VENDIMIA - Capítulo 11
Capítulo 11 — No sé quién es ese Sunchú
Cuando el
domingo me desperté lo primero que sentí fue un vuelco al corazón ante el
recuerdo del día anterior. Aún palpitaba en mi piel el oleaje del agua de la
poza y la sensación ingrávida por cada célula de mi cuerpo. Como si me hubiese
hundido en un mal sueño para ver a la Señora allí postrada en el balcón y el
despertar me trajese a la realidad. En mi mente todo estaba muy confuso y
cuando desperté lo sentí todo como un remolino de emociones y escenas. Deseé
fervientemente volver a cubrirme con las sábanas e intentar conciliar el sueño,
rezando porque con un par más de horas de sueño mi mente se aclarase. Pero
sabía que solo daría vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño, carcomida
por los remordimientos y la ansiedad. Cuando fríamente me detenía a analizarlo
todo, la presión descendía y todo parecía perder importancia, pero cuando me
decidía a no pensar más en ello, podía sentir, como si lo viese con el rabillo
del ojo, que el agobio comenzaba a palpitar en algún punto de mi inconsciente.
Acabé por
incorporarme en la cama y mientras me peinaba el cabello con los dedos y me
deshacía de alguno que hubiese quedado enganchado entre mis falanges, meditaba
para mí misma alguna que otra melodía para intentar sosegarme y comenzar con
buen pie aquella mañana. Era domingo, me dije, todas mis frustraciones las
expresaría en el cuadro de los limones que aquella misma mañana deseaba
finalizar. La habitación me apestaba desde entonces a aceite de linaza. Cuando
puse un pie fuera de la cama ya sabía que el día sería confuso y complicado,
pero no quise creerlo hasta al menos haberme tomado un café.
Cuando llegué a
la cocina todo estaba en silencio y Ramona entró unos segundos después de mí.
No me dio tiempo a avanzar nada, pero tampoco me reprochó nada porque al ver mi
expresión cansada temió que estuviese algo somnolienta, y mis madrugones no
fueran cosa del compromiso con la finca, sino algo relacionado con el insomnio.
No mencionó nada al respecto y preparamos el desayuno como cada día, viendo
como cada quien entraba en la cocina cuando le venía en gana y se sentaba con
expresiones tan adormiladas como la mía. Mientras preparaba la bandeja de la
Señora iba dando sorbos a una taza de café, y cuando me la terminé me serví
otra, esta vez con algo de leche. Esperé a que Cosette bajase para indicarme si
la Señora había pedido algo en especial y como aquél día no fue el caso le
preparé el mismo desayuno que había estado haciendo aquellas mismas semanas. Me
imaginé que Cosette podría haberme insinuado algo acerca de la hoja del limonero
que le había colado en la servilleta el día anterior pero ni siquiera parecía
saberlo, algo que me tranquilizó pensar.
Cuando se llevó
la bandeja yo me senté al lado de Maurice y dejé caer mi cabeza en su hombro, a
la par que él imitaba mi gesto y por poco no sincronizamos nuestros bostezos.
Cosette llegó a los minutos y se sentó a mí otro lado para esperar a que
alguien le pusiese una tostada con huevos sobre su plato. Yo no estaba
dispuesta a levantarme ahora que había comenzado a desayunar y mordisqueé una
tostada dejando de lado el huevo y dando grandes sorbos al café. Al darnos
cuenta de que Ramona no la atendería porque estaba ocupada con una sartén la
cosa quedaba entre ella y yo y como la ignoré debió cansarse de esperar y ella
misma se sirvió café en una taza y se sentó a la espera de que Ramona terminase
con alguna de las tostadas que hacía. Estuve a punto de hacer algún comentario
al respecto de su actitud pero Maurice se me adelantó en ese momento.
—No eres una
marquesa. Vale que no quieras mancharte las manos con la sartén, pero no
pretendas que también te sirvan el café. No te cuesta nada. —Su tono no era
agresivo, más bien parecía que quería dejar las cosas claras y para ser
sincera, probablemente fuese la primera vez que oía ese tono en él. Incluso
creí que podría llegar a sonar conciliador. Pero Cosette se lo tomó a la
tremenda. Belmont la miraba desde el otro extremo de la mesa y yo me limité a
bajar la mirada hacia mi plato.
