VENDIMIA - Capítulo 14

 

Capítulo 14 — Un par de preguntas

 

El domingo día 11 todos estábamos reunidos justo después de la hora de comer, en la entrada principal a la espera de que la Señora regresase. Agnes había llamado desde el hospital avisándonos de que le habían dado el alta y que regresaba a la casona. Nos advirtió que la señora requeriría de cuidados permanentes pero que ya se desenvolvía con mayor facilidad que unos días antes. Parecía animada en respecto a su estado, no tanto así en la forma en que cuidaríamos de ella. Ya antes de llegar nos describió las condiciones en las que la Señora se hallaba. Tenía un brazo, el cual se le había dislocado, vendado y sujeto con un cabestrillo. También utilizaba con su mano libre una muleta para sostenerse, porque aunque la rótula había vuelto a su sitio y el tobillo torcido ya no estaba tan inflamado, no podía aun aguantar su peso. Algo que no nos comentó, y de lo que yo misma me sorprendí al verla llegar, fue de algunos cortes que tenía en la mejilla izquierda y una gasa pegada a un lado de su frente. Ese debía ser el golpe en la cabeza del que habían hablado.

Cuando Agnes la trajo a la casona lo hizo en su coche y la ayudó a bajar, con cuidado. Primero poniéndole la muleta en la mano para que ella misma se apoyase al salir y después sujetándola por el codo del brazo que no tenía vendado. En su rostro se apreciaba una expresión algo fatigada e incluso me pareció que estaba algo más delgada. Pero pensé que habían sido ilusiones mías pues no podía poseer tan buena memoria como para haber calculado sus peso o sus voluptuosidades en tan solo tres pequeños momentos que contaba nuestra relación. Llevaba puestos unos pantalones negros, holgados, atados a la altura de la cintura con un lazo del mismo pantalón. Por dentro de este una camisa negra con finas rayas blancas, de manga corta. Dentro del coche dejó una chaqueta que a nadie pareció llamarle la atención. Agnes estaba preocupada de que la señora pudiese subir bien las escaleras y Ramona acudió a su lado para procurarle un apoyo extra.

Maurice abrió la puerta de la casona pero yo me hice a un lado y rescaté la chaqueta del coche. Les seguí a pesar de que el resto de las personas se habían quedado abajo en las escaleras. Incluso Maurice me miró con una expresión extrañada cuando los seguí hasta dentro de la casa. No estaba segura de que aquello me estuviese permitido pero quería asegurarme de que ella recibía el abrigo y también tenía curiosidad por saber hasta dónde la llevaría. Una vez en el recibidor se deshizo de la ayuda de Ramona un con ademán del brazo —que he de decir yo habría considerado desagradecido— y a Agnes la instó a que la dejase caminar sola. Yo la observé desde la entrada como se aventuraba hacia el salón. Aunque tenía un pie cojo podría caminar con agilidad, más de la que yo hubiera podido mostrar incluso intacta.

La seguí, sin embargo, sin saber muy bien qué estaba haciendo, hasta que no sentí como Agnes intentó sujetarme por el brazo y detenerme, pero yo avancé a prisa. La Señora Schwarz se dejó caer con un resoplido en un sofá que había allí. Enfrente de ella había una coqueta mesa de té adornada con un jarrón lleno de pétalos de rosa ya marchitos. Nada más sentarse alzó la vista algo asustada por mi presencia allí a su lado. Con una sola mirada me dejó claro que me golpearía si permanecía más de dos segundos allí sin darle una explicación, pero antes de que me reprendiese dejé la chaqueta doblada a un lado de ella, sobre el reposabrazos y me di media vuelta. Hubiera pagado mucho dinero por ver la expresión que debió poner al ver que dejaba allí su chaqueta. Pensé que podría haberse sorprendido, o incluso enternecido con mi gesto, pero lo más probable es que hubiese mantenido aquella expresión de pocos amigos durante todo el tiempo que permanecí en el salón. Agnes me esperaba para sujetarme, esta vez sí, por el brazo y sacarme de un empujó de la estancia hacia el recibidor.

Cuando Ramona me alcanzó me sacó fuera con ella, sujetándome también por el brazo. Por un instante me sentí como un pelele, zarandeado de un lado a otro como una muñeca. Me deshice de su agarre una vez salimos a las escaleras y cuando comenzamos a bajarlas podía oír a Cosette deshaciéndose en quejas por la idea de tener que cuidar de la señora en su estado, y aun más con su ánimo. Me reí, internamente porque bien merecido se lo tenía y no sentí ninguna envidia por tener que lidiar con aquel trabajo, a expensas de que sintiese extrema curiosidad por la persona de la señora. Haciendo balance me pareció mucho más gratificante seguir escondida en la cocina. Sin embargo cuando Ramona y yo ya nos dirigíamos hacia allí Agnes salió para detenernos.

