AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 28

 CAPÍTULO 28


Yoongi POV:

22/03/2018

(Una semana después)

Viernes

Ala de máxima seguridad. Presos peligrosos.

Sala de espera.

 

Me conduzco a la pequeña recepción en donde un guardia está, con los pies apoyados sobre su escritorio, leyendo entretenido una revista. Por la portada puedo ver que no es una revista de prensa rosa, pero tampoco conozco muy bien su contenido. Parece algo más banal de lo que a él le parece, por lo que aun cuando estoy delante de la vitrina de cristal, él no me presta atención. Creo que sabe que estoy aquí, pero no quiere atenderme. Esto me resulta casi insultante y golpeo con los nudillos el cristal, casi atónito por su reacción conmigo. Cuando consigo su completa atención, baja los pies de la mesa, desinteresado, y me devuelve una expresión dubitativa.

—¿Sí? –Me pregunta y yo ruedo los ojos, tremendamente agobiado. Esta última semana ha sido eterna, apenas he dormido nada y ni siquiera, aun muriéndome de sueño, conseguía conciliar un sueño reparador. No he salido de casa, he revisado cada rincón de ella con la esperanza de encontrar una pista, albergando una mera idea de quién entró en mi piso. Necesito una confirmación, necesito una realidad palpable, empírica. Seguro que el hombre delante de mí puede ver mis ojeras surcando mis ojos, mi estado deplorable. Pero me mira como cada día. Tal vez sean solo ideas mías, o tal vez este hombre haya visto rostros peores que el mío.

—La ficha de vistas. –Le pido. Lo normal sería que él me la ofreciese nada más verme, pues ya se conoce mi rutina mejor que yo mismo, pero esta vez es diferente. Titubea. Me mira de arriba abajo con una expresión algo confusa y acaba poniéndosela delante de él para mirarla casi con detenimiento. Piensa, frunce el ceño y me devuelve una mirada entre aburrida y apenada. La pena es solo convencionalidad.

—Lo siento, señor Min. –Suspira—. Pero hoy no hay horas disponibles.

Sus palabras son casi demoledoras. Estas palabras representan una realidad que yo no había previsto en ninguno de mis cálculos.

—¿Cómo es posible? –Le pregunto y él se limita a encogerse de hombros como si fuese lo más normal del mundo. Yo me apoyo con una mano en la cerámica que soporta el cristal.

—La media hora semanal de Jungkook ya está reservada. –Dice, y tira la carpeta por ahí, veo cómo se mueve la hoja de papel engancha en esa pequeña pinza metálica. Si me asomo lo suficiente tal vez pueda ver el nombre de quien se trata, pero él no me permite eso, retomando de nuevo mi atención—. Lo siento, pero si quiere, puedo reservarle la hora para la semana que viene. –Yo asiento, dubitativo y algo turbado por sus palabras. Él coge de nuevo la carpeta, levanta la hoja principal, y escribe mi nombre en el registro—. Cuando venga el viernes que viene, solo tendrá que firmar…

—¿Quién es?

—¿Quién? –Pregunta.

—¿Quién va a venir a verle?

—Ya están en la sala. –Dice, señalando el reloj de pared detrás de mí—. Exceden cinco minutos de y media. El chico llegó temprano y accedió puntual…

—¿Quién es? –Le pregunto de nuevo pero él deja de hacerse el idiota.

—Lo siento, pero esa es información privada. Aquí somos muy estrictos con guardar la identidad de los visitantes…

—Vete al cuerno. –Le digo, directamente a su rostro, con la mirada desafiante y él me devuelve una expresión entre sorprendida y ofendida. Cuando está a punto de recriminarme algo, el director aparece por el pasillo. Sus pasos le delatan y cuando me vuelvo a él, este me devuelve una sonrisa que finge tristeza—. ¡Usted! –Le señalo—. Tiene usted el don de la oportunidad.

