AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 38

 CAPÍTULO 38    


Yoongi POV:

 

Cuando el beso se vuelve más agresivo frunzo el ceño para agarrarle con fuerza el cabello, para atraerle a mí con posesividad, con necesidad. Él está tan necesitado como yo y yo deseo que lo esté, pero de mí. Solo de mí. Con mis manos sobre sus hombros escalo por su cuerpo, me rozo con las piernas, me aprieto contra él para un mayor contacto. Deseo tenerle, deseo que sea mío. Que me haga suyo, su pertenencia.

Sin pensarlo le sujeto de la camisa y tiro de él hasta el dormitorio. Él se deja hacer algo aturdido, agarrándose de las paredes para caminar de espaldas. Cae a la cama y yo me subo encima, a horcajadas y me quito el jersey y la camisa interior. Me desabrocho el vaquero con tanta rapidez como necesidad. Mis manos aun tiemblan y él, con esa sonrisa maquiavélica acaba por ayudarme a deshacerme del botón y de la cremallera. Después de tantas noches en silencio, después de tanto rogar su nombre en sueños y en húmedos juegos, al fin puedo tenerle. Después de que me cree impotencia frente a otras personas, después de que me deje solo, resignado a oler su ropa como único estímulo, tenerle entero para mí es desbordante para mis sentidos. Me meto su mano en mi ropa interior y aprieta sin yo pedírselo. Sabe que lo deseo, sabe que lo necesito, aunque él solo sea un delirio y yo no pueda estar realmente cuerdo.

Gimo su nombre. Hacerlo después de tanto tiempo con tanta libertad me teletransporta. Su mano en mi pene es deliciosa y el suyo debajo de mí ya me empuja. Con su otra mano roza sus dedos por mis costillas. No lo hace de forma sensual ni siquiera provocativa. Lo hace como si contase cuantas costillas hay por debajo de mi pezón. Su mirada se ha vuelto pensativa y yo le aparto la mano de mí para quitarle la camisa y descubrirle el pecho. Me sorprendo al encontrar un corte de al menos cuatro centímetros por debajo de su esternón. Comprendo repentinamente su gesto anterior pues yo hago exactamente lo mismo, pasar mis dedos por encima de esa cicatriz. Somos animales, explorándonos, explorando las secuelas que hemos dejado en el otro, las cientos de miles de noches traumáticas sin sueño, entre dolor y lágrimas. Al igual que yo he hecho con él, me aparta la mano de su cicatriz y se yergue para cogerme de la cintura y volcarme en la cama. Se coloca sobre mí y he de reconocer que en otras circunstancias estaría francamente intimidado, pero ahora estoy ardiendo, y ardo en deseos de que me devore. O me mate. O llore sobre mi pecho. Lo que le venga en gana.

Con sus ágiles manos se cuela por mi pantalón y acaba deshaciéndose de él, al igual que con la ropa interior. Y nuevamente, esa imagen de depresión y sorpresa al hallarse con el hueso de mi cadera. Lo mira, me aprieta la cintura con la mano y los dedos, y cuando alza la mirada para encontrarse con mis ojos, reaparece la punzante mirada de tristeza con la que le sorprendí el día en que lloré en la visita. Aquella mirada que segundos después se volvió irá y me echó de la habitación. Hoy no me echará de aquí, pero tampoco conseguiré borrar esa mirada. Antes le había visto triste, pero esta mirada es dolorosa. Es un dolor propio, intimo, solo suyo, solo para él.

Le beso, intentado robar su atención de mi cuerpo pero él corta rápido el beso y me abraza con todo el largo de sus brazos alrededor de mi cintura para esconder el rostro en mi cuello y lamerme y morderme. Lo hace con posesividad, como si yo le perteneciese. Ojalá fuese tan simple como eso...

—¡Hum! –Me quejo placentero mientras clava sus dientes en mi cuello. De piernas abiertas y con él en medio alzo la cadera para sentir el bulto en sus pantalones aún escondido por la ropa rozándome la entrepierna. El duro roce de los vaqueros es tremendamente excitante. Busco más y cada vez más. Con mis manos y el roce de mis piernas intento quitarle los pantalones pero él no colabora. Me muerde la oreja, el lóbulo, el cartílago. Me susurra al oído.

