AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 23
CAPÍTULO 23
Yoongi
POV:
05/Marzo/2018
Martes
Hay un café delante de mí. En esta pequeña mesita redonda de cafetería de barrio hay un café en una taza preciosa. Blanca, con la base rectangular y de color blanco, casi tan puro como el caolín. El color oscuro del café se ve oculto por una superficie de nata dividida en cuadrados irregulares por unas tiras de chocolate que el barista ha servido encima. El olor que desprende es delicioso, y justo a la taza, sobre el plato de esta, hay una pequeña galleta de coco. No me hace gracia el coco. Pero tampoco puedo hacerle ascos.
En esta cafetería hay varias personas. Las cuatro de la tarde es buena hora para tomarse un café después de comer fuera de casa, o para quedar, antes de la hora de cenar. Yo, hoy ni he comido ni tengo pensado aún cenar. Pero el café delante de mí no es más que una formalidad. Una convencionalidad cuando se queda con alguien en una cafetería. No sé cuánto hace que no tomo café. Ni siquiera tengo el hábito de tomarlo. Personalmente soy más fan de los tés, pero ahora mismo quiero un café con chocolate.
La cafetería es agradable. ¿Qué cafetería no lo es? Nunca que conocido una que no lo sea. Siempre con una temática, esta tiene una temática vintage que no logro comprender. Es algo mediocre, pero agradable, al fin y al cabo. Pequeña, muy pequeña, casi pasa desapercibida en la acera. Es la primera vez que estoy aquí, pero tampoco creo que regrese. El local lo sabe, sabe que yo soy un invitado ocasional. El camarero que me ha servido me ha tratado con tanta familiaridad como si me conociera desde hace años, pero la cuestión es que tiene que vivir de su amabilidad, pues este local no tiene espacio más que para siete mesas. Y tan solo tres de ellas están ocupadas. Puedo ver dos chicas sentadas en una, al otro extremo del local, y un grupo de varios adultos, mayores que yo todos, en una mesa de cuatro. Parecen trabajadores. Deben trabajar por aquí cerca todos. Se tratan con cordialidad, con sumo respeto. No parecen tener mucha confianza. La suficiente para ir a tomar un café en el descanso de media tarde.
—Yoongi. –Oigo mi nombre y cuando alzo la mirada me encuentro un rostro conocido. Un rostro que tenía olvidado y que jamás pensé volver a ver. Eungi, mi secretaria, sonriéndome como una pequeña hermana que me extraña desde hace años. Me abraza sin darme tiempo a levantarme de la silla y después mira el café en la mesa—. ¿Ya has pedido?
—Tardabas y tenía frío fuera. –Digo a lo que ella enrojece y me aparta la mirada. Va vestida con unos leggins de correr, una sudadera gris y un chaleco de plumas. Con coleta y sin maquillar es muy diferente a como la recordaba. Está algo desaliñada, pero verla me reconforta. O eso creo. No estoy seguro.
—Lo siento mucho, ahora te explico. ¿Me disculpas? Voy a pedir yo… —Dice y se aleja hasta el mostrador. Tarda al menos un minuto en regresar. Y cuando lo hace, vuelve con un café servido en un vaso de plástico. Cuando se sienta delante de mí, se quita una pequeña mochila que llevaba a la espalda y levanta la tapa del vaso de café. Se sirve un poco de azúcar moreno, remueve con un palito de plástico y después deja este sobre la tapa de plástico.
—¿Ha ocurrido algo? –Le pregunto, casi preocupado, pero ella niega rápido con el rostro.
—Hace dos semanas me contrataron de cuidadora en una guardería del centro comercial que está a dos manzanas de aquí. ¿Sabes cuál?
—Sí.
—Pues eso. Todos los días salgo a las tres y media, y otra chica me releva. Pero hoy esta ha llegado tarde, y no podía dejar a los niños solos. Lo siento.
—No tienes que disculparte. Me alegro mucho de que hayas encontrado otro trabajo.
—Supongo que la vida sigue. –Me dice ella, pero yo no contesto. Cuando levanto la mirada, ella me sonríe.
—Me sorprendió que me llamases. –Digo, cohibido—. ¿Por qué lo has hecho?
—¿No te gustó?