—¿A sí? –Pregunta—. No me diga… simplemente intuí que vendría usted hoy. Lo siento, pero he de pedirle que se marche. Esta semana Jungkook ya no puede recibir más visitas. –Cuando viene hasta nosotros y se pone a nuestra altura le habla al hombrecillo enjaulado en la pecera—. ¿Le has reservado a Min Yoongi la media hora de la semana que viene? –El hombre asiente dentro de la cabina pero ya no es capaz de dirigirnos la palabra. No me extraña, tampoco deseo oír el chirriante sonido de su voz que en este instante siento como si me perforase la sien.

—Tenga usted el respeto de decirme quien ha sido el que ha venido a ver a mi paciente. –Le exijo a lo que él se muestra sorprendido por mi brusquedad.

—Eso es información reservada. –Me dice él, alzando el mentón y recolocándose la americana, con aire de prepotencia.

—¿Ah sí? –Pongo mis manos en mi cadera en forma de jarra—. ¿Y también son privadas las escapadas que hacen sus reclusos?

—¿Qué insinúa? –Me pregunta, con un deje de preocupación.

—Tengo las sospechas de que su paciente, Jungkook, hace escapaditas nocturnas, y usted se lo está permitiendo.

—No tolero tal falta de educación. –Me señala—. Sepa que esta prisión consta de los mejores sistemas de seguridad…

—Y una mierda. –Le señalo yo a él—. Y no me señale con ese dedo. Que sepa, que el viernes de la semana pasada alguien entró en mi casa.

—¿Por eso no vino? –Me pregunta, volviendo a su preocupación.

—No vine porque tuve otros asuntos que resolver, pero de noche, mientras yo dormía, alguien entró en mi casa.

—¿Llamó usted a la policía?

—No.

—¿Y qué sospechas tiene para acusar a mis reclusos?

—Le acuso a usted, bastardo. –Mis palabras le devuelven a la ofensa—. Está usted dejando ir a Jungkook. No hay otra explicación. –Ahora miro al hombre en la pecera—. Dígame quien ha venido a verle. Quien haya sido debe saberlo. Le está dejando tratar con otras personas, señor, ¿sabe lo peligroso que es exponer a alguien a la presencia de Jungkook…?

—Puedo ver las consecuencias en usted. –Me dice, frunciendo el ceño. Debatiéndose entre si golpearme o socorrer mi estado de nervios.

Yo saco con temblores el bote de pastillas de mi bolsillo y al intentar verter dos en mi mano, acaban desbordándose del bote, cayendo alrededor, por todas partes. El director se aparata, con esa mirada tan apenada. Está apenado por mí, está sintiendo lástima de mi estado. Y yo no puedo hacer otra cosa que no sea arrodillarme y recoger cada una de las pastillas del suelo, volverlas a meter cada una en el bote y quedarme con dos. Las trago, rápido, sintiendo que no me harán nada en absoluto. He comenzado a desarrollar tolerancia a dosis medianamente altas. Cuando me pongo en pie de nuevo el director me está mirando con una expresión indescifrable. No sabe qué hacer, ni qué decir. Está completamente desorientado conmigo, pues paso de estar turbado a estar enfadado y de nuevo a la turbación. Me paso la mano por el pelo para retirarlo de mi rostro y cuando suspiro largamente el hombre posa una mano sobre mi hombro. Cree que resultará tranquilizador, pero en realidad consigue ponerme de los nervios.

—Cálmese. –Me pide—. Mire, haremos una cosa. Usted siéntese aquí. Yo iré a revisar las cámaras de seguridad de esto últimos días. Y también los de la celda de Jungkook. ¿De acuerdo? Le aseguro de que si encuentro el gesto más mínimamente sospechoso, se lo haré saber. Confío en la seguridad de mi prisión, pero todo puede ser posible. –Yo me quedo cruzado de brazos a su lado, respirando con dificultad y mirándole con desconfianza—. Le aseguro que por mi parte, no tiene nada que ver lo sucedido el viernes pasado en su casa con ninguno de mis presos. Yo no permitiría bajo ningún concepto que ninguno de mis presos saliese de esta institución. Somos la mejor del estado, no puedo permitírmelo… —Yo acabo asintiendo, consciente de que me dice la verdad.