—Que travieso… Jugando con fuego a estas alturas…

—Estoy ardiendo. –Le confieso, y no es metafórico.

—Saldremos ardiendo los dos… —Susurra con los dientes apretados mientras se baja los pantalones lo suficiente como para sacar su miembro. Con mi mano agarro con fuerza su trasero para que se introduzca en mí de una vez, ya, ahora mismo. Lo quiero ahora mismo. Me obedece tan sumiso como un cachorro. Se mete lentamente en mí y yo me dejo hacer mientras me agarro a su espalda. Fuerte, amplia, y con cada músculo en tensión, encorvado para no hacerme daño y ser cuidadoso y preparado para salir corriendo, si al final resulta que sí prendemos las sábanas.

Su miembro dentro de mí es como un reencuentro con un viejo recuerdo. Es como un déjà vu que no termina. Es la dulce brisa de la marea azotando el horizonte. Quiero más, y sin embargo no está en mi mano aunque suplique.

—Más. –Le pido, pero no obedece, sabe que puede doler. Lo hace, pero ya qué importa. Solo quiero sentir algo. Algo, cualquier cosa que no sea la desesperación carcomiéndome las entrañas. Grito con la primera embestida. Es dolorosa, es placentera y muy real. Es tan ardiente y sofocante que me deja unos segundos anestesiado de cualquier otra sensación. Me retuerzo debajo de él para obtener más, quiero más—. Más. –Le pido de nuevo.

Él asiente colocando su rostro sobre mi hombro, a mi lado, mientras comienza con unas embestidas más contiguas. Yo agarro con fuerza su cabeza a mi lado y agarro el cabello, desprendiendo de él todo su olor. Cuando me vuelvo a él, parte de su oreja se deja traslucir a mi lado. Esta, está algo oculta por los cabellos, húmedos y revueltos. Ya se habían comenzado a secar por el calor pero se humedecen de su sudor. Está sudando. Yo no puedo evitar internar el rostro en su cabello y encontrar una dulce excusa para morir con felicidad. En este instante, en este punto exacto, en esta postura de su cuerpo, he hallado la felicidad completa. No quiero nada más en toda esta mediocre existencia que refugiarme en el olor de su cabello, acariciar con sus mechones mi nariz y mejillas y adormecerme como un bebé. Este es el centro de mi existencia, mi razón y mi única motivación. Encontré el sentido de la vida.

—Jungkook. –Su nombre se me escapa de los labios como un susurro sobre su oído. Él me ha escuchado pero no me devuelve el gemido. ¿Cómo puede ser tan cruel? ¿Qué clase de juego es este?

Cuando estoy a punto de venirme y terminar él cubre mis labios con los suyos y refuerza las envestidas. He de cortar el beso porque necesito aire, pero él se viene primero dentro de mí y después yo, exhausto y temblando. Cae a mi lado con la respiración entrecortada y en menos de un minuto ya se ha recolocado el pantalón. Cuando me vuelvo a él aún está respirando con dificultad.

—Debes pensar que estoy demente. –Le digo algo aturdido aún y él se vuelve a mí y suelta una risa por la nariz, casi avergonzada. Asiente.

—Lo pienso. Pero no soy nadie para juzgar la salubridad mental de nadie… —Se encoge de hombros y ahora soy yo quien sonríe. Qué bien me sienta sonreír.

—Estuve enamorado de ti una vez. –Le confieso, mirando hacia el techo—. Después te odié, y te temí. Pero me enamoré del odio y del temor. –Siento su mirada fulminarme—. ¿Tú estás enamorado de mí? –Apenas he terminado la frase cuando él se está encamarando encima de mí de nuevo. Posa sus manos a cada lado de mi cabeza y se mantiene a cierta distancia. Solo intenta intimidarme.

—Te he mentido muchas veces, Yoongi. Demasiadas. Pero cuando me preguntaste sobre el amor, no lo hice. No puedo amar, no te amo. –Sus palabras son como un puñal en el vientre. Ahora sé lo que se siente.

—Solo he sido una diversión.

