AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 8

 CAPÍTULO 8


Yoongi POV:

Domingo

10/02/2018

 

Las siete de la tarde

Ya se ha hecho casi de noche. Apenas quedan un par de destellos de lo que podría considerarse luz natural. Afuera las luces de las farolas que recorren las calzadas se han encendido hace al menos media hora. Los transeúntes ya comienzan a llenar las calles. La gente que sale a cenar, la gente que sale a pasear a sus perros o incluso aquellos que solo disfrutan de un paseo bajo la cúpula celeste de los neones de Seúl.

Tumbado en la cama como estoy no logro entender cómo alguien puede apreciar ya del rumor del viento. He olvidado valorar el sonido de las personas paseando a través de las aceras. Antes solía quedarme mirando cómo los transeúntes caminaban animadamente, como salían de tiendas con bolsas de las manos. Adoraba reencontrarme en un café, con un pequeño libro de bolsillo. He olvidado cómo se disfruta de esas pequeñas cosas cotidianas y he olvidado el valor y las ganas por alguna parte en este largo camino que  me ha traído a esta cama revuelta. Hace días que no hago la cama. Hace días que no duermo con propiedad. No al menos desde que sé que las cosas de JungKook aún aguardan en mi salón. Impolutas, tal como las traje a casa. No he tenido el coraje de enfrentarme a ellas.

Desvío la mirada hacia la ventana de la habitación pero en el camino se interpone la mesilla de noche que porta elegante una pequeña tarjeta de visita. De color negro y plateado con letras brillantes y en relieve. No logro entender cómo ha acabado ahí ni siquiera logro recordar dónde la dejé al llegar aquél día. Recuerdo desplomarme en la cama y rezarle a un dios en el que no creo para que la noche me acogiese con paciencia.

Sin pensarlo mucho cojo la tarjeta entre las manos y la leo en silencio para mí. El número de teléfono está en una cursiva menos pronunciada que el resto de las letras. Apenas pesa, y no tiene demasiado grosor. El cartón en que está impresa no es de muy buena calidad. Las esquinas están algo dañadas y una de ellas doblada. Tal vez fuese culpa mía al meterla en el abrigo. O tal vez no. Intento alisarla con los dedos cuando el timbre de mi casa suena, con un estruendo que me hace erguirme de un salto. Todo mi cuerpo se dispara para ponerse en tensión, como recién inyectado con adrenalina. Recuerdo la última vez que alguien llamó a ese timbre, y recuerdo su cuerpo tirado en el pasillo del portal.

Con el corazón en mi garganta y obligándome a pensar con criterio, guardo en el cajón de la mesilla de noche la tarjeta de la directora de la oficina policial y me bajo de la cama. Estoy con calcetines, y sobre el parqué apenas hacen ruido mis pisadas. El salón se mantiene a oscuras, pero no enciendo la luz. No quiero ser tan temerario como para indicar que estoy dentro. Comienzo a hacer conjeturas, pero el recuerdo del dolor es mucho más poderoso. Es JungKook, me digo. Lo es. Una parte de mí, está férreamente convencida de que así es. Es él. Pero otra parte, algo más racional lo recuerda atado a aquella silla con la camisa de fuerza. Ese pensamiento me anima a llegar hasta la puerta y antes de apenas alcanzarla vuelve a sonar el timbre, poniéndome los pelos de punta. El sonido me parece tan sumamente doloroso como el de un disparo. Tan certero como una bala en mi pecho.

Cuando alcanzo la puerta me asomo a la mirilla y el rostro que se me muestra al otro lado al principio consigue hacerme sentir un profundo temor, pero al reconocerlo, suelto un largo suspiro de alivio, apoyando mi frente sobre la puerta de madera. Ella debe oírlo, porque me llama por mi nombre al otro lado.