—¿Tengo que
hacerlo yo todo? —Se quejó. Yo suspiré en silencio—. Este es el terreno de
Ramona y la nueva…
—Se llama
Mendoza. —Me defendió Belmont—. ¿O no acordamos llamarla así? —Se rió. Yo solté
un chasquido con la lengua y cuando me terminé la taza de café me levante, tiré
los restos de la tostada en la basura y limpié mi plato. En ese momento
llegaban Bella y Ana a desayunar. Les puse un plato a cada una y les serví en
silencio. Cuando terminé le avisé a Ramona de que saldría a regar el huerto y
ella accedió sin ninguna pega, pero siguiéndome con la mirada, tal vez con una
expresión preocupada. No me percaté muy bien de aquello. Cuando estuve fuera
solté una gran bocanada de aire que se me había agolpado dentro y me contuve
para no apretar los dientes. En verdad deseaba darle un puñetazo, o al menos
una bofetada y dejarla en su sitio. A veces me preguntaba por qué me mangoneaba
de aquella manera una niña de dieciocho años. Ciertamente entre nuestros
físicos no se notaba una gran diferencia. En verdad ella parecía más alta y
esbelta, pero eso no me importaba. Cuando terminé de regar el huerto me di
cuenta de que no deseaba volver dentro así que apuré todo el agua que quedaba
dentro de la regadera y comencé a mirar detenidamente los tomates por si podría
arrancar unos cuantos suficientemente maduros. No me atreví, sin embargo.
Maurice salió
antes de que yo me plantease entrar y se quedó detrás de mí, apoyado sobre la
pared, donde yo pudiera darle la espalda. No le importó que no le mirase y
suspiró largo rato.
—No le hagas
caso. —Me dijo. Había salido porque me había entristecido lo que había dicho
Cosette, pero la verdad es que estaba conteniendo mi mal genio—. Siempre es
así. Ya la conoces. —Como no contesté él siguió indagando esta vez con un tono
más preocupado. Yo estaba allí parada, viendo los tomates con la regadera
colgando de mi mano—. ¿Estás triste?
—No. —Contesté
secamente—. Ya te dije que no soy una persona fácil, que tengo mal carácter y
poco autocontrol. —Suspiré mientras me mordía el labio. Intenté buscar algo
positivo en lo que centrarme pero no pude evitar soltar una risa boba—. Me
mangonea una niña de mangonea años. Debe ser broma.
—Ignórala. Lo
que quiere es justamente que pierdas los papeles. —Con aquello último conseguí
volver el rostro hacia él y me mordí el interior del carrillo—. Seguro busca
una excusa para hacerse la víctima y que te echen.
—¿Eso intentó
contigo? —Asintió en silencio mientras miraba hacia sus pies, jugueteando con
ellos sobre el césped.
—Más o menos.
—Entiendo. —Dije
mientras dejaba la regadera a su lado contra la pared y le puse mis manos sobre
los hombros, intenté sonreír aunque no sé si lo conseguí como debía, porque
quedó más asustado que sorprendido. A los segundos acabó por devolverme la
sonrisa y tras zarandearle unos segundos por los hombros acabó soltando una
carcajada—. Gracias. Ya me contarás en otro momento qué fue lo que pasó. —Él
asintió, prometiéndomelo—. Sun Tzu dijo: La
habilidad máxima no es lograr cien victorias en cien batallas: vencer al
enemigo sin necesidad de combatir, ese es el triunfo máximo.
—No sé quién es
ese Sunchú, pero tiene razón. —Asintió y se tomó la libertad de revolverme el
pelo cómo una forma de despedida y se marchó hacia la parte frontal de la
finca, seguramente para esperar a alguien o simplemente para no tener que
entrar a la cocina de nuevo. Yo por desgracia regresé con la suerte de que
Cosette no estaba y cuando me enfrasqué en limpiar los platos que habían dejado
sobre la mesa ella regresó con la bandeja de la señora. La rescaté antes de que
lo hiciese Ramona y disimuladamente miré debajo de la servilleta, entre sus
pliegues, por todos lados. Pero no había nada.
Sin darle más
vueltas, y llena de decepción, llevé la bajilla sobre al fregadero y me quedé
allí en silencio hasta que sentí como Cosette llegaba hasta mí y ponía su mano
sobre mis hombros. Yo me revolví de dentro a fuera y a ella le llegó mi más
sincero escalofrío. Se asustó incluso de aquello y retiró su mano de mí, con
una sonrisa amigable.
—¡No te enfades,
mujer! —Parecía que quería hacer las paces pero de una forma pérfida—. No quise
decir nada malo. ¿Acaso no es verdad que este es tu terreno? Y yo no me
atrevería a entrometerme en nada de lo que aquí se haga o se mande. Aquí el
poder lo tienes tú. —Yo rodé los ojos. Realmente se estaba comportando tan
cínicamente—. Igual que a mí no me gustaría que tú te entrometieses en el
trabajo que tengo con la señora. ¿Crees que no me enfadaría si viese que le
llevas las comidas, que le preparas el baño o atiendes todos su pedidos?