—No os mováis de aquí. Esperadme un momento. Ahora salgo para hablar con vosotros. —Me estaba mirando a mí pero en realidad hablaba con todos nosotros. Aquellas palabras nos conmovieron y creo que alguno que otro vio peligrar su puesto en aquella casa. Sin embargo, cuando Agnes regresó parecía algo contrariada, con una expresión confusa. Como si hubiese recibido órdenes contradictorias—. Subid. Todos. La Señora quiere hablar con vosotros.

Cuando llegamos al recibidor yo ya no me atrevía a entrar más allá después de que me hubiesen sacado a empujones pero en este caso fueron María y Ana las que me empujaron dentro, nerviosas ante la idea de que yo no obedeciese al mandato de la señora. Nos pusimos en fila, más bien como un pelotón militar, al lado del sofá donde ella estaba sentada. No sé si le hizo mucha gracia que entrásemos allí, con los zapatos sucios de tierra y nuestras expresiones confusas y nerviosas inundando de pavor la estancia. Pero de perfil como estaba a nosotros nos habló en aquella postura. Parecía muy entretenida mirando un par de periódicos que tenía enfrente, aunque estaban doblados y posados sobre la mesa.

—Espero que durante estos días todo haya seguido igual en la finca, a pesar de mi ausencia. —Comenzó.

El capataz asintió y explicó que todo se había seguido haciendo como de costumbre. Sabía que la Señora solo había dicho aquello como una introducción a algo más importante y que la contestación del capataz, aunque buena y educada, era innecesaria. Por no hablar de que al intervenir, parecía nuestro representante.

—Supongo que si hubiera habido algún percance Agnes me habría informado. —Se justificó la Señora para pensar que Belmont decía la verdad—. Y así deben seguir las cosas. Como si nada hubiera pasado. No ha sido más que un pequeño accidente y como veis no me falta ningún miembro. —Sus palabras eran amables pero su tono no lo era, desde luego. Parecía que nos estaba reprendiendo. Yo sentí que me desmayaría, como la primera vez. Y recé porque la nariz se mantuviese estable y no sangrase.

—Por supuesto. —Aseguró Agnes, que estaba detrás de ella, con una mano apoyada en el sofá donde la Señora descansaba.

—Pero tras la insistencia de los médicos, y la obstinada matraca que durante días he sufrido por parte de Agnes, —aquí, ella palideció—, he tomado la resolución de que en los próximos días hasta mi completa recuperación, necesito a alguien a mi lado que me asista. No es una idea de mi agrado. —Recalcó, y realmente no parecía dispuesta a dejarse ayudar más de lo necesario. Cosette bajó el rostro, resignada—. Y como no voy a contratar a más personal, y mucho menos para que me asista durante tan solo unos cuantos días, me parece que alguien de los aquí presentes tendrá que ampliar sus labores para ayudarme.

—¿Está segura de esto? —Le preguntó por lo bajo Agnes, inclinándose sobre el respaldo del sofá. No parecía que tuviera intención de que todos escuchásemos aquella súplica, pero a ninguno se nos escapó. Yo fruncí el ceño en su dirección. La Señora cazó aquella mirada que le dirigí a Agnes y ella me la devolvió doblemente curiosa. Pero se desvaneció a los segundos. Después se dirigió exclusivamente a Cosette.

—Cosette.

—¿Sí, señora?

—Sustituirás a Anabella en la cocina.

Aquella sentencia nos dejó a todos en un ay. Agnes fue la única que no se sorprendió por aquello y creo adivinar que era justo de lo que quería prevenir a la señora. Era aquella misma la orden contradictoria que parecía a punto de tener que ejecutar. La Señora se quedó allí plantada, fría e inamovible como un témpano de hielo. Las vendas que cubrían su frente y su brazo la dotaban de un aire mucho más inofensivo, pero una sola de aquellas miradas fulminantes bastaba para que todo lo demás desapareciese.

—¿Cómo? —Alcanzó a preguntar Cosette con un hilo de voz. No parecía más confundida que sorprendida.

—Ya me has odio. ¿Verdad? Conoces la rutina de Anabella, y si no es así, ella o Ramona podrán informarte. Te harás cargo de sus obligaciones y puedes olvidarte así del resto. María y Ana se encargarán de la colada y la limpieza junto con Bella. Ellas sabrán cómo repartirse esos quehaceres.

