contacto haciendo que Taehyung no hable por unos minutos. Los suficientes como para verme saquear con cuidado y delicadeza suprema el contenido del relicario. Veneno de serpiente y su consiguiente antídoto. Todo en las menores cantidades que pueda para que la evidencia del robo no sea tan grande. Jugo de mandrágora, yema de huevo de dragón, escamas de serpiente y saliva de gigante.

–¿Qué haces? –Me pregunta más confuso que enfadado porque no quiere asumirse la realidad de lo que ve y sin embargo, cuando consigo hacerme con todo lo necesario en pequeños botecitos de cristal encorchados, los meto en mi capa y cierro de nuevo el mueble como si nada hubiera sucedido. Me giro a él y le encuentro con ojos desorbitados, fuera de sí y pálido como la nieve.

–¿Qué me miras así, estúpido?

–¿Jeon? –Me pregunta completamente decepcionado conmigo. Yo resoplo y le miro enfadado.

–No tendrías que estar aquí.

–¿Estabas robando? –Susurra–. Seguro que Jimin te ha dicho que lo hagas, ¿verdad? –Niego con la cabeza confuso–. Dímelo, a mí puedes contármelo, no se lo diré a nadie.

–Claro que no le vas a decir nada a nadie. –Extiendo una de mis manos a él y hago que su varita salga de su cinto hasta mi mano lo que le deja completamente indefenso y asustado, más incluso, desorientado. Completamente inútil.

–Je–Jeon…

–¡Cállate! –Tiro la barita lejos de mí y le señalo con mi dedo índice, tenso y rígido. El dolor comienza a nacer en él y el miedo se apodera de su cuerpo ante tan solo un mínimo ahogamiento que no le producirá la muerte–. Más te vale olvidar lo que ves, o si no, te juro que no sales vivo de mis manos, hijo de puta. –Lleva sus manos a su cuello y aprieta fuerte cayendo de rodillas al suelo mientras asiente a mis palabras. No es hasta que sus mejillas comienzan a enrojecer por la falta de aire que no le suelto y una vez le libero del yugo invisible, coge una gran bocanada de aire que se le ve tan necesaria como si de verdad estuviese bajo el agua.

–Je–Jeon, ¿por qué…? –Suspiro apesadumbrado.

–Porque quiero. Ahora, lárgate.

El sonido del agua candente es tremendamente familia ya. Después de meses con prácticas y clases, incluso me he acostumbrado al sonido de las pequeñas burbujas principales, aún prematuras en el calor, cuando ascienden y estallan en la pequeña olla de piedra. Muy pequeña en comparación con otras que hemos visto. Esta solo proporciona pociones para dos o tres personas, dos copas grandes. Una garra de agua tan solo y es maravilloso, porque incluso me he encariñado con ella. Sentados en el suelo del salón, el uno frente al otro y con la ollita en medio. Apoyo mi espalda en el sofá mientras con mis manos trituro unas escamas rosas de sirena y él corta en pequeños pedacitos una lengua de serpiente.

–¿Para qué es esto? –Pregunto mientras miro la olla. Normalmente suele decirme cual es la poción que pretendemos realizar pero por hoy, vivo en el desconocimiento a pesar de que voy a ser yo quien se la tome y quien deba soportar la reacción. El agua ya cuece.

–Si te lo digo no tiene gracia. Tu cerebro pude reaccionar ante el conocimiento e impedir que la poción funcione debidamente.

–¿Por qué? –Él echa la lengua de serpiente en el agua lo que hace que un humo negro comience a inundar el cuarto. Yo echo las escamas y comienzo a exprimir unos frutos silvestres que recogí.

–Tal vez te de vergüenza la reacción que pueda producirte. –Dice con una cómplice sonrisa–. E intentes evitar por todos los medios que no te haga reacción.

–Me has visto llorar de dolor, ¿Qué más vergonzoso hay? –Él se encoge de hombros completamente consciente de la verdadera misión de la receta y sin embargo a pesar de su divertida expresión no me gusta un pelo lo que puede estar detrás de todos estos ingredientes–. Nunca antes habíamos usado sangre de duendes de fuego. ¿No me hará daño?

