AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 5
CAPÍTULO 5
Yoongi
POV:
04/02/2018
LUNES
Un par de pastillas caen del bote. Es un bote anaranjado, con la tapa estriada de color blanco. He perdido por segunda vez hoy la tapa. La busco con la mirada pero de seguro que se encuentra en la mesilla de mi dormitorio. Caído el bote como está en la mesa parece estar esperando por algo. Abierto, desbordado sobre la mesa impregna como con pequeñas gotas blanquecinas toda la escena. Ha comenzado a ocurrirme recientemente y de vez en cuando: miro de seguido el bote pensando, calculando, cuándo ha sido la última vez que he ingerido una de esas pastillas, ansioso por que llegue el momento de poder tomarme otra más. Necesitado. Es más la ansiedad de no consumirlas que el propio estado de ansiedad preliminar al comienzo de la ingesta.
Las pastillas son pequeñas, minúsculas. Hay veces en que las trago sin darme cuenta. Supongo que esa facilidad para el consumo me hace mucho más adicto a ellas. No sé en qué momento me encuentro con una de ellas en la mano. Asciendo la palma y ahí la encuentro. Es tan pequeña que apenas pesa. Es casi como una pequeña lenteja. De color blanquecino con una línea en medio. La chupo un segundo. La cato como si esperase que supiese a algo y acabo posándola sobre mi lengua. La trago sin el más mínimo esfuerzo y me dejo caer sobre el sofá en el que estoy sentado.
Han pasado ya tres días desde que he visto a Jungkook. Tres días en los que no he salido de esta casa, y exceptuando las veces que me he visto obligado a satisfacer mis necesidades biológicas, no me he movido de este sofá. Hecho una bola con una manta sobre los hombros y los pies en el sofá, he alcanzado un estado de hibernación en donde puedo mantener un equilibrio entre mis emociones y sentimientos junto con mis miedos. Las pastillas como apoyo moral y el sonido de fondo como guía de equilibrio me he pasado horas recostado entre cojines, compadeciéndome de que su presencia haya conseguido hundidme mucho más de lo que ya estaba antes del reencuentro.
Me siento en cierto modo herido conmigo mismo y terriblemente decepcionado porque soy tal como él ha descrito. Soy un ser dependiente de compensación ajena. Ahora busco en el fondo del bote de pastillas esa remuneración pero acabo ahogándome en mis dosis. Ojalá él me hubiera dicho algo más amable que con la ironía cegase mis ojos nuevamente a mi realidad. Pero no puedo negarlo, me gusta compadecerme, porque ocupando todos mis sentidos en la complacencia me niego a hacer cualquier otra cosa más costosa y productiva. A veces me siento mucho más infantil de la edad que me corresponde, y otras sin embargo siento que mis años vividos me pesan demasiado. Lo suficiente como para replantearme o bien un estilo de vida racialmente opuesto al que llevo o bien la desaparición completa de mi persona. Mis padres no habrían de enterarse, yo al fin no sería el móvil de un psicópata, y nadie más lamentaría la perdida. Pero ni tengo la valentía ni la paciencia para llevar a cabo un suicidio.
En la mesa, al lado de las pastillas, reposan y han descansado ahí durante días, los papeles que llevé a la cárcel. Han estado ahí inmóviles como espectadores de mi lenta autodestrucción. Aun busco entre ellos un motivo para seguir adelante, pero he acabado en el mismo punto en que ya estaba: Sin posibilidad de trabajar y sin un sueldo mensual no alcanzo a vislumbrar cualquier alternativa que no sea remolonear en el sofá compadeciéndome en el recuerdo de sus palabras. No hallo una escapatoria a esta inmensa desesperación que me sucumbe lentamente y lo único que tengo a mano que me haga liberarme levemente de este estado de ansiedad so las pastillas que consiguen calmarme durante al menos media hora y la televisión en donde enfoco mi vista, pero tan solo la vista se mantiene fija ahí. El resto de mi ser divaga en posibilidades que no me atreveré a desvelar y a mundos alternativos en donde al vida me sea algo más comprensiva.
