AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 24

 CAPÍTULO 24

    

Yoongi POV:

08/Marzo/2018

Viernes

Ala de máxima seguridad. Presos peligrosos.

Sala de espera.

 

El tic tac del reloj detrás de mi acabará por volverme loco. Esta es una fehaciente realidad a la que me he sometido desde el instante en que me he sentado aquí. Ya han pasado casi diez minutos esperando por el director de la prisión sin resultado alguno. No logro entender el porqué se me hace esperar cuando tengo tan solo media hora para ver al preso, y estoy ocupando parte de ese tiempo en esperar a alguien que no quiere recibirme. Comienzo a mover la pierna repetidas veces hasta que logro establecer un ritmo acorde con el sonido del reloj que me hace sentir más o menos calmado. Saco el bote de pastillas de mi bolsillo. Dejo caer dos en la palma de mi mano. Son pequeñas, casi como caramelos de menta. Me las meto en la boca y trago, con la sensación de que no me harán nada. Con la idea en mente de que en sueños me las he cambiado por caramelos y no son más que estúpidos placebos. Eso explicaría el porqué no hacen el efecto que yo quisiera y el porqué me dejan tan mal sabor de boca.

—¿Cuánto más va a tardar? –Le pregunto al hombre de seguridad sentado al otro lado del cristal de la garita. El hombre se sobresalta por mi voz y me mira, por encima de la revista que está leyendo. Asustado y algo cohibido se encoge de hombros.

—Yo ya le he llamado. –Dice, pensativo—. Seguro que está ocupado, pero vendrá de inmediato.

—Seguro. –Digo sarcástico mientras me cruzo de piernas y me dejo caer sobre el asiento. Con la pierna que toca el suelo comienzo a dar golpecitos sobre el suelo. El guardia me mira desde la intimidada de su recinto con una expresión algo preocupada y acaba haciendo una llamada de la que no soy partícipe. Antes de que cuelgue, el director aparece en escena desde el pasillo de siempre. Con aire sosegado y desinteresado llega hasta la garita pero yo me levanto, llamándole la atención. El hombre se digna a mirarme solo cuando me pongo a su altura.

—Llevo esperándole veinte minutos, diez de ellos dentro del horario de vistas.

—No debe preocuparse por eso. –Dice, sin mirarme, cogiendo un formulario por debajo de la cristalera de la garita.

—¿Ah, no?

—No. De ahora en adelante se restringen sus visitas.

—¿Cómo es eso posible?

—El primer día que estuvo aquí se le informó de que si el visitante provocaba al preso y conseguía en este una reacción violenta o peligrosa, se restringirían las visitas de forma indefinida.

—Yo no hice nada. –Digo, y mis palabras suenan incluso infantiles.

—No me importa. –Dice—. El presupuesto de esta prisión es limitado y por su culpa tuve que hacer gasto de una dosis de morfina y la atención de dos enfermeros para el preso por varias horas…

—¿Va a culparme del estado emocional de un paciente? Los psicópatas suelen…

—Sé muy bien que mis pacientes pueden ser irascibles e incluso buscan esa provocación de sus visitantes. Pero la solución es muy sencilla: Si no hay visitantes, no hay ira.

—Vaya regla de tres…

—No es una regla de tres. No hay incógnita ni hay dos variables. Es muy sencillo. Si usted no viene, no tengo que preocuparme de trasladar el paciente. ¿Sabe el peligro que corremos cada vez que un paciente sale de su celda? ¿Sabe el trabajo que conlleva tener que trasladarlo?

—Me parece genial que sus empleados cobren por hacer algo más que sentarse a leer revistas. –Digo y él se ofende, tanto como el hombre dentro de la garita.

—Firme aquí. –Me dice el director, con voz cortante y seria extendiéndome el formulario.

—¿Qué es?

—Un papel sin importancia que limita sus visitas al preso Jeon Jungkook.

—¿Cuánta es esa limitación?

—Permanente.

—Vaya. —Suspiro—. No pienso firmar nada.

—Me parece genial. –Tira el formulario sobre la repisa en la que descansa el cristal—. Si no lo firma me parece bien, de todas maneras no va a ver al preso. Este papel solo es una formalidad.

—Bien. Formalizaré yo alguno también: Una denuncia.

—¿Va a ponernos una denuncia? –Pregunta, sonriente—. No sabe lo que hace, señor Min. Si alguna vez quiere tener de nuevo un trabajo, más le vale no armar ruido. Una denuncia a la cárcel más respetada de Seúl le costará al menos salir en la primera página de los periódicos. ¿Y todo por qué? Por un capricho.

—Soy un profesional. ¿Se cree que vengo aquí a jugar con sus pacientes? ¿Cree que no sé medir mis palabras para evitar que alguien se…?