—¿Yoongi? –Su voz me retrotrae a recuerdos mucho anteriores a JungKook. Su voz me eleva a una situación en donde no me reconozco. Ni la reconozco a ella ni me reconozco yo en sus labios. Enciendo la luz del recibidor y antes de abrir me aliso un poco el pelo. Lo suficiente como para sentirme algo más presentable.

—Sí, soy yo. –Contesto desde este lado, con una voz que intentaba sonar algo calmada, pero aun se nota el sobresalto en el tono de mis palabras. Mi mano se dirige por instinto a la luz antes de comenzar a deshacerme de los cerrojos de la puerta. Cerrojos que he instalado tras la última visita de JungKook a esa casa. Primero una simple cadena corrediza, el segundo que consta de una barra de metal que deslizo para permitir el paso y por último el del propio pomo. Cuando la puerta se abre, la imagen de una mujer, elegantemente vestida aparece al otro lado. Me siento terriblemente intimidado por ella. Repentinamente atontado. Lo suficiente como para sonreír. No me doy cuenta de que es la primera vez que sonrío en mucho tiempo, y verme así  no me hace gracia—. Liliana…

—Yoongi –Repite ella mi nombre, pero con un deje de decepción en su voz. Este deje me transforma, me hace verme a través de sus ojos. Porto un viejo chándal de deporte que jamás he usado más que para dormir y unos calcetines gruesos de lana. El pelo revuelto. Parezco sacado de la cama, pero las ojeras bajo mis ojos indican que no he dormido bien por mucho tiempo. Trago en seco. Ella se ve mucho más elegante en comparación conmigo. Solo con verla, sin saberlo, se puede presuponer que es abogada. En ese corte tradicional de su dos piezas, en esa postura erguida con la que se dirige a mí. En sus zapatos de punta afilado y en la forma en que sujeta su bolso con ambas manos delante de su cadera. Retrocedo un paso, dejándole espacio a entrar, si eso es lo que ella desea.

—Pasa. –Le pido, cuando ella se ha quedado estática mirándome. Asiente, algo cohibida y en el leve rubor de sus mejillas al pasar a mi lado recuerdo el día que nos conocimos. Ese recuerdo siempre es reconciliador—. ¿Qué haces aquí? –Le pregunto, algo aturdido aún con su presencia en mi casa. Verla alrededor de estas paredes, después de tanto tiempo, me parece una absurda broma de mal gusto. Es sin embargo, una imagen que extrañamente, casa a la perfección, como si este fuese también su hogar y nunca se hubiera marchado.

—Dirijo un caso en Seúl. Trabajo en un bufete de abogados de Busán desde hace cinco meses. Me han destinado aquí para resolver un caso de violencia familiar. –Dice ella, casi de forma mecánica, como si ya lo hubiera explicado dos o tres veces más.

—No hablo de Seúl. Sino de mi casa. Aquí. ¿Qué haces aquí? –Digo, parados ambos en medio del salón, necesitado de una explicación razonable. No me contesta directamente, primero entorna los ojos hacia mi dirección e inclina levemente su rostro, ligeramente. Cree que no lo percibo, pero su sonrisa condescendiente acaba por sobrepasar su amabilidad.

—Yoongi…

—Si vas a compadecerte, te pido que no lo hagas. Ya he tenido suficientes “Lo siento” “No lo sabía” “Debe haber sido horrible”. No aguanto una sola muestra más de falsa pena.

—Me enteré a los dos días de que sucediese. Mi madre me llamó. Yo estaba en Busán atendiendo un caso y ellos desde Changwon vieron la noticia. Cuando vieron tu nombre y tu rostro, me llamaron. –El sonido de su voz me tele transporta. Lo suficiente como para no perder los estribos con ella. Suelto un largo suspiro mirando alrededor y señalo la cocina con una mueca de convencionalidad.

—¿Quieres algo de beber?

—¿Tienes una cerveza? –Me pregunta. Repentinamente recuerdo que solía beber cerveza. Niego con el rostro y pienso, mordiéndome el labio inferior.

—Solo agua y vino.

