AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 37
CAPÍTULO 37
Yoongi POV:
Creo que pueden haber pasado al menos dos minutos en los que no me he movido ni un ápice. No soy capaz de mover un solo músculo. Contengo la respiración, la suelto muy lentamente y después repito el mismo proceso. Con los ojos bien abiertos, intentando hacerme a la oscuridad, me esfuerzo al máximo para buscarle, para hallarle como una gran mancha dentro del recortado panorama de negrura y tinieblas.
La incertidumbre acaba siendo mucho más dolorosa que cualquier certeza o sospecha, por lo que acabo desplazándome casi a ciega, tanteando con las manos por la pared para dar con el interruptor. Solo consigo oír el sonido de mis torpes pasos, mi respiración entrecortada y el pulso de mi corazón en mis oídos. Las manos me tiemblan lo suficiente como para desconcertarme y no lograr alcanzar el interruptor. La presión y el miedo son tales que me siento desorientado. No logro hallar el interruptor y sigo caminando por el recibidor hasta que mis manos se detienen al reconocer la madera del umbral de la puerta al salón. Me sujeto con fuerza a él y me flagelo por haber dejado las ventanas cerradas y las persianas bajas, de forma que no pueda entrar ni un solo mísero haz de luz. Un bunker que antes me protegía, ahora es una trampa mortal.
Cuando tengo la mano sobre el interruptor de la luz del salón se oye algo allí al fondo. Un leve sonido de hojas chamuscándose, un cigarrillo encendido brilla a lo lejos, como una luciérnaga que se ha posado en la negrura. Ilumina un poco el humo que asciende y después, se apaga. Simple, conciso. Aterrador de todo punto y cuando encuentro el valor de activar el interruptor, la imagen se me muestra completa, desgarradora. Apoyado sobre el umbral de la puerta de mi habitación aguardaba a que yo me decidiese a descubrirle. Cuando le veo al fin me yergo, aún sujeto con fuerza, casi con las uñas, a la madera de la puerta, él a un lado del salón y yo al otro nos miramos. Cruzamos una lucha de miradas, las mías dirigidas con terror y las suyas casi con indiferencia. De entre sus labios deja escapar el humo que retenía en los pulmones y me mira de arriba abajo casi analizándome. Estoy empapado, me siento helado y a la vez sofocado. No consigo encontrar cordura en mi mente y ya no puedo decir si tengo miedo, alivio y simplemente el resultado de una intensa depresión. Uno de los dedos que sujeta el cigarrillo, el índice, tiene una pequeña venda ensangrentada que ha debido coger de mi baño. Se cortó con la cuchilla.
—Hola. –Me dice, él con un toque musical en su palabra. Casi como una dulce bienvenida o como si me saludase desde ultratumba. Holaaa.
—¿Qué… qué haces aquí?
—¿Preguntas qué me trae por estos lares? ¿¿Por qué me he desplazado hasta los confines del mundo para visitarte?? –Pregunta, divertido y se separa de la puerta de mi cuarto para conducirse al sofá, meditabundo y pensativo. Se sienta en el reposabrazos y le da otra calada al cigarrillo. Tiene el pelo empapado, como yo. Porta una ropa que no le he visto nunca, y no le queda bien. No es de su estilo. Unos vaqueros viejos y rotos y una camisa de cuadros rojos y algo gruesa. No es su ropa. Él nunca se compraría nada parecido. En sus pies calza unas botas de montaña. Si no supiera que estaba hasta hace una hora en la prisión, diría que acaba de descender de una ruta de montaña. En el bolsillo de la camisa puedo ver parte de un paquete de Camel algo arrugado.
Jungkook mira alrededor, dando una rápida pasada a todo mi hogar, fingiendo que no lo ha hecho antes de que yo apareciese.
—¿Así es como te proteges de la realidad? ¿Qué es? ¿Una guarida?
—Un bunker. –Le digo, y él asiente, mirando alrededor. Sobre la mesa están las cajas de sus libros, perfectamente colocados. Se ha tomado su tiempo en hacerlo y me hace sentir herido que haya visto sus libros en ese estado tan descuidado en que los dejé. Cuando miro de soslayo hacia mi estantería, también la encuentro más o menos ordenada, teniendo en cuenta que yo no supe adecuarla del todo.