—Eso a mí no me importa. –Me corta—. Lo que sucedió es que Jeon Jungkook se volvió como loco, tuvimos que anestesiarle y llevarle de vuelta a su celda. Por poco no ocurre una desgracia.

—Una desgracia.

—Disculpen. –Dice una voz detrás del director. El joven funcionario de cárcel aparece por el pasillo con una sonrisa endeble—. El preso ya está en la habitación aguardando. Pregunta que por qué tardan tanto...

—¿El preso? –Pregunta el director. El joven, al verme, me sonríe con amabilidad—. ¿Quién ha dado la orden de trasladarlo?

—Oh. –Dice el chico, casi cohibido—. Pensé… como era viernes…

—A ti no se te paga por pensar, granuja. –Le dice el director, a lo que el chico frunce la nariz—. Se te paga por obedecer. Trasladen de nuevo al preso 0461 a su celda de seguridad. Asegúrate de llevar escolta.

—Pero Min Yoongi está aquí… —Dice, turbado, señalándome.

—Se le ha restringido el permiso de vistas por la conducta de Jeon Jungkook la semana pasada. –Dice, a lo que el joven le refuta con una sonrisa.

—¡Ah! Eso, el preso Jeon Jungkook quiere pedirle disculpas, director, y a usted también, Yoongi. Me explicó que tuvo un imperdonable ataque de ira por culpa de que el señor Min Yoongi no le trajo el libro que deseaba, nada más. Se siente muy avergonzado por lo sucedido y achaca su comportamiento a su reclusión en este lugar.

—¿Ahora es culpa del tedio? –Pregunta el director con el ceño fruncido—. No me importa lo mucho que el joven se arrepienta, no va a recibir más visitas.

—Usted mismo ha sido consciente de la notable diferencia de comportamiento del recluso desde que recibe visitas. Creo que es bueno, director. –Intenta convencer el joven. Yo alzo una ceja, sorprendido por su iniciativa para conmigo. Yo le sonrío desde la lejanía y él se percata de mi sonrisa.

—Eso me tare sin cuidado…

—Director, —dice el joven, más suspicaz—, la semana que viene tenemos una inspección del ministerio del interior. No les gustará saber que restringen las visitas de un paciente por causas insuficientes… —Dice el joven a lo que el director casi palidece. Yo doy un respingo y el joven me mira, guiñándome un ojo. El director se vuelve a mí, coge el formulario del mostrador y se lo coloca bajo el brazo. Con una mueca en su rostro, una mueca de enfado indomable, pasa por el lado del joven guardia y le susurra.

—Te estás jugando mucho haciéndote con tanta responsabilidad…

El chico no responde nada. Se queda mirando de soslayo como el director pasa por su lado y se aleja y cuando ha desaparecido, toda su atención es para mí. Yo me acerco a la silla para recoger mis cosas y él me espera en la boca del pasillo para conducirnos a la pequeña habitación de siempre. Cuando estamos de camino me vuelvo a él con una expresión agradecida.

—Muchas gracias por tu intervención. Pero no tenías porque jugarte así el puesto.

—Tengo plaza fija hasta final de año. No me preocupa eso ahora… —Dice con media sonrisa y yo asiento. Cuando me vuelvo a él ya me espera con una mirada curiosa.

—¿Es verdad lo que has dicho? ¿Jeon se quiere disculpar?

—Claro. –Dice, sonriente—. Al día siguiente de lo sucedido se disculpó, primero conmigo y luego me pidió que me disculpase contigo de su parte…

—Pero no con el director, ¿verdad? –El chico sonríe.

—Ahí me has pillado. –Ríe y yo con él—. Fue una tontería, enfadarse por un libro, pero le comprendo. Yo no podría soportar estar aquí las veinticuatro horas del día. Sería horrible, de verdad, ya lo es cuando tengo que hacer doble turno y estoy aquí doce horas…

—Supongo. También creo que es compensable. –A medida que nos vamos acercando a la habitación, me van surgiendo más dudas—. ¿Habláis a menudo?

—Sí. –Dice, entusiasmado—. Me paso aquí más de siete horas diarias, de lunes a sábado. Hago el turno de los presos peligrosos. Supongo que me cogieron por mi aspecto. –Dice, por ser varios palmos más alto que yo—. A pesar de ser joven.

—¿Y cómo te permiten hablar con el preso?

—¿Y por qué no?

—¿No está en una celda de seguridad?

—No es una celda de esas acolchadas y blindada como imagina… no es como esas de las películas…

—¿Entonces?

