VENDIMIA - Capítulo 13
Capítulo 13 — Querida niña
Sin darnos cuenta, Maurice y yo nos quedamos allí dormidos en medio del pasto. Cuando desperté serían más de las cuatro de la mañana, tenía todo el cuerpo dolorido y el frío me calaba hasta los huesos. Había despertado con la cabeza sobre el brazo de Maurice y este me sujetaba por los hombros, acercándome a él. Tenía una expresión tan plácida que casi sentí pena al despertarle pero al mover su brazos me di cuenta que también debía estar helado. La tierra nos había robado hasta el último grado de calor. Se rió al despertar pues la escena era del todo cómica y volvimos a la casona dando tumbos, aún somnolientos. Sentí el impulso de pedirle que se quedase a dormir conmigo pero después pensé que tendría que cambiarme de ropa delante de él y lo pudiese malinterpretar, por lo que lo dejé marchar a su dormitorio y yo me conduje a mi cama. Me quité la ropa y me puse el pijama. Después me metí debajo de las sábanas y supe que aquella noche no dormiría mucho más.
Durante la hora del desayuno él y yo nos sonreímos cuando nos encontramos en la cocina y nuestra risa denotaba una complicidad que a Ramona también le divirtió. Cuando estuvo allí todos desayunando parecía que el accidente del día anterior se había disuelto un poco en el aire y aunque la mayoría seguía con expresiones apesadumbradas todos hicimos por aparentar que nada había pasado y que debíamos volver a nuestras tareas como cada día.
—¿Sabéis que Mendoza aquí presente es la hija de Mike, el ayudante de capataz que estuvo aquí hace años? —La pregunta la lanzó al aire pero mirando directamente a Belmonte. Este fue sin embargo el único que no pareció sorprendido. El resto exclamaron con palabras de sorpresa. Ramona incluso me dio un golpecito en la cabeza, regañándome.
—¿Cómo no nos dices nada? ¡Qué chica tan cruel!
—¡Oye, no cojas costumbre de golpearme! —Le dije al ver que el día anterior también lo había hecho. Ella soltó una carcajada pero yo me froté la cabeza con disgusto. Casi me hizo tirar el café por los aires del susto.
—¡Ah! Recuerdo a aquel hombre. —Dijo María, entusiasmada—. Era muy bueno con nosotras. ¡Incluso nos dijo que tenía una hija más pequeña que yo!
—Nosotras no lo conocimos. —Dijo Ana, hablando por Cosette y por ella.
—Yo tampoco. —Dijo Bella, algo apesadumbrada.
—¡Belmont! —Exclamó Maurice—. ¿Acaso tú no te sorprendes? ¡Es la hija de tu antiguo compañero!
—Yo ya lo sabía. —Dijo este, pero yo miré en su dirección más sorprendida de lo que ninguno de los presentes se hubiera mostrado.
—¿Cómo es eso? —Le preguntó Ramona.
—Tiene la misma nariz que su padre. —Dijo y yo no pude evitar mirarme la nariz y tocarla con mis dedos. Jamás me habían dicho que mi nariz se pareciese a la de mi padre. Tal vez mis ojos, o la forma de mis labios. Pero nunca la nariz. Entonces levanté la mirada y le fulminé con ella.
—Eso es mentira—. A Maurice debió divertirle la expresión que puse, al intentar mirarme la nariz y rompió en carcajadas—. Agnes debió decirte quien soy.
—Agnes no me dijo nada. —Se encogió de hombros y así quedó aquello. Yo fingí que le creí y él se contentó con no insistir mucho más.
Cuando la conversación tomó otro camino y se comenzó a tratar el tema de que por ahora no habría más que limpiar la habitación de la Señora sin deshacer la cama o sin lavar sábanas, yo miré a Maurice a mi lado y me toqué la nariz con más teatro que preocupación.
—¿Le pasa algo a mi nariz?