—Vino, una copa. Si te parece bien. –Dice ella, con una agradable mueca y yo asiento mientras le señalo el sofá, dándole permiso para sentarse, como si nunca se hubiese sentado en él antes. Cuando me encuentro a solas en la cocina me dirijo a la media botella de vino en la nevera y vierto un poco en una copa. Casi la mitad. No me gustaría que se emborrachase y mucho menos tener que encargarme de ella. Media copa es suficiente. Regreso al salón y ella me recibe con una sonrisa. Me siento a su derecha y ella extiende la mano, con lo que le doy la copa de vino. Lleva el pelo suelto, con las puntas haciendo bucles decolorados. Está mucho más acicalada de lo que solía estarlo cuando salíamos. Seguro que sigue soltera. Puedo verlo en el cuidado de sus uñas y en el perfil de la línea negra de sus ojos. Me llega el dulce olor de su colonia. Vainilla. Siempre ha sido vainilla y humo de cigarrillo.

—No te he contestado. –Me dice ella, algo avergonzada—. Defecto de profesión, siempre intento eludir las preguntas a las que no quiero contesta.

—Conmigo no tienes que ser profesional. No estamos en un juzgado.

—Quería saber cómo estabas. A pesar de todo, sigo preocupándome mucho por ti.

—Eso explica que desaparecieses un día sin más y no haya vuelto a saber de ti.

—Supongo que por eso he venido también, para darte una explicación…

—No hace falta que me des nada. –Suspiro—. Sé todo lo que ocurrió. Los anónimos en tu taquilla del bufete, llamadas de desconocidos, acoso… —Ella me mira con ojos brillantes, tal vez por el recuerdo o tal vez por lo hiriente que es mi conocimiento.

—¿Cómo…? –Pregunta, algo aturdida.

—Jeon JungKook fue el culpable de todo eso. –Ella piensa, en silencio—. Nos estuvo acosando a ambos desde hacía mucho tiempo. Es largo de explicar. –Digo, no queriendo hacer memoria. Ella posa una de sus pulcras manos sobre la mía, en mi regazo.

—Cuéntamelo. –Me pide y separa su mano de mí tras que yo haya mirado su mano con sorpresa.

—¿Recuerdas el día que nos prometimos? –Le pregunto con algo de vergüenza por hablar del tema. Ella asiente sin dudarlo—. Bien, unos días después, ¿recuerdas que acordamos vernos en un bar cerca de mi estudio, lo que sería mi futuro estudio, y de allí ir a ver a tus padres para contarles la noticia? Tú salías de tu bufete y yo recién había estado viendo unos pisos por la zona para alquilarlos o comprarlos como consulta…

—Sí. –Dice ella titubeante.

—Llevabas el cabello teñido con californianas, unos vaqueros ajustados de cadera alta, y una blusa nueva, de color beige por dentro de los pantalones. ¿Recuerdas eso? –Le pregunto a lo que ella se muestra algo atónita—. La blusa tenía tres botones desde la clavícula, dos de ellos no estaban abrochados. Las mangas eran de puños ceñidos a las muñecas y la costura de los hombros se te veía un poco caída, por lo que parecía que la blusa te quedaba algo grande.

Mis palabras no son mías. Por un momento me ha parecido escuchar la voz de JungKook saliendo desde el fondo de mi garganta, como un grito agónico de liberación.

—¿Cómo puedes acordarte de eso? –Me dice sorprendida, al devolverle un recuerdo que para ella también estaba extinto.

—Yo no me acordaba de aquello, y menos con tanto lujo de detalles. Pero JungKook sí. Tras describirse a sí mismo como un psicópata, quedamos para hablar de su obsesión con mi persona. Me dijo que en cierto modo él había sido el culpable de nuestra separación. Me dejó realmente sorprendido cuando me describió con lujo de detalles aquél recuerdo que creí olvidado.

—Eso fue hace años. Tres, si no recuerdo mal. O más… tal vez…

—Lo sé.