Inclino la cabeza, levemente humillado y altamente nervioso. Suspiro varias veces y le hombre vuelve a colocar su mano en mi hombro como gesto de despedida cordial. Un par de golpecitos y se marcha, con el rostro levemente sumido en preocupación, hacia el pasillo. Debe perderse por algún lado hasta que oigo el sonido de una puerta cerrarse. Yo miro al guardia a mi lado y con resignación me siento en los asientos de plástico a los que ya estoy hecho. Son incómodos, muy fríos, pero estar sentado aquí es mejor que quedarme de pie sin más. Miro el reloj detrás de mí. Quedan diez minutos para que termine la media hora de visita. Me siento exaltado, ansioso, muy enfadado y terriblemente indignado. Si saben que estoy aquí, desviarán al visitante por otro pasillo para no cruzarlo conmigo. Hiroaki puede escabullirse. Es él, estoy seguro. Tiene motivos de sobra para ir en mi contra, no solo soy un desconocido que le pidió información sobre Jungkook, sin más, y que rechazó su propuesta. También ha sido fiel amigo de Jungkook y estoy seguro que aún sigue enamorado de él.

Me come el rencor, me come el miedo y el odio. El sonido de la aguja moviéndose se me clava como un puñal. Siento el filo de la aguja atravesarme las vertebras como si me hiciesen una punción lumbar. Me impide quedarme quieto, me muevo, se me mueven los pies y me yergo y encojo, como si pasase por una fase de abstinencia. Estoy a punto de devorarme las uñas y cuando al mirar hacia el reloj, veo que concluye la hora de visita. El guardia en la garita coge un pequeño walkie talkie que estaba amarrado en su cinturón y habla con alguien. Es conciso, suave y cuando cuelga me mira a mí directamente. Es la señal para que vaya por otro lado. Están saliendo ya.

Cómo inyectado por un impulso suicida me levanto de un salto de la silla y salgo corriendo. Chaqueta aun puesta, el bote de pastillas en el bolsillo. No importa. Nada de eso importa. Salgo corriendo en dirección al pasillo por el que ya estoy acostumbrado a transitar. El hombre en la garita da un respingo en su asiento y le oigo salir a trompicones de ese pequeño cubículo para perseguirme. Cuando ya estoy en el pasillo comienzo a oír sus pasos detrás de mí y no logro comprender de dónde ha salido esta energía que hasta hace varios minutos estaba desaparecida. Días enteros sin dormir, horas eternas sin comer, y de repente, por un sentimiento tan melodramático como la ofensa personal, soy capaz de salir corriendo y que un policía cualificado no me alcance. No lo hace.

El camino se hace eterno, y sin embargo, estoy a punto de doblar la esquina para encontrarme con la puerta de rejas metálicas que me separa de las habitaciones de visita. Están ahí. Puedo oírles zalear con objetos metálicos en la bandeja de plástico. Pero si yo puedo oírles, ellos a mí también. Estoy a punto de cruzar, estoy al límite. Ya tengo su nombre en mis labios. He roto a sudar por la adrenalina, me tiemblan las manos. Estoy a punto de desfallecer cuando al cruzar la esquina me topo con un rostro conocido.

—¡Hiroa…! –Su nombre muere en mis labios. Pues no es suyo. No es Hiroaki. Me freno de golpe. Casi como si hubiese chocado con una pared de cristal. El guardia a su lado, el mismo chico de siempre, se me queda mirando entre preocupado y atónito. Yo cojo aire, trago en seco y me quedo mirando con estupefacción al chico a su lado. Cabello castaño, un bucle estorbando en su frente. Rostro, plagado de pecas. No logro entender nada en absoluto hasta que el chico no me devuelve la mirada y yo titubeo. En sus ojos puedo ver una irascibilidad que está a punto de desbordarse.

—Yoongi. –Me dice el guardia, algo confuso hasta que por detrás de mí aparece el hombre de la garita. Su primer impulso es cogerme de ambos brazos e inmovilizarme, poniéndome unas esposas a la espalda.