—Sí. —Dijo y mientras asentía con rotundidad alcanzó un poco de mermelada de un pequeño frasco y me untó la nariz con ella. Yo rápido volví el rostro pero ya era tarde. Me contuve para no lanzarle una tostada al rostro.
…
Pasado el mediodía cuando yo ya estaba atareada con las labores de la comida Maurice llegó a la cocina exclamando que había llegado algo de correo para nosotros. En realidad habían llegado dos paquetes para la casona, una carta para Ana y dos para mí. Pero como si estuviésemos en la guerra, todos fuimos participe de la felicidad que era recibir correo desde el exterior, desde otro mundo del que ya no formábamos parte. También Maurice había recibido una pequeña carta de su padre con unas cuantas palabras y una pequeña fotografía de su abuela y de su padre, en la feria de la ciudad. Yo me guardé las cartas en mi mandil y me prometí que las leería luego, pero no lo hice hasta la noche.
A media tarde me conduje al lugar de encuentro que tenía con Alejandro y le conté lo sucedido el día anterior en la casona. El accidente de la Señora y su posterior decaída del ánimo en todos los trabajadores. Él me dijo que ya se había enterado porque a primera hora el capataz les había informado de lo sucedido. Los trabajadores también temieron, —como me contó a continuación—, que su puesto se viese afectado pero el capataz le aseguró que aquel accidente no sería nada que impidiese a las uvas seguir madurando y su trabajo consistía en recogerlas. Nada más.
—Este mediodía recibimos noticias desde el hospital. —Suspire—. La Señora está fuera de peligro. Regresará el domingo a casa.
—Aún estamos a miércoles. —Dijo él, calculando el tiempo mentalmente—. ¿Tendrán que cuidarla? —Su pregunta fue algo que hasta ese momento yo no me había planteado, pero supuse que Cosette se encargaría, como había hecho hasta ese momento.
—Supongo. —Ni siquiera era capaz de hacerme una idea de cómo regresaría la señora, o las secuelas que pudieran quedarle—. No había pensado en ello. Pero yo solo estoy en la cocina.
—Sí, entiendo. —Dijo asintiendo. Después de aquello, la conversación declinó en un artículo que había leído en una revista el día anterior y la trajo consigo para que le explicase el significado de algunas palabras o expresiones que no había entendido y se las aclaré lo mejor que pude. El artículo hablaba sobre el físico John Ellis*, que fue galardonado el año anterior con la Medalla Maxwell y el Premio Paul Dirac por el Instituto de Física. Cuando nos fuimos me prestó unas cuantas revistas que había traído para mi, una de ellas sobre satírica política llamada L'hebdo Hara—Kiri que yo misma le pedí, por saber que mi amiga Gabriela colaboraba a redactar algunos de los textos, y otra titulada Archeología, un especial sobre indumentaria y vestimenta conservada de la época renacentista en Europa.
—Este domingo estarás muy ocupada con el regreso de tu Señora. ¿Qué te parece si el siguiente bajamos tú y yo al pueblo?
—¿Podremos bajar juntos al pueblo?
—Claro. —Se encogió de hombros—. Tenemos varias motos donde nos hospedamos. Cogeré una de ellas. —Se encogió de hombros nuevamente, esta vez con un aire más tranquilo—. Te llevaré a donde compro las revistas y si quieres podemos comer allí. ¿Te gustaría?
—Me encantaría. —Asentí, decidida.
…
Después de la hora de la cena me encerré en mi cuarto y me decidí a leer las dos cartas que me habían llegado. Una de ella era de mis padres y la hora de Visset. Me di cuenta de que la de Visset había llegado primeramente a mi casa en Dijon y después mis padres habían tenido que reenviarla a la finca. Me entristeció pensar en ellos pero solo fue algo momentáneo. Rápido abrí la carta que era de mis padres y me puse a leerlas. Me dio la impresión de que tal vez ellos solo se hubiesen acordado de escribirme al ver llegar la carta de Visset. Aunque solo fue una impresión.
La carta de mis padres decía así:
Querida hija.
