AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 29
CAPÍTULO 29
Yoongi POV:
27/Marzo/2018
Miércoles
Llevo días sintiendo este dolor. Un punzante dolor en el pecho que al principio llegué a confundir con ansiedad, pero se ha tornado mucho más irritante y peligroso. En algunos momentos los ansiolíticos no han surtido efecto y ni siquiera tomando otra clase de pastillas, ya sean relajantes musculares o meros placebos, he hallado el descanso. Ya van dos noches que no he dormido nada en absoluto. Nada. Mis ojos se han mantenido abiertos, mirando hacia el techo mientras mi mente cavilaba y cavilaba en todas las variables, en todas las posibilidades. Un café, otro, uno más al atardecer para poder llegar despierto a la noche y al fin caer rendido, pero imposible. Una vez desvelado de madruga vuelta la ingesta de pastillas, café y ansiolíticos. Me he duchado el domingo, creo. Me he afeitando hace dos semanas. Tengo el pelo hecho un asco y estoy seguro de que entre lo que he adelgazado y no haber dormido parezco un drogadicto. Eso, sin que me vean en plena ingesta de medicamentos.
Pues es este punzante dolor en el pecho el que me ha obligado a levantarme del maldito sofá en el que he estado apalancado los últimos días, por no decir los últimos meses, y meterme bajo un abrigo. Cualquiera, ni siquiera lo he pensado y no ha sido hasta salir por la puerta de casa que no me he dado cuenta de que no he cogido ni cartera, ni teléfono, ni siquiera un maldito paraguas. Llueve a cántaros, pero ya estaba bajando las escaleras, con las llaves de la mano metiéndolas en uno de los bolsillos, y de camino al exterior, ya nada podía detenerme. Fuera hace terrible. Una tormenta lleva azotando Seúl todo el día. Y nada más salir al exterior me sorprendo de ello como si fuese un conejillo asustado que se asoma a la carretera en plena noche, y como si un coche me diese las largas para apartarme del asfalto, un rayo parte el cielo en dos, en mil pequeños pedazos. Todo se ilumina por un fogonazo de luz, todo queda en silencio un segundo y después la repercusión del trueno me llega. Pero no sirve de nada. Como si de una advertencia se tratase, yo la ignoro y sigo adelante. Tengo un propósito, y nada puede detenerme ya.
Llevo media hora caminando bajo la lluvia, empapando mis cabellos, mi abrigo y mis huesos hasta la médula. Pero sorprendentemente no tengo frío, al contrario, me siento tan excitado, tan sumamente drogado, que nada puede impedirme que camine sin más bajo la lluvia. Un par de personas que han pasado por mi lado me han mirado casi con curiosidad, pero no es extraño encontrar a un hombre solo bajo la lluvia sin paraguas. Sí lo es, sin embargo, cuando lleva casi dos días lloviendo. Me ascienden en la categoría de temerario a inconsciente. Pero no me importa, no me importan las miradas ajenas ni tampoco si un ser considerado se detiene a preguntarme y ofrecerme espacio debajo de su paraguas. Paso de largo como si fuese sordo, como si estuviese demente o incluso como si estuviese en peligro. Cualquier cosa menos reconocer que estoy a punto de enloquecer, porque veo el rostro de Jungkook detrás de cada esquina, cada vez que cruzo una calle, cada vez que guardo en un semáforo, al otro lado, está él, esperándome. He conseguido verle en la forma de mi sombra. Esta incluso me ha abandonado. Me la han robado. Me asusto de mi mismo cuando me reflejo en las cristaleras de los locales cercanos y me alejo de cualquier transeúnte que pase a mi lado como si fuesen el mismo demonio. Tal vez lo sean. Debajo de cada paraguas, en cada uno de esos rostros escondidos en tinieblas puedo encontrar recuerdos que no quiero recordar.
Camino hasta que veo mi objetivo a lo lejos. Me siento tan excitado como avergonzado o desequilibrado. Sí, eso es. El desequilibro puede con el resto de emociones y me hacen caminar aún más a prisa. Me subo un poco el cuello del abrigo, para que me abrigue los últimos pasos de mi larga espera. Apenas he llegado las piernas me tiemblan, pero no dudo en ello. Entro casi precipitadamente en este restaurante de comida europea para encontrármelo casi vacío. Una mesa al fondo está ocupada por una pareja de ancianos y cinco jóvenes en una algo más grande, apenas comenzando con la comida. Han pedido pollo asado.
—¡Lucas! –Grito nada más que entro en el establecimiento y el anciano que dormitaba en la redacción se ha levantado de un salto. Casi puedo haberle provocado paro cardíaco, pero no lo he hecho. Le veo moverse alrededor, buscando con la mirada el motivo de mi entrada y en mis movimientos, un motivo para alarmarse. Debería. Estoy muy irascible.
—Disculpe… despulpe… —Intenta llamarme el anciano, pero yo me cuelo dentro del local y busco con la mirada algún camarero con el rostro bañado en pecas. No lo hallo, y detengo al primero que pasa por mi lado con una bandeja repleta de platos sucios.
—¡Llama a tu jodido hermano aquí, tenemos que hablar! –Le digo a un chico más alto que yo, pero que sin embargo me devuelve una mirada asustada y dubitativa. Sabe de quién le hablo y deja la bandeja por algún lado, para salir corriendo al interior de la cocina. En la espera, los clientes me miran atemorizados, y el anciano se debate en sí sacarme fuera o decirme un par de palabras amables que me impidan golpear a alguien. Comete el error de agarrarme del brazo para alejarme del salón pero yo le empujo, haciéndole retroceder un par de pasos, lo suficientes como para temerme. Apenas el anciano ruega por ayuda, el joven pecoso sale de la cocina, secándose las manos con el mandil que le cuelga de la cintura. Me mira aterrorizado.