—No tiene rejas, tiene una especie de pantalla de metacrilato transparente a lo largo de toda la puerta, el resto son paredes de acero. En la parte superior de la puerta tiene varios agujeros del tamaño de una moneda para el aire y en la parte inferior, una bandeja extraíble. La puerta tiene tres candados, con tres sistemas diferentes. Solo pueden abrirse desde el exterior. No hay ventanas y el retrete está conectado con una bomba que cambia el agua, no por una cañería…

—Entiendo. –Digo, mientras pienso para mí—. ¿Entonces, la forma más fácil que tiene de escapar es en el trayecto de la celda a la habitación?

—Supongo. –Dice—. Pero siempre va con guardias… así que es complicado que lo haga. ¿Entiende? –Asiento.

—¿Así es cómo habla contigo? ¿Cuando está en la celda?

—Sí. Se oye muy bien. No es una habitación blindada—.

—¿Y de qué habláis?

—De todo. –Dice—. Es un chico muy listo. Y muy culto. Yo nunca he podido estudiar tanto como él. Solo me presenté a las oposiciones para guardia civil y me trasladaron aquí a los meses por la demanda de trabajadores...

—Entiendo.

—También hablamos mucho sobre política. Eso también me gusta mucho. –Dice, sonriendo.

—Tenga cuidado… —Le advierto—. Puede ser un maldito sociópata si se lo propone. –Le digo a lo que él rueda los ojos.

—Sé lo que me hago. Me paso el día rodeado de presos peligrosos….

—Vale. –Digo y al fin llegamos a la habitación. Veo a Jungkook a través de la vitrina y cuando cruzamos miradas él me devuelve una sonrisa algo triste. En su rostro puedo ver que se siente algo impaciente por mi tardanza pero al verme se relaja. El guardia me detiene antes de entrar.

—A causa de la trifulca con el director, tan solo le quedan… —mira su reloj de pulsera—, quince minutos. Lo siento mucho, pero no quiero darle más tiempo de que se dispone para las…

—Está bien. –le corto y él asiente. Me deja pasar y yo entro en silencio. Cuando me siento me quedo estático hasta que el joven se va y Jungkook me mira con media sonrisa. Pongo las manos sobre la mesa con aire desinteresado y él me sonríe aun más—. Me han dicho que vas a disculparte por tu comportamiento… —Le digo y él se ríe.

—¿Eso te han dicho? –No parece sorprendido.

—Sí.

—¡Qué cosas!

¿Verdad? –Sonrió—. Jeon Jungkook disculpándose por algo… Todavía me deberías otras disculpas, como el día que me quisiste matar… pero he perdido toda esperanza de que vayas a disculparte por nada.

—Pero queda bien la pose de niño bueno y educado. ¿No es cierto?

—Sí.

—Y gracias a ella te han dejado venir. ¿Quince minutos en cruzar un pasillo? Te han retenido por mi comportamiento del viernes pasado. ¿Te han amenazado con no dejarte volver? Seguro que sí. Menos más que ya lo supuse…

—Siempre tan previsor… —Le digo y él levanta una ceja, curioso.

—¿Y bien? ¿Qué me traes esta semana? –Pregunta con media sonrisa amarga—. ¿Has conocido a algún compañero del colegio? ¿Has hablado con mis profesores de guardería? ¿Alguna vieja amiga?

—No. Nada.

—¿Nada?

—Esta semana no he estado buscando a nadie.

—Qué raro...

—No eres el centro de mi mundo…

—¡Oh! Que chiste tan bueno. –Dice, borrando su sonrisa—. Cuéntame otro…

—Me he acostado con mi ex. –Le suelto a lo que él se parte de risa. Casi juraría que se mea por momentos.

—¡Ese sí que es bueno! ¡No me lo esperaba! –Se ríe aún más fuerte y cuando se termina de reír alcanza a mirarme con lágrimas en los ojos y yo levanto una ceja—. Qué vas a acostarte con ella…

—Lo hice. El sábado. –Le miento.

—Ya, claro, y yo cené bistec con guarnición de patatas asadas y verduras al horno con una mousse de chocolate como postre…

—¿No te lo crees? –Le pregunto, con una sonrisa pícara—. ¿No hueles el olor de su colonia en mi ropa? Es la misma que me puse.

—Claro que lo huelo. Vainilla rancia…

—¿Y bien?

—Eso no significa nada. –Dice, negando con el rostro—. Claro que estuviste con ella, pero no se te puso dura.

—¡Tú que sabes! –Le grito—. No estabas allí.

—Lo estaba. Por eso no pudiste hacer nada. Estaba en tu mente…

—No sabes nada, muchacho. –Le digo a lo que él me lanza una siniestra mirada malvada.

—Ya te imagino, como si estuviera allí. Subes con ella en el ascensor, cohibido, con esa cara que pones siempre de pánfilo eunuco. Os bajáis en el tercer piso y camináis hasta la puerta de su habitación. Te metes ahí con ella y os coméis la boca hasta que ella te pide que vayas más allá. No eres capaz de hacer nada que no sea pensar en mí y después sales corriendo… —Yo le corto.