–Ellos son muy… fogosos. –Ríe de nuevo y yo frunzo el ceño–. Si no sale bien, no sé cómo arreglar lo que preparemos. Es la primera vez que trabajo en este, –piensa la palabra indicada–, ámbito.

–Me estás asustando.

Tras varios minutos deshojando, pelando y triturando ingredientes, terminamos con el último de ellos que es la tan deliciosa esencia de sangre de Pegaso*. Esto hace que, nada más hace contacto con el líquido burbujeante en la ollita, cambie el color de todo el contenido tornándolo de un rosa que sobrepasa todos mis sentidos. Un rosa pastel que se mezcla con rojos y blancos en una orgía de movimientos y colores unos sobre otros, fundiéndose y deshaciéndose, chocando entre ellos. Lamiéndose como lenguas en frenesí.

–Debe reposar unos minutos. –Suspira mientras se sienta con las manos apoyadas tras él y me mira con ojos aburridos mientras yo recojo todo el desorden de comida y desperdicio que hemos montado tan solo con mis manos y la capacidad que en ellas reside. Cuando termino, me siento frente a él de nuevo y le sonrío haciéndole sonreír a él también.

–Me alegro que el desgraciado de tu amigo no dijera nada. –Dice de repente como si hubiera estado pensándolo mucho tiempo.

–No dirá nada, te lo aseguro. Lo tengo a raya. –Asiente pero parece seguir pensando sobre algo y le miro más intensamente obligándole a que me preste atención–. ¿Qué piensas?

–Pienso en qué le llevaría a un chico de Gryffindor, con toda una vida por delante, a interesarse por la magia negra y estas cosas… –Señala a su alrededor.

–¿Qué hizo que tú te interesaras? –Sonríe un poco tímido, me encanta.

–Digamos que yo no tuve demasiada opción. Fue lo que vi desde pequeño en mi hogar. Mis padres eran mortífagos cuando fueron asesinados. Desde pequeño me he criado con la magia negra y cuando ingresé en Hogwarts, bajo el tutelado de uno de los profesores, rápido me interesé por la magia negra, me recordaba demasiado a mi infancia. El olor de las pócimas prohibidas. El sonido de esas palabras que no deben decirse. Todos y cada uno de los hechizos prohibidos yo ya los había escuchado un par de veces antes de cumplir los diez años.

–Lo siento. No lo sabía. –Se encoge de hombros mientras se levanta del suelo y va a una vitrina en la cocina para rescatar una copa de cristal y se acerca de nuevo para sentarse frente a mí y con un cazo, servir un poco de ese líquido rosa que parece chicle líquido en la copa. Desde el cazo huele la poción y se relame los labios pero se contiene a no probarla y eso me hace sentir mucho más inquiero.

–Toma, es el momento. –Me extiende la copa y me relamo igual que él mientras el líquido caliente humea en el vaso.

–¿No quieres probarla? Seguro que está deliciosa. –Niega con el rostro convencido.

–Si la bebemos los dos, será un desastre. –Frunzo el ceño y dirijo mis labios al borde de la copa y bebo de ella dejando que el líquido, espeso y caliente, se deslice por mi garganta dejando un regusto dulce a la par que ácido y afrutado por mis labios. Relamo estos con parsimonia mientras cierro los ojos dejando la copa en el suelo. Temiendo que estorbe, Jimin la quita del medio y con cuidado retira todo conduciéndolo a la cocina donde posteriormente lo limpiaremos. Con su libreta de la mano me mira y pone el cronómetro y poco a poco escribe lo que me va sucediendo. Nada. Nada en absoluto–. ¿Qué notas? –Me pregunta y me encojo de hombros.

–Nada.

–Tardará aproximadamente unos cinco minutos. Tal vez menos, creo que me he pasado con la sangre de pegaso. –Asiento mientras me acomodo más en el suelo y le miro retomando la conversación de antes.

–No sabía lo de tus padres, siento haber sacado el tema.

–No hay problema. No suelo hablarlo pero tampoco es que me moleste demasiado. Es más como algo a lo que estoy acostumbrado. Son un recuerdo muy lejano de mi infancia y es como si una pequeña parte de mi hubiera sido arrancada, pero fue con la suficiente prematuridad que apenas pude notarlo. Antes de darme cuenta, ya estaba tutelado por un profesor y aprendiendo mierdas inservibles.

–¿No te acuerdas de ellos?

–Creo que su recuerdo físico ha permanecido en mí gracias a las fotografías. De no tenerlas creo que habría olvidado ya hace mucho sus rostros. Y en respecto a otros aspectos, digamos que los recuerdo cada vez que huelo la olla con alguna poción o incluso mientras entreno.

–Hum. –Asiento mientras me acomodo de nuevo en el suelo, no me siento a gusto.

–¿Estás bien?

–Sí, solo incómodo. –Apunta en su libreta y no creo que sea una información de relevancia. Sin embargo no digo nada porque comienzo a sentirme acalorado. Lo suficiente como para quitarme el jersey y quedarme tan solo en camisa con los pantalones del uniforme escolar. Muerdo mis labios. El calor aumenta por momentos y hace que mis mejillas ardan. Me siento tremendamente avergonzado pero no es vergüenza sino ansiedad y ahogo. Nerviosismo.

–¿Qué sientes?

–Calor. Has echado demasiada sangre de duende de fuego. –Niega con el rostro–. Siento agobio. Vértigo y mareos. –Chasquea los labios.

–Tal vez no funcione. –Hace una mueca de disgusto.

–¿Qué tengo que sentir? ¿Dime ya para qué es?

–Lo descubrirás tú solo. Pero no te centres en eso, simplemente disfruta. –Frunzo el ceño porque normalmente las pociones que consumo no son para mi disfrute sino para provocar en mí reacciones repulsivas.

Suspiro agobiado y me dejo caer sobre el sofá pero aun sentado en el suelo. Mis manos comienzan a sudar y todo me da vueltas pero las náuseas se aplazan para comenzar a sentir unos pequeños y casi imperceptibles cosquilleos en mis pies y ascienden muy poco a poco por toda mi altura. Mis manos tiemblan y me las miro confuso y tremendamente nervioso. Respiro profundamente y muerdo mis labios hinchados. Mis ojos se muestran un poco acuosos y todo mi cuerpo se distancia de mí. Me siento ligero y vaporoso y sin embargo mi masa corporal no ha cambiado y menos aún me he movido de donde estoy. Comienzo a sonreír sintiéndome relajado y libre, mientras poco a poco me deslizo desde mi espalda contra el sofá, hacia el suelo y me dejo tumbar boca arriba llevando mis manos a todo mi cuerpo pero tras sentir el nerviosismo y el temblor en mis dedos, no los considero fuente viable de información y pongo mis palmas boca abajo en el suelo. Antes de darme cuenta estoy arañando la madera, completamente impotente.

Siento el irrefrenable deseo de alzar mis caderas y lo hago sintiendo como la tela del pantalón roza débilmente con la enorme erección que se ha formado en mis pantalones.

–Ji–Jimin… –Digo pero en un tono tan bajo que no me escucha. Le miro y entre el temblor de todo a mi alrededor, le veo descuidado, escribiendo en la libreta cada uno de mis gestos, movimientos y expresiones. Dentro del miedo y la vergüenza, mi cerebro instintivamente llevaría mi mano a mi entrepierna o bien para ocultarme o para masturbarme y aliviar el dolor pero me siento inmovilizado y no solo no obedece mi cuerpo a un resquicio de coherencia, sino que no lo necesito porque el placer llega con los segundos y la incomodidad y el mareo, junto con el vértigo y las nauseas, se tornan un placer inmenso que jamás creí sentir. La masturbación no es nada y tampoco aquello que me creí sexo, esto sobrepasa mis sentidos y puedo ver como cada uno de mis nervios se estimula con un placer que me pone los pelos de punta. Me revuelvo en el suelo hasta que de mis labios sale lo esperado por él–. ¡Ahh! Mmm… ¡Ah!