—Que mente tan portentosa. –Dice ella, admirada. Pero ante mi expresión de enfado ella borra su sonrisa precipitadamente.

—Él me reveló que aquel día él también estaba allí en aquel bar y que mantuvimos una conversación. –Hago un esfuerzo por recordar lo que me dijo—. Algo así como que se encontraba allí estudiando o con papeles de la universidad, no lo recuerdo. ¡Ah! Estaba indeciso por qué carrera escoger. –Los recuerdos se abren paso—. Dijo que yo me senté con él en la mesa, estuvimos hablando y le conté que yo estaba buscando un lugar donde pasar consulta, y no sé qué más. Después nos sentamos a la barra, y hablamos, pero después llegaste tú y yo perdí todo el interés en él. Me llevaste contigo y… fin.

Liliana no dice una sola palabra. Se queda levemente pensativa y acaba volviendo su mirada a mí, confusa.

—Liliana, ¿tú me viste hablando con alguien allí? –Le pregunto, confuso—. Porque esto es lo más raro de todo, no consigo acordarme de nada de lo sucedido allí.

—No, no recuerdo que estuvieses hablando con nadie, pero tampoco puedo jurarlo. Aquél día me preocupaba más que mis padres no aceptasen que nosotros… —Deja el final de la frase en el aire, no es necesario terminarla—. Continúa. ¿Qué ocurrió después?

—Él me contó que se fue a Estados Unidos, y que cuando regresó, comenzó a buscarme de nuevo. Una consulta cercana a la zona del bar, un hombre a punto de casarse, una abogada… no lo sé. Acabó encontrándonos y comenzó a acosarte en el trabajo con el único objeto de que me dejases.

—Y lo consiguió. –Dice ella, levemente asustada.— ¿Está entre rejas? –Pregunta.

—Sí. –Digo, pero a veces tengo la sensación de que ronda esta casa mientras yo estoy dormido. Tengo la sensación de oír sus pasos de un lado a otro, de que cuando me despierte, él estará yaciendo a mi lado… —Mis palabras la turban.

—¿Es verdad lo que dijeron en la prensa? ¿Manteníais una relación sentimental?

—Sí. –Asiento, a lo que ella asiente conmigo, consciente de lo que eso significa.

—Mis padres al principio se mostraron escépticos ante esas noticias. Pero al parecer, cuando se confirmó, casi se alegraron de que me marchase de aquí. –Dice ella, con media sonrisa amarga. Ahora soy yo quien coge su mano en la mía.

—¿Fui bueno contigo? –Le pregunto, como algo que siempre he querido preguntarle.

—Claro. –Dice ella, sorprendida de mi pregunta, segura con su respuesta—. Claro que sí. No digo lo contrario.

—Me alegra. Porque lo que sentía por ti, no cambia por el hecho de que yo me haya acostado con un hombre…

—No pienso eso. –Dice ella, casi ofendida—. Pero debes entender que mis padres viven en un pueblo, alejados de la mano de Dios. Viven una vida tradicional de campo y tienen unas ideas muy tradicionales. Ya lo sabes… —Asiento.

—No les has dicho que venías a verme, ¿Verdad?

—Hasta esta mañana ni siquiera yo lo sabía. Incluso cuando te llamé al timbre una parte de mí estaba segura de que te habrías mudado de casa…

—Debía haberlo hecho cuando ocurrió todo esto, pero la verdad es que no tengo dinero ni ganas de hacer más mudanzas. –Ella asiente y repentinamente le llaman la atención las cajas que hay en medio del salón. Hasta hace un momento a ella le habían parecido meros objetos banales. Como el resto del mobiliario. Pero tras indicarle que no tengo intención alguna de marcharme, parecen cobrar protagonismo.

—¿Eso qué es? –Pregunta, curiosa.

—Las cosas de JungKook que la policía requisó de su habitación. Entiendo que es ropa y libros…

—¿Entiendes? –Pregunta—. No las has abierto, ¿verdad?