Con mi mano me acaricio el gemelo de mi pierna encogida sobre el sofá. Aun puedo sentir ahí la cicatriz que han dejo los puntos al coserme. Es una fina línea que noto a través de la fina tela de mi pijama. Puedo sentir como se desliza al menos diez centímetros hasta mi tobillo y en algún punto desaparece de forma difuminada. En algunos puntos, algunos días, si presiono en determinados lugares sigue doliéndome como la primera vez y siento el frío filo del cuchillo atravesando mi piel. Es la misma sensación que cortarse la yema de un dedo con un papel, pero multiplicado por cien. Un frío y rápido corte que desemboca en un terrible escozor que nubla el resto de sentidos.
A veces sueño con ello. Con ese cuchillo manchado de mi sangre. A veces sueño con el sonido de su voz desde lejos, el sonido de sus jadeos siguiéndome. A veces me despierto empapado en sudor y al fondo del cuarto puedo distinguir su silueta. Su silueta mirándome. Enciendo la luz, desorientado y terriblemente acongojado pero no es más que la sombra del conjunto de objetos en mi cuarto. A veces es solo la continuación de un sueño que no quiere abandonarme. Otras, solo mi imaginación. Me gusta cuando la luz ilumina toda la estancia y una bocanada de aire fresco entra mis pulmones. Siento que he sobrevivido a una noche más y eso siempre es una buena noticia. Buena, siempre que no me atiborre a ansiolíticos después cuando me levanto temblando y con el cuerpo empapado en pegajoso y repugnante sudor. Del hábito he acabado cogiendo extrañas manías como dejar un vaso de agua al lado en la mesilla por si necesito tomarla junto con las pastillas o dormir con un viejo abrecartas que me regaló mi padre en el cajón de la mesilla. El terror de día parece nimio, pero en plena oscuridad, cualquier cosa es posible.
La ansiedad se reduce por momentos. Llega el momento en que me siento liviano y algo menos atormentado. Positivista incluso. Animado.
Me levanto del sofá con una idea en mente. No una idea propia, desde luego, sino infundada, y me dirijo a la habitación en donde tengo el teléfono móvil y regreso al sofá sentándome con un largo suspiro. Cuando me he reencontrado en el calor del sofá busco en internet la oficina de policía que Jungkook me mencionó. Acabo encontrándola tras quince minutos de búsqueda y tras otros cinco me hago con el teléfono de información. Son solo las seis de la tarde por lo que quiero entender que alguien debe haber en la oficina de recepción. Copio el teléfono y llamo colocándome el móvil sobre la oreja derecha. Con el otro brazo me apoyo en el reposabrazos y me encojo un poco más en el sofá. Los pitidos comienzan y consciente de que he no he pronunciado un sola palabra por días, carraspeo y trago un poco de saliva. Suficiente para hacerme sentir más seguro.
—Buenas tardes. Ha llamado al número de comunicación de la Oficina de la policía nacional. –Dice una voz masculina jovial, aunque algo mecánica—. ¿Qué desea?
—Hola, buenas tardes. Mi nombre es Min Yoongi. Quería saber si… —Me quedo en blanco, consciente de que no me he preparado unas palabras adecuadas para hacernos entender a mi situación y a mí.
—¿Desea acceder a nuestros archivos? ¿Es investigador o universitario forense? –Pregunta como si fuese algo rutinario para él contestar llamadas de jóvenes estudiantes que desean asistir a la oficina a investigar.
—No, no exactamente. –Digo, mordiéndome el labio inferior.