—¿Qué haces aquí? –Me murmura poniéndose a mi altura, pero yo le cojo por la pechera de la camisa y le zarandeo.
—¡Tú! ¡Maldito bastardo! ¿Crees que no te iba a pillar? Ladronzuelo malnacido… —El chico se sorprende tanto de mi reacción que su única respuesta es cerrar los ojos y dejarse zarandear, mientras me sujeta a mí por los codos, para evitar que le haga daño. Para evitar marearse.
—¡¿De… de qué hablas…?!
—¡Tú! –Le grito, cerca de su rostro—. ¿Has estado en mi casa? ¿Cuántas veces has ido a ver a ese psicópata? –Le pregunto y él da un respingo, con lágrimas en los ojos de la vergüenza. Mira alrededor.
—No… no hablemos de esto aquí… mis padres… —A sus palabras sale su padre, corriendo de la cocina, alarmado por mis gritos, detrás de él sale su hermana, con el ceño enfurecido.
—¡Lucas! –Grita su padre, y acude rápido a mí para separarnos. Me separa a mí y me sujeta por el brazo. Yo me intento deshacer de su agarre pero es demasiado fuerte y yo no tengo ya fuerza muscular para combatirle. Sin embargo, mis palabras pueden llegar a ser muy hirientes.
—¡Pregúntele al bastardo de su hijo! ¿Cuántas veces has estado hurgando en mi casa, capullo hijo de puta? –El padre se queda tan atónito que no consigue reaccionar.
—Yo nunca he estado en tu casa, joder. –Dice y casi puedo creerle.
—¿Cómo que no? ¿Qué demonios hacías allí entonces?
—¿Allí dónde? –Me pregunta él—. Por favor, me estas dejando en ridículo delante de mi familia… —Me ruega.
—¡Su hijo es un maldito mentiroso! –Le grito al padre—. No es escritor, no sabe escribir ni nunca ha escrito nada. Ese bastardo copió una carta de amor de su querido exnovio. –A mis palabras, el joven empalidece. La hermana de Lucas está llamando a la policía. He leído la palabra policía de sus labios sobre el teléfono móvil, y me mira con esa mirada de recelo y preocupación.
—¿Qué está diciendo este demente? –Pregunta el padre de Lucas a este mientras que el chico no me aparta la mirada, incrédulo por haber revelado todo esto de un golpe. El hombre me suelta, casi atónito y yo trago en seco—. ¿Qué demonios está diciendo? ¿Hombres? Estás de broma, joder…
—¡Confiésalo! –Le grito—. ¿Estás compinchado con ese hijo de puta para hacerme la vida imposible? ¿Eres tú el que se cuela en mi casa? ¿El que persigue a mi exprometida? –El joven tiembla. Está temblando y no sabe a quién mirar, a quién contestar primero—. Eres un mentiroso, seguís manteniendo el contacto, bastardo… —El hombre se gira a mí después a su hijo—. ¡Tú aún le amas!
Ahora sí, el joven se decide a mirarme y lo hace con todo el odio que albergaba dentro.
—Ya no le amo, hijo de puta. –Dice y su padre le cruza la cara con un manotazo. El chico cae al suelo del impacto y se sujeta el rostro con una mueca de terror con la mirada hacia su padre. Todos los clientes están estupefactos, todos y cada uno. Yo el primero por su reacción tan vulnerable. Su padre desaparece por la cocina, se oyen unos cacharros metálicos caer al suelo, y no regresa. Su hermana nos observa, estupefacta, y su hermano mayor está a punto de saltar sobre mí. Lucas me mira desde el suelo, llorando. De sus ojos brotan gruesas lágrimas que atraviesan los dedos de su mano en la mejilla. Me sostiene una mirada hiriente—. No sé qué demonios te pasa, pero acabas de arruinarme la vida. –Dice, afirma con rotundidad. Su hermana viene andando, casi temerosa, y se sienta detrás de él abrazándole la cabeza, posándola sobre su pecho como si de un bebé se tratase. Lucas aún me sostiene la mirada—. No sé de qué hablas, pero si ese hijo de puta te ha jodido la existencia, lo comprendo, yo pasé por lo mismo, y te aseguro que después de pasar por aquello, yo no le haría lo mismo a otra persona. –Suspira largamente mientras se limpia el rostro. Oigo sirenas—. Te estás equivocando de persona. –Dice, con los dientes apretados.
Las manos me tiemblan. Me siento culpable de lo sucedido pero en su mirada puedo ver el mismo rostro de Jungkook, puedo verlos a ambos compartiendo esos secretos que me traen de cabeza, sus sonrisas a mi costa. Puedo imaginarme a la perfección que han sido sus pasos los que pululaban por mi casa y su torpeza la que me hizo despertar. Él no se conoce mi casa, por lo que pudo ser él sin problemas. Puedo imaginarle enfundado en una sudadera y encapuchado, entrando en mi piso. Es inteligente, sabrá forzar una cerradura sin problemas. Pero al verlo de nuevo le veo llorar, acurrucado en el pecho de su hermana y yo mismo me deshago en balbuceos hasta que unas manos caen sobre mí y me derriban al suelo. Caigo de bruces, me golpeo el labio.
—¡Tiene derecho a mantener silencio!
Que imbécil
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