—¿Y qué hará Mendoza? —Preguntó Cosette, aún turbada. El lector seguro que es suficientemente inteligente como para saber qué trabajo me encomendarían a mí, y es más, yo misma y el resto de los que estábamos allí ya no los vaticinábamos, pero Cosette era la única que no se aventuraba a adivinar qué posición me correspondería ahora a mí.

—La señorita Mendoza, —comenzó Agnes—, será la que atienda a la señora.

Incluso al decirlo mostraba su completo desacuerdo con una arruga en la frente y unas miradas indiscretas a la señora. Pero esta se volvió y dejamos de ver el frente de su rostro para apreciar el perfil. Yo bajé la mirada, pensando que aquella resolución no le vendría bien a nadie y mucho menos a mí. No sabía muy bien en qué consistiría mi trabajo y tampoco estaba segura de dejar al cargo de mis tareas a Cosette. Lo sentía por Ramona y también por la señora. Quise replicar, pero Cosette se me adelantó

—Pero yo llevo atendiéndola desde hace un par de años. ¿No lo he hecho bien?

—Lo has hecho bien. —Contestó la señora. No parecía que su humor fuese a empeorar, pero Cosette hablaba de más.

—¿Entonces qué queja puede tener de mí para que no desee que la asista ahora que se encuentra en este… estado…?

—Pensé que me lo agradecerías. —Dijo la señora, fingiendo una sorpresa desmedida e inocente. Una cínica sonrisa se vislumbró en sus comisuras y todo el cuerpo me dio una sacudida. No sabía si reír o echar a correr—. Te estoy liberando de esa carga. Si una novata ha podido adaptarse al trabajo en la cocina estoy segura de que tú podrás hacerlo perfectamente. No espero menos de ti. —Cosette no dijo nada en respecto a eso, y no sabía muy bien como seguir defendiendo el fuerte. Yo intervine entonces.

—¿Y acepta entonces que una novata se encargue de su cuidado? —Al preguntárselo no pude evitar pensar que nos encontrábamos a solas, como habíamos hecho ambas contemplado mi oleo.

—Así demostrarás de que pasta estás hecha.

—Parece que vaya a probarme.

—Mendoza. —Soltó Agnes parándome en seco. Yo bajé la mirada y solté un suspiro en silencio.

—Queda dicho. —Sentenció la señora—. Ramona, ¿serás capaz de poner al día a Cosette en la cocina?

—Así es, señora. No se preocupe de nada. No será una tarea difícil. —Ramona fingió la mar de bien que aceptaba el cambio con absoluta diligencia, cuando yo bien sabía que ella sería la mayor damnificada.

—Perfecto. Podéis retiraros. —Con una mirada nos recorrió a todos, menos a mí—. Tú, quédate. Hablaremos de tus tareas. —Después le dirigió una mirada a Agnes, que de mala gana se retiró también.

No pude evitar mirar detrás de mí mientras veía como todos marchaban llenos de tensión y confusión. Cosette me lanzó una mirada desafiante y yo comprendí entonces que se había cumplido justo lo que ella menos deseaba, que nos cambiásemos los puestos. Cuando me quedé a solas con ella sentí que me fallaban las fuerzas y las rodillas me temblaban, pero para hacer frente a aquella debilidad mi carácter se endureció e intenté ponerme a la defensiva. Antes de poder decir nada ella me señaló con una mirada la puerta que conducía a la cocina.

—Tráeme algo de beber, haz el favor.

—¿Algo en concreto?

—Agua fría. —Acabó negando con el rostro—. Mejor algo de té helado.

Cuando llegué a la cocina  y me puse a servir hielo en un vaso llegaban Ramona, Cosette, María y Ana por la puerta del exterior. Temblé de pies a cabeza porque no esperaba un encontronazo tan pronto y me apuré para servirle el té helado. Antes de marcharme Ramona me sonrió con ternura y algo de compasión. Yo le retiré la mirada y regresando al salón me di cuenta de que aquella mirada llevaba cargados muchos más matices de los que habría imaginado. No solo había pena, había también resignación, sumisión, una llamada de auxilio y un grito de perdón. Me pregunté si ella, en el caso de haberme defendido frente a la señora, hubiera podido conservarme a su lado. Sabía bien que no.

Dejé el té sobre un posavasos que había en la mesa y ella lo alcanzó apenas rozó la mesa. Se lo llevó a los labios y dio un largo trago. No me di cuenta de que me había quedado mirándola hasta que no volvió su vista hacia mí con reproche. La aparté, pero ya se me había quedado su perfil grabado en la mente. Cuando devolvió el vaso a la mesa me miró pensando muy bien qué decirme a continuación, ordenando las ideas en su mente. Yo esperé pacientemente. Después pensé que tal vez me estaba mirando solo por incomodarme. Empecé a cambiar el peso de mi cuerpo de una pierna a otra con las manos sujetas a mi espalda. Al final tuve que ser yo quien hablase.

