AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 22

 CAPÍTULO 22


Yoongi POV:

 

Solo es un tercer piso, pero se puede disfrutar de la magnificencia del cielo de Seúl y al mismo tiempo de sus calles abarrotadas un día de domingo. A lo lejos puedo divisar una fuente de colores. No puedo verla por completo, porque algunos edificios me lo impiden, pero entre balcones y árboles, se ven los chorros de agua desafiando la gravedad, ascendiendo con luminosos colores bien alto. Algunas risas al fondo parecen proceder de ese pequeño parque, pero no podría asegurarlo. No sé a cuanto queda del río Han esta habitación, pero no creo que mucho. Por un momento me ha parecido oler la humedad desde aquí. O tal vez, mañana llueva.

Estoy sentado en una pequeña butaca forrada de color beige. Horrible, muy fea, pero no puedo quejarme de ello. No ahora mismo. De cara a la ventana abierta pierdo la vista a lo lejos. Un médico me toma la tensión con uno de esos diabólicos aparatos de tela con una pera que al apretar, te gangrenan el brazo hasta que dejes de sentirlo. Yo ruedo los ojos mientras que suelto un largo suspiro y vuelvo a estirarme del cuello del jersey. Al fondo se oye la voz de Liliana, hablando con una de las trabajadoras del hotel.

—Y de repente se cayó al suelo. Así. ¡Plof! –Dice escenificando toda la escena. Vuelvo a rodar los ojos.

—No ha sido para tanto. –Le digo mientras el doctor se deshace del cacharro en mi brazo. Me mira con una expresión algo neutra mientras Liliana se enfurece aún más.

—¿Sabes el susto que me has dado, capullo? –Suelta un largo suspiro, posando sus manos en su cadera, mientras la trabajadora del hotel intenta calmarla—. No tienes remedio. Podrías haberte caído sobre la mesilla y haberte partido el cráneo o el cuello.

—En eso la señorita tiene razón. –Me dice el doctor poniéndose en pie y guardando en un pequeño maletín sus aparatejos—. El señor Min ha sufrido un ataque de ansiedad. No es más, pero debería tener cuidado. La hiperventilación le ha hecho marearse y por eso se ha desmayado.

—Ya sé lo que me ha pasado. –Digo yo, frunciendo el ceño.

—¿Está tomando alguna medicación para la ansiedad?

—No. –Dice mi ex.

—Sí. –La corto y el doctor me mira a mí, exclusivamente—. Sí, pero hoy no he tomado.

—Está bien. ¿La tiene aquí?

—No, en mi casa.

—Bien. Lo mejor es que regrese a su casa, tome la medicación, y se meta en la cama a descansar. Se ha dado un buen golpe pero no parece tener nada. –Me dice, arremolinando mi pelo con sus dedos, en busca de alguna herida—. Mañana tendrá un chichón, pero nada que no se cure con el tiempo.

—Me dijiste que ya no las tomabas. –Me dice ella, a pesar de la presencia del doctor y de la trabajadora.

—Te dije que había reducido mi consumo. –Le contesto en el mismo tono de reproche. Ella arruga la nariz.

—¿Ha ocurrido algo que le haya podido provocar el ataque de ansiedad? –Le pregunta el doctor a ella a lo que esta enrojece y aparta la mirada. Yo contesto por ambos.

—Solo estábamos hablando de un asunto algo… —Dejo la frase en el aire para que el médico se imagine lo que bien crea conveniente y cuando cree que ha finalizado se marcha y le pasa la factura de su consulta a la trabajadora. Cuando nos quedamos los tres, la trabajadora me mira con una expresión de interrogación y acaba preguntándome:

—¿Desee que llamemos a un taxi? Le avisaremos cuando esté en la puerta.

—Sí, por favor. Gracias. –Le digo a lo que ella asiente, se despide de Liliana y se marcha en silencio. Cuando nos quedamos los dos a solas, ella acaba soltando un largo suspiro, coge una silla del escritorio y la pone frente a mí. Sé lo que viene ahora, sé que me reprochará mi actitud, mis mentiras y mi comportamiento para con ella, pero yo no puedo evitarlo, y aunque quisiera, ella se merece una disculpa, o al menos, una explicación.

—¿Y bien? –Me pregunta.

—¿Y bien qué?

—¿Qué ocurre? Tengo un buen cuerpo, pero no tan bueno como para provocar ataques de ansiedad. –Dice ella, con media sonrisa. Esa media sonrisa no es más que un placebo.

—¿Qué quieres que te diga? Después de tanto tiempo sin tocarte se me ha hecho muy complicado volver a hacerlo…

—A otros con tus mentiras. No me mientas más. –Me pide, casi me suplica.

—No es mentira. –Le digo, serio—. No es mentira. –La segunda vez no sueno tan convincente.

—¿Ya no te gustan las mujeres?

—No sé siquiera si me gustan los hombres. –Digo—. No sé qué me gusta, qué no me gusta. No tengo nada claro.

—Vale. –Dice, en un tono calmado temiendo que vuelva a sentirme angustiado—. Con calma. Llévalo con calma. Es normal sentirse así. Es lógico.

—Lógico. –Repito—. Toda mi vida me he pasado estudiando, analizando, lo que es lógico y lo que no. Ha llegado un punto en que no reconozco lo normal de lo anormal. Confundo lo que está bien, y lo que está mal. Tengo tantas dudas en la cabeza que soy incapaz de razonar con coherencia, de actuar según lo establecido. ¿He cambiado tanto desde la última vez que me viste? –Le pregunto—. ¿Desde que nos prometimos?