Tu madre y yo no nos poníamos de acuerdo en
quién de los dos escribiría la carta, así que hemos decidido que yo escribo y
ella me dicta lo que tenga que decirte. Te echamos mucho de menos y la casa se
nos hace muy grande sin ti. Como no hemos sabido nada de ti hasta el momento
hemos decidido escribirte. Tal vez de aquí a unos días te llamemos, pero no
queremos molestar en la casona con las llamadas. Tu abuela ha tenido gripe
estos días, y ha pasado una semana con nosotros en casa mientras la cuidábamos.
Así que puedes imaginarte que hemos tenido unos días atareados. Ahora que ya se
ha marchado hemos decidido escribirte. Esperamos que el tiempo sea agradable
allí en Alsace y que el resto de trabajadores te cuiden muy bien. Si hubieses
tenido algún problema de seguro que Agnes nos habría informado pero de todas
maneras cuéntanos todo cuando nos escribas. Y si tienes algún problema con
algún compañero solo tienes que decírselo a la cocinera o a Agnes y ellas lo
solucionarán.
Te queremos mucho. Besos.
Tus padres.
Cuando terminé la carta de mis padres volví a meterla en el sobre y me aventuré a leer la Visser.
Querida niña.
Tu última carta me ha dejado muy preocupado.
Supongo que cuando recibas estas letras ya estarás instalada en Alsace. Me
apena pensar incluso en la idea de que ahora mismo puede que ya te encuentres
allí, mientras escribo esta carta.
Tienes que tomarte esta experiencia como una
forma de aprendizaje, aunque no sea dentro del ámbito artístico. Todo acaba por
enriquecernos de alguna manera, incluso las malas experiencias. Has sido muy
feliz durante todos estos años bajo mi custodia, pero ahora es momento de
despegarse un poco del pasado y mirar hacia una nueva forma de vida laboral. Si
como me dices esta estancia tuya en Alsace tan solo dura el tiempo que abarque
la vendimia, pronto estarás de vuelta en casa, pero me temo que eso no
solucione nada.
Yo por mi parte estoy buscando una forma de
establecerme aquí de nuevo. He hecho pequeños encargos a clientes privados pero
los encargos llegan con meses de asiduidad y lo que cobro por lo que hago no es
suficiente como para vivir holgadamente. Mucho menos para mantener a alguien a
mi cargo. Pero te prometo que si en algún momento vuelvo a encontrar abundancia
en este trabajo, serás a la primera que llame para echarme una mano, mi niña.
Aunque tengas que venir hasta Holanda. Pero no tomes mis palabras como un
salvavidas. Tal vez eso no llegue a ocurrir y tengas que seguir adelante por tu
propia cuenta. ¡Monta un taller! Siempre he pensado que tenías madera para
dirigir un taller como el que teníamos. Y cuando ganes el suficiente dinero yo
seré quien vaya a refugiarme bajo tus alas.
Dentro de poco hará un año que cerramos el
taller, y aún te echo de menos. Sin embargo me culpabilizo cada vez que te
escribo por mostrar en mis cartas un cariz tan triste y melancólico. ¿Lo único
que nos ha unido ha sido el trabajo? Cuando lo pienso me desmorono, pero
entonces recuerdo las largas conversaciones en las que nos enfrascamos durante
las largas jornadas de trabajo en el taller. Al fin pude ver aquella película
japonesa que me recomendaste, El gato negro. Intenté buscar alguna referencia
al autor Allan Poe, sin remedio. Sin embargo los bailes de aquella anciana y la
voluptuosidad de las vestimentas que llevaban las protagonistas me han
inspirado para volver a pintar algunos clásicos japoneses. Creo que buscaré
alguna pintura de Hokusai* que no haya realizado. ¿Cuál me recomiendas tú? Eras
la experta en historia del arte.
Te deseo felices sueños, porque de seguro
estás leyendo esto de madrugada, o por lo pronto antes de acostarte. Siempre
dejas las cosas banales para ese momento. Escribirme pronto, extraño saber de
ti porque últimas palabras me dejaron consternado.