—No puedo. –Digo, y trago en seco—. Ojalá fuera más fácil. Ojalá pudiera deshumanizarle como al resto de mis pacientes para poder ver de él tan solo los rasgos psicológicos que demuestren su patología, pero no puedo. Simplemente el olor de su ropa puede producirme una depresión de al menos dos días. –Aun tenemos las manos cogidas hasta que ella suelta la mía para dirigirla al pequeño bote de pastillas sobre la mesa. Lee el contenido y lo deja en su sitio. Después me devuelve esa mirada de cordialidad y pena que tanto odio, a lo que yo le retiro la mirada y suspiro. Ella se vuelve a todas partes, pensativa—. Tienes suerte, ¿sabes? –Le digo—. Podría haberte matado como mató a sus padres.

—Lo sé. –Suspira, ahora consciente de ello.

—Incluso yo, he estado a punto de morir. Pero creo que si hubiera actuado de otra forma desde el principio, habría evitado otras muertes.

—¿Eso crees? No puedes hacer ese tipo de predicciones. Las cosas están como están, lo único que nos queda es evitar que se sigan produciendo muertes en sus manos. Encerrado como está es la mejor solución.

—Creo que cometí el error de tratarlo como a un crío. Uno como los que solían venir a mi consulta todos los días. Si lo hubiese tratado de adulto seguro que habría detectado su patología. Test de adultos, conversaciones de adultos. Una vez le pregunté si tenía amigos. Como si tratase con un niño de cinco años. –Me paso la mano por la frente, suspirando.

—No creo que ese fuese tu error. Tu error fue humanizarle. Los seres como él no son personas, Yoongi. No son capaces de adaptarse a la sociedad, y lo sabes. No puedes tratarlos de igual a igual. Deben estar recluidos, como todas las bestias que se propasan con mujeres o los violadores de niños. Encerrados es la única forma en que no hacen daño a la sociedad. –Sus palabras son bruscas, dolorosas e hirientes. Pero no le digo nada, porque sé que tiene razón.

—Te habrías llevado bien con JungKook. –Le digo, a lo que ella abre sus ojos, casi escandalizada—. Tenéis la misma fuerza para decir las cosas. Y el mismo valor para decir algo que sabéis que va a doler, pero no os importa. –Suspiro y ella aparta la mirada, con una expresión indescifrable. Bebe de su copa, que no había probado hasta el momento, y casi se la termina mientras que señala con la copa medio vacía hacia las cajas apiladas.

—¿Por qué las tienes tú?

—Él me pidió que las sacase de los almacenes policiales.

—¿Por una carta? –Me pregunta, esperando que asienta a su pregunta, pero no le doy esa satisfacción.

—No. Lo he visto en persona.

—¿Estás demente? –Me pregunta, preocupada—. Sin duda no estás mucho mejor que él de la quijotería. –Dice, usando el vocablo famoso de “La naranja mecánica” para refreírse a “cabeza”. Siembre solía decirlo. Pensé que solo era una mala costumbre. Ahora lo aprecio.

—Puede ser. Lo he visto por dos veces.

—¿Por qué?

—¿Por qué has venido tú aquí? –Suspiro—. Por eso. –Le digo y ella me mira unos segundos  a punto de recriminarme algo y acaba negándose a ello. Vuelve el rostro al salón y yo hago lo mismo, algo avergonzado de la situación en la que me encuentro.

—¿Conociste a sus padres en persona?

—Sí. –Suspiro—. La madre era una beata remilgada y sumisa; y el padre un ser absorto de la realidad en la que vivía, completamente ajeno a lo que sucedía a su alrededor. O al menos es la imagen que me dieron. Aun así, no merecían morir a pesar de que no eran de mi agrado. Se me hace difícil pensar que los restos de carne humana que había en aquél desagüe eran de unos hombres que hacía relativamente poco habían estado sentados en mi consulta.