—No es eso…
—Sé que estás mal. –Me dice ella, seria.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque desde que sucedió todo, no has contactado conmigo. Te conozco desde hace más de dos años. Sé que cuando estás mal, te refugias en tu piso…
—No me estoy refugiando.
—Ya te he visto pasar por esto en tu separación con Liliana. –Me dice—. Te encerraste allí en tu piso durante un mes…
—Eso no es lo mismo. –Digo y remuevo con la cucharilla el café. Al final puedo probarlo sin sentirme culpable. Ya está frío.
—Supongo que no. Tu ex no te intentó asesinar…
—Ya… —Murmuro.
—Solo quería saber cómo estabas. –Me dice ella con toda la amabilidad del mundo. Yo le muestro una cálida sonrisa y ella bebe en silencio de su vaso.
—Me alegro de que me hayas llamado, en serio. También he pensado en ti. –Suspiro, con dificultad.
—Me preguntaba si te sentías culpable por despedirme. –Me dice, fríamente.
—Sí. –Asiento.
—No te sientas así. –Sonríe—. No solo estabas obligado a ello, sino que ya he encontrado otro trabajo. Este año me han concedido una beca en los estudios. Es mi último año en la universidad. ¿Recuerdas?
—Casi lo olvidaba. ¿Qué tal la filología?
—Bien. –Dice, medio alicaída—. Pero la verdad es que estoy perdiendo el interés por esos estudios. Ya no los encuentro tan excitantes como antes.
—¿Y qué piensas hacer?
—Mis padres no tiene inconveniente en que haga otra carrera, si es que eso me hace feliz. De momento me la estoy costeando con los trabajos que tengo y no suponen un impedimento para mis horas de estudio…
—¿En qué estás pensando?
—¿Te sorprendería si te digo que psicología? –Me pregunta con media sonrisa y yo me sonrojo.
—¿Hablas en serio?
—Sí. Verte luchar con tus pacientes, ver las mejoras de estos, en comparación con cómo vinieron por primera vez a la consulta…
—No es tan sencillo como parece.
—Sabes que se me dan bien los estudios, y que…
—No hablo de eso. Lidiar con las personas…
—Sabes que puedo con ello también. –Dice y me sonríe amable. Yo asiento y ella me retira la mirada hacia su café.
—Sé que puedes. –Asiento—. ¿Lo harás en Seúl?
—Sí. –Asiente.
—Bien. ¿En la misma universidad en la que yo estudié?
—Tal vez. –Piensa—. Aun no estoy muy segura de mi decisión, y aun quiero terminar mis estudios de filología.
—Me parece bien. –Digo a lo que ella me sonríe.
—¿Cómo estás? –Me pregunta y yo levanto una ceja—. Después de todo lo que pasó… ya sabes…
—Bien, —suspiro—, supongo.
—Min Yoongi siempre tan exacto y preciso con sus palabras. –Suelta, en forma de sarcasmo.
—Si te digo que estoy genial, te estaría mintiendo, y si te digo que estoy hundido en la mierda, sería exagerar…
—Digamos… que “estás”. –Sonríe y yo ruedo los ojos.
—Entiende que es una situación difícil. Después de aquello ya no tengo trabajo, ni familia ni nada a lo que agarrarme con seguridad…
—Supongo, pero me tiene a mí, y seguro que estos dos años de inhabilitación se pasan enseguida.
—Supongo. –Digo—. ¿Te conté que mis padres me habían…?
—Sí. Perdimos el contacto unas semanas después de que saliese la sentencia. –Me mira—. ¿Qué has estado haciendo desde entonces?
—No mucho. –Le miento.
—¿No mucho? ¿Ves? Seguro que no has salido de casa. –Niega con el rostro, decepcionada con mi actitud—. ¿Has estado durmiendo bien? No tienes buena cara…
—¿Ahora haces el rol de madre?
—De hermana preocupada. –Me dice a lo que yo ruedo los ojos y apoyo el rostro en mi mano, y esta con el codo sobre la mesa.
—El médico al que estuve yendo la semana posterior a aquello… me recetó unos ansiolíticos. Duermo más o menos bien cuando me los tomo.
—¿Has estado tomándolos?
—He intentado dejarlos, pero a veces me puede la necesidad.