—¿Cómo sabes que es el tercer piso? –Le pregunto a lo que él esboza la sonrisa más siniestra que jamás me ha mostrado.

—Te lo he dicho. Yo estaba allí…

—No es posible. –Digo, pero ni yo puedo estar seguro.

—¿Quieres más detalles? Puedo describirte como era su habitación…

—No lo sabes. –Digo, rotundo.

—Fea, hortera. Beige con cortinas y sábanas rosas. El nórdico, con flores. Mesillas de noche al lado de la cama, un escritorio, de madera clara…

—Cállate. –Le pido, casi como una súplica.

—¿Y el bar? Mesas bajas, butacas como únicos asientos, una barra larga llena de bebidas…

—¿Cómo sabes eso? ¿Cómo sabes dónde se aloja? Está aquí desde después que tú ingresases en esta prisión. –Él sigue mostrándose con esa cínica sonrisa.

—Te lo he dicho. Yo estoy ahí. Siempre estoy ahí donde vayas, allí donde estés, estoy contigo.

—¿Tengo una maldita cámara instalada? ¿Has contratado a un sicario?

—¿Con qué dinero iba yo a comprar nada de eso? –Me pregunta—. ¿Quieres saber más? ¿Quieres más detalles?

—Has podido mirar las habitaciones en una web, o en internet, o en un panfleto…

—373. –Dice, yo me quedo en silencio—. El número de su habitación. ¿Más?

—Por favor… no…

—Cada noche pide que le suban a su habitación una botella del mejor vino. Cuando amanece, la botella baja con el carro de la limpieza, vacía.

—Informaré de esto. –Digo, haciendo el amago de levantarme—. Uno de los presos se escapa de noche para seguirme.

—¿Crees que alguien va a creerte? –Me pregunta, antes de que consiga levantarme del asiento—. Nadie pondría en tela de juicio esta institución. Es la mejor de Seúl, por no decir la mejor del país. Y al director no le caes bien. Lo único que hará será restringirte finalmente las visitas. Y ansía hacerlo. No le gustas.

—¿Por qué le caigo mal?

—Yo qué mierda sé.

—Al parecer, tú lo sabes todo.

—Sí. Pero no por qué eres tan desagradable…

—Que amable. –Suspiro y ruedo los ojos. Con una mueca de preocupación le devuelvo una mirada suplicante. Él mira alrededor, aburrido y curioso.

—Hoy no me traes libros…

—Que atento…

—¿Te has puesto mi ropa?

—No.

—¿Por qué no?

—¿Qué significa eso?

—Seguro que no vas a gastarte un duro en ropa en estos dos años, no al menos hasta que tengas trabajo. El agua y la comida son más importantes. ¿Verdad?

—Sí, pero no estoy escaso de ropa.

—Ya… Ponte mi ropa.

—¿Por qué quieres que me la ponga?

—Sé que lo has pensado. –Me dice, sonriendo—. Y te quedará bien.

—No me voy a poner tu ropa. Es grande para mí.

—No he dicho que salgas a la calle con ella. Te recuerdo que son pruebas de un crimen. –Dice con cinismo.

—¿Entonces? –Se encoge de hombros. Es la única respuesta que obtengo de él y yo suspiro mientras miro al guardia fuera. Me hace una seña como que quedan tres minutos para terminar la visita y Jungkook le mira también. Cuando regresa su mirada a mí yo le recibo con una expresión neutra a lo que él vuelve a encogerse de hombros.

—Que corta la visita…

—Ya…

—Esta noche has dormido bien. –Me dice—. No tienes tan mala cara…

—Sí. –Digo—. Estoy viviendo a base de ansiolíticos.

—Ya lo imagino. ¿Cuánto hace que no te masturbas?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—¿Más de una semana? No. Seguro que te masturbaste el sábado, cuando quedaste con tu ex… cuando llegaste a casa.

—No. –Suspiro—. No lo hice. No me encontraba… bien.

—¡Vaya! Una verdad piadosa… que extraño en ti…

—¿Decir una verdad?

—Mostrarte piadoso y sumiso.

—¿Te gusta verme así? –Le pregunto, mirándole con los ojos entrecerrados a lo que él me sonríe.

—Me encanta. –Con sus palabras se abre la puerta y el guardia me espera fuera. Yo me levanto tranquilo, me despido de Jungkook con un gesto de mi mano y él me susurra un suave “Adiós” acompañado de un guiño de su ojo que me pone los pelos de punta. Imaginarle fuera de esa camisa de fuerza, fuera de esta prisión, me atormentará el resto de la semana hasta que vuelva a verle aquí. Un motivo más por el que vengo a verle, para asegurarme que sigue aquí, que no se ha marchado, que no ha escapado.



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