—¿No te diste cuenta de que aquellas personas crearon tal vacío en el joven que pudieron crearle esas perturbaciones?

—Debía haberme dado cuenta. Y en cierto modo, era consciente de ello. Él mismo admitía no tener trato con sus padres. Pero cuando conocí a sus padres, su impresión me hirió de forma personal, más que profesional. No eran conscientes de que habían engendrado a un hijo del que muchos se sentirían orgullosos por su inteligencia y su personalidad. Pero seguro que de conocer cómo era realmente, su orgullo se hubiera disipado…

—Oí que mató a sus mascotas. ¿Es cierto?

—Sí. –Asiento.

—¿Y tú lo sabías?

—Lo supe cuando ya era tarde. Desde que me enteré, no quise seguir con él. Pero no podía librarme de él tan fácilmente…

—En los despachos del bufete en Busán la noticia estaba a la orden del día. Lo estuvo por un mes, al menos: “No quiso abogado para defenderse en el juicio. Lo confesó todo. Todo.”

—Lo sé. Estuve allí. –Digo y ella me mira.

—¿Crees que se arrepiente?

—Eso le pregunté yo. –Suspiro—. No. No se arrepiente. –Ella asiente, consciente de ese hecho y nada sorprendida. Acaba mirando la hora en el pequeño reloj de pulsera que lleva en la mano izquierda, apura el vino y me mira con una sonrisa algo forzada.

—Tengo que irme. Aun tengo que hacer un par de recados. –Dice—. Y no quiero que me cierren las tiendas. –Con un espasmo, como si acabase de acordarse de algo, mete la mano en el interior de la americana y se saca una tarjeta de vista. Yo frunzo el ceño mientras la cojo. No es de ella. Es de un hotel—. Estoy instalada aquí desde hace unas semanas hasta que termine el trabajo. Tengo para un mes más, por lo menos. Tal vez se alargue algo… Mi número de teléfono sigue siendo el mismo.

A mi mente acude una frase de una voz que no quiero recordar.

El avance tecnológico nos ha proporcionado la posibilidad de mandar un mensaje a través de varias líneas de satélites que llega en menos de tres segundos, y mi madre sigue escribiendo notas en la nevera.

—Lo tendré en cuenta.

—No solo te lo digo como amiga. –Dice, y se adjudica ella misma ese apelativo, cuando la última vez que la vi salía por la puerta con una enorme maleta y un portazo—. Sino también como abogada. Si necesitas consejo o asesoría sobre esto… ya sabes dónde encontrarme. La recepcionista del hotel ya está familiarizada con mi habitación. Solo tienes que darle mi nombre y ella te acompañará. –Yo asiento a sus palabras mientras me quedo mirando con algo de vergüenza el nombre del hotel. “Atheneum”.

—Claro, sin problema. –Le digo y ambos nos levantamos del sofá. Ella para marcharse y yo para acompañarla a la puerta. Cuando está saliendo y se ha vuelto hacia el pasillo del portal, se me escapa una pregunta que no debería haber soltado—. ¿Estás con alguien?

Ella se vuelve a mí, no muy sorprendida por mi pregunta, pero me ha parecido que después de mis confesiones, ella podría al menos calmar mi curiosidad por una vez.

—No. Me veo con alguien de Busán. Pero no es nada serio. –Me dice a lo que yo asiento, por una parte más sosegado pero con una pequeña punzada de celos. Asiento y ella se marcha. La veo irse. Me quedo hasta que desaparece escaleras abajo. No es hasta que no ha desaparecido que el silencio y la soledad vuelven a mellarme. Miro a ambos lados en el portal y aun tengo la sensación de que al volverme al interior, encontraré a JungKook recorriendo con los dedos los lomos de mis libros.

Tal vez sea hora de ver qué esconden esas malditas cajas. Las oigo ulular por las noches, y a veces incluso creo poder oírle a él en el interior.

 

 

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