—¿Así es como tratas mis pertenecías? –Me pregunta, señalando con la barbilla las cajas de libros—. ¿Yo te proporciono la posibilidad de entretenimiento y conocimiento y revuelves los libros como si fueran canicas en un saco?
—Lo siento. –Murmuro mirándole. No soy capaz de apartarle la mirada. Estoy atento a cada uno de sus movimientos. Si he de salir corriendo, sé que no tengo escapatoria pues en lo que abro la puerta, él ya me ha alcanzado, pero siempre puedo evitar un buen golpe certero si no le aparto los ojos de encima.
—Lo sientes… —Dice, repitiendo mis palabras como si las masticase, pensando en que tal vez realmente sea cierto, lo siento, físicamente con cada punzada de dolor que me arremete su mirada, y no pueda ser más que una mera expresión.
—La policía… debe estar… buscándote.
—Estoy de acuerdo.
—El primer lugar donde mirarán, es aquí.
—Me he encargado de que no sea así. –Dice, seguro.
—Ha sido el guardia, ¿verdad? El de la prisión. Te ha estado ayudando fuera. Él se escapa en su tiempo libre para seguirme y te ha proporcionado la información suficiente como para desquiciarme y después te ha regalado la libertad. ¿A cambio de qué? ¿Qué has hecho tú por él?
—Aun nada. Ya sabes cómo son estas cosas. Le prometí que si me dejaba libre, yo me encargaría de aquellos que alguna vez le molestaron o le infravaloraron…
—¿Y lo harás?
—¿Por qué? Él ya no puede hacer nada por mí, yo no tengo porque cumplir mi parte del trato. –Suspira y vuelve a darle una calada al cigarrillo. Cuando se lo termina, lo apaga deliberadamente sobre mi mesita. Lo estruja unos segundos dejando una marca negra sobre la superficie y deja ahí la colilla—. ¿Cómo has sabido que era él?
—Es la única explicación.
—¿Lo es? –No contesto. Él vuelve a mirar alrededor.
—Tú me lo acabas de confirmar.
—Supongo. Pero eso ya da igual.
—¿Sí?
—Sí. –Afirma—. No vas a contárselo a nadie, y si lo haces, a mí no me importa. Ya no me influye. –Se levanta de un salto. Yo retrocedo un paso, asustado—. ¡Agg! ¿Ves esto? –Estira sus brazos en su máxima embergadura y hace varios estiramientos con ellos—. Soy libre, nada me ata. Puedo hacer lo que me venga en gana…
—Cierto. –Respondo—. ¿Y por qué no te vas? Vamos… no te lo impediré. No le diré a nadie que has estado aquí. –En mi voz puedo notar que hay miedo. Él huele mi miedo a través de mis palabras—. Puedes llevarte lo que quieras.
—Suenas como la víctima de un atraco. No voy a robarte.
—Lo sé. –Murmuro y él me devuelve una mirada extrañada.
—¿Estás temblando? –Le retiro la mirada—. Te diría que no voy a hacerte daño, pero, ¿Quién va a creerme? –Se ríe.
—¿Querías matar a Liliana?
—No. –Suelta—. Solo hacerle cosquillas.
—¿Y cuando el guardia se coló en casa? ¿Iba a matarme?
—No fue descuidado. Solo quería asustarte. Estaba pensado así.
—¿Por qué me haces esto? –Pregunto, agarrándome con fuerza a la madera.
—¿Por qué buscas una respuesta lógica a un comportamiento ilógico? No hay respuestas lógicas a lo que yo quiero, a lo que yo siento. No puedes atribuirme propiedades comunes ni razonamientos corrientes. Yo no soy corriente, no soy normal. ¿Puedo hacerte yo a ti una pregunta? ¿Por qué has estado indagando en mi pasado? ¿Por qué has perdido el valioso tiempo que te he proporcionado arrebatándote tu trabajo en buscarme en la memoria de la gente? ¿A qué conclusión has llegado? A nada. No sigo siendo diferente al chico con el que hablabas en tus consultas, porque lo que soy para ti, puedo serlo para el resto de personas. No vale la pena verme a través de los ojos de la gente, ¿no es cierto? No vale la pena el tiempo y el sacrificio invertidos. Solo has aumentado tu demencia. ¡Mira esto! –Señala alrededor—. Estás demente.
—Es por tu culpa.
—¿Mía? ¿Quién te obligó a visitarme? ¿Quién se ha estado drogando con ansiolíticos? ¿Quién se ha vuelto huraño, arisco y maleducado? –Chasquea la lengua y yo me suelto de la madera—. Tú mismo te has condenado a esta existencia. Yo no he hecho nada.
—Me has enloquecido.
—Tú me has obligado. –Sentencia y se sienta de nuevo en el reposabrazos.
No se oye nada más que el sonido de su respiración y algunos coches fuera. Nada más. Ahí quieto, con la mirada perdida entre tantos libros sobre mi estantería. No es real, me digo. Es imposible, no puede serlo, no quiero que lo sea. Me siento como en esos sueños, en esas pesadillas en las que el terror es tan desbordante que anhelo con todas las fuerzas despertar, y despierto. Pero aquí no, aquí no quiero hacerlo. No quiero despertar de esta alucinación que me ha permitido reencontrarme con él. No puedo seguir con esta incertidumbre. Me destroza la idea de pensar que he perdido el juicio, la razón, la cordura. Una de las gotas de su cabello cae sobre su mejilla resbalando por ella y brillando con la luz artificial de la lámpara. El detalle es tan minucioso y bien preparado que yo mismo me sorprendo.
Una pregunta asalta en mi mente. ¿Moriría por una alucinación? ¿Me mataría mi propia creación? Estoy exhausto, empapado y moribundo. ¿Qué importa si me acerco un paso más al abismo? Ya no está su delicada sonrisa infantil, ni tampoco el roce circunstancial de sus manos contra las mías. Sus labios, representando versos de Shakespeare ni sus manos dibujando como si de un niño se tratase. Me pitan los oídos, los siento entumecidos, como el resto de mi cuerpo. No logro hallar el equilibrio del recuerdo y el deseo. Soltando la madera me acerco lentamente con pasos cautos y silenciosos. Él me observa al instante en que doy el primer paso. Lo hace al principio con los ojos vueltos a mí pero luego vuelve todo el rostro. Me mira, con una expresión neutra, casi confusa. Cuando he llegado a menos de un metro de él ya me que quito el pesado abrigo y lo dejo a su lado en el sofá. No lo necesito, no le tengo miedo. No puedo morir si él es una alucinación.
Cuando estoy justo frente a él, con su rodilla flexionada rozando mi muslo, alza el rostro para mirarme directo a los ojos con esa sonrisa de prepotencia y soberbia. De lado, mostrándome parte de su dentadura. En su mirada puedo hallar el sabor de un cálido abrazo y el olor de sus besos. ¿Cuánto hace que no le toco? ¿Cuánto hace que no rozo mis yemas por su rostro? ¿Cómo era su tacto y cuán suave era su piel? Casi intimidado cierra los ojos cuando mis manos han llegado a su mejilla. Está helado, tanto como yo. Un ligero rubor aparece en él. Ligero, pero perceptible. Es tan suave como un cordero, tan inocente como polluelo herido. Su rostro se tuerce para descansar en la palma de mi mano y yo le acaricio el cuello, la nuca, el cabello. Que suavidad, que dulzura. Esto no puede ser más que un delirio.
Cuando estoy a punto de besarle, cuando ya siento su aliento vuelto a mí, abre los ojos y se pone en pie, haciéndome retroceder un paso, pero con mi mano aun en su cuello le atraigo a mí para sentenciar el contacto. El primer roce de su piel contra mis labios es como un baño de oro estimulando cada terminación nerviosa de mi epidermis, el calor de su beso es el mejor calmante, y su saliva, el néctar que tanto he ansiado. Todo el miedo desaparece. Todo el terror y el dolor, se esfuman. No encuentro explicación y tampoco deseo hallara. Esta melosa esencia que me conmueve es tan cegadora que nada de lo que antes haya sucedido puede hacerme menospreciar este beso.
La sensación es conocida, y ese sentimiento de fraternidad me hace sentirme tan cómodo como si de mi hogar se tratase, un hogar entre sus labios, entre sus brazos. No conocía antes este extraño lugar, pero por primera vez en muchos meses he encontrado un resquicio de felicidad. Tal vez en el delirio, sí, tal vez en una sobredosis que no recuerdo haberme inducido. Tal vez solo sea un sueño, un dulce sueño derivado de una pesadilla. Pero, oh, dulce inconsciente, siempre anhelando lo prohibido.
Este imbecil es el rogon tres mil
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