–¿Qué sientes? –Me pregunta curioso, mirándome tan solo con un férreo interés científico.

–Placer… ¡Mmmm! Se sien–siente… bi–bien… ¡Oh! Jimin… –Convierto mis manos puños y me hago daño pero no es sino el placer el que me ciega lo suficiente como para no darme cuenta.

–¿Duele?

–N–no… solo, placer… ¡Ah! ¡Ahhh…!

–¿Puedes moverte?

–Más o menos… No ¡Hum! No tanto como qui–quisiera…

–No necesitaras tocarte. Te correrás solo.

–¡Ah! ¡AHH! –Gimo más alto mientras levanto mis caderas y tiro la cabeza hacia atrás. Veo de reojo a Jimin moverse y antes de poder entender lo que ocurre, me coge en sus brazos y me alza para tumbarme sobre el sofá y él se sienta en el suelo a mi lado, donde estaba yo antes. Regresa la libreta a sus manos y mientras el placer me recorre como un maldito parásito diluido en mi sangre, me observa y yo le miro, curioso. Intentando focalizar un punto para concentrarme.

–¿Por qué me miras? –Pregunta sonriendo.

–Se si–siente tan bien…

–¿Sí? Me alegro, ese era el propósito.

–¡Mmm! ¡Tócame, Jimin! –Sus ojos se abren como platos mientras en la impotencia de la poción, agarro con fuerza el acolchado del sofá en mis manos.

–¿Yo? No, no. Debes correrte solo… si no, no sé si funciona. –Muerdo mis labios por su negativa y gimo más alto hasta que deja de escribir y me mira con atención.

–¡Hyung! ¡Jimin! –Grito bien alto. El placer es lo único que me deja hacer–. ¡Ah! ¡Me corro!

–Vamos, Kookie… córrete… –Sus palabras son lo único que necesito para venirme en los pantalones y mi cuerpo se relaja de golpe cayendo exhausto sobre el acolchado del sofá mientras Jimin apoya la libreta en el sofá y escribe entusiasmado. Yo cierro los ojos cansado, somnoliento pero cuando al fin he recuperado mis facultades, llevo una de mis manos a mi entrepierna y noto aun el bulto ahí. Me siento aun duro y sediento de más placer. Mientras paso mi pulgar por encima él me mira y yo enrojezco al instante pero no me detengo porque lo necesito como el aire–. ¿Te pasa algo? ¿Quieres que te preste ropa? –Suspiro negando con el rostro y llevo una de mis manos a su camisa, sujetándola con fuerza y acercándole a mí para poder besar sus labios con intensidad. La suficiente para hacer evidente mis intenciones. Aún tengo el cuerpo algo adormilado pero no me pasa desapercibida la suave y acolchada textura de sus carnosos labios. La libreta cae de sus manos al suelo.

–Me importa una mierda la poción, házmelo ahora mismo. –Mira mi entrepierna hinchada y con una sonrisa avergonzada se incorpora subiéndose encima de mí en el sofá mientras lleva sus manos a la cintura de mi pantalón abriendo con cuidado y paciencia, casi con parsimonia, mi pantalón. El cierre de botón deja al descubierto unos calzoncillos grises húmedos y mojados.

–¿Necesitas aliviarte de nuevo? –Asiento–. Te has corrido mucho. –Antes de poder asentir de nuevo lleva allí mis labios donde la humedad forma un círculo oscuro. Tiro mi cabeza atrás sintiendo de nuevo un placer inimaginable pues sus labios besan el contorno de mi glande escondido tras la ropa–. Mmm… sabe dulce.