—Si te hacen bien, tómalos. Tu cuerpo sabrá cuando ya no los necesitas.
—La medicina no funciona así. –Le digo—. Cuanto más tome, mi cuerpo más tolerancia adquirirá, y más me pedirá. Si no los dejo poco a poco, mi cuerpo no aguantará las ganas…
—¿Ahora eres un yonqui de los ansiolíticos…? –Pregunta burlona—. Hay otras formas de dormir bien.
—No conozco ninguna.
—¿Por qué no duermes bien? ¿Sigues angustiado por lo que pasó? Eso ya no volverá a suceder.
—No puedes asegurarlo.
—¡Claro que puedo! JungKook está en prisión, y no saldrá de ahí en mucho, mucho, mucho tiempo. ¿No es cierto? –Asiento—. ¿Y cuanto hace que no sabes de él? ¿Dos meses? ¿Más? Hacen tres meses que sucedió todo aquello, ¿o más tiempo?
Yo no respondo, bajo la mirada hacia mi café y bebo en silencio. Ella toma mi silencio como un grito desesperado por no mentirla, una súplica para que no vuelva a pronunciar su nombre y me obliga a contarle una fría mentira.
—¿Y bien?
—¿Qué?
—¿Cuánto hace que no le ves?
—¿A quién?
—A Jeon… ¿Desde el juicio?
—No me dejaron verle en el juicio.
—¿Entonces? ¿Le has ido a ver?
—Sí. –Asiento. El sí sale tan frío y rotundo que incluso yo me asusto de mi mismo.
—¿Estas de broma? –Me pregunta ella con una media sonrisa.
—No, no lo estoy.
—¿Para qué has ido a verle?
—Para… —Me detengo en medio de la frase, ni yo mismo sé que contestar. Ella toma mi silencio como mejor le conviene y se cruza de brazos delante de mí—. ¿Puedo hacerte unas preguntas?
—¿Qué clase de preguntas? –Me habla con resentimiento.
—¿Hablabas con él en la sala de espera?
—A veces. –Contesta, seria.
—¿De qué hablabais? ¿Le contaste algo de mí?
—¿Algo sobre qué?
—No lo sé. Mi dirección, mi ubicación, algo sobre mi ex, la marca de colonia que uso…
—¿De qué mierdas estás hablando? ¿Me estás culpando de algo?
—No, solo… quiero sabes de dónde pudo sacar tanta información sobre mí y sobre mi ex… estoy preocupado por ella. Por ambos.
—¿No me has oído? Está en la cárcel, y no va a salir. No tienes de qué preocuparte. ¿Sabes? Deberías mudarte. Mudarte lejos. Seguro que con otras vistas y otro panorama eres capaz de ver las cosas con otra perspectiva.
—¿Mudarme? –Le pregunto, irascible por su comportamiento—. ¿A dónde sugieres que me mude? ¿A un palacio con vistas al mar o a una mansión con piscina privada y mini golf incluido? No tengo dinero más que para malvivir dos años de miseria, y sabe Dios qué hacer cuando se cumplas los dos años de inhabilitación y nadie quiera contratarme…
—Lo primero que tienes que hacer es cambiar tu actitud. Come bien, duerme bien, deja de visitar a ese hijo de puta que casi se cobra tu vida por un capricho… —No contesto a eso. Me quedo en silencio rodeando la taza de café con mis manos. Al rato, casi un par de minutos, ella vuelve a hablar—. Sí, le conté cosas de ti. Pero nada relevante.
—¿Qué le contaste?
—Un día, me confesó que le gustabas y quería saber qué cosas te gustaban para poder enamorarte. Yo no sabía como reaccionarías, pero me daba pena así que le conté cosas como que te gustaba el teatro clásico, como Plauto, el té, los libros, que uno de tus autores favoritos es Nietzsche…
—¿Todo eso?
—No es nada relevante. –Se excusa. Yo comienzo a ver similitudes. Me llevo a ver una obra de Plauto, me recitó a Nietzsche, cuando fui a su casa insistió en prepararme té.
—¿No te das cuenta? Es una maldita esponja, todo lo absorbe. Todo lo que digas, todo lo que hagas, todo lo que cuentes, todo lo almacena y lo usa en su beneficio. No es humano, es una máquina.