—Vuelves a buscar un comportamiento racional en alguien que no lo es… —Suspira—. ¿Por qué hago las cosas? ¿Por qué? A veces ni yo mismo lo sé. Podrías pensar que formas parte de un plan enrevesado. –Mira su maleta en el armario—. Podrías haber formado parte de un sistema de engranajes. Conocerte no era el fin, sino el medio. Tal vez solo te quise como herramienta que actuase por mí sin condiciones. Enmaromarte, matar a mis madres, que me metiesen en la cárcel, usarte para rescatar mis cosas, chantajear a un poli para que me consiga documentación nueva, y al fin, largarme…

—Jeon… —Le digo, atónito.

—Pero es enrevesado hasta para mí. Solo… actúo según la marcha… —Sus palabras son tan hirientes que intento contraatacar con lo primero que se me ocurre.

—No te he recordado aún. No recuerdo aquél día. –Le echo en cara pero él sonríe ampliamente y con maldad.

—Y no lo harás nunca, Yoongi. Porque aquello nunca pasó. –Dice, casi sentencia—. Yo sí estuve allí, y tú también, pero ni en un solo instante fuiste consciente de mi presencia ni yo hice nada por llamar tu atención. Todo estaba aquí. –Dice, señalándose la sien, con una mirada enloquecida. Yo me escondo en la almohada—. Todo estaba aquí y te lo hice creer a ti también. Enloqueciste buscando un recuerdo que no era real.

—¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Qué sentido tiene?

—La obsesión, Yoongi. Defendiste que la obsesión no era lo mismo que el amor. Mentira. Es todo una mentira. –Señala mi sien con su dedo. Lo apoya ahí. Comienzo a temer de nuevo—. Amor, obsesión. ¿Qué importa? Todo está aquí dentro. Todo empieza aquí.

—¿Por qué a mí? De entre toda la gente de aquél lugar, ¿por qué a mí? Ni siquiera te miré…

—No importa. ¿Acaso tiene sentido? No… ¿para qué seguir indagando? Pensé... “parece una buena presa para una aventura…” —Intento apartarle de mí con mis manos sobre sus hombros pero no cede.

—Quítate de mi vista. –Le digo, entre enfadado y temeroso pero él roza con su mano mi mejilla. Casi con delicadeza. Con una mirada condescendiente.

—Eres como un pequeño periquito. Encerrado en una jaula de la que no es consciente. Mirando a través de los barrotes como si la libertad al otro lado no fuese más que un espejismo inalcanzable. Te has hecho al reducido espacio en tu jaula y te mueres poco a poco de la melancolía que supone una perpetua vida de resignación. Yo, en vez de liberarte, te he encerrado en una jaula aun más pequeña. Yo soy la jaula. Y ahora, te libero.

Estoy a punto de decir algo, pero no se me ocurre nada que quedarme con la boca entreabierta observado como sus ojos me recorren de arriba abajo con una expresión de tristeza. No sé si fingida o no, tampoco importa. Parece que se esté despidiendo de un viejo amigo, de un recuerdo, o más bien de un viejo juguete al que va a tirar a la basura. Cuando esa idea pasa por mi mente, dejo de intentar zafarme de él y me quedo estático bajo su peso, temeroso y aterrorizado. Si es un delirio, quiero que siga siéndolo y si no, estoy preparado para morir. Pero no muero, no aún al menos. Se levanta de mi cuerpo, se baja de la cama y se pone la camisa que había estado portando hasta que hemos cedido a la pasión en la cama. Cuando se ha ido de mi lado yo me cubro con las sábanas, mucho más pudoroso que preocupado.

Le miro, mudo e inerte, caminar hasta el armario, sacar la maleta de la ropa y ponerla sobre la cama. Cuando la abre saca un par de prendas que no cree necesarias y mete dentro dos pares de zapatos, camina hasta el comedor y vuelve con cinco o seis libros y los mete también. Cuando se dispone a salir del cuarto me devuelve una última mirada. Está a punto de decir algo, pero no sabe el qué.

—No te sientas con la obligación de despedirte. –Le digo, terriblemente insultado. Él me mira con esa expresión de pena y suspira. Esta vuelve a ser una pena fingida como la que solía mostrarme en las consultas. Muy bien ensayada.

—Te libero.

Y sin más, desaparece. A los segundos suena la puerta del piso, se ha ido.

Yo caigo exhausto en la cama, sin poder comprender nada.

Estoy en shock

Estoy perdido.

 

 

 Capítulo 37       Capítulo 39 [Final]

↜ Índice de capítulos

 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares