AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 31
CAPÍTULO 31
Yoongi POV:
29/Marzo/2018
Viernes
Ala de máxima seguridad. Presos
peligrosos.
Sala de espera.
Tic—tac. Tic—tac
Como si de una mala costumbre se tratase, como si acabase de descubrirme en un mal hábito, me miro las manos temblando sobre las rodillas. Estoy sentado, en uno de estos terribles, horribles asientos de la sala de espera en la prisión de Jungkook. Levanto los talones haciendo sonar mis pies al caer, repetidas veces, como si tuviese un TOC peligroso. Mis manos tiemblan, pero como están sobre las rodillas y estas suben y bajan, no se nota demasiado. De repente, suelto largos suspiros como si estuviese febril, en realidad me noto febril, enfermo. Terriblemente enfermo por toda la realidad que me rodea. No hay nada más sólido que esta obsesión que me trae aquí cada viernes como si estuviese poseído, como si realmente necesitase esta desesperada dosis de humillación, agónico dolor y complacencia. Ya no sé qué es lo que busco de él. No sé qué es lo que él me proporciona para seguir alimentando esta terrible dependencia. Ya no logro distinguir cual de sus cualidades es más destructiva para mí. No sé si es su mirada la que me trae de vuelta, la que tanto ansío ver. No sé si son sus palabras hirientes siempre maquiavélicas y mordaces. Tal vez la forma de su sonrisa al verme, o al herirme. No sé cuál es más bella, cuál es más destructiva.
Anoche dormí. Tras llenarme de ansiolíticos, alcancé al fin el sueño a las dos de la mañana. Pero no me siento reconfortado ni aliviado. No me siento más cansado de lo que ya estaba pero tampoco sosegado. Las alucinaciones se han detenido, pero noto todo el cuerpo molido. Las piernas me tiemblan al igual que las manos y de vez en cuando caigo en profundos suspiros de dolor que me llevan a la terrible reflexión de la muerte. Una muerte que yo no seré capaz de proporcionarme. Me la proporcionará el dolor, sin embargo. Me regalará la adicción al medicamento. El no hallar la salida, el no poder ver más allá de las tinieblas que siembran mi panorama, es deprimente. No es solo el desconocimiento, es el dolor, la incertidumbre, el pánico a la oscuridad. Tanto pánico como los sonidos inexplicables a las cinco de la mañana.
—¿Señor Min? –Me pregunta una voz, sobre mí. Alzo la mirada casi asustado, mucho más, perplejo y a punto de entrar en pánico. El joven de seguridad me mira con una expresión atónita, extrañada. Casi precipitada. Yo me levanto de un salto del asiento y recojo el abrigo a mi lado, aturdido. Él me sujeta del brazo cuando me vuelvo a él y estoy a punto de desfallecer.
—¿No me diga que hoy tampoco puedo verle…?
—No. —Niega, sonriendo—. Nada de eso. Puede ir. Pero… ¿se encuentra bien? –Me pregunta algo curioso mirándome directo al rostro, pero yo bajo este, molesto y avergonzado.
—Sí, estoy bien, solo algo cansado, nada más. –Él asiente, pero no parece muy convencido. Tampoco me importa, él no es mi médico y tampoco mi padre. Sin rechistar me conduce por el pasillo hasta que llegamos a la recepción donde he de dejar mis pertenencias. Lo hago como cada semana, con suma diligencia. Él revisa todo lo que dejo en la cesta de plástico y al mismo tiempo me habla, con cordialidad.
—Ha tenido una niña preciosa. –Me dice.
—¿Quién? –Le pregunto, atónico pensando en Jungkook como la primera y única opción.
—El policía al que estoy sustituyendo aquí. –Dice mientras señala la silla vacía. Aquel orondo policía del principio.
—¿Sí?
—Sí, es muy guapa. Y muy grande. En dos semanas regresará de nuevo. –Dice y yo asiento encogiéndome de hombros—. ¿Tiene usted hijos?
—No. –Digo y él asiente, pensativo.
—¿Querría tenerlos?
—Antes sí, pero ya no estoy tan seguro. –Suspiro y he de reconocer que jamás me había planteado esa idea, y en este estado, menos. No se me pasa por la cabeza ahora mismo ser padre. Ni yo mismo soy capaz de levantarme de la maldita cama por las mañanas, ¿Cómo iba a cuidar de un niño?
—Yo sí quiero. –Dice él, terminando de revisar mis pertenencias y abriéndome la puerta con una media sonrisa—. Pero aun no tengo novia.
—¿Y?
—Solo… que soy muy tradicional… —Dice y se encoge de hombros. Yo no hago un solo gesto. No digo nada. Ni quiero continuar con la conversación ni quiero hablar de nada ni decir nada, ni expresar nada. Solo deseo estar en silencio. En realidad, desearía caerme al suelo y dormitar, pero como sé que no puedo hacerlo, sigo caminando en silencio hasta que diviso la puerta de la sala de visitas iluminada. Me quedo casi paralizado y a punto de colapsar. Me detengo y el guardia se gira a mí, con un rostro convulso entre la pena y la curiosidad—. ¿Le ocurre algo?
—Algo… —Digo, pensativo. Si él fuera consciente de todas las cosas que me ocurren, no se atrevería a preguntarme algo tan banal y mediocre como eso. Suelto el aire que contenía en mis pulmones y al retomar el aliento me siento algo más animado. Sigo andando hasta que llegamos frente a la puerta. Ni me he atrevido a cruzar una sola mirada con Jungkook. No tengo ni el valor ni el arrojo de mirarle a través de un cristal y sonreírle, como si no pasase nada. Me siento cohibido, algo aturdido pero sobre todo, deprimido. Estoy en shock.
—Hola. –Oigo, la voz de Jungkook apenas la puerta se abre. Entro en silencio y me siento, casi me desplomo, sobre la silla delante de él. Cuando lo he hecho y levanto la mirada, en su expresión puedo denotar la misma imagen de estupefacción que en el rostro del joven guardia. Como si pudieran ver la decrepitud y la decadencia saliendo por cada poro de mi rostro.
—Hola. –Digo, y mi voz suena mucho más mediocre de lo que me había imaginado. Con las manos sobre la mesa y la espalda apoyada intento relajarme, pero me resulta imposible con sus ojos mirándome de arriba abajo.
—Cuánto tiempo… —Dice, pues hace tres semanas que no nos vemos.
—Lo sé.
—¿Dónde te has metido? –Me pregunta, sonriendo, casi sin darle importancia.
—He… estado haciendo cosas…
—¿Ah sí?
—Sí. –Digo.
—¿Qué cosas? –Me pregunta y yo abro los labios, pero no sale nada de ellos. Estoy completamente vacío de conocimientos. Cierro de nuevo los labios y jugueteo con mis dedos sobre la mesa. Él sonríe ladinamente mientras interpreta mi estado como una mentira, en vez de mera confusión, que es lo que es—. No te preocupes por hacerte el interesante y quedarte en casa viendo cómo pasa el tiempo. Yo no he estado solo por aquí, he tenido compañía.
—Lo sé. –Le digo, sin mirarle—. Lucas…
—Sí… —Suspira—. Que chico tan agradable y fiel… tras tantos años sigue siendo como un perrito sumiso y obediente.
—No… no vas a… confundirme. –Tartamudeo—. Él no ha hecho nada. Es más, vino aquí para exigirte silencio en cuanto a lo del libro…
—¿Eso crees? –Me pregunta y sonríe, negando con el rostro—. Que inocente eres… Yoongi… —Su nombre de mis labios me ciega, me deja desarmado. Estaba a punto de soltarle algo inteligente y coherente cuando ha pronunciado mi nombre. Al alzar la mirada y encontrarle con esos ojos negros, escrutándome con media sonrisa. Aún resuena con su voz—. ¿Has estado jugando con fuego? –Me pregunta—. ¿A qué vienen esas marcas en tus muñecas? –Me pregunta, señalando mis muñecas mientras yo me escondo estas con las mangas del jersey—. ¿Esposas, Yoongi?
—Sí. –Suspiro—. Tú sabes mejor que nadie cómo son esas marcas.
—Si no te conociese diría que has tenido un divertido y fogoso encuentro sexual. Pero por desgracia te conozco y sé que algo muy malo has hecho. ¿Qué ha sucedido? –Me pregunta, de repente con un tono serio y preocupado. Siento una punzada en el vientre.
—Repítelo. –Le pido, y él me mira, algo confuso. Vuelve a hacerlo, con esa preocupación tan fraternal. Me conmueve.
—¿Qué ha sucedido?
—Irrumpí en el local de Lucas. Me esposaron y me llevaron a comisaria. Monté un numerito pensando que él te había estado ayudando… —Juraría que puede enfadarse, pero no lo hace, sus cejas se alzan, con una expresión asustada y preocupada.
—¿Por qué hiciste eso, Yoongi? ¿Te duele? –Señala mis muñecas con la mirada.
—No.
—¿Seguro?
—Seguro.
—¿Te has dado crema?
—Sí. –Suspiro—. No finjas compasión. Me duele.
—Lo siento. –Dice, y levanta una ceja—. Pero no es fingida. ¿Te golpearon?
—No, solo me empujaron para esposarme.
—Los policías no, los padres de Lucas.
—No.
—¿No?
—¿Lo habrían hecho?
—A Lucas le golpeaban. –Dice.
—Sí, su padre le golpeó. –Le digo y él se encoge de hombros—. Comprendí demasiado tarde que él tenía mucho que perder si… si te ayudaba…
—Todos tenemos algo que perder… —Me mira mejor—. Menos tú.
Estoy a punto de decir algo pero se me forma un repentino nudo en la garganta que me deja con las palabras en el aire. Abro y cierro varias veces los labios hasta que encuentro las palabras y estas me estabilizan un poco.
—¿Fuiste tú el que estuvo el otro día en mi casa? –Le pregunto directamente y él no parece sorprendido. Mira a todas partes, fingiendo estar pensando y se encoge de hombros.
—Quien sabe… —Dice, sonriendo con malicia. La barbilla me tiembla.
—¿Sabes quién… qui—quien fue…?
—¿Tú no? –Me pregunta sorprendido—. Deberías saber a quién metes en tu casa…. –Se burla y yo estoy a punto de colapsar.
—Te.. tengo miedo, Jungkook. Estoy... aterrado. Vivo con miedo…
—¿Miedo? –Pregunta—. Seguro que no tanto como los nobles de los jacobinos, que sufrieron la revolución francesa. –Sonríe, con mucha más malicia que antes. Él estuvo allí, tuvo que estar allí para saber que aquella noche estaba aquel libro sobre la mesa, al lado de las pastillas, la revolución francesa. ¿La caída del bote fue accidental para asustarme? Si vio el libro, no pudo haber tropezado…
—Yo… —Digo a punto de gritarle pero la voz se me corta y cierro con fuerza la mandíbula.
Cierro los ojos y las manos en dos puños que dirijo a mi rostro para cubrirme con ella. Siento que voy a explotar. El corazón me golpea sin piedad en los pulmones y los oídos me pitan. El estómago me pide que vomite y estoy a punto de hacerlo, pero las lágrimas son más rápidas y es mi primera fuente de desahogo. Comienzo a llorar y me embarga la vergüenza y el terror. Llorar delante de Jungkook es algo que no se merece, y sin embargo, ya no hay vuelta atrás. Mis hombros se convulsionan, me encojo en mí mismo y me paso las manos por el pelo para poder respirar aire. No hay aire. Solo está su perfume.
—Yo… estoy… estoy destrozado… —Revelo—. Te… te tengo miedo. Estoy aterrorizado. No puedo dormir, no puedo comer, no puedo salir a la calle sin pensar que hay alguien siguiéndome. Cada noche me meto en la cama pensando… “está bien, hoy no pasará nada”, pero siempre pasa algo. Comienzo a tener alucinaciones por no poder conciliar el suelo, los ansiolíticos… —vuelvo a tartamudear por el llanto—, no me hacen anda. Estoy cansado, me duele todo. Y sin embargo… yo… ya no quiero más de esto. –Señalo alrededor—. Yo ya no puedo más. ¿Qué he hecho yo? ¿Qué te he hecho? No puedo recordarte. Está bien. Lo asumo. Pero ese no es motivo para torturarme… así… —Caigo sobre la mesa con los brazos cruzados sobre esta, bajo mi cabeza—. Siento todo lo que te ha pasado, todo lo que te hice, pero ya no puedo más. Quiero morirme. Mátame ya, si eso es lo que quieres, pero no… no alargues más esta tortura. Ya no lo soporto más. Enloqueceré si no terminas con esto, porque yo no puedo…
Sigo llorando por al menos cinco minutos enteros. Entre jadeos y respiraciones ahogadas me deshago en lágrimas delante de él. Es humillante, pero es liberador a la par. No consigo encontrar una sensación más gratificante que llorar. No se oye nada más en la habitación que el sonido de mi respiración entrecortada. Empapo las mangas de este jersey. No me importa. El pecho me duele, me arde, tanto como la cabeza o la garganta, pero es liberador, al final. Intento concentrarme en no llorar, en no seguir con esta incontrolable sensación, pero me cuesta hacerme con ello y cuando levanto la mirada, me encuentro de frente con un rostro tan asustado e impactado como pudo estar el mío el día que lo encontré tirado en el pasillo del portal de mi edificio. Tanto como cuando me dijo que debía salvarle…
Sin decir nada, sin esperar nada más de mí, frunce el ceño como si estuviera a punto de gritar y lo hace. Grita a pleno pulmón mientras me mira con el mayor odio. Como si le hubiera sorprendido al verme vulnerable y se escondiese tras una falsa expresión de enfado.
—¡Eres un maldito llorica! ¡Eres un bebé llorón! ¿He perdido el tiempo contigo, bastardo? –Pregunta y golpea con su rodilla la mesa entre nosotros. Yo me separo, algo sorprendido, pero aun con lágrimas cayendo por mi rostro. Lo hacen ahora con más motivo, por su reacción—. ¡Guardia! ¡Guardia! Sáquenlo de aquí. –Grita, en dirección a la ventana, pero yo no miro en esa dirección. Me he quedado paralizado por su respuesta a mi llanto—. ¡Saquen a este bebé de aquí, joder! ¡Eres un maldito estúpido, y yo por perder el tiempo contigo! ¡No eres más que un idiota que se sigue chupando el dedo! –Seguido a sus palabras, me siento elevar por el aire. Cogido por mis brazos, el guardia me levanta de la silla asustado, tanto como yo, y me hace caminar hasta la puerta, pero yo no le aparto la mirada a Jungkook en todo el trayecto. Cuando he cruzado la puerta se estabiliza lo suficiente como para dejar de gritar y me aparta la mirada. Me esconde el rostro girado en dirección contraria al cristal en la pared y a mí me llevan lejos de allí.
—Vámonos, señor Min… —Oigo, detrás de mí, pero yo solo puedo dejarme arrastrar hasta que la imagen de Jungkook desaparece del todo.
Wtf
ResponderEliminar