—¿Desea hablar con un superior? Tal vez pueda pasarle con la jefa del departamento de comunicaciones…
—Me han informado de que la policía requisó ciertas pertenencias personales en una investigación. El caso es que la investigación se cerró y desearía poder recuperar esas pertenencias. –Sentencio y el joven al otro lado no es capaz de darme una respuesta inmediata. Con un carraspeo algo incómodo y una voz algo forzada intenta hacer que me ha entendido.
—Si no le he entendido mal, desea recuperar unas pruebas policiales. –Dice y yo frunzo el ceño.
—No son tanto unas pruebas. Tampoco estoy muy seguro de lo que estoy buscando. Me han informado de que tras una investigación en un chalet en donde se cometió un crimen requisaron las cosas del culpable. Me gustaría recuperarlas. –El chico al otro lado vuelve a hacer una larga pausa tras mis palabras. Soy consciente de que no logro explicarme, pero tampoco encuentro las palabras para hacerme entender sin contarle todo lo sucedido.
—¿Podría decirme de nuevo su nombre? –Me pregunta, pero no por desconocimiento, sino porque quede registrado. Puedo imaginármelo frente a un ordenador, revisando en una base de datos.
—Min Yoongi. –Le digo, y al otro lado de la línea se oye un “hum” y el lejano sonido de unas teclas. O tal vez sean interferencias.
—¿Edad?
—Treinta años. –Suspiro, repentinamente consciente de ese dato.
—¿De quién son las pertenencias que quiere recoger? –Pregunta.
—De Jeon Jungkook. –Digo y él vuelve con su silencio, pero este es un silencio mucho más incómodo que antes, mientras que los anteriores simplemente eran convencionales.
—Ah, ya veo. –Dice, algo cortado—. Salió en los periódicos. –Es su única respuesta. Yo ruedo los ojos y me yergo un poco mejor en el sofá.
—Eso no es ni un sí, ni un no. Por favor, me gustaría recuperar sus pertenencias si fuese posible. El caso se cerró hace meses y no creo que sus pertenencias puedan constituir una prueba fehaciente de sus hechos. Su propia declaración fue definitiva. –Digo, algo nervioso por no obtener nada en claro.
—Ya veo… —Dice, algo pensativo—. Entiendo lo que quiere decir, pero yo no puedo autorizarle a que se sustraiga nada de los almacenes. Solo puedo concretarle una cita con la directora de la oficina y con ella ya habla de ello. Si obtiene su permiso, puede llevarse lo que quiera. ¿Le parece bien? –Me pregunta con cortesía y amabilidad. Yo resoplo.
—Está bien. ¿Cuándo será esa cita? ¿Puede ser mañana?
—Déjeme ver. –Pasa al menos un minuto en silencio. Pasa tanto tiempo que comienzo a pensar que la comunicación se ha cortado, o bien el joven se ha olvidado de mí. Suspira varias veces para hacerle ver que aun me mantengo a la espera hasta que él vuelve con mi nombre en sus labios—. ¿Señor Min?
—Sí, estoy aquí.
—¿Tiene que ser necesariamente mañana? –Me pregunta algo cohibido—. Me vendría mucho mejor si le concierto la cita el miércoles.
—Me gustaría que fuese cuanto antes. –Le digo a lo que él se muestra resignado.
—Muy bien, pero tendrá que ser a última hora de la tarde.
—Está bien, por mi no hay problema.
—Bien, pásese por aquí a las ocho y media. ¿Conoce la dirección? –Preguntó. Por su tono de voz deduzco que tiene miedo a que realmente no asista a la cita y deje a su jefa plantada.
—Sí, la he buscado en internet.
—Genial, señor. Hasta mañana entonces.
—Gracias. Adiós. –Contesto y soy el primero en colgar. Cuando la comunicación se ha cortado me siento repentinamente aliviado por una extraña razón que no entiendo y dejo el teléfono apartado de mí en la otra punta del sofá. Con un gran suspiro dejo escapar el mal estar y me reclino de nuevo para intentar centrarme mejor en la televisión. Inútilmente.
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