—Estás algo más delgado. –Dice, pero sabe que no es eso a lo que me refiero.

—Hablo en serio. A veces tengo la sensación de que Jungkook ha consumido todo mi ser. Cuando me miro al espejo no soy capaz de reconocer al ser delante de mí. Tengo de mi persona una concepción tan gris, tan triste, tan mediocre y tal dolosa que cuando me miro al espejo y compruebo que soy un ser humano corriente, algo no encaja en mi cerebro. Y tengo la sensación de que dentro de poco el miedo y el dolor dentro de mí saldrán al exterior, demacrándome. Mírame, tengo ojeras…

—Es normal tenerlas. –Dice—. Yo también las tengo, pero uso maquillaje. –Dice ella, estriándose de sus mejilla hacia abajo con la ayuda de sus yemas. Sonríe.

—Dentro de poco, se me caerá el pelo, se me caerán los pómulos, se me arrugarán los ojos. Siento que palidezco por momentos, que mi espalda se encorva. Ya no hago nada. No tengo ganas de leer, de escuchar música, de estudiar sobre psicología, de salir, de que me dé el sol en la cara. He perdido el gusto de la comida, el placer del sexo…

—¿Qué quieres que te diga? –Me pregunta—. Solo estás deprimido. Los ansiolíticos deberías ayudarte.

—Deberían. Pero no lo hacen ¿sabes por qué? Porque cada viernes sucumbo a la causa de mi ansiedad. Me siento delante de ese psicópata para que me humille, para que me haga una autopista verbal mientras yo bajo la mirada y le dejo comerme con los ojos como si fuese un cordero que acaba de cazar.

—¿Y porqué sigues yendo?

—Porque lo necesito. –Le digo—. No lo comprendo.

—Es una droga. Él es como una droga.

—Lo es. –Digo—. Estamos de acuerdo en ello. Pero no deseo desintoxícame. No puedo permitir que me arrebaten la única parte de mí que aun comprendo, que una tiene sentido. Cuando estoy con él, todo parece estar sobre la tierra, todo parece vertical, pero cuando estoy a solas en casa, con el sonido de la televisión de fondo, todo se desdibuja, hasta volverme loco.

—Por Dios, Yoongi. –Dice ella asombrada de mis palabras—. Tendrías que hablar con un…

—¿Un Psicólogo? –Le pregunto, y comienzo a reír—. ¿Para qué? Para que me diga que sufro una dependencia psicología, algo así, como un síndrome de Estocolmo. ¡Yo soy psicólogo! Y no he sabido ayudarme a mi mismo ni a nadie.

—Realmente sufres un síndrome de Estocolmo.

—No. Prefiero verlo como un síndrome de Stendhal. –Ella piensa en mis palabras—. ¿Sabes lo que es? –Ella asiente.

—Es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando estas son particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar. –Asiento—. Este síndrome solo tiene efecto frente a obras de arte.

—He ahí el dilema. –Digo, pensativo.

—Estás hablando de un psicópata.

—Lo sé.

—Ni siquiera sé si se le podría llamar persona.

—No seas cínica. –Le pido—. Cuando tú los defiendes.

—Es mi trabajo.

—Y mi trabajo es no tratarles como monstruos o animales

—Ya no tienes trabajo. –Me dice ella—. Por culpa de un psicópata. –Con sus palabras sentencia la conversación y yo asiento, mientras me levanto con el rostro inexpresivo. Ella sabe que me ha hecho daño pero yo finjo no darle importancia. No importa si ella confía en mí o no, si me apoya o no, ni siquiera le importo o solo lo hace por el recuerdo del cariño que nos teníamos. Ni siquiera sé si realmente la quiero en mi vida o si solo es un espejismo. Uno de tantos. Me coloco la chaqueta sobre los hombros, me aseguro de que lo tengo todo y me encamino a la puerta.

—Yoongi... Yoongi por favor no te vayas así…

—Lo siento. Mi taxi debe estar ya abajo. –Digo y ella suspira con un largo resoplido.

—Cuídate. –Me dice mientras estoy cruzando el umbral pero sus palabras, más que preocupadas, suenan como una despedida improvisada. Siento que no volveremos a vernos y en cierto modo, eso me entristece. Pero esta tristeza puede ser de nuevo otro espejismo y sin decir una sola palabras más salgo de la habitación. Lo hago con tranquilidad, y me desplazo a través del pasillo con el mismo sosiego. Me abrazo a mi abrigo y camino hasta el hall. Allí, la secretaria me mira con una endeble sonrisa. Debe saber lo que ha sucedido y eso me llena de vergüenza. No la suficiente como para regalarle un gesto de mi mano como despida y salgo al exterior de la calle. El aire es sumamente liberador. Aspiro con fuerza. Suspiro con más fuerza aún. Cuando ansío en este mismo momento un cigarrillo. No sé de donde nace ese deseo, pero ahí está. Este sí que no es mentira.

Comienza a llover. Primero un par de gotas, tres, cuatro. Llueve con intensidad repentina.

Pasados al menos unos cinco minutos, un taxi aparca justo en la puerta del hotel a cinco metros de mí.

 

 

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