De la manera en
que lo contaba no parecía un trabajo de lo más agradable pero sabía que eso le
daba cierta posición jerárquica dentro de la casa. O al menos sí que tenía
cierta facilidad para influenciar a la señora, pero yo no le di importancia.
Decidí sonreírle de la misma falsa manera en que ella me devolvía el gesto y
seguí limpiando los cacharros. Para entonces solo estábamos Ramona ella y yo en
la cocina. Gracias a Dios que Ramona le recordó que era domingo y podía
disponer del tiempo como quisiese, por lo que al poco tiempo se marchó. De la
misma manera en que Maurice me había pedido que no me tomase a mal las palabras
de Cosette y la ignorase, también lo hizo Ramona. Yo le aseguré que no me
provocaban sus palabras pero que el estado de tensión que ella provocaba de
forma general en toda la casona me ponía los nervios a flor de piel. Me
comprendió, pero la conversación no fue muy lejos porque Agnes apareció por la
puerta, con una mirada curiosa buscando a Ramona dentro.
Ella nunca
desayunaba en la casona. Vivía en el pueblo y se trasladaba todos los días
hasta la casona, dado que tenía marido e hijos allí. Sin embargo sí que había
una habitación habilitada en la parte superior de la finca para ella, en caso
de que necesitarse quedarse hasta tarde. También tenía un despacho allí. Cuando
la vi aparecer por la cocina sentí un escalofrío que me recorrió de pies a
cabeza. Cuando su mirada se posó en mí estaba más que segura de que había
venido buscándome, pero al contrario que eso, me pidió que me marchase de la
cocina —todo lo educada que pudo— y le dejase hablar a solas con Ramona.
Aquello no me pareció una buena señal y no me atreví a salir de la cocina sin
mirar antes a Ramona y pedirle permiso para aquello. Asintió y yo salí afuera.
No me alejé demasiado, y sin nada mejor que hacer me puse de cuclillas con la
espalda apoyada en la pared de piedra. Estaba lo suficientemente lejos como
para no ser una molestia pero no me alejé tanto como para no escuchar dentro.
—¿Ha ocurrido
algo? —Comenzó Ramona algo preocupada como era lógico, pero Agnes la
tranquilizó con una risa amable. Se la notaba incómoda, o al menos eso me
pareció a mí.
—Solo venía a
preguntarte acerca de la chica nueva. Anabella, ¿Cierto?
—Sí. —Yo me
mordí los labios mientras aguantaba allí escondida, aunque no me sorprendió
para nada oír mi nombre—. ¿Ha pasado algo con ella? Si Cosette ha ido diciendo
algo de ella…
—No, no es nada
de eso. —Yo suspiré aliviada—. Solo quería saber cómo se está adaptando, si
trabaja bien. Esas cosas. —Incluso Ramona pareció algo confusa al oír aquello.
—Sí, la verdad
es que es una chica estupenda. Es muy trabajadora y me ayuda en todo lo que
puede.
Hubo un extraño
silencio entre ambas que a mí me pareció una eternidad. Me hubiera dado tiempo
a morir un par de veces mientras alguna de las dos continuaba.
—Bien.
—Sentenció Agnes, pero no parecía dispuesta a dejarlo estar—. Ya sabes, la
Señora ha preguntado por ella y quiere saber si es una chica responsable y que
cumple con sus labores. De seguro si hubieras tenido algún problema con ella ya
me lo habrías hecho llegar a mí, como es de esperar…
Me quedé
petrificada, mirando hacia un punto fijo. La Señora había preguntado por mí,
pero no por ningún interés personal. Realmente se preocupaba de que no fuese
más responsable que Cosette o las demás. De seguro aquella idea podía haber
nacido del encontronazo que tuvimos el día anterior. Yo me di cuenta de aquello
mucho antes de que Ramona siquiera se lo plantease.
—¿La señora?
—Preguntó algo fuera de lugar—. Claro que es una chica responsable. Es muy
amable, y su trabajo lo cumple a la perfección. Aún es nueva y se está
adaptando, pero no ha cometido grandes errores y mucho menos descuida su
trabajo. ¿Lo pregunta por algo en concreto, la señora?
—Oh, no. No es
nada concreto. —Yo la creí. No pensé que realmente la señora le hubiese hablado
de nuestro encontronazo—. Solo quiere saber cómo se está adaptando. Hacía algún
tiempo que no teníamos en la casona a alguien nuevo. —Eso pareció convencer a
Ramona de que la situación era del todo normal. Pero la insistencia de Agnes la
puso de nuevo sobre aviso—. ¿Es puntual en su trabajo? ¿No trasnocha?