Ahora que releo estas palabras me doy cuenta
de que no te he dicho nada sustancial.
Te quiero mucho. A veces te extraño más de
lo que debiera. Sobre todo cuando tengo que pintar flores. A ti se te daban
mucho mejor que a mí.
Visser.
Cuando terminé la carta me limpié un par de lágrimas que habían acabado por derramarse de mis ojos y rodaban ya por mi barbilla. No me habían dejado leer adecuadamente así la releí. Sin ánimo de contestarles me puse el pijama y me metí en la cama. Caí rendida al rato.
No fue hasta el viernes de aquella semana por la noche que no tuve ánimo de contestar aquellas cartas. La de mis padres me urgía más porque si no sabían de mí en algún tiempo se preocuparían. Pero la de Visser era la única que deseaba constar. Empecé escribiendo la de mis padres:
Padres.
Espero que la abuela haya mejorado estos
días. Supongo que ya se habrá recuperado del todo para cuando recibáis la
carta. Mandadle muchos besos de mi parte. Mis compañeros son buenos conmigo,
algunos más que otros. —No mencionaría los incidentes con Cosette ni en broma—.
Y Ramona es encantadora conmigo. Siempre me defiende y me consiente porque sabe
que soy buena trabajadora. Siempre me levanto temprano para ayudarla desde el
primer instante y me quedo la última para ayudar a recoger siempre. Voy a
menudo con las chicas a pasear y a tomar un baño a la poza. Siempre con
cuidado. Me he encontrado a la Señora Schwarz un par de veces, y siempre ha
sido muy amable conmigo. Me lo paso bien, a pesar del trabajo y el tiempo está
siendo muy favorable, aunque tengo entendido que de aquí a unas semanas puede
que bajen las temperaturas.
Un beso. Os quiero mucho.
Querido Ruud.
Yo también te extraño, y he llorado leyendo
tu carta. ¿Por qué eres siempre tan sentimental, maldita sea? Pienso en ti a
menudo y le he hablado de ti a un compañero de la finca. No he podido evitarlo,
sabía que tu nombre saldría de alguna manera y me alegro de haberlo soltado ya.
Me quemaba en la garganta.
Yo también he llegado a la conclusión de que
al fin y al cabo esta es una experiencia que tenía que vivir. Estoy conociendo
personas maravillosas, y otras no tanto. Estoy aprendiendo también mucho sobre
las labores que se necesitan para llevar una finca de estas características y
no solo tengo trato con los trabajadores de la casona, también estoy hablando a
menudo con uno de los vendimiadores. Sin embargo, no dejo escapar una hora de
tiempo libre para invertirla en la pintura. He hecho varias acuarelas y recientemente
he terminado un óleo de unos limones sobre sus ramas. Un modelo poco ambicioso,
lo reconozco, pero he intentado adaptarme al medio y eso ha resultado incluso
más complicado. Han modificado mi bodegón en medio de mi trabajo. Creo que es
la primera vez que me sucede. También estoy pensando en hacer algunos paisajes
o algún retrato, pero no creo que tenga tiempo ni ganas, ahora que nuestra jefa
ha tenido un pequeño accidente y de seguro tendremos que estar encima de ella
el día entero.
Me alegra mucho que hayas vuelto a coger
encargos, pero allá en Holanda deberás tener mucha más competencia de la
podrías haber tenido nunca en Dijon. ¡Vuelve, no seas idiota! Si tenemos que
pintar resguardados bajo un puente yo haré de cortavientos o lo que haga falta.
¡Montar yo un taller! Qué locura. Mi familia ahora mismo no tiene dinero para
nada de eso, y nada de lo que yo gane trabajando aquí será para mí. Si mi padre
no se hubiera accidentado podría haber seguido… en fin. No importa. No es su
culpa. Tienes razón, tengo que buscar mi camino, a partir de ahora estoy sola
frente al mundo.