—Ni si quiera tú lo sabías. –Se muestra ofendida—. ¿Cómo iba a saberlo yo?
Suelto un largo suspiro.
—Lo siento, tienes razón. –Suelto otro largo suspiro y estoy a punto de beber café, pero me detengo—. ¿Él te habló de…?
—Ya me interrogó la policía, ¿sabes? –Me corta, seria—. Ya contesté a todo lo que tenía que contestar en su momento. Si quieres saber algo sobre mi declaración, dirígete a la policía. Ellos podrán darte una copia.
—¿Él te preguntó sobre mi ex? –Insisto. Ella rueda los ojos.
—Sí. –Afirma—. Pero no le dije nada. Yo tampoco sé mucho. Le dije que fue una ruptura extraña y amarga y que se mudó a un pueblo de Busán con su familia…
—Él hizo que rompiésemos. –Le digo y ella al principio se muestra turbada. No le conté nada acerca de lo sucedido realmente. Después de unos segundos se ríe.
—Has perdido el juicio, Yoongi. Vuestra ruptura fue hace mucho tiempo ya…
—Lo sé. Conocía Jungkook entonces, cuando yo aún era prometido de mi esposa. Él comenzó a acosarla en el trabajo con anónimos, la convenció de que yo tenía una amante. Ella me dejó por su culpa.
—Eso no tiene sentido. –Me dice, y su voz se me hace mucho más coherente que la mía—. ¿Trataste a un chico al que ya conocías y ni siquiera me lo dijiste?
—Yo, en realidad, no le recuerdo… —Nada más terminar de hablar soy consciente de lo ridículo que todo esto suena y si no lo explico con cuidado y detalladamente, ella puede tomarme por un loco. Demasiado tarde, ya me mira como uno y con una expresión de soberbia resopla y bebe de su café en silencio.
—Definitivamente no eres tú. Este chico te ha dejado tocado.
—Tienes que creerme. –Le suplico y agarro sus manos, haciendo que ella las retire de golpe y vuelca el café en la mesa. De repente me veo en sus ojos. Me veo como ella. Yo estuve en su misma situación meses atrás. Mientras Jungkook me juraba su amor por mí en aquella chocolatería y me sujetó las manos, yo las retiré y vertí el chocolate encima. Recuerdo aquello, recuerdo el miedo que tenía. Ella me mira de la misma forma en que yo debí mirar a Jungkook en aquél momento. Rápido escondo mis manos sobre mi regazo y ella se levanta, para conducirse a la barra en busca de algo para limpiar el estropicio causado. Yo la miro apenado y sin saber qué decir, con los labios entreabiertos buscando las palabras de disculpas adecuadas sin parecer un completo demente. Pero he de reconocerlo, acabo de verme reflejado en su mirada. Yo no estoy bien. Me he rebajado al nivel de JungKook, y no encuentro el camino de ascenso.
Ella, tras limpiarlo todo con ayuda del dueño, y ante mi antena mirada de sumisión, se coloca de nuevo la mochila en la espalda y paga su café que apenas se ha podido tomar.
—Tengo que irme ya. –Se excusa—. Tengo que entregar mañana un trabajo en la universidad y tengo que darle los últimos… —me mira, apenada—, retoques…
—Está bien. Lo siento mucho. Por todo.
—No te disculpes. –Me dice, suelta un suspiro y viene hasta mí para abrazarme. Su abrazo lo esperaba frío, pero es casi cálido. Es un abrazo de pena. Me transmite esa condescendencia y me besa la mejilla. Yo la miro cuando se separa de mí con una sonrisa y ella se aleja en silencio hasta la salida. Desaparece a través de la cristalera y se acabó. Ya no está. La gente en el café me mira. Siento sus miradas abusivas sobre mí. Por no haber sido caballeroso, por haber sido torpe, por verme tan demacrado y por ser un completo loco. Me siento casi como un esquizofrénico. Para calmar la ansiedad creciente en mi pecho me hago con dos pastillas, las tomo de golpe y me ayudo del café para tragarlas. La sensación no es inmediata y apurando el café pago mi parte de la cuenta y salga al exterior. El viento ha amainado en comparación a cuando llegué, pero lloverá pronto. El tiempo se ha vuelto triste y gris, tanto como yo. Qué ironía.
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