—¿Trasnochar?
—Pregunto Ramona, y su tono comenzaba a ser algo más agresivo. Parecía una gata
defendiendo a sus cachorros. Pero yo sentí que me había metido en un problema.
Si como creía, Agnes no sabía nada de la noche anterior, solo estaba
transmitiendo palabras de la Señora a través de su propia boca. ¿La Señora
prensaría que trasnochaba a menudo y que por ende llegaría tarde a mi trabajo?
Me mordí el carrillo hasta hacerme sangre—. Claro que no trasnocha. Bueno, yo
no sé qué puede hacer en su cuarto, si se mantiene despierta o no. Pero todos
los días llega puntual al trabajo, además, la mayoría de ellos antes incluso
que yo. Y ya tiene adelantado el desayuno.
—Bueno, bueno.
—Sentenció Agnes, notando que la conversación se volvía algo agresiva—. Me
alegro mucho de que la chica sea una buena trabajadora. Le transmitiré tus
palabras a la señora. De seguro le gustará saber que estas bien contenta con
ella.
—Por supuesto.
Escuché
atentamente los pasos de Agnes desaparecer de la cocina y a los segundos vi
asomarse a Ramona por la puerta, buscándome con la mirada. Bien sabía que no me
había alejado demasiado y no se sorprendió al verme allí acuclillada, con la
mirada perdida en algún punto de la tierra delante de mí. Refunfuñó al verme,
esperando que eso llamase mi atención pero me quedé donde estaba, algo asustada
y meditabunda.
—¿Has hecho algo
malo? —Me preguntó, como una madre después de defender a su hijo y saber en su
fuero interno que él era culpable—. ¿Qué has hecho para molestar a la señora?
—Yo no he hecho
nada. —Le dije, lo más confusa que pude sonar. Intenté igualar su confusión
pero no sé si llegó a creerme.
—¿No? Algo
habrás tenido que hacer para que preguntase por ti e indagase tanto. Alguna
falta ha debido verte. —Yo suspiré, apartando la mirada e incorporándome—. Es
la primera vez desde que estoy aquí que se interesa por alguna nueva
trabajadora. ¿Crees que Cosette le haya podido decir algo?
—No lo sé.
—Bueno.
—Suspiró, poniendo una mano sobre mi hombro—. Anda, ve a dar una vuelta.
…
Cuando terminó
de salir bien el sol y su luz amarillenta bañaba las hojas de los árboles me
decidí a sacar el caballete del cobertizo y rescaté mis pinturas y el lienzo
del cuarto. Me aseguré de poner el caballete exactamente en el mismo punto en
que lo había puesto la primera vez para tener una perspectiva lo más similar
posible. Sin embargo mientras ajustaba el caballete en el césped me quedé
mirando la rama con los limones allí colgados. Había algo diferentemente en
ella que no terminaba de creer. Me la quedé mirando unos minutos en silencio,
allí plantada tan quieta como el propio caballete. Tragué en seco. El limón que
ocupaba el espacio central en mi cuadro ya no estaba. Yo había sido cuidadosa y
procuré que cuando me pidiesen recoger limones para la comida aquellos los
dejase allí intactos. Me decepcionó ver que tal vez se habría caído por su
propio peso. Estaría ya maduro y la rama no lo sostuvo por más tiempo. Cuando
miré hacia el suelo, lo vi allí, sin embargo estaba pisoteado. Alguien le había
golpeado hasta dejarlo más plano que un libro. La pulpa se salía por entre la
corteza resquebrajada y cuanto más lo miraba más era capaz de distinguir la
suela de un zapato sobre su piel. Podrían haberlo aplastado hacía unos minutos
o tal vez hacía días.
Cuando puse el
lienzo sobre el caballete y lo miré pude sentirme algo más sosegada, en mi
cuadro seguía estando aquel limón y podría continuar a partir de ahí. Al fin y
al cabo las sombras eran un juego de estética y si necesitaba referencia tenía
otros tantos limones alrededor para poder coger detalles. Respiré hondo, calmé
los nervios y me puse a mezclar los colores en mi paleta. Cuando pasaba al
menos una hora Maurice pasó por allí y preguntó por el limón que faltaba en la
rama. Yo señalé al suelo con uno de los pinceles. No necesitó que le explicase
qué había sucedido. Él pareció más afectado que yo al saberlo pero le tranquilicé
diciéndole que ya no lo necesitaba realmente. Los detalles son algo
superficial.
—El cuadro
tendrá la misma calidad, supongo. En verdad no tiene importancia.
Maurice miró mi
cuadro y el paisaje alternativamente y después sonrió en mi dirección.
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