Me alegro mucho de que la película que te
recomendé te gustase, o por lo menos revolviese esa tinta oscura y densa que
hay dentro de ti y te conmoviese para volver a pintar algo por tu cuenta. Si
vas a pintar algo de Hokusai que no sea del padre, por el amor de Dios.
Aprovecha la poca fama de su hija Oei Hokusai para engrandecerla después de que
se la hubiese silenciado. Se me viene a la mente una de sus pinturas: Escena
nocturna en Yoshiwara. No es nada convencional pero no deja de tener esa
estética oriental. Con esta conocerás una nueva faceta del oscurantismo. Si no
te atreves, entonces busca algo más convencional dentro de su colección como
Beauty Fulling Cloth in the Moonlight.
Ahora que hurgo en mi memoria —tómate esto
como un pensamiento en alto— se me viene a la mente un retrato que hizo el
pintor John Singer* de una mujer… una tal Madame X*. ¿recuerda? Una mujer vestida
de negro. Creo que mi Señora se parece. La dueña de la finca. Tiene el reflejo
de esa majestuosidad. Tal vez sean cosas mías. A partir de ahora me referiré a
ella en mis cartas como Madame X.
En fin, tarde leí tu carta y tarde la
contesto. Como es habitual en mí.
También te extraño mucho. Espero que el tiempo
vuelva a juntarnos, en las circunstancias que sean.
Muchos besos.
Con el mismo bolígrafo que estaba escribiendo aquellas cartas rescaté el dibujo en acuarela de la Señora Schwarz y puse, justo en una de las esquinas “Madame X”. Verlo allí me hizo sentir más tranquila en respecto al significado del dibujo y siempre podría excusarme diciendo que tan solo había imitado o incluso reinterpretado una acuarela de basada en Virginie Amélie Avegno Gautreau, que así era como Madame X se llamaba realmente. Nadie me creería, pero de cualquier manera era un salvavidas.
Después de escribir aquellas cartas aun faltaban varios minutos para que diesen las doce así que me conduje hacia el porche para rescatar una toalla y paseé hasta la orilla de la poza en completo silencio. Temí encontrarme a alguien por el camino y tener que dar explicaciones. Ya no me aterraba tanto el encuentro con la señora, pero aun así la casa seguía estando habitada y no deseaba compartir mi baño con nadie. Cuando alcancé el agua me desnudé y bajé esta vez por las escaleras, sintiendo como el frío poco a poco me iba atrayendo hacia el interior de la poza. Soplaba un agradable viento otoñal y me limité a nadar de un lado a otro sin soltarme el pelo, por miedo a mojarlo. No deseaba que quedase húmedo toda la noche y arriesgarme a coger un resfriado. Las noches habían comenzado a ser más frescas y el tiempo a veces jugaba una mala pasada, ocultando con nubes el sol durante horas. De seguro que había una luna brillante pero el cielo estaba cubierto y no se veía nada. Si me despistaba podía incluso desorientarme y comenzar a nadar hacia el centro de la poza, así que no me alejé mucho del borde y procuré tener siempre a vista la toalla blanca colgada en lo alto de las escaleras.
Cuando salí me sequé bien todo el cuerpo y noté que la toalla se oscurecía rápidamente al pasármela por la entrepierna. Yo misma metí mis dedos entre mi pubis y los saqué oscurecidos con una tonalidad rojiza. Suspiré rodando los ojos y me contuve para no volver a meterme dentro del agua. Seguro que corría por mi pierna un reguero fino y rosáceo de sangre con lo que terminé de secarme, me puse de nuevo la ropa y me dirigí aprisa hacia la casona. Allí lo primero que hice fue ponerme una compresa de tela, lavar a conciencia la toalla y dejarla colgada donde la había encontrado. Recé porque la mancha no se viese al día siguiente y por no haber hecho demasiado ruido al lavarla.