—¿Va a explicarme cuales son mis tareas?

—¿No te haces una idea? Pensé que eras una chica lista.

—Me hago una idea de cuáles son sus actuales necesidades. —Suspiré—. Pero tampoco sé hasta dónde está usted dispuesta a dejarse ayudar. Tampoco sé si tendré obligaciones a parte de ayudarla a usted. 

—¿Cómo qué?

—Tal vez hacerle la cama, cambiarle las sábanas, hacer expresamente su comida o preparar su bandeja. Lavarle la ropa, colocarla en los armarios… ¿Puede conducir? Yo no. ¿Tengo que llevarla al pueblo?

—Frena, frena. —Me dijo y casi se le escapa una sonrisa al percibir mi nerviosismo.

—¿Qué pasará con mis horarios? ¿Seguiré conservando las dos horas libres de cuatro a seis de la tarde?

—No dice mucho de ti que sea eso lo que más te preocupa.

—No es lo que más me preocupa. —Solté, pero no sabía cómo justificarme entonces. Por lo que ella siguió.

—Haremos lo posible para que durante esas dos horas no te necesite. —Eso no me aseguró nada y yo asentí, bajando la cabeza—. Me tendrás que ayudar a primera hora para levantarme, asearme y vestirme. Me traerlas la comida y depende qué sea, también deberás ayudarme a comer. Este brazo lo tengo inutilizad. —Se miró el brazo izquierdo—. Eso es básicamente lo que tendrás que hacer. No es mucho, ¿cierto? —Su tono se dulcificó. Había dejado de jugar conmigo.

—No, señora.

De repente caí en que había dicho que necesitaría ayuda para vestirse y asearse. Como me temblaron las manos las volví a esconder detrás de mi espalda. Quise pensar que había oído mal pero tenía todo el sentido que me pidiese aquello.

—Me gustaría que te instalases más cerca de mí, en una de las habitaciones para invitados que tengo en la plata de arriba, pero no sería apropiado, y menos para un par de días que va a durar esta situación. Sí que me gustaría que permanecieses cerca, por si te necesito. Te haré llamar con una campanita o como vea necesario. Ya me las apañaré. —Pensó en ello y después de unos minutos me miró queriendo finalizar aquella conversación—. ¿Tienes alguna pregunta al respecto?

Sí que las tenía, pero como no eran acerca de mis labores quise contenerme. Asentí, no muy segura de si iban a gustarle mis interrogantes.

—Un par de preguntas.

—Adelante. —Me animó.

—¿Toma alguna medicación, como calmantes, que yo deba conocer?

—Buena pregunta. —Dijo con una sonrisa—. Así es. Tomo antiinflamatorios. Y el martes vendrá un médico a quitarme un par de puntos que tengo aquí. —Se señaló la frente.

—Vale. —Suspiré—. ¿Cómo ha quedado el coche?

—¿Qué coche? —Preguntó ella extrañada.

—Su Citroën Traction Avant. El negro. —Ella levantó una ceja, extrañada.

—¿Te importa mucho? —Su tono volvió a endurecerse—. Si no tienes ninguna pregunta más puedes marcharte.

—Una más. —Supliqué—. Tal vez parezca atrevido pero, ¿acaso ha recibido quejas sobre Cosette? ¿Por eso no quiere que ella se encargue de usted?

—Sí que es atrevido. —Dijo, pero no contestó a mi pregunta.

—¿Ha recibido acaso quejas de mí? —Aquello lo dije en un tono más lastimero del que pretendía y ella me miró con frialdad.

—No.

—Yo no descuido mi trabajo, y mucho menos soy irresponsable con los horarios. —Aquello, como no me lo había preguntado, pareció que le entró por un oído y le salió por otro. Ambas sabíamos que yo la estaba reprendiendo por pensar aquello de mí. Supo de inmediato que debería haber oído a Agnes preguntando por mí y por no delatarse no dijo nada. Me ignoró y le dio un trago a su té.

—Si no tienes más preguntas, puedes marcharte. Tal vez de aquí a un rato te necesite, así que no te vayas muy lejos.

Yo asentí y me escabullí hacia los dormitorios, pero no llegué a entrar en ninguno de ellos. Me quedé allí quieta, sentada en el pasillo, con el cuerpo temblándome de pies a cabeza. ¡En qué lio me estaba metiendo!

 



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