–Idiota. –Susurro mientras su sonrisa choca con mi pene y mis manos van a su cabello para acariciarlo y guiarle si es necesario pero su intención no es hacerme una mamada como me parecían indicar sus labios, sino que se deshace de toda mi ropa hasta dejarme desnudo frente a él lo cual me hace sentir mucho más excitado. Él no se quita una sola prenda de ropa, no me importa mientras descubra su pene entre ella que es lo que necesito–. Rápido. –Le suplico.

–No seré gentil. –Asiento rogando porque sus palabras sean ciertas y tras coger mis calzoncillos en sus manos, recoge como puede algo del líquido allí para meter sus dedos humedecidos ambos en mi entrada. Dos de golpe y me siento partir pero con los segundos me acostumbro alzando mi cadera bajo su cuerpo y moviéndome a un ritmo que me sea más agradable.

–¡Ah! –Gimo y eso le hace meter un tercer dedo pero no dura mucho tiempo con él en mi cuerpo. Sale rápido para comenzar a desabrocharse los pantalones. Ante la tortuosa espera, me meto yo mis propios dedos ante la alternativa de rodearme el pene con la mano y venirme en el momento–. Vamos… –Le suplico una vez más.

Saca su pene erecto y húmedo y se masturba unos segundos antes de cogerme de las caderas y acercarme a él para encajarme con su miembro dentro de mí. El dolor no es nada en comparación con la sensación de placer que me provoca que desde el primer momento me embiste tocando mi próstata. Con sus manos en mi cintura me mueve y yo me dejo hacer mientras me agarro al sofá con fuerza.

–¡Jimin, Joder! –Entre nuestros movimientos, su camisa va cediendo mostrándome parte de su vientre abombado por sus abdominales y de su cuello, una clavícula bien marcada.

–Joder, que sabroso, Kookie… –Sus dedos se hunden en mi carne con posesividad–. No sabes cuánto me pone partir en dos a un niño de trece años…

–¡Hyung! –Le riño por sus palabras y me incorporo sentándome sobre su regazo y él se deja hacer colocando su espalda en el respaldo acomodándonos a ambos. Él sigue marcando el ritmo a pesar de todo y con sus manos en mis glúteos me mueve con violencia y en algunos momentos, con suavidad describiendo círculos con mis caderas, de manera que le proporcione el placer a él. Beso de nuevo sus labios, esta segunda vez son más receptivos y devoran mi boca violándome con su lengua la cual se cuela hasta mi garganta.

Me siento ir y él también. Ambos nos abrazamos con fuerza y araño sus espalda tan fuerte como él inca sus dedos en mi piel. El sonido de nuestras pieles chocando se vuelve mucho más intenso y no es hasta que nos hemos corrido, incluso unos segundos después, que no detenemos nuestro desenfreno.

Caigo sobre su cuerpo y él deja descansar su rostro en mi cuello. Mis manos en su nuca acarician sus cabellos, su aliento choca con mi oreja y eso me excita de nuevo pero estoy lo suficientemente cansado como para pretender repetirlo. Él parece igual que yo.

–Lo si–siento… –Suspiro y él me aparta para mirarme a los ojos. Comienzo a morder mis labios nervioso. La adrenalina y el fuego de mi cuerpo han desaparecido. Ahora solo siento vergüenza y remordimiento.

–No pasa nada. –Me retira de él y me siento en el sofá cubriéndome con mis ropas, no vistiéndome. Le veo levantarse y colocarse las vestiduras sin mirarme, dándome la espalda. Esto duele mucho más que la vergüenza del acto.

–¿Estás bien? –Le pregunto cuando debería ser él quien me lo pregunte a mí pero asintiendo mira el reloj de pared.

–Es tarde, te estarán ya esperando. No llegues tarde.

No es tarde. Y a pesar de ello asiento y me visto con prisa, actuando en el mismo teatro que él interpreta. Antes de salir le miro, como con su libreta en mano, mira los apuntes que ha tomado y se hace el interesante frunciendo su ceño como si realmente no supera que me estoy yendo. Con un suspiro cierro la puerta y me adentro en la noche de regreso a Hogwarts.

 


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