…
La tarde del sábado fue muy densa y pesada. Ramona y yo terminamos de recoger la cocina y como todos tenían quehaceres que realizar ella y yo nos quedamos allí sentadas compartiendo un poco de vino que había quedado y algunas pastas. Estaba sentada de espaldas a la luz con las manos juntas en la mesa y la mirada algo perdida mientras me contaba algo de cuando era pequeña. Yo hacía rato que había dejado de escucharla y me concentré en el juego de colores que la luz reflejaba sobre su mandil y sobre su vestido. Era un vestido de color beige con un estampado de hojas otoñales. Tenía el pelo recogido bajo un pañuelo gris, aunque se le escapaban unos cuantos mechones sobre la frente. Repentinamente le pregunté si podía retratarla, allí como estaba, como si su cuerpo formase parte de aquella estancia.
—¿Retratarme a mí? —Me preguntó divertida y rápido se aventuró a negar con el rostro.
—Solo será un boceto en acuarela. —Al decírselo no parecía del todo convencida, pero le daba curiosidad saber de qué será capaz y también de cómo se vería ella sobre un papel. Rápido me apresuré a buscar una hoja y las acuarelas y le pedí que siguiese hablando de cualquier cosa, pero que no se moviese del lugar donde se encontraba sentada. Era una escena muy parecida a los interiores representados por Vermeer. Representaría media habitación, con una esquina en el plano izquierdo del papel y la luz de la ventana entrando como un chorro de luz velado por los cristales. Y ella allí, como protagonista de la escena, sin representar realmente ningún tipo de papel. No era nada más que un conjunto de formas más, no menos importante que las sillas o la copa de vino delante de ella. Cuando lo terminé, pasada al menos una hora, se la enseñé y pareció más que satisfecha.
Se pasó la tarde presumiendo del dibujo que le había hecho delante de las personas pero no se atrevió a quedárselo, por mucho que le insistí en ello. Me lo devolvió después de que se lo hubiese mostrado a todo el mundo y yo acabé resignándome. Después de cenar salí afuera y también aboceté con acuarelas el paisaje de los viñedos, con las últimas luces del día. No era tan buena con los paisajes pero aquella vista me quedó con muy buena perspectiva.
*Jonathan Richard Ellis (más conocido como John Ellis) es un físico teórico británico que actualmente es el Profesor de Física Teórica Clerk Maxwell en el King's College de Londres.
*Katsushika Hokusai, conocido simplemente como Hokusai (北斎) (Edo, actual Tokio, 31 de octubre de 1760 - 10 de mayo de 1849), fue un pintor y grabador japonés, adscrito a la escuela Ukiyo-e del periodo Edo. Es uno de los principales artistas de esta escuela conocida como «pinturas del mundo flotante». Algunos de sus trabajos más importantes son Cien vistas del monte Fuji (1834), o La gran ola de Kanagawa (1830-1833).
*John Singer Sargent (Florencia, 12 de enero de 1856-14 de abril de 1925) fue un pintor estadounidense, considerado el "retratista de más éxito de su generación". Durante su carrera, realizó cerca de 900 pinturas al óleo y más de 2.000 acuarelas, así como innumerables bocetos y dibujos al carboncillo. Su obra documenta sus viajes a lo largo del mundo, desde Venecia al Tirol, Corfú, Oriente Próximo, Montana, Maine y Florida.
*Madame X o Retrato de Madame X es el título informal de un retrato del pintor angloestadounidense John Singer Sargent de Virginie Amélie Avegno Gautreau. La modelo era una joven estadounidense nacida en Luisiana, y esposa del banquero francés Pierre Gautreau, figura importante de la alta sociedad parísina de la época. Se exhibió por primera vez en el Salón de París de 1884, provocando gran escándalo, al punto que el pintor se marchó a Londres. El cuadro muestra a la retratada posando con ostentación luciendo un ceñido vestido negro de raso con tirantes incrustados de piedras preciosas. El retrato se caracteriza por el tono pálido de la piel de la mujer, que contrasta con el color umbrío del vestido y del plano posterior.
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