—¿Qué diablos te pasa? –Me pregunta este, ajustando las esposas a mis muñecas. El otro guardia, al lado de Lucas, le pregunta por mí—. Este granuja ha salido corriendo. Así, sin más. Está perturbado. –Dice, pero Lucas y yo estamos ajenos a la conversación. Nuestro cruce de miradas aun no se desvanece.

—¿Solo por eso el esposas? ¿No ha hecho nada más?

—Me ha hecho perseguirle. –Se queja, aun sin aire en los pulmones, jadeando tanto como lo haría yo, si la impresión no me hubiese robado el último hálito de vida de mi cuerpo.

—¿Qué haces aquí? –le pregunto a Lucas, algo turbado.

—He venido para advertirle. –Me dice, enfadado. Sin duda lo está, pero no es conmigo. Parece estar ofendido. Recoge su teléfono móvil de la bandeja de plástico y mientras se lo mete en el pantalón, se pone el abrigo sobre los hombros—. No quiero que un día le dé por revelar a la prensa quien es el veredero escritor de… —Suspira—. Ya sabes. –Dice y frunce el ceño—. Si te lo dijo a ti, ese bastardo es capaz de hacerlo público. Es un asqueroso hijo de puta.

—¿Qué ha pasado? –Le pregunto pero limitado por las esposas solo puedo avanzar un par de pasos hasta él.

—No me ha dirigido una sola palabra. En toda la media hora. Se ha limitado a quedarse ahí, parado, mirándome con cara de idiota. –Resopla y yo frunzo el ceño. No es propio de Jungkook y sin embargo no parece estar mintiéndome. Con resignación acaba anudándose una bufanda alrededor del cuello y me señala, sin mirarme. Mirando al guardia detrás de mí—. Quítele eso, no es un peligro para nadie. –Dice y yo me siento aún más insultado que antes. Con un gesto de su rostro se despide de mí y pasa por mi lado hasta desaparecer por el pasillo. Yo me quedo ahí parado, dubitativo, atónito y acongojado. Cuando me quitan las esposas, con suma diligencia, el guardia de la garita se va de nuevo a su puesto y yo me quedó ahí parado, frente al joven guardia que me mira apenado y algo confuso.

—¿Está todo bien? –Me pregunta, casi con cordialidad.

—¿Es verdad? –Le pregunto—. ¿Lo que ha dicho es verdad?

—No lo sé. —Dice, encogiéndose de hombros—. Sabe que no estoy presente en las visitas…

—Lo sé. –Suspiro—. ¿Puede hacer algo por mí? No vuelva a dejar que venga este chico aquí, nunca.

—¿Es peligroso? –Me pregunta, casi temeroso.

—Puede ser. Aún no sé nada… —Suspiro y él me mira dubitativo.

—¿No se conocían?

—Sí, pero no demasiado. –A mis palabras aparece el director, sobresaltándonos a ambos. Yo me giro hacia la salida y él me mira con ojos desorbitados.

—¿Qué hace aquí, señor Min? ¿No le dije que me esperase fuera?

—Está todo bien. –Le dice el guardia con media sonrisa. Pone su mano en mi hombro y comienza a caminar conmigo hacia la salida, a lo que el director nos detiene. En su rostro puedo ver una expresión perpleja, casi sorprendida y algo pensativa.

—Señor Min, he revisado las grabaciones como le he dicho. –Niega con el rostro—. No hay el menor indicio de que Jeon Jungkook haya salido de su celda, ni de esta institución.

—¿Jeon se ha escapado? –Pregunta el guardia a mi lado, casi sobresaltado—. ¡Pero no es posible!

—Cierto, no lo es. Y no ha sucedido. –Dice el director tranquilizando al trabajador pero yo me quedo en mutis. Suspiro largamente y cuando miro de nuevo al director él me devuelve una mirada curiosa, casi triste.

—Pues está muy claro, alguien está actuando por él. Y solo puede ser una persona. –Ambos me miran pensativos—. Háganme un favor, y no vuelvan a permitir visitas de nadie para Jungkook que no sea yo.


 

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